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viernes, junio 4

El Pilar, templo político

(La columna de Guillermo Fatás en el Heraldo de Aragón del 12 de octubre de 2015)

Carlos Salas, un delicado escultor catalán del siglo XVIII, labró en mármol una fina y expresiva alegoría que vinculaba la Monarquía española con el Pilar de Zaragoza

Es un hecho muy raro, si no único, que una ciudad tenga dos catedrales católicas activas, como sucede desde 1675 en la capital de Aragón, con la Seo y el Pilar, dedicadas, respectivamente, a Jesús como salvador del mundo y a su madre, María.

Catedrales, no concatedrales

No son concatedrales, variedad que sí se da en diócesis con dos sedes situadas en poblaciones distintas, según ocurre en las aragonesas de Teruel-Albarracín y de Barbastro-Monzón. En estos obispados con doble capitalidad, hay una sede o cátedra para el prelado en cada una de ellas, ambas con el mismo rango catedralicio. Ni tampoco el de Zaragoza es el mismo caso que puede verse en ciudades que mantienen dos iglesias que han sido catedrales, pero no simultánea, sino sucesivamente: así sucede en Lérida, donde conviven la extraordinaria ‘Seu vella' medieval, o catedral vieja, con la nueva, que es un templo del siglo XVIII y canónicamente hablando la única catedral de la capital del Segre.

Dos catedrales, una sola fiesta

Las dos catedrales de Zaragoza lo son a la vez y sin distingos. Ambas celebran su festividad el 12 de octubre, por ser la fecha de la consagración de la Seo, en 1119. Están servidas por un único capítulo (‘cabildo') de canónigos. Y ambas tienen vínculos históricos, potentes y visibles, con el poder político. Por ejemplo, la Seo fue el escenario habitual, durante siglos, de la solemne y costosa pompa en la que se coronaba a los reyes de Aragón. Esta ceremonia litúrgica y política reunía en el templo zaragozano a un sinfín de ilustres personajes de variada procedencia, pues la coronación afectaba directamente a numerosos territorios cuyo soberano común era el rey aragonés. También la Seo dio cabida a reuniones de las Cortes o a ceremonias relacionadas con el justiciazgo. Puede, pues, si se consiente el anacronismo, considerarse que era un templo de Estado.

El Pilar y los monarcas

En cuanto a Santa María la Mayor, que es el nombre primero del Pilar, su vínculo con lo político es también poderoso, aunque más tardío y de naturaleza más privada, porque afectó, y sigue afectando, más a las personas reales que al Estado en sí. Este lazo se basa en la fe puesta por los dinastas hispanos en el relato de la aparición de María a Santiago en la capital del Ebro. La 'Venida de María en carne mortal', según la fórmula arraigada, implica la construcción, en suelo de España, del primer templo mariano de la cristiandad universal. La edificación tiene lugar en torno a un elemento celestial (la Columna), en vida de María y por su mandato personal, dado in situ a un apóstol de Jesús. España es tierra de predilección divina y mariana a causa del Pilar.

Los milagros y los reyes

La primera cofradía pilarista es erigida en el siglo XV por la reina Blanca de Navarra, tras una gracia sanadora que atribuye a santa María de Zaragoza. Su lema expresa bien la intención: «A Ti me arrimo». Aparte la cercanía física e histórica entre Aragón y Navarra, la devota reina era esposa de un príncipe aragonés, el futuro Juan II de Aragón, que, una vez viudo y vuelto a casar, fue padre de Fernando el Católico.

Sin embargo, el milagro que disparó hasta extremos extraordinarios la creencia en la calidad taumatúrgica de la Virgen del Pilar fue la reposición, en 1640, de una pierna perdida y enterrada a un joven calandino. Aquel portento, difundido en toda Europa, influyó incluso en las doctrinas teológicas sobre la resurrección de la carne. El monarca más poderoso del mundo, el español Felipe IV (el 'Rey Planeta'), visitó el templo, recibió además en la corte al afortunado aragonés y le besó, arrodillado, su pierna milagrosa.

En 1649, encomendó la Monarquía a la Virgen del Pilar. Su hijo Juan José de Austria, virrey de Aragón muy querido, mandó enterrar su corazón al pie de la Columna, donde sigue. Y, al comenzar las obras de la nueva Santa Capilla, cuyo cuarto de milenio se conmemora hoy, Fernando VI sufragó buena parte de los trabajos y ordenó dirigirlos a su mejor arquitecto, Ventura Rodríguez.

Un manifiesto esculpido

De esta relación peculiar entre la Corona y el Pilar habla un bello medallón ovalado, contiguo al lugar donde los devotos besan la Columna, pero poco visible por estar a tres metros de altura. El catalán Carlos Salas, hacia 1760, esculpió a María, entre nubes, dejando una columna en tierra, ante las alegorías de la Iglesia, España y su Monarquía: un papa; una Minerva con escudo español (y barras de Aragón en su centro); y un rey con el Toisón y el cenó en tierra. Siempre se dice que es Fernando VI, amante de la Santa Capilla. Pero el artista, a mi juicio, le puso el rostro de Juan José de Austria, vástago regio que señala discretamente con su índice dónde yace su corazón. Un manifiesto político junto al mismo Pilar.

 

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