Shanga, la huella china en Kenia
(Un artículo de Joana Socies publicado en el suplemento
Crónica de El Mundo el 22 de agosto de 2010)
La brisa monzónica golpea mi cara. Subida en una barcaza
repleta de bártulos y gentío, navego rumbo a la isla de Pate, en la costa norte
de Kenia, a dos horas del archipiélago de Lamu. Atravieso las aguas del Océano
Indico, me llevan con fuerza las mismas olas que hace 600 años arrastraron al
más célebre explorador chino, Zheng He, el descubridor de los mares de
Occidente hasta la costa africana.
Me despido de la civilización y me adentro en las entrañas
de la isla de Pate, un lugar de gentes de tez amarillenta, ojos almendrados y
cabellos lacios y finos; la cuna de los primeros y únicos descendientes de
chinos en África, los herederos de los hijos del Imperio chino que llegaron al
continente más inhóspito.
Poso mis pies en la orilla de la isla, rodeada de manglares,
cocoteros y bananeras, y respiro un aire puro y fresco, el aire de la selva
virgen africana que todavía no conoce la huella destructora del ser humano. Me
reciben con los brazos abiertos las gentes del pueblo de los amarillos, como
los conocen sus hermanos africanos.
Son un puñado de familias que seis siglos después de que los
asiáticos pisaran este rincón de África aún conservan la misteriosa huella de
los genes chinos que se mezclaron con sus sangres en la época del Medievo. «Mi
madre me decía que nosotros venimos del clan de China», recuerda Baraka
Bandishe, madre de la princesa africana que los chinos encontraron en 2005 tras
un experimento de genética para demostrar que por las venas del pueblo de Pate
corre sangre china.
Son los descendientes de unos náufragos asiáticos que, sin
saberlo, se convirtieron en los primeros extranjeros en llegar y asentarse a la
costa este de África, casi un siglo antes que los portugueses, que se colgaron
la medalla de descubrir la orilla oriental africana. Fue en torno a 1415 cuando
los marineros del almirante Zheng He, un explorador chino castrado por los
mongoles, se toparon con África en sus viajes hacia Occidente, muchos años
antes de que los portugueses encabezados por Vasco de Gama rodearan el Cabo de
Buena Esperanza en 1498 y sus naves de madera se adentraran en la costa
oriental africana.
El encuentro de los chinos con esas misteriosas gentes de
pieles oscuras, ojos y formas redondas, permanece aún hoy en la memoria colectiva
de las gentes de Pate. «Nuestros ancestros les llamaron los wafamao, una palabra que en suajili significa
náufrago», cuenta Faruk, que cree tener cerca de 90 años, de rasgos
amarillentos, uno de los ancianos más respetados en la aldea de Pate, que
recuerda a su madre y abuela hablar de aquellos hombres menudos que se quedaron
a empezar una nueva vida en África.
La historia envuelve este lugar, de zonas pantanosas y
playas vírgenes; un islote en medio de la nada que entró en los libros de
Historia a principios del siglo XV, en pleno apogeo del comercio entre África
del Este y Asia. Eran los tiempos de apertura del gran imperio chino de la dinastía
Ming, que vivía de exportar al mundo su grandeza en forma de porcelanas,
especias y sedas.
Los libros de historia de esta parte del mundo cuentan que
en 1415 una expedición de medio centenar de barcos chinos repletos de refinados
utensilios de porcelana, suaves sedas de mil colores y aromáticas especias
cruzaba las aguas del Océano Índico camino a África, de donde se volverían con
marfil, ébano, exóticos animales salvajes y, también, con esclavos. Los
lideraba Zheng He, el Cristóbal Colón asiático, que llegó a tener más de 27.000
hombres a su cargo. Además de su aventura africana, Zheng He realizó otras
siete expediciones en tres décadas de carrera como aventurero: a la India, a
Oriente Medio, al Sureste Asiático...
La tripulación de uno de los barcos que llevó a África -cuyo
nombre todavía se desconoce- vio cómo la desgracia caía sobre sí: habían
navegado durante días y noches, se acercaba el momento de divisar la costa, el
nuevo mundo que se abriría ante sus pies: el continente más desconocido de
todos cuantos se conocían. [Faltaban 77 años para que Cristóbal Colón zarpara
de Palos rumbo a América].
Sin embargo, el barco perdió el rumbo y pocos días antes de
llegar a tierra firme, chocó contra una gran barrera de coral que protege la
isla, la roca Mwamba Hasaní, de diez kilómetros de largo, y el barco se hundía
a medida que crecía el pánico entre los hombres de la tripulación, que vieron
cómo la misión de llevar China al resto del mundo que les había encomendado el
emperador hacía aguas.
Diferentes investigaciones hablan de hasta 400
supervivientes del hundimiento, náufragos que nadaron la distancia que había entre
el mar abierto y la playa de Shanga, en la costa oriental de la isla de Pate.
Hoy la aldea de Shanga -bautizada así por los chinos en homenaje a su Shanghai
natal- cuenta con apenas una decena de chabolas donde viven 200 personas que
enseñan con orgullo los vestigios del paso de los primeros chinos que echaron
raíces en África y abrazaron la fe musulmana que inundaba el lugar. Unos
náufragos que dejaron una huella que ha sobrevivido intacta al paso del tiempo.
Fue en 2005 cuando los primeros funcionarios del régimen
comunista llegaron a la costa oriental africana para reclamar su papel en la
historia. En ese año una expedición de arqueólogos y científicos procedentes de
Pekín visitó Pate en busca de los descendientes de su grandeza. Encontraron en
la familia de Baraka Badishe, de 40 años y memoria olvidadiza, la explicación
de tanta leyenda desconocida en Asia. «De pequeña me dijeron que nosotros
éramos del clan de China y que veníamos de Shangai», asegura.
Baraka vio cómo los chinos encontraron el objeto de su deseo
en su hija, una adolescente tímida a la que convirtieron en princesa heredera.
A su hija, Mwamaka Shariff, le cortaron su larga cabellera de lacio pelo negro
y tras hacer varias pruebas de ADN descubrieron que era descendiente directa de
los marineros chinos. Hoy, Mwamaka, de 23 años, estudia medicina en Pekín,
becada por el Gobierno comunista, habla chino a la perfección, se encuentra
feliz de su vida en su nuevo país de acogida y apenas visita la remota isla donde
una vez nació y se crió. «Parecía una china de verdad», cuenta mamá Baraka, que
tiene otros cuatro hijos, pero ningún otro ha sido catalogado como el enviado
directo de los chinos.
Baraka me cuenta la historia de su aclamada hija mientras
trabaja en su pequeño huerto de frutas y verduras. «La primera vez que se fue a
China la recibieron como a una gran princesa, como a la heredera de sus
antepasados. Incluso la acompañó un ministro». Dicen que su familia fue la
primera que se casó con un chino venido del mar. Se casaron y tuvieron el
primer descendiente de un chino con una africana en Siyu, una aldea en el poco
explorado interior de la isla de la que hoy apenas quedan una veintena de
chabolas de paja y barro.
Pocos blancos se aventuran a la costa de Pate, una isla de
cuatro aldeas, apenas 5.000 habitantes y 75 kilómetros cuadrados, con una costa
desnuda que alimenta a una población desamparada que, sin embargo, recibe con
caras de sorpresa y gritos de ilusión al mzungu
(blanco, en suajili). En mi recorrido por la isla me adentro en las aldeas de
Pate, Shanga y Siyu, donde la vida golpea con dureza. Sin agua potable, sin
electricidad, apenas sin comida, el pueblo de los primeros chinos de África
sobrevive con lo puesto, una vida cruda, que seguro dista poco de la vida que
se encontraron los primeros chinos que pisaron el suelo africano a principios
del siglo XV. Sin carreteras, sin asfalto, sin más medio de transporte que las
piernas y los burros, descubro los ancestros de un pueblo que ni los propios
kenianos conocen.
Cuentan los libros de viajes de Zheng He que sus hombres
relataron en sus cuadernos de viaje el encontronazo con un pueblo de gentes de
formas redondas, con el pelo rizado y mujeres cubiertas con telas negras que
impedían ver sus rostros. Una cita histórica entre la grandeza de los enviados
del Imperio y los africanos que por primera vez se encontraban con gentes de
pieles claras y ojos rasgados. Un encuentro que marcó el futuro de la isla para
siempre.
A su llegada a tierra, los wafamao reclamaron a los nativos un trozo de tierra en el que
vivir, aunque los indígenas desconfiaron inicialmente de esos hombres pequeños
y de ojos rasgados que habían salido de las oscuras entrañas del mar. Pero los wafamao pudieron llegar a ganarse el
respeto de los locales el día que mataron a una serpiente que -según le contaron
sus ancestros a Faruk- era tan grande como una mesa y podía comerse a una
persona de un bocado. Las pitones siguen marcando terreno en la zona aún hoy,
aunque hace años que no se oye que se alimenten de humanos. Parece que ahora
sólo se atreven con las cabras y el ganado de los locales.
Cuentan los habitantes de Pate que la enorme pitón del siglo
XV tenía atemorizados a los indígenas. La bestia reptil arrasaba con el ganado
y atacaba a los humanos, que vivían bajo el acecho de un monstruo de proporciones
históricas. Los recién llegados a la isla hicieron un pacto con los locales:
matarían al animal a cambio de un pedazo de tierra en el que empezar de cero.
Armados con lanzas y afiladas estacas los chinos se
aventuraron en la caza y captura del animal, que sucumbió a la inteligencia
asiática. Los chinos le tendieron la trampa a la serpiente poniéndole ante ella
un suculento ternero de afilados cuernos. La pitón fue víctima de su propia
codicia y se atragantó con el aparentemente suculento animal. El premio fue,
además del trozo de tierra en el que echar raíces, el permiso para casarse con
las mujeres locales.
La hazaña se recuerda todavía en Pate, donde cada familia
muestra orgullosa al visitante sus miembros achinados y rememora el capítulo de
sus ancestros, los chinos y la pitón, una historia que ya se ha convertido casi
en leyenda. Una leyenda que ahora el Gobierno de China, en pleno apogeo de su
extensión africana, se afana por reclamar y comprobar con datos empíricos.
La leyenda china en África se recuerda además por el
histórico viaje que hizo la primera jirafa africana a Asia en 1414. Era un
regalo del rey de Malindi, en la costa de Kenia, al emperador chino en
agradecimiento por sus buques cargados de porcelanas y materiales preciosos
nunca vistos en el continente negro. La jirafa causó gran sensación en China
por su gran parecido al animal mitológico Ki-Lin, similar al unicornio
occidental. La jirafa Ki-Lin fue considerada una criatura sobrenatural que sólo
podía aparecer en la corte de un reino gobernado por un emperador virtuoso y
justo, un regalo africano que ayudó a la dinastía Ming a acrecentar su poder y
admiración entre sus súbditos.
Los viajes de mercaderes chinos a la costa africana hicieron
que en poco tiempo la costa keniana fuera conocida como la costa de la
porcelana. Unos valiosos utensilios que hoy se encuentran repartidos en museos
de todo el mundo y que muy pocas familias de Pate han entendido la importancia
de conservar. El matrimonio de Abdala Heri y Hafusa Ali Dini es una de las
pocas que conserva aún hoy en sus armarios la grandeza de la porcelana de la dinastía
Ming. La familia muestra como el más preciado de sus tesoros, que guarda en el
rincón más escondido de su casa, un gigante plato de la dinastía Ming de 300
años de antigüedad que hoy se ha convertido en el objeto más preciado del
pueblo de Pate. Confiesa la familia que el plato es usado para transportar a
los bebés muertos hasta el cementerio. Es el honor de los recién nacidos que
deciden no quedarse en el mundo de los vivos. Es consciente la familia de que
conserva un tesoro y asegura que pese a las penurias no venderán el objeto más
preciado que les dejaron sus antepasados.
La expedición de los chinos para recuperar su pasado
africano no acabó con el ADN encontrado en el pelo de Mwamaka. […] La
exploración en la costa de Pate, frente a la playa de Shanga, en busca de los
restos del barco de nombre desconocido que inauguró el capítulo chino en África
[…] es un ambicioso proyecto con el que China quiere probar al mundo que fue su
imperio el que descubrió el continente negro y no la tripulación del portugués
Vasco de Gama.
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