Vanessa Bell y Virginia Woolf: como uña y carne
(Un texto de Isabel Navarro en la revista Mujer de Hoy del 14 de agosto de 2010)
Inseparables, entregadas, siempre pendientes las unas de las otras... En ocasiones, las dificultades a las que nos enfrenta la vida convierte la relación fraternal en un lazo indestructible.
La devoción mutua de la escritora Virginia Woolf y la pintora Vanessa Bell se forjó en la infancia. Las dificultades estrecharon un vínculo que se mantuvo hasta la muerte.
En el escenario del dolor y la soledad nacen las alianzas imperecederas. Tú y yo juntas somos más fuertes. Tú y yo juntas no somos dos: somos nosotras. La devoción de Vanessa por Virginia y de Virginia por Vanessa se forjó en una sucesión de "ellos contra nosotras" que estrechó su vínculo y su dependencia. Los "otros" fueron los hermanastros, las tías, el padre y la sociedad victoriana, que trataban de dictar lo que una mujer debía ser o hacer. "Nosotras" fue la alianza infantil que se perpetuó en un círculo cada vez más estrecho, que era visto desde el exterior como una unidad indescifrable: las jóvenes hermanas Stephen, bellas, silenciosas y remotas.
Julia Jackson, la madre de Virginia y Vanessa, se casó muy joven con el abogado Herbert Duckworth, pero en tres años se quedó viuda y con tres hijos. A los ocho años de enviudar volvió a casarse con Leslie Stephen, filósofo, historiador y periodista de 45 años, que aportaba a la familia una hija con enfermedad mental. En 1878 se trasladaron al 22 de Hyde Park Gate, donde nacieron Vanessa, Thoby, Virginia y Adrian. En aquel contexto bullicioso, con una madre generosa pero inalcanzable y una casa llena de medio hermanos mayores y "nannys", Vanessa y Virginia se refugiaron la una en la otra. Cada noche se contaban cuentos desde la cama. Si Vanessa se dormía antes y el fuego de la chimenea estaba encendido, Virginia, temerosa de las sombras, decía en voz alta, "¿Qué has dicho, Nessa?", para que su hermana mayor se despertase.
Los primeros recuerdos que guarda la pintora Vanessa Ball de su hermana menor tienen que ver con el asombro y la admiración que le producía la inteligencia de Virginia, que criticaba a los adultos sin miedo. Las dos eran bellas, aunque Virginia tenía una nariz más pronunciada y era más habladora, razón suficiente para que la familia repartiera los papeles entre la guapa y la lista, dos rasgos, el de la belleza y la inteligencia, de los que ninguna carecía. La visión de los padres, de que feminidad e intelectualidad eran incompatibles, causó una herida en Virginia que se sintió insegura en ambos terrenos. La etiqueta de la guapa (femenina) y la lista (sin más) se acentuó con la esterilidad de Virginia y la maternidad de su hermana.
Con 13 y 15 años, se sintieron expulsadas del paraíso con la repentina muerte de la madre. Virginia vuelve a buscar una y otra vez en sus escritos a esa madre ausente: el recuerdo de su regazo, las telas de sus vestidos, la voz que se va apagando en el recuerdo. La última visión, cuando entró a darle un beso y ella dijo sus últimas palabras: "Camina erguida, mi cabritilla". Sólo se liberará al escribir "Al faro" (1927), relato con el que logra exorcizar su fantasma. Tras el funeral, la hija mayor de su primer matrimonio, Stella Duckworth, asumió el rol de "ángel del hogar", pero a los dos años falleció, dejando nuevamente a la intemperie a Virginia y Vanessa. A la pena se sumaba la difícil situación en la que quedaba Vanessa que, por ser la mayor, tenía que convertirse en matrona del hogar. Para ella era una tortura hacer las cuentas de la casa y temblaba de terror ante la figura tronante y tacaña de Leslie Stephen.
BLOOMSBURY. En aquellos años de incipiente juventud, su hermanastro George trató de sacarlas de su rincón intelectual, pero en los salones de baile preferían desmenuzar los aspectos estéticos y antropológicos a formar parte de la fiesta. Sabían que su mundo no iba a ser el de las mesas del té y los vestidos, y pronto encontraron compañeros a la altura de sus inquietudes.
En 1905 falleció el padre y la vida de las hermanas dio un giro. Los mayores se habían casado, así que Virginia, Vanessa y Adrian vendieron la casa de Hyde Park Gate y compraron otra en Bloomsbury. Aquel no era un barrio elegante y estaba lejos de los círculos frecuentados por las tías y las primas, así que las jóvenes aprovecharon para romper con la tutela familiar. Bloomsbury se convirtió en el centro de reunión de antiguos compañeros universitarios del hermano mayor, entre los que estaban el escritor E.M. Forster, el economista J.M. Keynes o el filósofo Bertrand Russel. La libertad con que entraban y salían muchachos de la casa empezó a cimentar cierta fama de promiscuidad, atribuida en especial a la conducta de Vanessa. Al grupo se añadieron el pintor Lytton Strachey, Clive Bell, Duncan Grant, Roger Fry y Leonard Woolf, un escritor judío, con quien Virginia se casó a los 30 años. Vanessa contrajo matrimonio con otro miembro del grupo, el crítico de arte Clive Bell, con quien tuvo dos hijos. Sin embargo, el matrimonio no significaba mucho para los miembros del grupo de Bloomsbury, que defendían y practicaban la libertad sexual. De hecho, Vanessa mantuvo durante el resto de su vida una relación consentida por su marido con el pintor homosexual Duncan Grant, padre de su tercera hija. Mientras, Virginia descubría su faceta lésbica en los años 20 al enamorarse de la escritora y paisajista Vita Sackville-West, a la que dedicó su novela "Orlando", la biografía de un héroe que es capaz de cambiar de sexo y de siglo con naturalidad. PASIONES. En la vida de Virginia hubo muchas mujeres, pero ninguna ocupó el lugar de su hermana Vanessa, la pasión más fuerte e incondicional de su vida. La admiró por su belleza y su talento como pintora, y necesitó vivir siempre cerca. Sin embargo, su devoción no impidió que envidiara su maternidad, su capacidad de llevar una vida más libre y aventurera o que Virginia mantuviera un ambiguo romance con Clive Ball, su cuñado. Aún así, el amor prevaleció hasta el final y superó todas las tormentas. Vanessa cuidó siempre de Virginia y ésta hizo lo propio cuando fue necesario porque, pese a su inestabilidad, se hizo cargo de su hermana mayor cuando murió Julian Bell, hijo primogénito de Vanessa y el preferido de Virginia, quien se alistó como voluntario para conducir una ambulancia en la Guerra Civil española y falleció a los 30 días.
Las crisis y la inestabilidad psicológica de Virginia se han interpretado posteriormente como un trastorno bipolar. A su lado, Leonard Woolf fue un compañero paciente y generoso, que la acompañó y le proporcionó la protección emocional que necesitaba su frágil psiquismo, pero su amor incondicional no fue capaz de amortiguar su última caída. El 28 de marzo de 1941 Virginia escribió dos notas de despedida: una para su hermana y otra para Leonard. Se sentía fracasada, había vuelto a escuchar voces, no era capaz de leer ni escribir, la guerra y los bombardeos sobre Londres le hacían sentir al borde de una catástrofe. Antes de extinguirse en el fondo del lago con piedras en los bolsillos le escribió a su marido: "Todo lo he perdido excepto la certeza de tu bondad". La nota a su hermana Vanessa concluía: "(...) ojalá pudiera explicarte todo lo que [os niños y tú habéis significado para mí. Creo que lo sabes". No hubo más palabras.
Etiquetas: Grandes personajes
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