Letra a letra
(Un texto de Alberto Serrano Dolader en el Heraldo de Aragón
del 23 de marzo de 2014)
El herrero
de Alcalá de Gurrea era un buen hombre. Un domingo se acercó a su fragua un forastero con la burra en apuros:
cojeaba y no podían seguir el camino. A pesar de que era día de fiesta, nuestro
amigo el raboso (así se apoda a los alcalaínos) remendó las herraduras del animal.
Y, además, no quiso cobrar nada porque
el apaño fue solo cosa de un momentico. El desconocido, ni siquiera
le dio las gracias.
En las afueras
del pueblo tenía un huerto el herrero, y a él se encaminó para acabar de pasar
la mañana. Al llegar, vio a la borriquilla pastando y, en el peral, un bulto
negro que se movía y que enseguida reconoció. Regresó al pueblo, convocó a
todos los chicos y les dijo: «Venid conmigo, que me ayudaréis a echar las peras
del árbol a pedradas». Al rato y en medio de una lluvia de piedras, se oyó una voz
quejumbrosa que salía de entre las ramas: «¡Ay, ay, ay, buen herrero, que me
matan con las piedras! Usted que es un santo, dígale a esos chicos que paren». Moraleja:
los buenos no necesariamente son tontos.
El
chascarrillo lo leo en un curioso librito que escribieron hacia 1935 los niños del
colegio de Plasencia del Monte (Hoya de Huesca). Animados por el maestro Simón
Omella, 10 compusieron en una imprenta
escolar, de manera artesanal, por eso el facsímil que publicó hace un par
de años el Museo Pedagógico de Aragón se tituló 'Letra a letra'. Recomiendo su
lectura.
Siete
años tenía el párvulo que aportó la anécdota del herrero. Y doce quien cuenta una
historia de superstición, que ambienta a finales del XIX y pone en voz de un
criado de Bolea: «Las brujas andan por
la casa de mi amo. Hace una temporada me levanté a dar el segundo pienso
y encontré un mulo muerto. Llame a mi amo,
vino el veterinario y dijo que no le encontraba ninguna enfermedad. Vino
la segunda noche, ¡otro mulo muerto! Llega el veterinario y dice: 'No tiene
ninguna enfermedad'. Desde esa noche vigilamos
atentamente. La primera que estuvimos alerta, se oyó un chasquido como
que le pegaban al mulo royo y enseguida se puso malo. Viene la segunda noche y
no dormí. De pronto ¡zas! vimos una
mano que el daba a otro mulo. Seis meses enfermo y se murió. Pero una
noche se descubrió todo… todo. Era una abuela de la casa que estaba medio
bruja. El amo estaba despierto y oyó que se abría la puerta de la abuela. Se levantaba
a embrujar las caballerías y la hizo volver a su lecho. Al día siguiente le
dijo a la criada: 'Ven con el plato de la abuela con comida (…) y échale estos polvos
bien revueltos…’ Pasadas seis horas, había muerto la abuela. Ya no murieron más caballerías».
No es
el único relato de brujas que recoge el libro escolar que hoy releo. Por
ejemplo, un mozalbete que en aquel 1935 tenía diez años aporta la falordia de
un ladrón que robó un brioso caballo blanco: «Un día estaba arando y la reja le
atravesó una pata. Se inutilizó. (…) El caballo murió. El ladrón era brujo y se
volvió buitre y antes de que los demás buitres
se enteraran, se lo comió todo».
Etiquetas: Cuentos y leyendas
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home