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viernes, mayo 31

Una historia de la vida privada: comer, dormir, sexo, higiene, diversión...

(Un texto de Bill Bryson en elconfidencial.com del 13 de junio de 2019)

El autor de 'Una breve historia de casi todo' propone una divertida reflexión sobre la historia de los objetos y los hábitos de la cultura europea.

Todo lo que sucede en el mundo —todo lo que se descubre, o se crea, o todo aquello por lo que se pelea amargamente— acaba terminando, de una manera u otra, en la casa de cada uno. Guerras, hambrunas, la Revolución industrial, la Ilustración, todo está ahí, en los sofás y las cajoneras, escondido entre los pliegues de las cortinas, en la aterciopelada suavidad de las almohadas, en la pintura de las paredes y el agua de las cañerías. Y por ello la historia de la vida doméstica no es solo una historia sobre camas, sofás y cocinas, sino sobre prácticamente todo lo que ha sucedido. Las casas no son el refugio de la historia. Son el lugar donde termina la historia.

El salón
Si tuviéramos que resumirlo en una sola frase, diríamos que la historia de la vida privada es la historia de ir sintiéndose confortable y cómodo poco a poco. Hasta el siglo XVIII, el concepto de sentirse confortable en casa era tan desconocido que ni siquiera existía una palabra que lo definiera. “Confortable” significaba simplemente “capaz de ser consolado”. El confort se entendía como el consuelo que se ofrece al herido o al afligido.

La primera persona que utilizó la palabra en su sentido moderno fue el escritor Horace Walpole, que en una carta a un amigo escrita en 1770 le comentaba que una tal señora White le atendía muy bien y le hacía sentirse “lo más confortable posible”. A principios del siglo XIX, todo el mundo hablaba de tener un hogar confortable o de disfrutar de una vida confortable, pero antes de la época de Walpole, nadie hacía mención de ello. En ningún lugar de la casa se plasma mejor el espíritu del confort (si no la realidad) que en la estancia de curioso nombre: el salón.

Durante los siglos XVII y XVIII, el término inglés que define esta pieza, 'drawing room', se vio desafiado en los círculos ingleses más refinados por el salón francés, que a veces se anglicanizó para dar lugar a la palabra 'saloon'. Ambas palabras, sin embargo, acabaron asociándose a espacios exteriores a la casa, de modo que el 'saloon' vino primero a referirse a una estancia donde socializar en un hotel o en un barco, después a un local donde se servían bebidas alcohólicas, y finalmente, y de forma algo inesperada, a un tipo de automóvil, la berlina. Salón, por otro lado, quedó vinculado a lugares relacionados con actividades artísticas, antes de que se lo apropiaran (a partir de 1910) los proveedores de tratamientos capilares y de belleza.

El dormitorio
Es un lugar extraño. No hay otro espacio en la casa donde pasemos más tiempo sin hacer nada, y haciéndolo de la forma más silenciosa e inconsciente, y aun así es en el dormitorio donde se materializan gran parte de las desdichas más profundas y persistentes de la vida. Si está usted moribundo o enfermo, agotado, con problemas sexuales, con ganas de llorar, atormentado por la ansiedad, demasiado deprimido para enfrentarse al mundo o carente de ecuanimidad y alegría, el dormitorio será el lugar donde con toda probabilidad lo encontraremos.

En cuanto a la cama, durante gran parte de la historia la cama fue, para los propietarios de viviendas, su posesión más preciada. En tiempos de Shakespeare, por ejemplo, una cama con dosel costaba cinco libras, la mitad del sueldo anual de un maestro de escuela. Al ser objetos tan valiosos, la mejor cama solía quedarse en la planta baja, con frecuencia en la sala de estar, para hacer alarde de ella ante invitados o para que se viera desde la calle a través de una ventana abierta.

La cocina
Hasta mediado el siglo XIX, la cocina seguía siendo un lugar muy poco seguro para los alimentos, cuya esperanza de vida era realmente corta. Se necesitaba con desesperación encontrar la manera de conservar los alimentos en buen estado y frescos durante periodos más largos de lo que la naturaleza permitía. A finales del siglo XVIII, un francés llamado François Appert (o tal vez Nicolas Appert, las fuentes varían de manera confusa) escribió un libro titulado 'El arte de conservar todo tipo de sustancias animales y vegetales durante varios años', que representó un auténtico hito.

El sistema de Appert consistía básicamente en guardar herméticamente los alimentos en frascos de cristal y hervir después los frascos a fuego lento. El método solía funcionar bien, pero los cierres no eran del todo herméticos y a veces penetraban en los frascos aire y elementos contaminantes, provocando con ello problemas gastrointestinales a quienes disfrutaban de su contenido. En resumen, hasta que la comida llegaba a la mesa podían sucederle un montón de cosas malas. Por ello, cuando a principios de la década de 1840 apareció un producto milagro inesperadamente conocido: el hielo, que prometía transformar la situación, el entusiasmo se disparó.

El baño​
Una vivienda de hace 4.500 años del valle del Indo, en un lugar llamado MohenjoDaro, disponía de un ingenioso sistema de conductos para las basuras a través del cual los desperdicios se eliminaban del habitáculo para quedar depositados en un podridero. La civilización minoica disponía, hace más de 3.500 años, de agua corriente, bañeras y otras comodidades civilizadas. Los antiguos griegos adoraban el baño, pero para ellos bañarse era algo que tenía que realizarse con rapidez. En realidad, los baños en serio los baños lánguidos se inician con Roma. Nadie se ha bañado jamás con tanta devoción y precisión como los romanos. Para los romanos, los baños eran una forma de vida: tenían bibliotecas, tiendas, gimnasios, barberos, esteticistas, bares y burdeles, y los frecuentaban gentes de todos los estamentos sociales.

Por otra parte, tal vez no exista otra palabra en inglés que haya sufrido más transformaciones que 'toilet'. Originalmente, hacia 1540, hacía referencia a un tipo de paño y era un diminutivo de 'toile', palabra que aún se utiliza para describir cierto tipo de tejido. Después se convirtió en una tela con la que se cubrían los tocadores. Después pasó a referirse a los objetos que podían encontrarse encima del tocador. Después se convirtió en el tocador en sí, después en la acción de vestirse, a continuación en el acto de recibir visitas mientras uno se vestía, después en el vestidor, luego en cualquier tipo de habitación contigua al dormitorio, a continuación en una habitación utilizada para lavarse, y finalmente en el lavabo en sí. Eso explica por qué 'toilet water' describe en inglés el agua de colonia.

'Garderobe', palabra extinta en inglés, sufrió una transformación similar. La palabra es una combinación de 'guard' [guardar] y 'robe' [vestido], y en su origen hacía referencia a un cuarto de almacenaje, después a cualquier habitación de carácter privado, luego (brevemente) a un dormitorio y al fin a un retrete.

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miércoles, mayo 29

El sueño de dormir

(Un texto de Antonio Ortí en el Magazine del 26 de mayo de 2019)

Cada noche, miles de personas libran una dura batalla por conciliar el sueño que implica recurrir, en ocasiones, a la guerra de guerrillas.

La necesidad de encontrar una fórmula para dormir es una situación que vivieron en carne propia los pilotos de combate en la II Guerra Mundial, cuando se les obligaba a descansar solamente tres horas, oyendo fuego de artillería como música de fondo. En el libro Relax and win: Championship performance, de Lloyd Bud Winter, se explica cómo el ejército norteamericano desarrolló un método para que sus soldados pudieran dormirse en menos de dos minutos. Posteriormente, algunos científicos han alumbrado sistemas parecidos. “Las personas que duermen mal hacen tantos esfuerzos para conciliar el sueño que si no satisfacen esta expectativa acaban experimentando ansiedad y angustia, lo que contribuye a mantenerlos despiertos”, avisa Miguel Ángel Sánchez, médico psiquiatra de la Fundación Jiménez Díaz de Madrid y autor de La naturaleza del sueño. Comparte esta opinión Álex Iranzo, neurólogo de la Unidad Multidisciplinar de Trastornos del Sueño del hospital Clínic de Barcelona y presidente de la Sociedad Española del Sueño. Magazine ha sometido a la consideración de estos dos expertos algunas tácticas para dormir en un pispás.

Visualizar

La clave del éxito es imaginar una escena lo suficientemente apacible como para distraerse de las preocupaciones cotidianas. Por ejemplo, caminar entre las flores. Según Sammy Margo, autor de The good sleep guide, la visualización funciona en mayor medida cuando involucra a tres sentidos. Por ello, además de recrear un campo florido, hay que imaginar oler las flores o sentir los pies desnudos sobre la tierra caliente. Un estudio de la Universidad de Oxford publicado en Behavior Research and Therapy demostró que los insomnes que fueron instruidos para imaginar una escena relajante se durmieron 20 minutos más rápido que los que no hicieron nada.

La opinión del experto: Para Iranzo, el objetivo es no llevarse los problemas a la cama, “sino intentar que los pensamientos invasivos (un hijo enfermo, problemas en el trabajo...) salgan de la cabeza y sean reemplazados por ideas más plácidas”. La clave es visualizar situaciones neutras en las que uno no participe activamente, sino sea espectador. “Vendría a ser como dormirse con una película anodina”, ejemplifica.

El método de la escuela de PreVuelo de la Marina de Estados unidos para dormir en dos minutos

Esta técnica se divide en cuatro partes. En primer lugar, hay que relajar los músculos de la cara, ya que es habitual acostarse con el ceño fruncido y los ojos apretados. En segundo término, hay que intentar relajar los hombros y dejarlos caer tan bajo como se pueda. Después, hacer lo mismo con cada brazo. Primero uno, luego el otro. Para destensarlos, el consejo es cerrar el puño, apretar fuerte y soltar, para ser consciente de cómo se relajan. El tercer paso es tranquilizar la respiración, inhalando y exhalando relajando el pecho. Mientras, hay que relajar las piernas, al igual que los brazos. Finalmente, hay que dedicar 10 segundos a despejar la mente. Winter propone en su libro dos posibilidades: imaginarse yaciendo en una canoa en medio de un lago tranquilo bajo un cielo azul o visualizarse acurrucado en una hamaca negra en una habitación oscura.

La opinión del experto: Para Iranzo es muy posible que el tiempo necesario sea superior a dos minutos, ya que el método en el que se inspira (la relajación muscular progresiva que desarrolló en 1929 el médico estadounidense Edmund Jacobson) ya comporta cinco minutos. Por su parte, Sánchez opina que esta técnica sólo puede resultar de utilidad para quienes esporádicamente padecen episodios de insomnio.

Obligarse a permanecer despierto

Un estudio de la Universidad de Glasgow demostró que los pacientes a los que se les pedía que hicieran lo posible por permanecer despiertos, paradójicamente, se dormían antes que aquellos a los que se les instaba a dormir. Las estrategias de psicología inversa no son una solución a largo plazo, pero pueden ayudar a implementar el cambio.

La opinión del experto: Sánchez relata el caso de una paciente a la que dio por perdida tras ensayar con ella diversas técnicas y que, tras recibir la noticia de que no podía hacer nada más por ella, comenzó a dormir profundamente.

Sumergir la cara en agua fría

Entre algunos internautas circula la teoría de que lavarse la cara con agua fría disminuye el ritmo cardíaco y la presión arterial.

La opinión del experto: Si bien enfriar la habitación tiene sentido, pues el cuerpo elimina calor al dormirse, lavarse la cara con agua fría, por lo general, despierta. “En cambio, hay alguna evidencia –informa Sánchez– de que lavarse los pies con agua caliente puede ayudar a conciliar el sueño. Para este experto, el consejo para quienes duermen bien es que saquen tiempo de donde sea para estar ocho horas en la cama, y no seis o siete, como es habitual, de cara a cuidar su salud. En cambio, la recomendación para quienes habitualmente duermen mal es que restrinjan el tiempo en cama a menos de siete horas.

Levantarse de la cama y hacer algo

Algunas personas con insomnio, desesperadas por permanecer en vela, encienden el ordenador o la televisión.

La opinión del experto: “Cuando una persona lleva un rato en la cama sin poder dormir lo mejor que puede hacer es irse a un sillón cómodo hasta sentir que le viene de nuevo el sueño. La cama nunca debe ser un potro de tortura”, sentencia Iranzo. Pero lo que no se puede hacer es quedarse dormido en el sillón, pues se trata que el cerebro asocie la cama con dormir. Iranzo señala que es un error encender la tele y ponerse algo entretenido o reanudar una lectura interesante. “En la cama sólo deberíamos dormir y tener relaciones sexuales –confirma Sánchez–. Cuando es imposible dormir, el consejo que les doy en broma a mis pacientes es que se levanten y vean la Teletienda o hagan algo igual de poco apasionante”, dice.

Contar ovejas

La narcótica costumbre de contar ovejas para dormirse data, al parecer, del siglo XII, aunque por entonces no era un consejo terapéutico, sino un cuento para que quien lo escuchara se durmiera.

La opinión del experto: “Esta táctica puede llegar a poner nervioso al constatar que se llevan contadas 327 ovejas y se sigue en vilo. Es lo mismo que mirar al reloj y pensar: ‘Son las dos de la madrugada y todavía no me he dormido’”, indica Iranzo. Tampoco da buen resultado rebobinar el día en orden inverso, como se propone en ocasiones.

La técnica 478

Desarrollada por el médico estadounidense Andrew Weil, se trata de inhalar el aire a través de la nariz durante cuatro segundos, aguantar la respiración siete y expirar el aire en ocho.

La opinión del experto: “El propósito de esta técnica –recalca Sánchez– es crear un estado de calma a través de la respiración”. En su opinión, durante las dos últimas horas del día es bueno respirar profundamente para que el tránsito entre la hiperactividad diurna y la inactividad nocturna no sea brusco.

Libros Que adormecen

Aunque tal vez la principal norma que debe aplicase un escritor es mantener en vilo a sus lectores, un nuevo género literario aspira a lo contrario: a que se duerman como marmotas. Con el insomnio al alza, escritoras como Phoebe Smith se han convertido, gracias a sus audiolibros, en las estrellas de aplicaciones como Calm. Sus “cuentos para dormir” duran entre 20 y 40 minutos y se inspiran en sus viajes, desde sus travesías siguiendo a ponis salvajes en Virginia hasta sus paseos por los campos de lavanda de la Provenza, informa The Guardian. Para conseguirlo, Smith se impone normas como que cualquier cosa emocionante tiene que ir justo al principio del libro. También elige muy bien las palabras que escribe, evitando cualquier sonido perturbador que pueda causar que alguien se despierte. Finalmente, incluye muchas descripciones inmersivas y onomatopeyas, así como un ritmo lento de cara a que nadie llegue al final del libro.

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