París, tras los pasos de Édith Piaf
(Un texto de Pepa Roma en la
revista Mujer de Hoy del 22 de agosto de 2015)
En Pigalle y
Montmartre sonaban su
acordeón, su voz intensa y sus letras desgarradas. Y todavía siguen sonando. París es, gracias a
Piaf, La
vie
en rose y Je ne regrette rien. La ciudad [celebró en 2015] el centenario
de la cantante.
El espíritu Piaf sobrevuela París. La ciudad vive y respira bajo el
sonido -real o imaginado- de un acordeón y es gracias a ella. Su voz le regaló esa cadencia desgarrada y evocadora que forma un
todo con París. Siempre. Cualquier día y a todas horas, pero [en 2015] más que
nunca porque la ciudad celebra el centenario de su nacimiento la excusa perfecta,
si es que hacía falta una, para peregrinar a los "santos lugares"
que' ella frecuentaba o que determinaron su existencia. Como el bohemio y
recoleto barrio de Belleville, que la vio nacer y donde reposan sus restos; su
apartamento-museo en la rue Crespín du Gast; los barrios de Montmartre y
Pigalle, donde probablemente no hay calle o esquina por donde no paseara Piaf o
se detuviera a cantar con su acordeón; La Coupole, L'Olympia, L'Odéon y otros
míticos escenarios en los que actuó…
Seguir los pasos de la artista por París es más que visitar los muchos lugares
donde hay una placa, una estatua o un museo dedicado a la diosa de la canción.
Es recorrerlo con otros ojos, los suyos, los de la enamorada de sus calles y
sus gentes, los de la acordeonista que vive de las monedas que recoge de los transeúntes,
porque probablemente hay pocos sitios de la ciudad a los que no haya cantado.
Su música es una invitación a visitar la capital de Francia y dejarse ganar por
una literatura que parece impregnarlo todo. Basta detenerse y levantar la vista al cielo para ver, con Piaf, "los
pájaros que vienen del mundo entero para hablar entre ellos”, o envolvernos en
el aire protector de los amantes, como canta en Sous le cíel de Paris.
Nadie ha fijado imagen de la capital francesa en el inconsciente
colectivo de varias generaciones como lo ha hecho ella. París como ciudad del
amor, ese gran tema siempre presente en su música dramática y desgarrada. Ese
París por el que la móme (la niña,
como se la apodó en sus comienzos) deambula en busca de su amante, como esa
chica perdida en la multitud de su canción La Foule.
"Soy una sombra de la calle", canta en otra de sus creaciones.
En ella nació el 19 de diciembre de 1915, frente al número 72 de la rue de
Belleville, donde una placa recuerda el momento en el que a su madre re sorprendió
el parto, cerca de la plaza que hoy lleva su nombre y se adorna con una estatua
de la cantante.
Hija de un acróbata y de una jornalera de la canción, Édith Giovanna
Gassion sobrevivió a una infancia de miseria y enfermedad entre prostíbulos y circos
ambulantes hasta que, a los 14 años, decidió buscarse la vida cantando con su acordeón
en las calles de Montmartre y en los oscuros cabarés de Pigalle. A los 16 dio a
luz a su única hija, Marcelle, que murió a los dos años de una meningitis.
Se produce un giro en su vida cuando la descubre Louis Leplée, dueño del
Cabaret Gemy's de la rue Pierre-Charron, en las inmediac1ones de los muy elegantes
Campos Elíseos. Así sube por primera vez a un escenario con el sobrenombre de La móme Piaf (la niña gorrión). Su triunfo
es inmediato y poco después, en el escenario de L'ABC, el music hall más
prestigioso de la época, adopta el nombre definitivo de Édith Piaf.
La delicadeza e
intensidad de esa muchacha con
aspecto de pajarillo que no alcanzaba metro y medio de estatura conmocionó
París. En su voz, los temas y la canción popular se hacen gran literatura,
convirtiéndose a la vez en estrella de un precoz
pop de la época y en musa de la intelectualidad. Con letristas que darán una
nueva dimensión a su música, como el gran poeta Jacques Prevert, su repertorio
se amplía con canciones como Las hojas muertas, uno de los éxitos de Piaf
más reproducidos por otros cantantes, desde Yves Montand a Eric Clapton.
A las castañeras, a los niños de la calle, a los artesanos y a los ladronzuelos…
A todos los personajes de barrio, al Quartier Latin, al Café du Dóme, a Las
Tullerías y a la plaza Vendóme; a los estanques de gansos y a los árboles al
borde del Sena. A todos dedica su canción París. Ese Mon grand París, al
que Édith cantaba y salía al encuentro como al de un amante.
De la mano de Jean Cocteau, vástago de la alta burguesía y, por tanto, procedente del otro
extremo social de aquel al que pertenecía Piaf, pasa al teatro con El bello
indiferente. También protagoniza o interviene en una serie de películas
musicales con otros grandes de la época, como La Garçonne (1936) de Jean
Limur, basada en la novela The Flapper de Victor Margueritte; Montmartre-sur-Seine
(1941), dirigida por Georges Lacombe; Étoile
sans lumiére (1945), donde conoce a un jovencísimo Yves Montand, que
se convierte en su amante; Les portes de la nuit (1946), de Marcel Carné; French Cancan, escrita
y dirigida por Jean Renoir en 1954, donde actúa con Jean Gabin, María Félix y Michel Piccoli; o Les amants de demain (1959),
dirigida por Marcel Blistène, un drama musical en el que Édith es la principal
protagonista junto a Michel Auclaire, y que fijará para siempre la imagen de la
cantante con su inmortal petite robe noire.
Édith Piaf ha pasado de la calle al centro mismo de la escena parisina, en el
momento considerado como el de
mayor esplendor de la cultura
francesa que abarcó aquellos años 30 y 40 -anteriores y posteriores a la II Guerra Mundial-, en los
qué París vive la máxima concentración de talentos literarios y su época dorada
de la escena y la pantalla, con películas excepcionales como Les enfants du
Paradis de Marcel Carné.
Con escritores, directores y actores colosales, con los que trabaja o se
relaciona Piaf, o con los
que la vemos retratada en las fotos que adornan la todavía hoy mítica La
Coupole en Montmartre. Era la brasserie
obligada por la que pasaba todo
el quién es quién del momento, desde Louis Aragon o Josephine Baker a Jean Paul
Sartre, Albert Camus, o Simone de Beauvoir y donde el surrealismo se codea con
los precursores del
existencialismo; y la gran cultura con el cabaré de la Baker o la música ligera
del chansonnier Maurice Chevalier, cuyos restos y plaza conmemorativa
están, por cierto, muy cerca de los de su amiga Piaf.
Es una época truncada por la II Guerra Mundial, tras la cual Francia
necesita volver a creer en sí misma. Y ahí están de nuevo ella y su voz
apasionada. La vie en rose,
que escribe en 1945, se convierte en himno a la esperanza y en la gran canción de
su vida. Su fama traspasa fronteras y, en Nueva York, donde actuará en 1948 en
el Carnegie Hall, conoce al que será el gran amor de su vida, el boxeador
Marcel Cerdan, de origen español. El estaba casado
y vivieron su amor entre vuelos trasatlánticos y encuentros en hoteles, hasta que,
apenas un año después, el avión en el que él acudía a visitarla se estrelló en
las Azores.
Se dice que del dolor por aquella trágica muerte procede la adicción de
Piaf a la morfina y su tendencia a buscar refugio en amantes y protegidos, como
el por aquel entonces joven cantautor Charles Aznavour que en 1951 se convierte
en su secretario, asistente, chófer y confidente.
En 1952 se casó con el cantante Jacques Pills, para
divorciarse solo cuatro años después. Comienza entonces una historia de amor
con George Moustaki, a quien Édith lanza también a la canción.
Católica y supersticiosa, se dice que rezaba antes de
salir a escena, lo que no le impidió llevar una vida de amantes numerosos y excesos
con el alcohol y los opiáceos. Su
vida comenzó a apagarse en 1960, cuando cae desmayada en plena actuación en
Nueva York y tiene que volver sola a París después de sufrir un accidente de
coche con Moustaki, que acto seguido la abandona. Pero Piaf, que proclamaba que
pretería morir a dejar de cantar, en contra de las indicaciones de su
médico, regresó a escena en 1961 para reflotar el Teatro Olympia de París con
un concierto legendario en el que presentó Je
ne regrette rien (No me arrepiento de nada), una canción que hace referencia
a su pasado de alcohol, amantes y
morfina.
Amigos como Alain Delon, Paul Newman, George Brassens, Duke Ellington o
Jean-Paul Belmondo la aplaudieron desde la primera fila, y Louis Armstrong dijo
de aquela interpretación: "Me arrancó el corazón".
El último de los hombres que pasó por la vida de Édith Piaf fue el
griego Theophanis Lamboukas, al que ella rebautizó como Théo Sarapo, 20 años
más joven, con el que se casó un año antes de su muerte y
que se convirtió en su heredero universal.
Édith Piaf moría el 10 de octubre de 1963, a los 47 años, en una casa de campo en la localidad
mediterránea de Plascassier, desde la que su marido trasladó en secreto sus
restos a París, donde se anunció oficialmente su muerte al día siguiente.
Hubo muchos hombres en su vida, pero ninguno tan eterno e incondicional como Jean Cocteau, uno de los primeros que creyó en ella y
con el que mantuvo una asidua correspondencia. Fueron amigos del alma hasta
para morir. Cuando Cocteau se entera de que su Édith habla muerto, dijo: "Si
la Piaf ha muerto, ya puedo hacerlo yo", o eso es al menos lo que cuenta
la leyenda, acaso para explicar la coincidencia del adiós de ambos, con menos de un día de diferencia.
La multitud de admiradores que se lanzaron a
la calle para acompañar al cortejo funerario de Édith Piaf detuvo el tráfico
como no se había visto desde la liberación de la capital en 1944, cerca ya del
fin de la II Guerra Mundial. Hoy, su tumba sigue siendo una de las más
visitadas del cementerio de Père-Lachaise, donde reposan grandes
luminarias de la cultura y la política de Francia y del mundo entero.
El gran atractivo que ejerció para tantos hombres (y también
para alguna mujer, como Marlene Dietricht), así como la pervivencia de su
música dan cuenta de un magnetismo que trascendía a la imagen
de esa chica feúcha, vestida
eternamente de luto. Ese atuendo perenne que después de ella imitarán o
adoptarán las divas del existencialismo como Juliette Greco, y que se convertirá en una pieza icónica: la petite robe noire. Será una
prenda obligada en el armario de toda parisina que se precie, como señala la modelo
Inés de la Fressange en su gura de estilo La Parisína, donde lo vincula con
la imagen imperecedera de la artista, inolvidable e irrepetible.
De hecho, las propias firmas discográficas tratarían, después de la
muerte de Piaf, de encontrarle una sucesora en la figura de Mireille Mathieu, pero
ninguna voz podrá igualar nunca la fuerza y la intensidad que emanaba del interior
de la mujer pajarito.
Por calles y teatros
MONTMARTRE Y PIGALLE. Probablemente no hay calle por donde no paseara Piaf o se detuviera a
cantar con su acordeón. Y,
por extensión, cualquier lugar
de París es bueno para callejear tarareando una canción.
BELLEVILLE. En el
72 de la rue de Belleville una
placa recuerda el lugar donde
nació, en plena calle. En
el cementerio de Père-Lachaise
reposan sus restos junto a los de
su marido, Theo
Sarapo. También están enterrados
Oscar Wilde, Marcel Camús, Maria Callas…
SU CASA del número 5 de la rue Crespin du Gast, donde vivió al principio de su carrera. Recrea la atmósfera de aquellos días
con sus objetos personales.
SUS ESCENARIOS. L'Olympia, el teatro que relanzó en 1961, convirtiéndolo
en gran templo de la música. En Montparnasse, L 'Odeón, lugar de cita de los intelectuales
de los 30, y que sigue siendo un clásico.
La
creme de la intelectualidad
Édlth Piaf se
colocó con la intensidad de sus interpretaciones y unas letras
que sonaban como la mejor literatura, en el centro mismo de la escena parisina.
Corrían los años de mayor esplendor de la cultura francesa y ella se codeaba
con nombres como Louis Aragon, Josephine Baker, Jean-Paul Sartre, Albert Camus,
Simone de Beauvoir… Escritores, directores y actores colosales, y también muchos amantes: Yves
Montand, George Moustaki, Charles Aznavour, pero también el boxeador Marcel Cerdan,
el gran amor de su vida; Jacques Pills, que fue su primer
marido; o Théo Sarapo, el segundo, con el que se casó un año antes
de su muerte y que se convirtió
en su heredero.
47 años de vida le bastaron para convertirse en inmortal
y para cosechar el aplauso de muchos (y
muy célebres)
amigos, entre los que se
contaban Alain Delon, Paul Newman, George Brassens, Duke Ellington, JeanPaul Belmondo
o Jean Cocteau, con el que tejió una profunda amistad a la que pondría fin la muerte de
ambos con 24 horas de diferencia.
Etiquetas: Grandes personajes, Sitios donde perderse
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