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miércoles, noviembre 19

La intensa reina Margot

(Un artículo de Ana Echeverría en La Vanguardia leído el 4 de marzo de 2020)

Margarita de Valois fue reina de Navarra. Y pudo haberlo sido de Francia. Se lo impidieron sus errores políticos y su esterilidad. Pero nada acabaría con sus ganas de vivir intensamente.
 

El personaje de la princesa Margarita de Valois, que entonces tiene diez años, se llama Margot. El apodo se le quedará para siempre. Pero esta escena idílica no bastará para borrar las tensiones entre católicos y protestantes. Con los años, Angelot urdirá complots contra su propio hermano. Enrique III matará a Enrique de Guisa y morirá, a su vez, asesinado.

La muerte de Enrique de Navarra será igual de violenta. De los diez hijos de Catalina, solo Margarita llegará a la vejez. Y no será precisamente un instrumento de su madre: la pequeña Margot olvidará pronto los versos del gran Ronsard para interpretar su propio papel en la historia de Francia.

El gran tour de Catalina

La infancia de Margarita de Valois fue tranquila y no demasiado familiar. Los Reyes vivían en el Louvre, los príncipes se criaban en Amboise. Aún no había cumplido siete años cuando Enrique II, su padre, murió accidentalmente en una justa. Desde entonces, la política absorbió por completo la atención de su madre, tanto durante el brevísimo reinado de su hijo mayor, Francisco II, como durante la regencia del siguiente, Carlos IX. En cuanto a sus hermanas, aún era muy niña cuando se marcharon para casarse. Creció entre libros de latín y clases de baile, y según sus contemporáneos llegó a ser maestra en ambas disciplinas.

Al alcanzar la pubertad completó su educación acompañando a la corte en un gran viaje de dos años por Francia. Fue, por así decirlo, una gran gira promocional. La reina pretendía consolidar la paz y reforzar la imagen de su hijo Carlos como monarca. Para ello, paseó por las provincias toda su magnificencia: unas quince mil personas, entre damas, gentilhombres, lacayos, cocineros, coperos, músicos, capellanes y guardias. A su paso, la comitiva restauraba los derechos de los hugonotes (así se llamaba a los protestan tes en Francia) en las ciudades católicas, y los de los católicos en las hugonotes.

Para Margot fue todo un máster de iniciación a la vida cortesana. Aprendió protocolo, recibió homenajes y, no menos importante, descubrió la existencia del famoso “escuadrón volante” de la reina: veinticuatro damas de honor que revoloteaban de un amante a otro sonsacando información útil para su señora. Más tarde, la historia recordaría a Margarita por sus escandalosos amoríos, pero no hay que olvidar que el entorno en que creció (y que la criticó) no era modélico.

Estreno en política

Dos años después de su regreso a París, a la princesa adolescente le llega la primera oportunidad de intervenir en los asuntos de la Corona. Su hermano Enrique, duque de Anjou, parte a sofocar una sublevación hugonote y le pide que defienda sus intereses ante Catalina. Margarita acepta entusiasmada. Es la primera vez que alguien confía en su elocuencia. Catalina, encantada al ver que se ocupa de algo más que de asistir a bailes, le va confiando pequeños secretos de Estado.

Margot descubre el encanto de la política, pero sobre todo se siente adulta y valorada por una madre que hasta entonces se había mostrado distante. Todo se echó a perder. Al parecer, la joven tenía un idilio con el duque Enrique de Guisa, el Guisin de aquella obra infantil. Enrique de Anjou se enteró a través de uno de sus favoritos e informó a Carlos y a Catalina. A Margot le montaron una escena.

La brecha entre madre e hija seguirá abriéndose: Catalina de Médicis ni siquiera incluirá a Margot en su testamento

No es que al novio le faltara abolengo, más bien le sobraba: los Guisa competían con los Valois por la Corona. Además, los Valois, por aquel entonces, defendían la convivencia entre religiones, mientras que los Guisa lideraban el partido ultracatólico. Era un matrimonio imposible. La alianza entre Margot y su hermano Enrique se rompería para siempre. Pero lo que más dolió a la princesa fue perder la confianza de su madre, que dejó de hacerle confidencias. La brecha entre madre e hija seguirá abriéndose con los años: Catalina de Médicis ni siquiera incluirá a Margot en su testamento.

Un plan incómodo

La reina halló dos remedios para el mal de amores de su hija: desayunos a base de infusiones de acedera y un matrimonio de Estado. Se barajaron varios candidatos, desde el rey de Portugal hasta el hijo de Felipe II. Al final, tras enrevesadas negociaciones, se optó por casarla con el heredero al trono de Navarra. Navarra era por entonces un reino minúsculo. Según un dicho burlón de la época, podía atravesarse a la pata coja. El sur se había incorporado a España en tiempos de los Reyes Católicos; solo se mantenía independiente una pequeña franja al norte de los Pirineos.

Además, era un nido de hugonotes, empezando por la reina, Juana de Albret, que estaba aliada con buena parte de la aristocracia francesa. Casar a los dos príncipes era un intento de fortalecer la paz religiosa, siempre precaria, como demuestran los rumores tras la muerte repentina de Juana, que no llegó a ver la boda. La mató una neumonía, pero corrió la voz de que su futura consuegra le había regalado unos guantes envenenados.

A Margot no le gustaron nada estos planes. Enrique de Navarra no era un príncipe refinado: prefería la caza a los libros, cuidaba poco su higiene y no hacía falta besarle para adivinar que su plato favorito eran las tortillas de ajo. Además, la princesa sabía que su posición de mediadora entre bandos enemigos iba a ser incómoda. Según algunos autores, se resistió con tanta energía que, durante la ceremonia, su hermano mayor tuvo que inclinarle la cabeza a la fuerza para que diera el sí. Otros ponen en duda la anécdota y creen que se exageró más adelante para poder anular el matrimonio.

Tampoco la Iglesia católica vio con buenos ojos el enlace. El papa Gregorio XIII jamás lo autorizó. Fue Catalina quien falsificó una carta en la que se anunciaba la llegada inminente de la dispensa papal. Los festejos fueron lujosos y multitudinarios... Pero no duraron mucho. Apenas seis días más tarde, por razones que aún no han quedado claras, los extremistas católicos emprenden una matanza de hugonotes. Las calles de París se llenan de cadáveres.

La familia real francesa abandona su posición conciliadora y obliga al recién casado a abjurar de su religión para conservar la vida. Enrique de Navarra obedece, pero le retienen como prisionero en el palacio del Louvre, mientras la mayor parte de su séquito es ejecutada o encarcelada. Entonces Margarita toma una decisión asombrosa. La alianza con los hugonotes ya no es necesaria, y su madre y sus hermanos le proponen anular el matrimonio que acaba de contraer.

Para sorpresa de todos, la nueva reina de Navarra se niega. ¿Por qué? Pudo ser por compasión: su nuevo esposo estaba en una situación delicada y solo ella podía protegerle. O tal vez quiso evitar que su madre volviera a convertirla en un peón de su política matrimonial. A partir de entonces, Margarita se movió con la máxima libertad, tanto en lo político como en lo personal.

Primeras intrigas

Durante sus primeros cuatro años de casada, Margarita urde toda clase de planes para que su esposo pueda huir del Louvre. Para ello cuenta con la ayuda de su amante, el señor de La Molle, y de su hermano pequeño, Francisco de Alençon, que desea suceder a Carlos en el trono. Forman el partido de los malcontents, que abogaban por regresar al equilibrio entre religiones. Cuando se descubre la primera de estas conspiraciones, Margarita redacta en nombre de su marido una hábil carta exculpatoria que le salva la vida. Pero no logra salvar a su amante.

La Molle muere decapitado, se le acusa de recurrir a la brujería para dañar la salud del rey Carlos. Se cuenta, aunque no está demostrado, que Margarita sobornó al verdugo para poder enterrar dignamente su cabeza. Lo que sí se sabe es que desafió a la corte llevando luto por él. La salud de Carlos IX no mejoró tras la ejecución de su supuesto hechicero. Falleció de tuberculosis aquel mismo año. Su hermano Enrique de Valois se convirtió en Enrique III de Francia, pero en lo esencial continuó con la política procatólica de su hermano mayor.

Dos años más tarde, Enrique de Navarra logra escapar de París y vuelve a su reino. Margarita pide entonces reunirse con él, pero no se lo permiten. Sin embargo, Enrique III, intimidado por el ejército hugonote que su hermano Francisco está empezando a reunir, acepta firmar el Edicto de Beaulieu, que devuelve a los protestantes parte de los privilegios perdidos. Este acuerdo no puso fin a la rivalidad entre los hermanos Valois.

Los favoritos de cada uno siguieron cruzando bravuconadas y retándose a duelo por las calles de París. Margarita no dejó de apoyar al hermano menor: en vista de que había perdido el trono de Francia, tal vez podría hacerse con el de Flandes. El sur de los Países Bajos se había alzado en armas contra el dominio español.

Margot recordó de pronto las virtudes medicinales de las aguas de Spa, y, con el pretexto de acudir al balneario belga, emprendió un calculado viaje por tierras flamencas, ofreciendo a los sublevados la ayuda de Francisco a cambio de la Corona. Fue su primer gran fracaso político. Asistió a fiestas, hizo contactos y deslumbró a todos con su poderoso atractivo, pero no logró concretar ningún acuerdo.

Amor y libros

De todos modos, el pacto de Beaulieu había sentado las bases para un nuevo acuerdo de paz con los protestantes, y Margarita era la intermediaria ideal. Tras siete años casada, reclama su dote y parte por fin para reunirse con su esposo. Empieza la época más feliz de su vida. La corte de Navarra es modesta, pero agradable y liberal. Su nueva reina aparca las intrigas y se entrega a una vida de placeres.

El rey facilita los encuentros de Margot con su amante; la reina llega incluso a ayudar en el parto a Fosseusse

Reúne en torno a ella a artistas y escritores. Introduce en la corte el Neoplatonismo italiano. Compra libros, escribe poemas, organiza fiestas, coquetea. Se enamora perdidamente de Champvallon, un noble al servicio de su hermano Francisco. Su marido, entretanto, pierde la cabeza por una adolescente apodada Fosseusse. No hay celos entre ellos: son estrictamente un matrimonio de conveniencia. El rey facilita los encuentros de Margot con su amante; la reina llega incluso a ayudar en el parto a Fosseusse cuando esta queda embarazada, aunque el bebé nace muerto.

Ella, en cambio, no logra tener hijos. Está a punto de cumplir los treinta y aún no ha dado sucesión al reino de Navarra. La favorita de Enrique se envalentona y trata de relegarla; las relaciones entre los esposos empiezan a enfriarse. Al cabo de tres años de vida en Nerac, Enrique III y Catalina escriben a los reyes de Navarra para pedirles que viajen a París. Enrique de Navarra, desconfiado, declina la invitación. Pero Margarita decide ir. En París la esperan los brazos de Champvallon.

Pública deshonra

Enrique III está preocupado por el poder cada vez mayor de los Guisa en París y cree que una visita del rey hugonote bastará para intimidarlos. Por eso insiste a su hermana para que lo atraiga al Louvre, pero las cartas de Margot no dan resultado. Por otra parte, esta pone más interés en ayudar a su otro hermano y en disfrutar de su amante. Cuentan las malas lenguas que Champvallon entra en sus aposentos cuando quiere, oculto en un baúl.

Incluso corren rumores de embarazo. Francisco de Alençon, tras un intento fallido de casarse con Isabel I de Inglaterra, vuelve a pensar en el trono de Flandes. Ni su hermano ni su madre le apoyan: temen que su ambición les aboque a una guerra contra España. Pero su hermana sí: los espías de Enrique III interceptan las cartas que Margot intercambia con su hermano pequeño. Es la gota que colma el vaso. En mitad de un baile, el rey ordena a los músicos que dejen de tocar y dirige una retahíla de insultos a su hermana ante toda la corte.

Margarita se queda entre París y Nerac, a la espera de que su hermano y su marido concluyan las negociaciones

La llama prostituta, la acusa de tener infinidad de amantes y finalmente la expulsa de París. Enrique de Navarra se indigna y exige explicaciones a Enrique III por esta humillación. En realidad, aprovecha la ocasión para invadir Mont-de-Marsan y ampliar sus tierras a costa de la ofensa. Durante más de siete meses, Margarita se queda a medio camino entre París y Nerac, a la espera de que su hermano y su marido concluyan las negociaciones. Cuando por fin acepta su regreso, Navarra la recibe con gran frialdad.

Sola contra todos

Margot pierde pronto su último apoyo. Su hermano Francisco muere de tuberculosis. Su hermano Enrique sigue sin perdonarla, y en cuanto a su marido, la ignora. La reina abandona el partido de los católicos moderados y pacta con los Guisa, ultracatólicos. Lo hace en un momento inoportuno, ya que Enrique III no tiene descendencia y Enrique de Navarra, por puro azar dinástico, se convierte en su heredero legítimo. Si lograra hacer las paces con su esposo, sería la siguiente reina de Francia.

Pero la reconciliación le parece improbable, y, además, Navarra se obstina en seguir siendo hugonote, pese a que el cambio de fe es la única condición que Enrique III impone a su cuñado para nombrarle sucesor. Sea como sea, Margarita elige mal, pero su elección es valiente. Temeraria, incluso. Se muda a Agen, una de las ciudades que le pertenecen por dote, la fortifica, reúne un ejército y se lanza a guerrear por su cuenta.

Pero el apoyo de los Guisa es más simbólico que financiero. Sus mercenarios, mal pagados, se entregan al pillaje, y sus vasallos, hartos de pagar impuestos, no tardan en rebelarse contra ella. Se ve obligada a peregrinar de castillo en castillo huyendo de las tropas reales, que finalmente la detienen y la encierran en la fortaleza de Usson.

A lo largo de los trece años que pasó allí se entretuvo escribiendo sus Memorias, una de las obras maestras de la literatura francesa del Renacimiento. Llegó a un acuerdo con su carcelero, el marqués de Canillac, para cederle el condado de Auvernia a cambio de un trato benévolo. En la práctica el marqués dejó a Margarita completamente libre, dueña y señora de Usson. Se quedó allí porque, a fin de cuentas, tampoco tenía a donde ir.

Dulce vejez

A partir de 1588 se precipitan los acontecimientos. Enrique III se deshace del duque de Guisa y un año más tarde muere en circunstancias no muy decorosas, a manos de un monje que lo acuchilla en el retrete. Enrique de Navarra ya solo necesita dos cosas para ser rey de Francia. Una es pasarse de nuevo al catolicismo. Aunque en realidad nunca dijo aquello de “París bien vale una misa”, la frase cuadra bien con su carácter pragmático.

La otra es deshacer su matrimonio con Margot, incapaz de concebir un sucesor. Para lograrlo es preciso que ella también pida la anulación a la Santa Sede. Las negociaciones se prolongan diez años, no porque Margarita tenga esperanzas de reinar ni interés en conservar a Enrique, sino porque se niega a que este se case con su última favorita y madre de sus hijos, Gabrielle d’Estrées. Solo está dispuesta a ceder su sitio a otra princesa europea.

Cuando un mal embarazo se lleva la vida de Gabrielle y Enrique IV se compromete con María de Médicis, Margarita da por fin su brazo a torcer. Incluso se esfuerza por ganarse el afecto de su sustituta. Nombra heredero de todos sus bienes al delfín y se convierte en una más de la familia, una especie de anciana tía excéntrica y entrañable. Margarita regresa a París con más de cincuenta años (una edad casi venerable en la época) y muchísimos kilos de más. Los que la recordaban como una esbelta princesa se asombran de que apenas quepa por las puertas.

Pero su espíritu se mantiene joven. Prosigue su obra literaria: escribe el Discurso docto y sutil, todo un alegato feminista que se adelanta a su tiempo. Además, sigue con sus pelucas rubias, sus escotes de vértigo y sus amantes, que cada vez son más jóvenes y de peor cuna. Implanta la moda de empolvarse el rostro y derrocha dinero a espuertas porque, según confiesa a su exmarido, no sabe vivir de otro modo. El día de su muerte, los acreedores invaden su casa. Con ella, según su elogio fúnebre, desaparecía “el paraíso de los placeres de la corte, la flor de las margaritas, la flor de Francia”. 

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lunes, noviembre 17

La tragedia de Espartero: el héroe español conocido por los genitales de su caballo

(Un artículo de Jordi Corominas i Julián en El Confidencial del 10 de enero de 2019)

El militar, que fue la salsa de todos los platos en la España del siglo XIX, ha desaparecido de los callejeros y de la memoria colectiva de la nación. [En 2019] una gran biografía recuerda su figura.

España es quizá el país europeo que mejor desdeña su propia Historia, sumida en una ignorancia querida por los planes educativos para propulsar hasta los topes la incultura ciudadana. Para el relato patrio decimonónico nadie fue más importante que Baldomero Espartero, duque de la Victoria, príncipe de Vergara, 'Pacificador Supremo' y acuñador del lema más repetido a lo largo de esa centuria: cúmplase la voluntad nacional. Ahora su figura ni siquiera está desdibujada y sólo sirve como frase hecha relativa a las dimensiones de los genitales del caballo de su estatua ecuestre o para eliminarlo del nomenclátor callejero dentro de las premisas de lo políticamente correcto, como en Barcelona, ofendida por la doble presencia, tenía dedicadas una calle y un pasaje, del que bombardeó la ciudad condal en 1842.

En 2009 su nombre desapareció en apariencia de las placas, pero si uno pasea al lado de la plaza de Catalunya aún verá una vía dedicada a Vergara, lugar del famoso abrazo que selló el principio del fin de la primera guerra carlista. Su permanencia, indicativa de la relevancia del personaje en un pasado no tan lejano, se debe a la pura desidia de unas autoridades desconocedoras, como una inmensa mayoría, de los dimes y diretes de un siglo muerto por amnesia en las premisas de nuestro imaginario político. 

Nadie gozó de más fama popular que el protagonista de este artículo, y así lo demuestran cerámicas de Manises, banderolas, peticiones de autógrafos, presencia mediática, imitaciones de su estética y el constante recurso a su persona para dirimir cualquier cuestión de urgencia, hasta el punto que hasta su muerte, acaecida en Logroño en 1879 a la proba edad de 85 primaveras, fue reclamado como árbitro y caudal simbólico, siendo visitado por todos y cada uno de los representantes de la autoridad, desde los republicanos hasta el joven Alfonso XII, quien sabía del valor de departir con el viejo para revestirse de potestad ante la perpetua zozobra de aquellos decenios repletos de conflictos civiles y una lucha intensísima por definir el rumbo hacia la modernidad liberal o seguir en una senda anquilosada. Repetición de repeticiones, lenguaje familiar para nuestros oídos. 

Baldomero Espartero nació en el seno de una familia humilde y de no mediar Napoleón su destino hubiera sido el de un eclesiástico anónimo sin tanto furor ni ímpetu. En este sentido el británico Adrian Shubert, autor de 'Espartero, el pacificador', una excepcional biografía publicada en Galaxia Gutenberg, atina al vincular su suerte "a esas épocas de crisis que debilitan la solidez de las costumbres, las leyes y las instituciones que prevalecen en tiempos normales, y hacen posible la irrupción en lugares destacados de la Historia de personas hasta ese momento destinadas a papeles secundarios". 

La revolución fue continua, como el movimiento al que le sometieron las tropas carlistas por el País Vasco mientras perseguía su sueño de paz entre frío, fantasmas invisibles y la conciencia de aupar la legalidad a toda costa. Antes de su mito se vio engullido por la centuria y Napoleón, enrolándose en el ejército con dieciséis años hasta recalar en el Cádiz de las Cortes, empaparse de ideología liberal y pasar una década entera en las colonias sudamericanas, enfrascadas en su liberación de la metrópoli. 

La lid contra Bolívar, que casi consigue su ejecución, y compañía le proporcionó experiencia en el campo de batalla y una nada desdeñable fortuna económica basada según muchos en su pericia en la mesa de juego. El rumor encajaría con su personalidad, amante del filo de la navaja, temerario hasta el extremo e inasequible al desaliento en su empeño de silenciar los cañones en la contradicción imperativa de usar las armas para lograr su meta.

En 1833 saltó de Palma a la Península y sin ser en absoluto el favorito de la Regencia derrochó una energía insólita en la primera guerra carlista, que le mantuvo enfrascado durante más de siete años por todo el norte español. El punto de inflexión llegó la madrugada de la navidad de 1836, cuando, enfermo, rompió en medio de la noche y la tormenta el cerco del enemigo hasta en Bilbao para regocijo de los partidarios de la entonces niña Isabel II. A partir de entonces la espada ganadora de la batalla de Luchana sería indispensable a pesar de su portador. 

Espartero siempre defendió la bandera del orden constitucional, esa fue su divisa y no le importó el menosprecio al que se vio sometido desde las más altas instancias. Ahora nadie recuerda cómo la España del siglo XIX fue pasto de constantes guerras fraticidas, siendo la más significativa la que le proporcionó la inmortalidad durante su presente. Poco a poco, con paciencia infinita y en muchas ocasiones a cuenta de su propio bolsillo, desarboló la resistencia de los militares de Carlos Maria Isidro hasta finiquitarla el 31 de agosto de 1839 en el ya mencionado abrazo de Vergara entre él mismo y Maroto.

A diferencia de Franco, que intentó aniquilarlo de la memoria, Espartero apostó por la reconciliación como pilar de la construcción nacional. No contemplaba venganza y detestaba a los políticos profesionales, a los que juzgaba incapaces de remar en la concordia para solucionar los problemas acuciantes, pues sólo servían para crear querellas internas y alejarse de la realidad sin hacer nada para remediarlo, tanto que esta actitud les daba poder sólo hasta donde llegaba el horizonte.

Shubert, como muchos otros historiadores, data la posibilidad de un verdadero cambio en 1840, cuando el autoritarismo de la primera María Cristina quiso eliminar de un plumazo el debate público con una ley municipal ideada para perjudicar a los progresistas en sus feudos urbanos y aupar al Partido Moderado a la inmóvil cabeza de las instituciones. El tiro, nunca mejor dicho, le salió por la culata y la revolución, otra más, convirtió a Espartero en Regente. 

Ese período, hasta el exilio de julio de 1843, fue la gran oportunidad perdida del liberalismo español para revertir la cadena de acontecimientos. Espartero no era un buen dirigente y no supo gestionar la habitual división de las fuerzas proclives a la transformación del país, enfrentadas entre sí para dilapidar cualquier esperanza.

Esta resurgió en 1854. Durante la década moderada Espartero se mantuvo apartado pese a estar en boca de todos. Hasta 1848 lo hizo forzado en Londres. Cuando se le permitió regresar y recuperar todos sus títulos cumplió su añeja aspiración de ser una especie de Cincinato rural, retirado en su finca riojana junto a su queridísima esposa Jacinta, loada por su inteligencia y saber estar incluso por Lord Palmerston. Los símiles del duque de la Victoria con George Washington eran un clásico, pero él sólo quería una Nación disciplinada sin algaradas ni desmanes, algo harto complicado entre el contexto y el desgobierno. 

Ni él mismo tuvo la pericia de enderezarlo cuando otro vuelco en julio de 1854 condujo al bienio moderado. Entonces no dudó en aliarse con la antítesis que representaba el general O’Donnell para salvar la corona y enderezar la nave hasta desprestigiarse en el intento. Sorprende leer cómo la incipiente clase obrera aún le rendía pleitesía en las barricadas de Madrid y hasta en las proclamas barcelonesas durante la primera Huelga General de 1855.

Ese bienio progresista fue su tumba política. Al no prosperar la convivencia con su antípoda se despidió para siempre con mucho disgusto por parte del pueblo, que nunca entendió su abandono de 1856, cuando se le esperaba de nuevo para remediar el eterno desaguisado. Al no ser un patrón de los imposibles retomó el camino del anonimato, utópico cuando la calle celebraba su santo y nadie olvidaba su influencia, sin la que era utópico tener un aval digno de confianza. 

En la década de 1860 España se abocó a uno de sus tantos desastres. La campaña de Marruecos no logró frenar la mala prensa de la Monarquía en todos los ámbitos, agravada por las revueltas estudiantiles, la burbuja del ferrocarril y el fallecimiento de O’Donnell y Narváez, dos providencias sin las que Isabel II se vio por completo indefensa hasta el Pronunciamiento de la Gloriosa el 19 de septiembre de 1868. El triunvirato configurado por Serrano, Prim y Topete dio paso al Sexenio Democrático, donde se quiso mantener la corona sin borbones y el pueblo clamó a las claras por Espartero, quien recuperó una popularidad acaso nunca perdida y fue postulado a ocupar el trono entre coplas, adhesiones y consultas con resultado negativo. Esgrimió tener debilitada la salud y haber cumplido con su deber, no sin antes advertir que la elección de un soberano extranjero haría crónico el caos, como si así fue. Hasta los republicanos le pidieron sin éxito ser presidente y la cantinela de encumbrarle prosiguió hasta que dio su beneplácito a Alfonso XII, cerrándose así su determinante papel extendido durante más de seis décadas. 

La muerte de su esposa Jacinta fue el preludio de la suya. Falleció el 8 de enero de 1879, recibió funerales de Estado y no se libró de la manía estatuaria, brotando homenajes a lo largo y ancho de nuestra geografía.

La conmemoración, como si así se hiciera justicia, fue la catapulta para su borrado, debido en cierto modo a la precaria consolidación del sistema de la Restauración, bien distinto a los vaivenes de los dos primeros tercios del Ochocientos. Más tarde la cultura política española ha eliminado por completo esa génesis para centrarse en aspectos monotemáticos empecinados en la última dictadura. Lo demás, ya lo advertíamos al principio de este texto, nunca existió y no es que el sueño de la razón produzca monstruos. En este caso vivimos un sempiterno presente donde lo pretérito no figura en ninguna agenda, lo que empobrece la discusión hasta constituir una rémora para construir ningún tipo de unidad. La derrota del Espartero póstumo es otra metáfora más del analfabetismo por decreto.

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sábado, noviembre 15

La tiranía de la "cara de instagram"

(Un texto de Fátima Uribarri en el XLSemanal del 18 de septiembre de 2022)

Los algoritmos también mandan sobre la belleza. El uso de filtros en los retratos impone un canon peligroso, alertan psicólogos y médicos. Pero triunfan cuanto más deforman las caras.

Deforma los rostros hasta la hipérbole y ha sido un exitazo: el filtro de Instagram de efecto facial Vedette ++ se vio 130 millones de veces en solo tres meses y medio. Luego, Instagram lo vetó porque los cirujanos plásticos alertaron de la afluencia de adolescentes que pedían rostros con rasgos desorbitados. Son consecuencias nocivas de la locura por los filtros que se vive en las redes sociales. Cosas que, según un informe publicado en The Wall Street Journal, Instagram sabía. Han encontrado documentos internos que reconocen que «empeoramos los problemas de imagen corporal de una de cada tres adolescentes». Su influencia sobre la imagen es inmensa: en 2019, Instagram contaba con mil millones de usuarios mensuales activos. Meta, dueña de Instagram, Facebook y WhatsApp, ha levantado un andamiaje técnico sobre el que se asienta una "cultura de belleza digital" con dos consecuencias inmediatas: engancha y "puede ser contraproducente. 

Que los filtros enganchan es evidente. En 2020, Meta anunció que más de 600 millones de personas habían probado al menos una de las funciones de realidad aumentada que usan en sus filtros. Y que pueden ser contraproducentes lo advierten los médicos. «Las intervenciones de cirugía estética en menores de edad son un 1,7% de las realizadas en España. La presión social por estar perfecto hace que la afluencia de adolescentes a nuestras consultas cada día sea mayor. Y esto se debe al abuso de selfis y el uso de filtros correctores que hacen que los adolescentes distorsionen su imagen corporal», afirma José Ángel Lozano, vocal de la Asociación Española de Cirugía Estética Plástica. Otro efecto nocivo es que estandarizan un canon de belleza. Existe la 'cara de Instagram', de labios carnosos, pómulos pronunciados y piel tersa. Instagram reaccionó ante las protestas médicas en 2019 y ahora su política establece que «el contenido no debe promover procedimientos cosméticos peligrosos». Una de las famosas que alertan sobre los filtros es la cantante Demi Lovato. Ella ha pedido perdón por haberlos utilizado y ha dejado de hacerlo: «¿Cómo se van a aceptar a sí mismos los adolescentes con esta mierda?», ha declarado.

LA DEFORMACIÓN VIRALIZA 

«Sin deformación, un filtro no tendrá tanto éxito como otros, incluso si los otros son técnicamente más complicados», explica Lucie Bouchet, autora de filtros. Lo sabe bien: su creación Cabello Dorado fue vista 300 millones de veces, mientras que un filtro similar sin esos efectos no pasó de 7,2 millones de impresiones, Aun así, ella ha dejado de usar las deformaciones por sus efectos nocivos en las jóvenes. Los que están en pleno auge son los filtros que embellecen: un 70 por ciento de sus usuarios tienen entre 13 y 24 años, y la mayoría anhela los mismos rasgos. Según Florencia Solari, autora de filtros, el problema de la estandarización digital de la belleza no está en los filtros, sino en la sociedad. «Hay que ayudar a la gente a tener la fuerza para decir: 'Me gusto y me muestro como soy'», dice.

OBSESIÓN JUVENIL POR LA BELLEZA 

Un 70 por ciento de los usuarios de filtros en Instagram tiene entre 13 y 24 años, y la mayoría de ellos añade a sus retratos el mismo tipo de rasgos. 

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jueves, noviembre 13

Marxismo (no de Karl, sino de Groucho)

(La columna de Carmen Posadas en el XLSemanal del 17 de abril de 2022)

Mi nieto Luis tiene 11 años y va a un colegio concertado. En clase de Historia, el año pasado Luis estudió el Neolítico, la civilización egipcia y la griega (no necesariamente en ese orden). Este año está estudiando la Revolución Gloriosa de 1868 y espera llegar hasta la Guerra Civil. Tampoco importa mucho que llegue o no porque, según el real decreto de la ESO aprobado hace unas semanas, la Historia ya no se estudiará de forma cronológica. Ahora lo pedagógico es estudiarla según 'bloques de contenidos'. Por ejemplo, cuando toque impartir la lección llamada 'Marginación, segregación, control y sumisión en la historia de la humanidad', se hablará al alumnado de Espartaco, de la abolición de la esclavitud a finales de XIX y de la segregación racial en los Estados Unidos en el siglo XX (no necesariamente en este orden tampoco, no sea que algún alumno avispado se entere de algo). 

Otro bloque de contenido muy interesante, según veo, es el 'Estudio del armamento, de los griegos a los Tercios de Flandes', haciendo hincapié, naturalmente, en que las armas son muy malas, etcétera. Esta particular forma de enseñar Historia obedece, por lo visto, al deseo de no caer en 'enfoques academicistas', por lo que cuando toque —si toca y metido en algún pack idóneo— ya se informará al alumnado de que España descubrió América, que los árabes permanecieron ocho siglos en la Península Ibérica y que allá por 1789 se produjo algo llamado 'Revolución francesa'. 

Dicho todo esto, la asignatura de Historia es afortunada; otras, en cambio, han desaparecido directamente de los programas educativos, como la Filosofía. ¿Porque a quién puede interesarle una disciplina que enseñe a pensar, que abra la mente, que plantee preguntas? Lo importante según los elaboradores de este programa de enseñanza no son las preguntas, sino las respuestas. Y estas ya se las darán ellos precocinadas, no sea que a alguien se le ocurra cuestionarlas. Para que esto no ocurra, porque es peligrosísimo que un niño use la cabeza, el resto de las asignaturas también colaborará en inculcar valores, de modo que, cuando un niño aprenda inglés, se aprovechará para impartir ideas ecosociales; las clases de Dibujo servirán para luchar contra los roles de género; las Matemáticas tendrán que ser socioafectivas (sic), mientras que la Física y la Química son perfectas para instruir sobre cómo ha de ser un mundo más equitativo e igualitario. Supongo que la Biología les servirá para adoctrinar también sobre otros nobilísimos valores de esta índole y me chiflaría ver cómo lo argumentan, porque no hay nada menos equitativo, igualitario y justo que la Biología. Otras novedades de esta ley son que los alumnos podrán graduarse y pasar de curso sin límite de suspensos, de modo que nadie se traume al quedarse sin veraneo, y, con el mismo propósito, ya no habrá clasificaciones numéricas ni exámenes de recuperación. 

A mí lo que más me llama la atención de este plan de estudios marxista (marxista de Groucho, no de Karl) es que no se den cuenta de que con su propósito de adoctrinar, igualar y lograr «que nadie se quede atrás» van a conseguir lo contrario de lo que se persigue. En vez de más igualdad social, más diferencia entre los estudiantes de familias acomodadas y los de las que no lo son. Porque antes, cuando primaba la excelencia, un niño de pocos recursos podía acceder a una educación similar a la de un niño rico gracias a becas y ayudas. Ahora, en cambio, los padres que se lo puedan permitir llevarán a sus hijos a colegios privados en los que no solo se premie el mérito y el esfuerzo, sino que se tenga una idea más racional de lo que es la educación. Una sin sesgos políticos que enseñe a pensar, a cuestionar, a disentir, a rebatir. Porque lo que parecen ignorar también estos genios de la pedagogía es que, como decía el ahora desterrado de las aulas maestro Confucio, aprender sin reflexionar es malgastar energía. Y es también, añadiría yo, crear borregos. Borregos que, por cierto, no abrazarán sus teorías buenistas y memas. Porque, como también decía Confucio, el primer mandato de la juventud es poner en solfa todo aquello que dan por cierto sus mayores.  

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martes, noviembre 11

Chute de vitaminas para la piel

(Un texto de Virginia Lombraña en la revista Mujer de Hoy del 22 de enero de 2022)

En una alimentación equilibrada, como complemento nutricional o en forma de cosmética, son vitales para nuestro buen funcionamiento. Si te perdiste la clase de bioquímica, aquí tienes una guía básica para elegir la mejor opción para tu piel.

Ya sabemos las múltiples propiedades que tienen las vitaminas ingeridas en forma de alimentos saludables, pero formuladas en activos cosméticos también son muy poderosas para la piel. Además, la medicina estética hace buen uso de ellas en la llamada mesoterapia facial, un cóctel de vitaminas, oligoelementos, ácido hialurónico, etc., que se aplica mediante inyecciones superficiales. Pero si no estás todavía en el punto de tener que acudir a este tratamiento en cabina o te dan miedo las agujas, las cremas pueden ser suficiente para mostrar buena cara. Solo debes saber interpretar la etiqueta.

VITAMINA A

Es la más conocida y con la que más cuidado hay que tener. "Es necesaria para el desarrollo del tejido epitelial y óseo. Interviene en la curación de las heridas, refuerza el sistema inmune e incrementa la producción de colágeno", explica la doctora Aurelia Villar Bonet, de Centro de Consultas Médicas CCM Santander. La especialista señala que se puede encontrar de dos maneras: como vitamina A preformada —normalmente, ácido retinoico, la forma más pura, o retinol, una versión menos irritante— o como provitamina A, principalmente betacaroteno. En el primer caso, los cosméticos con este ingrediente renuevan el estrato córneo, minimizan arrugas, difuminan manchas y mejoran el acné, pero no todas las pieles lo toleran, por lo que se recomienda introducirlo en la rutina beauty de forma progresiva. La segunda tipología se usa como antioxidante y para prolongar el bronceado.

VITAMINA B

Este es un grupo bastante heterogéneo y sus propiedades son múltiples. Las vitaminas B1 (tiamina), B2 (rivoflavina), B5 (pantenol) y B6 (piridoxina) actúan como activos rejuvenecedores, hidratantes, antibacterianos, calmantes... Pero la que más de moda está es la niacinamida, que deriva de la vitamina B3 y penetra muy bien en la piel. "Es hidrosoluble y no se almacena en el organismo. Entre otras propiedades, se caracteriza por una potente actividad antiseborreica y antiinflamatoria. Por ello, se usa frecuentemente en los tratamientos para el acné. También es muy útil para atenuar las manchas de la piel y mejorar su estructura", puntualiza la médica Villar Bonet, miembro de Top Doctors.

VITAMINA C

Es otro de los activos más frecuentes en cosmética, pero uno de sus mayores problemas, según apunta Elisabeth Álvarez, experta en estética y directora del centro INOUT, es que se oxida con facilidad en contacto con el aire. "Y cuando sucede eso, se transforma en un compuesto marrón, por eso conviene buscar fórmulas en las este ingrediente aparezca liposomado”. ¿Para qué sirve? "Ayuda a proteger la del sol, estimula la síntesis de colágeno y tiene actividad antiinflamatoria. Se absorbe alrededor de un 20% por vía tópica. Con la vitamina E trabaja de manera sinérgica en la eliminación de los radicales libres. Es importante su utilización en las pieles maduras ante los primeros signos de envejecimiento", concluye Villar Bonet.

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