Calígula, la seducción del gran tirano
(Un texto de Daniel Verdú en el País del 20 de agosto de
2017)
La
búsqueda de la tercera nave de Calígula reaviva la fascinación que siguen
despertando los gobernantes más crueles y extravagantes. La leyenda toma cuerpo científico y en Nemi
se frotan las manos. La pequeña localidad, a 33 kilómetros
al sureste de Roma, rastrea el fondo de su lago en busca de la tercera gran
nave de Calígula. Dos de aquellas villas flotantes, que el emperador mandó construir multiplicando su fama de excesivo, ya fueron recuperadas por
Mussolini entre 1928 y 1932, expuestas en un museo junto al lago y quemadas la noche
del 31 de mayo de 1944 en la huida alemana ante el avance aliado sobre Roma.
Sobrevivieron en el incendio pocos trozos de madera, algunas monedas y el
voluntarista deseo de que no fueran los únicos barcos. Ahora, la posibilidad de
encontrar un tercero, como apuntaban ya documentos del siglo XV, devuelve vigor
a la fascinación por un emperador que gobernó cuatro años y que las crónicas
convirtieron en 1.400 días de terror.
Nemi y
sus naves fueron el prototipo romano de fiesta veraniega flotante: sexo,
alcohol y horario ilimitado. Pero más allá de la hipérbole y las anécdotas de
la microhistoria que confirman nuestra predilección por el relato de los
gobernantes canallas, lo que se conservó 2.000 años bajo el agua dulce del lago
fue también la caja negra de una de las etapas más
turbulentas del imperio. De modo que, tras cuatro siglos de estériles
inmersiones para recuperarlas, Mussolini contrató a una empresa milanesa que vació
el lago con una prodigiosa bomba hidráulica. Unos 40 millones de metros cúbicos
de agua fueron canalizados hasta el mar a través de viejos acueductos romanos y
bajo el lodo, poco a poco, aparecieron los dos barcos: el primero medía 71
metros, y el segundo, 75. Palacios flotantes con estancias de mármol, esculturas
y avances tecnológicos como conducciones de plomo para que el agua caliente
regase las juergas. Todo un símbolo de la desmesura que rigió la vida de
Calígula.
Pero
los mismos excesos, de algún modo, le condujeron a la muerte. El 24 de enero
del año 41 decidió ir a darse un baño para aliviar una molesta resaca. Los
arrebatos paranoicos no le impidieron aquel día adentrarse en un callejón del
palacio en Roma, donde fue acuchillado por un grupo de centuriones que
ejercieron como mensajeros. Tenía 28 años y solo había gobernado cuatro cuando
le mandaron al otro barrio. Su corto mandato, como le sucedió a Nerón por distintos
motivos, se convirtió en la imagen de la corrupción y la perversión del poder
absoluto en Roma. El único inconveniente es que ese retrato se construyó sobre
la resbaladiza damnatio memoriae, la página en blanco de la
historia surgida al borrar todos los registros oficiales de sus obras.
Incluidas las naves de Nemi, hundidas por sus sucesores.
El
inquietante relato oficial de Calígula -en realidad, Cayo Julio César Augusto
Germánico- habla de un hombre que amagó con nombrar cónsul a su caballo, que
prostituía a sus hermanas, abusaba de su poder sistemáticamente y violaba a las
esposas de sus súbditos como pasatiempo. Sin embargo, su representación tiene que
ver también con la coartada moral que edificaron sus autores para sacárselo de
encima, como defiende la historiadora y premio Princesa de Asturias 2016 Mary
Beard: "Gran parte de la historia fue exagerada o inventada después de su
muerte para justificar el asesinato. Eso no significa que piense que Calígula
fue un buen emperador, de hecho, ahora es casi imposible diferenciar el hecho
de la ficción. Aunque estoy bastante segura de que no era exactamente como se
le pinta".
Las mejores crónicas se escriben a la
contra. Sucede todavía con algunos presidentes, cuya excentricidad y tendencia al
caos son la receta perfecta para cultivar visitas en cualquier medio de
comunicación online. Calígulas contemporáneos, suele
bromear Tom Holland, autor de Dinastía
(Ático Historia). Los excesos como magnate de Donald Trump, su torre y
sus barcos, sus comentarios sobre las mujeres, la errática toma de decisiones
como presidente, la aversión por los impuestos, sus provocaciones en Twitter o
la afición por nombrar y decapitar
asesores conforman una irresistible invitación a los parecidos razonables.
"Calígula nos fascina 2.000 años después porque todavía sirve como
arquetipo de los caprichos de crueldad del poder absoluto", señala
Holland.
Pero la
verdadera génesis del mal quizá tenía que ver en el caso de Calígula con los
problemas sucesorios y la falta de una lógica clara que ordenase ese proceso
sin conspiraciones ni violencia. En los primeros 100 años de imperio, como
recuerda Beard, la muerte de los emperadores estuvo rodeada de ese tipo de
mecanismos y sospechas. Su asesinato podría atribuirse a grupos de poder que no querían que Roma fuera más tiempo
una autocracia dinástica. La resistencia de cierto establishment acentuó esa sensación de
acorralamiento y su obsesión por la seguridad. Pero que uno sea paranoico no
quiere decir que no le persigan.
Más
allá del mito, Calígula es hoy una oportunidad comercial para Nemi. Un lugar de apenas 2.000 habitantes que atrajo a artistas como
Goethe, Byron, Stendhal o Turner y que, quizá, se conformaría hoy con la fama
de sus deliciosas fresas de bosque. De momento, el indestructible magnetismo
del emperador permanece en los imanes con su rostro y en los souvenirs de la tienda de San tino Lenzi, un artesano que peina sus
canas como un auténtico romano a la espera de noticias. En septiembre se
conocerán los resultados de las sondas que han rastreado el fondo del lago. Las primeras informaciones dejan entrever más ganas que indicios.
Pero hasta entonces, como celebra el alcalde del pueblo, Alberto Bertucci,
todos han vuelto a mirar hacia Nemi en busca de respuestas.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia, Roma y Grecia
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