Unas farolas con trágala
(La columna de Guillermo Fatás en el Heraldo de Aragón del 4 de octubre de 2015)
En España se han cambiado muchos nombres de vías públicas para mitigar el recuerdo de la guerra civil, pero el proceso no debería ser ilimitado y permanente.
Bajo Fernando VII, los liberales solo gobernaron tres años, en los que hicieron ‘tragar' la Constitución de 1812 a los absolutistas, rey incluido. «Trágala, perro; trágala, servilón», cantaban. Así nació el castizo 'trágala'. A la muerte del rey, los españoles se declararon cuatro guerras civiles, una tras otra: 1833, 1846, 1872 y 1936. El vencedor de la última murió en 1975.
Fernando VII era cobarde y traicionero. 'Tragó' para disimular. En sus últimos diez años, cuando tuvo la sartén por el mango, la reacción absolutista fue sañuda. Le ayudaron las bayonetas de los 'Cien mil Hijos de San Luis' (Luis IX, rey francés del siglo XIII, cuya madre era castellana), enviado por la rama mayor de los Borbón, restablecida en París tras la caída de Napoleón, que malvivía desterrado en la remota Santa Elena, isla perdida en el Atlántico, cerca de ninguna parte. Como en 1808, una tropa francesa entró de nuevo en España y, en esta ocasión, truncó el Trienio liberal (1820-1823).
Aniquilar el pasado
Los liberales llamaron a los diez años siguientes la 'Década ominosa', pero los absolutistas o ‘apostólicos' por aquello de «el Trono y el Altar», que no eran menos españoles, decretaron que los tres años liberales del 'trágala', sencillamente no habían existido. Así, sin más. Cuanto se hizo en ellos debía ser aniquilado, equivalía a cero. Las actas de esos «mal llamados años» debían borrarse, quemarse, tacharse o arrancarse de los libros.
La bellaquería de Fernando era ilimitada. En sus memorias de preso, Napoleón contó su servilismo mientras el corso dominó España: «No cesaba de pedirme una esposa de mi elección: me escribía espontáneamente para felicitarme siempre que yo lograba una victoria [contra los españoles]; expidió proclamas a los españoles para que se sometiesen, reconoció a José [Bonaparte], me pidió su Gran Banda [condecoración bonapartista] y me ofreció a su hermano Carlos [María Isidro, el futuro rey de los carlistas] para mandar los regimientos españoles que iban a Rusia, cosas todas a las que no estaba obligado. En fin, me instó vivamente para que le dejase ir a mi Corte de París. No me presté al espectáculo».
Muy Noble y Muy Heroica
Por descontado, cuando Bonaparte fue vencido en Waterloo, Fernando mudó de golpe su conducta rastrera y volvió a España como libertador, aclamado por un pueblo ignorante y fiel. Invitado por su leal Palafox, pasó la Semana Santa de 1814 en Zaragoza. De inmediato fue a Valencia, donde le atendió su primo Luis de Borbón y Vallabriga, de talante liberal. Luis, hijo de una dama zaragozana (y pintado por Goya), era el cardenal primado y cabeza de la Regencia que había guardado el trono a Fernando. Pero este, en cuestión de horas, optó por el primer pronunciamiento militar de nuestra historia, apoyado por los regimientos del general Elío. La Constitución fue abolida: «Mi real ánimo es no solamente no jurar ni acceder a dicha Constitución, ni a decreto alguno de las Cortes (...), sino el de declarar sin efecto, ahora ni en tiempo alguno, como si no hubiesen pasado jamás tales actos y se quitasen de en medio del tiempo, y sin obligación en mis pueblos y súbditos de cualquier clase y condición a cumplirlos ni guardarlos».
Llovieron sobre España medidas represoras que, para mayor mal, no se vieron paliadas por gobiernos eficaces e inteligentes. Cuando los militares liberales dieron su golpe -el de Riego- en 1820, Fernando rio se inmutó: «Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional». Hasta que pudo darle la vuelta a la tortilla en 1823.
Pues, bien: en 1815, fue este rey lamentable quien concedió a Zaragoza, por su notable resistencia ante las tropas de Bonaparte, los títulos de Muy Noble y Muy Heroica, y el uso de laurel y palma en su escudo de armas. Este año hace, pues, dos siglos exactos de esa distinción.
Zaragoza ha hecho ya un par de alteraciones importantes y, en general, sensatas en su nomenclátor viario desde 1978. A algunos no parecen bastarles todavía y piden más, en un deseo casi neurótico -fernandino, podría decirse-, de aniquilar el pasado. La pregunta es si no deberían suprimirse del escudo de la ciudad esas vistosas distinciones concedidas por un rey despótico, inquisitorial y detestable.
Farolas ominosas
En fin: quienes deseen que en la España del siglo XXI continúe habiendo ‘mal llamados años', habrían también de quitar de la calle zaragozana del Conde de Aranda (notorio absolutista, por cierto) las farolas que el concejo puso allí en el año 2004.
Son, sin duda, un bello modelo de 1832, pero todas lucen, sin ningún rebozo, la cifra «FVIIF», que, con elegantes trazos para enlazar ambas efes, tributa un doble y claro homenaje al fementido rey Fernando VII. Es decir, que son farolas ominosas y serviles. Mal llamadas farolas, vaya.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia, Sin ir muy lejos
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home