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lunes, julio 15

Lujuria: la memoria del jardín



(Un texto de Gustavo Martín Gazo y Elisa Martín Ortega en El Magazine del 18 de julio de 2010)

Semíramis fue reina de Babilonia. Su nombre, en lengua asiria, significa "que viene de las palomas", pues fue abandonada en el desierto y las palomas la alimentaron con el queso y la leche que robaban a los pastores. Fue una reina justa, amiga de las artes, las ciencias y la filosofía. Fundó Babilonia, la ciudad más admirada del mundo, que llenó de delicados palacios, puentes y fortificaciones doradas. A ella se deben los famosos jardines flotantes, cuyo recuerdo aún perdura en la memoria del mundo.

En la Divina Comedia, Dante sitúa a Semíramis en el círculo de los lujuriosos, pues para disculpar sus excesos mandó promulgar leyes que protegían a los amantes y disculpaban el placer carnal. Dante se muestra compasivo con ella, pues todos los hombres y mujeres que permanecen en este círculo, como Helena, Dido, Aquiles o Tristán, merecen su compasión. Su pecado es haber deseado los besos y las caricias de otro cuerpo, ¿puede ser eso tan malo? Dante los compara sobrecogido con los estorninos que en el frío invierno vuelan empujados por el viento, pues su condena es para toda la eternidad. Pero es al escuchar el relato de Francesca y Paolo, una pareja de jóvenes amantes, cuando su dolor es más grande. Son cuñados y se besan sin malicia mientras leen juntos un libro. La descripción de ese beso da lugar a unos de los versos más conmovedores de la literatura universal. Pero ¿puede un pecado conmovernos? Si hay ternura no puede haber pecado, pues la idea del pecado conlleva el daño y la humillación. Y aquí sólo hay dos amantes que se dan mutuo contento. Un jardín flotante donde las palomas dan de comer a los cuerpos, eso era el amor para Semíramis.

Durante siglos, el pecado de lujuria ha sido utilizado por las autoridades religiosas para proscribir el sexo y proyectar sobre el placer físico una constante sombra de maldad y de condena. Muy lejos de la compasión de Dante, de su comprensión hacia las pasiones y deseos humanos, la prohibición de la lujuria ha encarnado el rechazo, sin piedad tantas veces, del cuerpo y sus placeres.

En su autobiografía, Isaac Bashevis Singer nos dice que siempre lamentó que Tolstói, en Anna Karenina, no se hubiese atrevido a describir la relación sexual de Anna con su marido y más tarde con su amante, convencido de que escribir sobre el amor excluyendo el sexo era una tarea inútil. Y declara: "Los órganos sexuales expresan más acerca del alma humana que cualquier otra parte del cuerpo, incluidos los ojos".

Sin embargo, no podemos obviar que el pecado, entendido no como rebeldía a una ley o a unas normas, sino como acto que provoca un daño, cosifica al otro y genera sufrimiento y muerte, puede estar presente también en el sexo. No hace falta pasar revista a la cantidad de violencia, afán de dominación, humillación y narcisismo que provocan las pulsiones del Eros. A la historia de Francesca y Paolo, o a la de Semíramis, elegidas por Dante, al menos en parte, para entonar un canto al amor y sus placeres, podríamos contraponer la de don Juan.

Para don Juan las mujeres son la presa. Las desea, pero sólo para satisfacer sus ansias de placer y dominio. Al contrario que Casanova, que las busca para que sean sus compañeras, Don Juan es un lujurioso; mientras que el pecado de Casanova antes que la lujuria sería la glotonería. No quiere hacer daño a sus amigas, y de hecho todas guardan de él un maravilloso recuerdo.

¿No será ésta, en realidad, la línea que separa a la lujuria de las demás pasiones, y le imprime su carácter de pecado? No el número de amantes ni la intensidad de los deseos; la lujuria provendría de la prevalencia, sobre el placer alegre y compartido, del egoísmo, el odio, la violencia, el desprecio.

Adán y Eva, en el Edén, ya conocían el sexo. Por eso el autor del Génesis escribe que debían unirse y formar una sola carne, y que ambos estaban desnudos y no sentían vergüenza. ¿Qué quiere decir esto? Que vivían en un estado de intimidad y unión perfectas, el mismo estado que reencuentran los amantes en sus cuerpos cuando se abrazan y se besan, sintiendo así su desnudez como un regalo y no como un motivo de deshonra y de vergüenza. La desnudez es vulnerabilidad y es entrega, es un mostrarse al otro en el máximo estadio de inocencia. Una vez más, debemos recordar la degradación a la que se somete tantas veces, en nuestro mundo, a los cuerpos desnudos, que sufren vejaciones o se exhiben de maneras que pervierten o degradan su belleza. Por el contrario, los hermosos desnudos que, con la marca de la admiración, el cuidado y el deseo, recorren la historia de la pintura, la escultura, la fotografía o el cine no hacen más que devolvemos a ese momento primordial en que el cuerpo estaba en plena armonía con la naturaleza, y contra él no se ejercía violencia ni acechaban los peligros, sino que era todo placer, intimidad, belleza.

Tras comer la fruta del árbol prohibido, Dios maldice a Adán y a Eva. Los expulsa del Paraíso y los castiga con la muerte, el trabajo penoso y los dolores del parto, a la vez que le dedica a Eva unas palabras que no siempre se recuerdan: "Tu deseo será para tu marido, y él te dominará". Tal sentencia no es sino una perversión de la sexualidad primordial que existía en el Paraíso. El deseo ya no es alegría y correspondencia, sino una maldición que condena a la mujer a ser dominada y a sentir una atracción por el hombre que perpetúe tal dominio. Lo que expresa este versículo, además de la justificación de una sociedad patriarcal, es el peligro que se cierne sobre toda relación sexual fuera del Paraíso: el ansia de poder, de dominación del otro, la amenaza de la cosificación y la violencia.

¿Hemos de resignarnos a esto? ¿No hay modo de superar tal desgracia? La experiencia, así como el arte y la literatura, nos muestran que sí, que en determinadas circunstancias es posible revertir la maldición. Calixto lo hace al afirmar que su amada es el solo dios en que cree. "Melibeo soy, en Melibea creo, a Melibea amo". Aunque en realidad Calixto es un mal amante, pues en él termina por prevalecer la lujuria. Así cuando por fin se encuentra con Melibea, y ésta, dulce y solícita, le pide que no tenga tantas prisas, pues tienen toda la noche para desnudarse y estar juntos, Calixto compara su cuerpo con el de un ave, y el acto amoroso con un vulgar atracón: "Señora, el que quiere comer el ave quita primero las plumas".

Ni Melibea ni la inteligente y apasionada Eloísa fueron afortunadas con sus compañeros. Julieta sí lo fue, y pronunció la frase que las otras dos hubieran querido decir: "Sólo deseo lo que tengo”. Esas palabras resumen el verdadero amor. La lujuria quiere lo que no tiene, es un homenaje a la ausencia; no quiere calmarse, busca avecillas que desplumar. El amor se complace con esa avecilla que desciende, pues ve en ella un resto del paraíso perdido. El sexo guarda la memoria del cuerpo paradisíaco. Aun más, es un resto misterioso de ese cuerpo que el hombre perdió al ser expulsado del Paraíso por su transgresión.

El texto en el que aparece mejor reflejado ese milagro es el Cantar de los Cantares. En él se muestran la cumbre del erotismo y la armonía absoluta entre los amantes. Nunca se presenta a la mujer en segundo plano, o sometida al hombre. Los enamorados aparecen en una situación de reciprocidad, compartiendo su amor en un jardín que recuerda al Edén; un jardín que es la esposa, hacia el que ella llama a su amado, y que actúa como revulsivo a la idea del pecado. El amor devuelve a ese vergel de los eternos placeres y la eterna inocencia. Por ello la esposa afirma en dos ocasiones: "De mi amado soy, y él mío es", estableciendo un principio de correspondencia e igualdad. Y en otro momento dice: "De mi amado soy, me cubre su deseo". El deseo del hombre, que había sido la perdición de Eva, la marca de su dominación, se ha convertido ahora en el máximo placer para la amada del Cantar de los Cantares. Y si bien no es posible hacer de ese jardín de las delicias una perpetua morada, el amor, también en su dimensión erótica, permite a los amantes traspasar una y otra vez sus puertas.

Fortunata, la protagonista de la novela de Galdós, afirma que nada de lo que se haga por amor es pecado. El amor rehúye la posesión, respeta al otro en su radical unidad, pues para un enamorado lo fundamental es el tú. La lujuria, por el contrario, lo cosifica, lo transforma en un bocado para satisfacer el propio deseo. Celebremos, pues, el amor y el erotismo como hacía Semíramis, como nos muestran los enamorados del Cantar de los Cantares. Y hagámoslo sin perder de vista la amenaza de la lujuria, de la degradación y el daño, para llegar a ese punto exacto en que uno desea el placer del otro, y ese mismo deseo reporta el máximo placer; ya que al amar no sacrificamos nuestro ser, sino que lo realizamos.