Persas, algoritmos y google
(Un artículo de Carlos Salas en el suplemento económico del
23 de noviembre de 2008)
El matemático, geógrafo y astrónomo persa AI-Juarismi
escribió en el año 825 después de Cristo un libro titulado Sobre el cálculo con los numerales hindúes que haría ricos a los
chicos que inventaron Google.
Nacido en el año 780, este erudito se pasó buena parte de su
vida trabajando para la Casa de la Sabiduría en Bagdad, una institución fundada
en el año 813 después de Cristo por el mágico califa de los abásidas Harum al Rashid
y su hijo Al Mamún.
La Casa era a la vez biblioteca y centro de traducciones. En
aquellos años, Occidente vivía un largo eclipse científico que duraría 1.000 años,
y la sabiduría de los griegos y romanos dormía en palimsestos y papiros que
poco a poco se convertían en polvo.
Esos restos de cultura fueron recogidos por los eruditos
persas que laboraban en la Casa de la Sabiduría para convertirla en el mayor
faro del conocimiento científico y humano del momento: se estudiaba
matemáticas, física, astronomía, medicina, química y geografía, y se recopilaban
textos persas, así como indios y griegos.
Allí estaban hablando las voces de Pitágoras, Platón,
Aristóteles, Teofrasto, Hipócrates, Euclides, así como varios sabios indios cuyo
nombre retumbaba como las gárgaras. Subidos a los hombros de esos gigantes, los
estudiantes persas gozaron de la mayor acumulación de conocimiento del mundo, y
así realizaron fascinantes avances y descubrimientos.
El más distinguido que recuerda la historia de esta ilustre
casa se llamaba AI-Juarismi, quien dio nombre al álgebra, pues escribió un
libro de extenso título, donde mencionaba la palabra al-jabr, que significa cálculo. Al-Juarismi fue uno de los primeros
en trabajar con los numerales indios o hindúes, que incluían un guarismo que
nadie había inventado: el cero. Gracias a todo esto, cuando esos cálculos matemáticos
pasaron a Occidente por Constantinopla y Córdoba, abandonaron los engorrosos números
romanos y se hicieron más simples y rápidos.
Pero Al-Juarismi ha pasado a la historia por haber usado los
numerales para desarrollar los algoritmos, algo así como una secuencia de
instrucciones para hacer más cortos los cálculos.
Llevado al mundo moderno, el mejor ejemplo son los
ordenadores: cada vez que pulsamos un botón, el ordenador está recibiendo una serie
de algoritmos o instrucciones para ejecutar operaciones. «Si usted pulsa aquí,
entonces yo haré estas operaciones».
Se les llama algoritmos porque cuando los traductores de la Edad
Media volcaron al latín los textos de Al-Juarismi, lo denominaron como Al-Goritmi,
y por defecto y mal uso, acabaron llamándose algoritmos a esas operaciones matemáticas.
La palabra guarismo procede de ahí también.
Los algoritmos sirven para muchas cosas, entre ellas para
rastrear información en internet. Si usted escribe «crisis financiera» en su buscador,
éste le llevará a miles de sitios empleando un algoritmo de búsqueda que más o
menos dice así: «Si tenemos 'crisis financiera' entonces buscar páginas en español
donde aparezcan esas dos palabras y servirlas en la pantalla de este señor tan impaciente».
Claro que hay tantas referencias, que los informáticos afinan
el algoritmo para que busque en las páginas más fiables. Aún pueden seguir perfeccionando
el algoritmo dándole instrucciones para que localice las páginas más citadas
por los expertos. Y así se puede ir mejorando el dichoso algoritmo.
Hace 10 años, los chicos de Google inventaron un algoritmo de
búsqueda de información en internet que les ha hecho archimillonarios. Algunos
de ustedes se acordarán que el buscador más popular entonces era Altavista. Había
algunos más. El problema consistía en que cuando uno ponía «receta pote asturiano»,
estos buscadores mostraban una cantidad enorme de páginas, la mayoría de las
cuales eran inútiles. Y uno tenía que perder un montón de tiempo, saltando de
una página a otra, hasta encontrar las mejores recetas.
Pero cuando nació Google, en un año se comió a sus rivales.
¿Cómo lo hizo? Sergei Brin y Larry Page se dieron cuenta de que la cantidad de
información que podía mostrar un motor de búsqueda era cada vez mayor, casi infinita,
pero la paciencia de los internautas era limitada: era una cantidad finita de
tiempo.
«A menudo, la información-basura desplaza a la que le
interesa al internauta», decían estos chicos en un documento de esos años,
«pero los usuarios de internet sólo quieren ver los 10 primeros resultados». «A
medida que se incrementa el número de referencias, necesitamos herramientas muy
precisas para que los documentos relevantes estén en los primeros resultados» (consulten
http://infolab.stanford.edu/~backrub/google.html).
Al final, consiguieron inventar un algoritmo de búsqueda más
rápido, más inteligente y más útil que los demás. Suele llevar a los primeros puestos
la información más relevante, y uno no tiene que pasarse minutos y minutos tratando
de depurar un montón de páginas webs.
Y ahora ustedes se dirán: «Lo que daría yo por saber cómo es
el algoritmo de Google; así mi página web o mi blog no se perdería en esa maraña
de datos, y aparecería entre los primeros». Oh, lo siento. Ese algoritmo es como
la fórmula de Coca Cola. Más o menos secreto. Consiste en 200 variables, de las
cuales 100 son conocidas y otras 100 son desconocidas.
Millares de programadores de páginas web del mundo entero se
pasan el día dando caza al dichoso algoritmo. La idea consiste en levantar la mano
y engatusar a los robots de Google para
que se fijen en ellos y lo empujen a las posiciones más relevantes. Pero Google
cambia cada mes el algoritmo para que su sistema siga siendo fiable.
Eso es lo que ha permitido a Google elevar su valor a casi 100.000
millones de dólares, ganar más de 15.000 millones en doce meses y mantenerse en
primer lugar como buscador planetario. ¿Puede alguien hacer sombra a este imperio
digital? Por supuesto: basta con que usted invente un algoritmo mejor que el de
Google. Eso le haría archimillonario... hasta que otro listo venga con el
súper-recontra-cojoalgoritmo).
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