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miércoles, agosto 13

Vocabulario científico: la semivida

(Extraído de un artículo de Matías S. Zavia en Xataca.com del 9 de julio, contando cómo unos científicos italianos fueron testigos en 2019 de la desintegración de un átomo de xenon-124. Pura lotería cósmica)

La "semivida" es una medida estadística similar a la vida media, pero define específicamente el periodo de semidesintegración de una sustancia radiactiva. El uranio-238, por ejemplo, tiene una semivida de 4.500 millones de años. El xenón-124 tiene una semivida de 1,8 × 10²² años. Eso es un 18 seguido de 21 ceros: 18.000 trillones de años. Esto nos dice cuánto tiempo tiene que pasar para que la mitad de un grupo muy grande de átomos de xenón-124 se desintegren y se conviertan en otro elemento, el teluro-124.

Para un átomo individual, su desintegración es un evento puramente aleatorio. Un átomo concreto podría desintegrarse en el próximo segundo o ser estable durante un tiempo mucho mayor que su semivida. Para un grupo de átomos, la semivida es una predicción muy fiable de su comportamiento colectivo. Si tuvieras un recipiente con una gran cantidad de átomos de xenón-124, tendrías que esperar 18.000 trillones de años para que la mitad de los átomos se transformen. 

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domingo, agosto 10

La epifanía de Louis Daguerre

 (Un texto de Javier Memba publicado en zendalibros.com el 10 de agosto de 2022)

Otro diez de agosto, el de 1839, hace hoy ciento ochenta y tres años, Louis Daguerre es todo un personaje en el París de Luis Felipe I por sus dioramas. Se trata de pinturas murales, opacas o traslúcidas, cuyas perspectivas procuran al espectador un verdadero efecto de tridimensionalidad, e incluso de cierto dinamismo.

Entre los dioramas favoritos de los parisinos sobresale uno que representa una escena de la misa del gallo en Saint-Etienne-du Mont. Pero el espectáculo, a oscuras y todo un precedente del cine —que, en 1895, en el 14 del Boulevard des Capucines, también conocerá su primera proyección pública en París—, cambia sus vistas con regularidad: la tumba de Napoleón en Santa Helena, una panorámica de la ciudad tomada desde Montmartre, otra del Mont Blanc desde el valle de Chamouny… Son todas tan logradas y “reales” que los dioramas de Daguerre constituyen uno de los espectáculos más populares del París de la Monarquía de Julio, del que Daguerre, creador de todos estos panoramas —se trata de un pintor consagrado, aunque apenas ha de recordársele como tal—, es uno de los empresarios más ilustres.

Con ese bagaje de triunfos y dinero —casi dos siglos después aún podemos preguntarnos si en Daguerre pesaba más la gloria o el vil metal— la dicha no le es desconocida. Pero a la que asiste tal día como hoy, su largo momento estelar, tiene trazas de auténtica epifanía: la que viene buscando desde que comenzó a darle vueltas a la fijación de las imágenes mediante la luz. Sumamente interesado por los trabajos de Joseph-Nicephore Niepce, Daguerre firmó con éste su primer contrato en 1829.

Ya de antiguo (1813), Niepce, físico y litógrafo, venía interesándose por la reproducción óptica de las imágenes. Consciente, además, del ennegrecimiento de las sales de plata ante la luz, desde 1814 acostumbraba a tomar ‘vistas’, que las llamaba él, para las que utilizó diferentes soportes: piedra, papel, estaño, cobre, peltre. Guiado por tan encomiable afán, fue Niepce quien tomó la fotografía permanente más antigua que se conserva —él las llamaba ‘heliografías’—: Vista desde la ventana en Le Gras. Está fechada en 1816. Pusilánime, tímido y desconfiado, Niepce era todo lo contrario que Daguerre. Cuando éste, que utilizaba una cámara oscura para hacer reproducciones de sus dioramas, ensayando con sustancias fosforescentes, sin llegar a obtener más que imágenes fugaces, tiene conocimiento, a través del óptico Charles Chevalier, de los trabajos de Niepce, corre hasta Borgoña, donde Niepce toma sus vistas.

En el contrato que firman el 5 de diciembre de 1829, Daguerre reconoce que Niepce «había encontrado un nuevo procedimiento para fijar, sin necesidad de recurrir al dibujo, las vistas que ofrece la naturaleza». Aunque mantienen una correspondencia sobre los descubrimientos que van haciendo, a veces con más recelo del que debería haber entre dos socios, Niepce y Daguerre no volverán a verse.

Muerto Niepce en 1833, aprovechándose de las dificultades económicas por las que atraviesa su hijo Isidore, so pretexto de que acaba de descubrir que los vapores del mercurio actúan como agente revelador sobre la imagen latente; al igual que un procedimiento con agua muy caliente y salada que sirve de fijador, firma un nuevo contrato con el vástago de su socio en donde las antiguas heliografías son llamadas daguerrotipos. Niepce no aparece ni por el forro en el documento. A la postre, ésa será la causa de que su apellido tampoco aparezca entre los de los setenta y dos sabios y eruditos recordados en los entrepaños de las ménsulas que soportan la primera línea de balcones de la Torre Eiffel.

Bien es cierto que Daguerre es uno de los primeros fotógrafos de campo que trabajan en París. Un limpiabotas que se aplica sobre el calzado de su cliente en el bulevar del Temple, fotografiados por Daguerre en un daguerrotipo de 1838, habrán de hacer historia como las primeras dos personas, vivas, fotografiadas. Los bodegones y los paisajes, esos son los primeros intereses del Daguerre fotógrafo. La exposición que requieren los daguerrotipos es lentísima —perfectamente puede extenderse hasta los cuarenta minutos—, prácticamente imposibilita al nuevo procedimiento para el retrato. De modo que se imponen los paisajes y los bodegones.

Cuando los paisajes son los de las calles de París, la presencia del artista de los dioramas, ahora tras su cámara, no se le escapa a nadie. Y uno de los que reparan en Daguerre es François Arago. Matemático, físico y secretario de la Academia de Ciencias de Francia, además de cabeza visible del republicanismo durante la Monarquía de Julio y diputado por los Pirineos occidentales, Arago se interesa vivamente por el trabajo de Daguerre. El procedimiento, que tanto le llama la atención, consiste en una placa de cobre, pulida hasta hacerla platear como un espejo, y sensibilizada a la luz con vapores de yodo.

Si se puede y debe llamar fotógrafo a Daguerre es porque este procedimiento que expone a Arago, aunque tiene muchos inconvenientes —sólo ofrece una imagen, muy delicada; para verla en positivo, hay que mirarla desde la izquierda; vista de frente da un negativo; desde la derecha, mitad y mitad—, es la primera técnica que habrá de conocer el éxito.

Para Daguerre todo es epifanía porque, en las conversaciones que mantiene con el diputado estos días, se le anuncia que tanto él como Niepce recibirán una pensión vitalicia del estado francés. Arago ha dispuesto que el daguerrotipo sea un regalo de Francia al mundo entero, sin patentes. Quien quiera podrá utilizarlo. Tras un primer anunció hecho el pasado treinta de julio, el próximo día diecinueve, Arago explicará el procedimiento con todo lujo de detalles en la Academia de Francia. Dos horas antes de comenzar su intervención, el aforo ya está completo.

La posteridad se referirá a 1839 como el año cero de la historia de la fotografía. Su camino no ha hecho más que empezar. Sus procedimientos serán cada vez mejores: el calotipo, el colodión húmedo, las placas secas… Una de las primeras cosas que cambiará la fotografía será la concepción de la pintura, que tenderá a ir dejando la figuración. Una imagen valdrá más que mil palabras. El mundo entero aguarda a la espera de ser fotografiado. El nuevo arte está llamado a ser la ilustración de la memoria de la humanidad. Toda ella es la que, tal día como hoy, asiste, más que a uno de sus momentos estelares, a una epifanía. Así se escribe la historia.

 

 

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jueves, julio 31

33 frases de Oscar Wilde que siguen sonando rabiosamente modernas 165 años después

(Un texto leído en la revista ICON de El País del 17 de octubre de 2019) 

El 16 de octubre de 1854 nació el genio irlandés. Sus aforismos, observaciones y sentencias se puede aplicar hoy a todos los aspectos de la vida.

Han pasado 165 años desde su nacimiento y 119 de su muerte, pero Oscar Wilde (Dublín, 16 de octubre de 1854 - París, 30 de noviembre de 1900) permanece como uno de los pensadores más punzantes, divertidos y contemporáneos. De ser el rey de la alta sociedad londinense a la muerte solitaria y cruel en París por amar a quien no debía, él mismo fue su mejor creación. Son especialmente famosas sus obras teatrales, pero que nadie se pierda sus artículos y relatos cortos. Incluso la transcripción del juicio que desgració su vida para siempre (fue condenado por "indecencia grave" al descubrirse su relación con Alfred Douglas) está lleno de momentos hilarantes.

Hemos recopilado algunas de frases de Wilde que son tan universales y contemporáneas que son fácilmente aplicables al aquí y el ahora: a un mundo cada vez más individualista, unos políticos cada vez más ensimismados y un futuro cada vez menos claro. Disfrute (mientras pueda).

1. “La verdad es raramente pura y nunca simple”.

2. “Perdona siempre a tus enemigos: nada les molestará más”.

3. “Los niños comienzan amando a sus padres, después de un tiempo los juzgan, y raramente, si es que nunca, los perdonan”.

4. “Todo santo tiene un pasado y todo pecador tiene un futuro”.

5.“Cuando un hombre hace algo completamente estúpido es siempre por los motivos más nobles”.

6. “No hay necesidad de separar al monarca de la mafia: toda autoridad es igualmente mala”.

7. “La vida es una cosa demasiado importante como para tomársela en serio”.

8. “No tiene enemigos, pero es enormemente despreciado por sus amigos”.

9. “Los libros que el mundo califica de inmorales son los que enfrentan al mundo a sus propias vergüenzas”.

10. “La seriedad es el único refugio de los superficiales”.

11. “¿Qué es un cínico? Es un hombre que sabe el precio de todo y el valor de nada”.

12. “No soy lo suficientemente joven como para saberlo todo”.

13. “Cualquiera puede ser bueno en el campo. No hay tentaciones allí”.

14. “Cada vez que la gente está de acuerdo conmigo siento que me estoy equivocando”.

15. “Todo el mundo que es incapaz de aprender decide enseñar”.

16. “La experiencia no es más que el nombre que damos a nuestros errores”.

17. “Las preguntas nunca son indiscretas, solo las respuestas lo son a veces”.

18. “Solo los superficiales se conocen a sí mismos”.

19. “Los amigos de verdad te apuñalan de frente”.

20. “Un caballero es alguien que nunca hiere los sentimientos de nadie de forma inintencionada”.

21. “El trabajo es la maldición de las clases bebedoras”.

22. “Uno siempre debe jugar de manera justa si tiene las cartas ganadoras”.

23. “La risa no es un mal comienzo para una amistad y, de lejos, es el mejor final para una”.

24. “Un hombre nunca es lo suficientemente cuidadoso en la elección de sus enemigos”.

25. “Cuando era joven pensaba que el dinero era lo más importante en la vida, ahora que soy mayor sé que lo es”.

26. “La sociedad existe solo como un concepto mental, en el mundo real solo existen los individuos”.

27. “Los viejos se los creen todo, los de mediana edad sospechan de todo, los jóvenes lo saben todo”.

28. “Nada es verdaderamente cierto solo porque un hombre muera por ello”.

29. “El hombre está más alejado de sí mismo cuando habla a cara descubierta. Dale una máscara y te dirá la verdad”.

30. “La educación es una cosa admirable, pero es bueno recordar cada poco tiempo que nada que realmente merezca la pena saber puede ser enseñado”.

31. “Es absurdo dividir a la gente entre buena o mala: la gente es o encantadora o tediosa”.

32. “Todo el arte es inútil”.

33. “Mientras la guerra sea considerado algo malvado, seguirá provocando fascinación. Cuando empecemos a considerarla vulgar, dejará de ser popular”.

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miércoles, julio 30

Así doblegaron la curva del tifus en el gueto de Varsovia

(Un texto de Laura Chaparro en la Agencia Sync del 25 de julio de 2020)

Los judíos recluidos por los nazis en Polonia sufrieron una epidemia que consiguieron extinguir. La solución pudo estar en la distancia social, la higiene y la formación, medidas impulsadas por los médicos de esta comunidad aislada a la fuerza. Sus acciones se han repetido en otras pandemias y han resultado eficaces, lo que reafirma la importancia de la prevención con la COVID-19.

En poco más de tres kilómetros cuadrados, las tropas nazis hacinaron en Varsovia (Polonia) a 450.000 personas, lo que suponía alrededor de un tercio de su población total. Ocurrió a finales de 1940 y con este gesto constituyeron el mayor gueto judío en la Europa de la Segunda Guerra Mundial.

Situado en el centro de la capital polaca, las malas condiciones de salubridad, la hambruna y una densidad de población de cinco a diez veces mayor que cualquier ciudad actual fueron el caldo de cultivo perfecto para que una epidemia de tifus se extendiera como la pólvora.

Se calcula que contrajeron la enfermedad unas 120.000 personas del gueto y que más de 30.000 murieron, a lo que se suman los fallecimientos por la escasez de comida. Sin embargo, en otoño de 1941, cuando la población experimentaba el mayor índice de contagios y se acercaba el frío invierno, la curva epidémica empezó a caer hasta extinguirse. ¿Cómo consiguieron doblegar la curva dentro del gueto?

La respuesta parece estar en las medidas de prevención que implementaron los epidemiólogos y el resto de médicos recluidos en el barrio y que sus habitantes siguieron a rajatabla. Es lo que concluye una investigación internacional publicada en la revista Science Advances y dirigida por el biomatemático Lewi Stone, que lleva décadas modelando enfermedades.

Las medidas iban desde el distanciamiento social a la cuarentena doméstica. También se fomentó la higiene general, la limpieza de los apartamentos y se habilitaron comedores sociales para frenar la hambruna.

Otra de las estrategias que pudo ser clave fue la formación, con cursos de capacitación sobre higiene pública y enfermedades infecciosas, además de cientos de conferencias públicas sobre cómo luchar contra el tifus e incluso una universidad médica subterránea para jóvenes estudiantes.

Tras la pista de las cartillas de racionamiento

Stone encontró registros escritos de estas iniciativas en numerosas fuentes documentales. El investigador explica a SINC que ha podido tener una idea muy aproximada de lo que sucedió en el gueto, sobre todo gracias a dos fuentes: los supervivientes y los registros y diarios escritos que fueron escondidos y que hoy conforman los Archivos del Gueto de Varsovia.

“Mis mejores fuentes fueron los registros de epidemiólogos especialistas dentro el gueto. El profesor Jacob Penson, jefe del pabellón de enfermedades infecciosas, publicó varios registros sobre esta cuestión”, afirma Stone, que es investigador de la Unidad de Biomatemáticas de la Universidad de Tel Aviv (Israel).

Además de los testimonios, las cartillas de racionamiento han sido una pieza fundamental de la investigación. Impuestas por los nazis para limitar lo que comían los judíos, eran repartidas mensualmente y han servido para tener una idea aproximada de la población que había en el gueto.

“Como el número de cartillas de racionamiento disminuyó rápidamente después de marzo de 1941, podemos suponer razonablemente que gran parte de ese cambio se debió a una alta tasa de mortalidad”, apunta el biomatemático.

Como muestra la investigación, las cifras de las tarjetas y del número de casos concuerdan: la caída de estas cartillas coincidió con el mayor número de muertes por tifus entre abril y octubre de 1941.

De hecho, de acuerdo a estas tarjetas, el número de fallecidos por la epidemia de tifus en el gueto y la hambruna podría haber sido mucho mayor a lo reflejado en los registros oficiales y podría llegar a los 100.000 muertos en 1941 –casi una cuarta parte de los habitantes del barrio–, según los científicos.

Lamentablemente, aunque las medidas preventivas salvaron incontables vidas, la mayoría de los supervivientes murieron en los campos de exterminio a los que fueron deportados.

Tifus en la ciudad de Valencia

El tifus engloba a un grupo de enfermedades bacterianas propagadas por piojos y pulgas. En el caso del gueto de Varsovia, su población sufría el tifus exantemático, que está causado por la bacteria Rickettsia prowazekii transmitida por el piojo del cuerpo. Esta enfermedad tuvo un carácter epidémico en la Europa de la Segunda Guerra Mundial y en ciudades como Valencia, cuando en el gueto de Varsovia trataban de doblegar la curva, hacían lo propio en plena posguerra española.

“El denominador común de ambos escenarios fue la coyuntura epidemiológica, es decir, la convergencia de las coordenadas ideales para la irrupción y desarrollo del tifus exantemático y otras enfermedades infecciosas agudas: el hambre, el hacinamiento y la falta de higiene”, señalan a SINC Xavier García-Ferrandis y Àlvar Martínez-Vidal, profesores de la Universidad Católica de Valencia “San Vicente Mártir” y de la Universidad de Valencia, respectivamente.

Los dos expertos en historia de la medicina han estudiado la epidemia de tifus que sufrió Valencia entre 1941 y 1943. La diferencia entre lo ocurrido en Polonia y en la capital del Turia fue el contexto que provocó ambas crisis sanitarias. “El caso del gueto de Varsovia fue un confinamiento forzado con fines criminales. El caso español fue consecuencia directa de casi tres años de guerra y una política de represión contra los perdedores en la inmediata posguerra”, distinguen.

A la hora de afrontar la epidemia, en Valencia también se implementaron medidas de confinamiento pero, como cuentan los investigadores, estas solo afectaron al segmento de la población que se correspondía con la clase social más desfavorecida, al asociarse a situaciones de hacinamiento y mala higiene.

“En ocasiones, el confinamiento se llevó a cabo contra la voluntad de los afectados, una negativa justificada porque las condiciones higiénico-sanitarias de los lugares de aislamiento eran tan deficientes que en alguna ocasión se llegó a declarar algún brote de tifus exantemático en el interior de aquellas infames instalaciones”, explican los docentes. Además, también se expulsaron a sus lugares de origen a miles de personas que vivían en las ruinas de los edificios bombardeados durante la Guerra Civil.

El confinamiento en otras epidemias

Las epidemias de tifus son un ejemplo de la importancia que tiene la prevención y el control para frenar su transmisión. Pero no son las únicas. Diego Ramiro, jefe del Departamento de Población del Instituto de Economía, Geografía y Demografía del CSIC, recuerda que medidas para reducir el efecto de las pandemias, como las cuarentenas, se han adoptado en casi todas las pandemias.

“Es el caso de las epidemias de peste, mientras que medidas alternativas frente a la difusión de la enfermedad como el cierre de escuelas, teatros o la prohibición de eventos públicos son medidas normales en pandemias como la gripe de 1918 o la gripe rusa de 1889-1890”, describe a SINC el sociólogo.

Los lazaretos –centros hospitalarios aislados para tratar patologías infecciosas– estaban dirigidos a los pacientes que tenían que hacer cuarentena por enfermedades como la peste o fiebre amarilla, y aún hoy pueden verse en nuestras costas, indica Ramiro.

“El confinamiento en todas sus formas, es decir, cuarentenas, lazaretos, cordones sanitarios, alejamiento o huida de zonas contagiadas, ha sido la medida principal con que las sociedades han afrontado las epidemias a lo largo de la historia, teniendo en cuenta que la teoría microbiana y la existencia de las vacunas y los antibióticos son hitos relativamente recientes en la historia de la medicina”, comentan García-Ferrandis y Martínez-Vidal.

Los investigadores destacan las sucesivas oleadas de peste entre el siglo XIV y el XVIII. En cuanto a las epidemias de cólera del siglo XIX, hubo un rechazo a las medidas de aislamiento porque impedían las comunicaciones y el comercio en el marco de la Revolución Industrial.

“En el caso de algunas enfermedades infecciosas crónicas el confinamiento tenía lugar al recluir a los enfermos en leproserías y sanatorios antituberculosos. A veces este aislamiento era obligado y, en ocasiones, de por vida”, añaden.

La prevención de la COVID-19 funciona

Este breve repaso a la historia de la medicina sirve para comprobar lo habituales que han sido este tipo de medidas preventivas para luchar contra las enfermedades infecciosas. Algunas de ellas, como las cuarentenas o el distanciamiento, se están implementando en la pandemia de la COVID-19.

Una investigación publicada en PLoS MEDICINE muestra que las acciones funcionan. ¿Cuáles? Una combinación de ellas. El lavado de manos, el uso de mascarillas y el distanciamiento social –las llamadas medidas autoimpuestas– junto a políticas de confinamiento –como el cierre de escuelas, centros de trabajo o la prohibición de reuniones–, impuestas por los gobiernos, pueden ayudar a mitigar y retrasar el pico de la pandemia.

Con un modelo computacional de propagación de la enfermedad, los científicos estudiaron el efecto estimado de estas medidas de prevención sobre los casos de COVID-19. En cuanto a las acciones autoimpuestas, si se toman rápidamente y las cumple un gran número de personas, con una eficacia que supere el 50 %, se puede prevenir una gran epidemia, según el modelo. Pero si son lentas, solo pueden reducir el número de casos, sin retrasar el pico.

En cambio, la implementación temprana de medidas de confinamiento impuestas por los gobiernos retrasa, pero no reduce el pico de la epidemia de COVID-19. Por eso los autores concluyen que la combinación de las medidas individuales, sobre todo si se adoptan rápidamente y por gran parte de la ciudadanía, junto al distanciamiento social impuesto por los gobiernos tienen el potencial de retrasar y reducir el pico de la epidemia.

“Las medidas de autoprotección funcionan bien si las siguen suficientes personas y las practican a lo largo del tiempo”, puntualiza a SINC Alexandra Teslya, autora principal del estudio e investigadora del Centro Médico Universitario de Utrecht (Países Bajos).

En el caso de que esa adherencia sea difícil de lograr, según la epidemióloga los beneficios para frenar la transmisión de la enfermedad serán limitados, puesto que disminuirán las personas infectadas y el tamaño del pico, pero este no se retrasará. “En este caso, el confinamiento a corto plazo impuesto por el gobierno puede ser mejor, ya que puede retrasar el pico”, mantiene Teslya.

Volviendo a las crisis sanitarias pasadas, la científica recuerda que medidas de confinamiento impuestas por las autoridades ya se usaron en la gripe de 1918 y fueron eficaces: las epidemias en las ciudades que las llevaron a cabo se redujeron en gran medida. El problema fue lo que vino después. “Una vez que estas medidas se relajaron, a menudo se observaron segundas olas”, alega. La historia puede volver a repetirse si bajamos la guardia.

Los escritos de historiadores, médicos y microbiólogos en el gueto de Varsovia

Estas son algunas de las frases escritas desde el gueto de Varsovia sobre la epidemia de tifus, recogidas en el estudio de Lewi Stone.

Emanuel Ringelblum (1900–1944), historiador polaco. “La epidemia de tifus ha disminuido de alguna manera precisamente en invierno, cuando generalmente empeora. La tasa de epidemia ha caído un 40 %. Escuché esto de los boticarios y lo mismo de los médicos y del hospital”.

Ludwik Hirszfeld (1884-1954), microbiólogo polaco nominado al Premio Nobel. “En el caso de la Segunda Guerra Mundial, el tifus fue creado por los alemanes, precipitado por la falta de alimentos, jabón y agua, y luego, cuando uno concentra 400.000 desgraciados en un distrito, les quita todo y les da nada, entonces crea el tifus. En esta guerra, el tifus es obra de los alemanes”.

Chaim Kaplan (1880-1943), maestro polaco. “La negligencia del Departamento de Salud… ha convertido el gueto en un basurero y un gran retrete público. El agua congelada y las tuberías del alcantarillado nos han obligado a hacer letrinas en escaleras y corrales. Estamos rodeados de suciedad apestosa y cuando la primavera empiece a derretir el estiércol congelado se amontonará. ¿Quién sabe qué enfermedades espantosas se desencadenarán entonces?”.

Jakub Penson (1899-1971), médico polaco. “Otra epidemia estalló en junio de 1941 y continuó hasta junio de 1942. Se extendió por todo el gueto, infectando a unas 100.000 personas. Esta epidemia fue mucho más aguda que la primera, con una tasa de mortalidad del 20 % (en la primera fue de 10 %); durante ese tiempo, unas 20.000 personas murieron de tifus”.

Bernard Goldstein (1889-1959), sindicalista polaco. “Los muertos eran arrojados desnudos a las calles porque la ropa era valiosa. Todas las mañanas los vagones eran conducidos a través del gueto para recoger los cuerpos y llevarlos al cementerio, donde fueron enterrados en fosas comunes”.

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domingo, junio 29

A sillazos en Buenos Aires: la Guerra Civil de los inmigrantes españoles en Argentina

(Un texto de Javier Padilla y Mariano Schuster en El Confidencial del 26 de julio de 2019)

En 1936, cuando comenzó la contienda, los cientos de miles de inmigrantes españoles que vivían en el país sudamericano la vivieron con particular intensidad.

Si Pedro Sánchez o Pablo Casado pasearan por Buenos Aires sin escolta probablemente pasarían desapercibidos, más que nada porque en Argentina los asuntos españoles ya no se siguen tanto como antes. En los últimos años, más allá de los éxitos en el fútbol y la crisis territorial en Cataluña, las noticias españolas no han tenido demasiada repercusión en un país que vive en una perpetua crisis.

Entre otros motivos, esto se debe a que el porcentaje de inmigrantes españoles sobre la población total es mucho más bajo de lo que un día fue. Cuando en 1914 se realizó un censo en Argentina, el porcentaje de nacidos en España era del 30% en provincias como Santa Cruz, y entre el 20 y el 25% en Buenos Aires. Apodados como “gallegos”, centenares de miles de españoles se embarcaron hacia Argentina buscando un futuro mejor en la primera mitad del siglo XX.

Esta situación hizo que, cuando comenzó la Guerra Civil Española, en Argentina se viviera con particular intensidad. Los españoles peleaban en su país, pero también más allá. Republicanos y falangistas se enfrentaban en trincheras mucho más lejanas que las de su patria. El inicio de la Guerra Civil fue un acontecimiento en Argentina. Buenos Aires, con sus cafés, sus teatros y sus grandes avenidas céntricas, vivió una peculiar versión de la Guerra Civil. La Guerra Civil de los inmigrantes.

Tan pronto como estalló la guerra, los diarios comenzaron a posicionarse: La Nación y La Prensa, dos de los de mayor tirada, prefirieron la posición neutral, aunque con cierto apoyo al alzamiento. La Nación, por ejemplo, condenaba las posturas revolucionarias que había adoptado la República y mostraba algunas simpatías por los sublevados. La Razón manifestó más claramente su apoyo a los nacionales. Otros periódicos de menor tirada como Bandera Argentina o Crisol, vinculados al mundo católico y nacionalista, consideraban que la sublevación contra el comunismo era lo mejor que podía pasarle a España.

Mientras tanto, los diarios Crítica y Noticias Gráficas mantuvieron, desde distintas posiciones ideológicas, su apoyo a la República. Los anarquistas lo hicieron desde las páginas de El Obrero. Los socialistas llenaron las páginas de su periódico, La Vanguardia, y los comunistas, las de sus órganos de prensa La Internacional y Hoy. Una buena parte del radicalismo argentino apoyó la república, si bien en ocasiones no muy explícitamente. También la revista Sur, dirigida por Victoria Ocampo, sostuvo la defensa de las instituciones españolas. En una carta publicada en su revista, escritores como Jorge Luis Borges, Alfonsina Storni, Conrado Nalé Roxlo, y Alberto Gerchunoff dijeron “no” al golpe de Franco. Los españoles, definidos en uno u otro lado de la trinchera política, pronto supieron qué diarios comprar en Argentina.

La mayoría de los inmigrantes españoles que se encontraban en Argentina habían dejado a sus familias, pero no abandonaron los bares. En el centro de la capital porteña, exactamente en la esquina de Salta y Avenida de Mayo, los españoles se dividían en dos: el Iberia y El Español. Mientras los republicanos se reunían en el primero, los falangistas lo hacían en el segundo. En ocasiones volaban sillas y mesas entre los dos bares. Cuando una vez los Republicanos pusieron en un camión con altavoces el Himno de la República Española (Himno de Riego), los franquistas lanzaron los utensilios que disponían contra el camión.

Aún se conserva el bar Iberia, que fue declarado sitio de interés cultural; no así El Español, que hoy es un banco. Mientras tanto, en el bar llamado Imparcial se reunían unos y otros. En un ambiente muy politizado, se prohibieron las discusiones políticas. Una placa anunciaba que “Son prohibidos en este lugar, los debates de mesa a mesa y las discusiones de política y religión”.

A pesar de sus diferencias políticas, la mayoría de los casi 300.000 españoles que deambulaban por las calles porteñas tenían en común el deseo de mantener su identidad. Las asociaciones y centros sociales se crearon con la idea de crear comunidad. El Centro Gallego, fundado en 1907, desarrollaba tareas de alfabetización y tenía su propio centro de salud. El Centro Asturiano, creado en 1913, se estableció como una asociación de Socorros Mutuos. Y el Centro Salmantino, creado en 1922, se centraba en las actividades culturales a través de la biblioteca 'Gabriel y Galán'. La Guerra Civil hizo que todas estas asociaciones se dividieran o agudizaran las diferencias ya existentes.

Por ejemplo, la comunidad de inmigrantes catalanes acabó dividida en dos grupos: los que optaron por el Casal de Cataluña (claramente republicano y con toques independentistas) y los que se quedaron en el Centre Catalá (que tenía a miembros franquistas). Los andaluces también se dividieron. En 1938, ya con Andalucía casi totalmente dominada por el bando franquista, varios miembros del Hogar Andaluz de Buenos Aires crearon el Rincón Familiar Andaluz, uno de los centros sociales españoles de mayor actividad en defensa de la II República. Hoy día, el Rincón Familiar Andaluz es uno de los mejores sitios en Buenos Aires para aprender a bailar flamenco.

Los actos públicos fueron masivos. Y, como ocurrió en el Teatro Coliseo, republicanos y falangistas llegaron a compartir espacios. De hecho, el 21 de noviembre de 1936, cientos de falangistas argentinos se reunieron para lamentar el fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera en lo que se dio en llamar como 'Acto por la afirmación, por la Patria, por España y por Cristo Rey'. Hubo, además de vítores y gritos en favor de Franco, dos presencias destacadas: la de Enrique Pedro Oses, escritor nacionalista admirador confeso de Hitler y Mussolini, y la de Nimio de Anquín, un seguidor argentino del antisemita francés Charles Maurras que participaba en la Unión Nacional Fascista. Al día siguiente, el mismo teatro se llenó de comunistas, liberales antimonárquicos y socialistas en uno de los más imponentes actos en defensa de la República. Al parecer, todavía quedaba algún panfleto falangista en el suelo. A los propietarios del teatro no les importó demasiado ya que su único objetivo era llenar las instalaciones.

Los mítines republicanos estuvieron tan divididos como la propia izquierda. Anarquistas, socialistas y comunistas organizaron sus propios actos e, incluso, sus propias organizaciones de solidaridad. Los socialistas participaron activamente en la agrupación Amigos de la República Española, los comunistas de la Federación de Organismos de Ayuda a España Republicana y los anarquistas de la Comisión Coordinadora de Ayuda a España en Argentina. Mientras tanto, Argentina dio a España Brigadistas Internacionales y miembros para el llamado Socorro Rojo Internacional.

Las mujeres argentinas tuvieron un papel apreciable en la defensa de la República. Fanny Edelman, una destacada comunista, partió a las Brigadas y realizó tareas de alfabetización a soldados en Valencia. Tras conocer a Miguel Hernández y Antonio Machado, a su regreso en Argentina participó en el Comité Argentino de Mujeres Pro Huérfanos Españoles. Anita Piacenza, militante anarquista de la Agrupación de Mujeres Libres, y Berta Baumkoler, de la Agrupación de Mujeres Antifascistas, fueron a España a luchar por la República. Mika Feldman de Etchebehere, nacida en la provincia de Santa Fe en 1902, es quizás la activista argentina más famosa. Mika llegó a liderar una milicia del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), y sufrió la persecución de sus propios “compañeros de bando”: los comunistas la interrogaron en una cheka en 1937 acusándola de “trotskista enemiga de la República”. Su historia de lucha fue narrada por ella misma en su libro 'Mi guerra de España'.

El fin de la guerra supuso un cambio importante para los inmigrantes españoles. El triunfo de Franco hizo que muchos ciudadanos argentinos regresaran a su país tras haber combatido por la República. Junto a ellos, numerosos españoles fueron a Argentina buscando una tierra donde vivir sin miedo a las represalias de la dictadura incipiente. Entre ellos estaba Niceto Alcalá-Zamora, presidente de la República Española entre 1931 y 1936. A otros, como a Indalecio Prieto, el fin de la guerra los encontró ya en estas tierras. Aunque exiliado finalmente en México, Prieto, el socialista moderado que defendía con tanto ahínco las reformas republicanas como la esfera pública liberal, hizo un mitin en el famoso Estadio Luna Park de Buenos Aires tres meses antes que terminara la guerra, cuando sabía que todo estaba perdido.

Numerosos intelectuales y artistas, como Rafael Alberti y María Teresa León, se exiliaron en Argentina. Muchos se quedaron e iniciaron una nueva vida, pero la reclamación de que acabara la dictadura en España se mantuvo en la mayoría de los casos. Pocos podían imaginarse que tendrían que esperar a la muerte de Franco, que acabaría viviendo tantos años. Hoy, a ochenta años del final de la Guerra Civil, inmigrantes españoles siguen reuniéndose en Buenos Aires para evocar a los suyos. Hubo españoles que nunca quisieron perder su nacionalidad a pesar de que esto les pudiera causar problemas económicos. En algunos centros y asociaciones culturales subsiste la memoria, aunque cada vez es menor. La guerra es una herida imposible de olvidar para muchos, ya que supuso un punto de inflexión en una vida que a partir de entonces quedó enraizada en otro país. En un momento en que hay tantos argentinos en España, muchos que vinieron por motivos económicos, no está de más recordar cómo tantos españoles encontraron en Argentina un lugar donde establecerse. 

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sábado, junio 28

La casada infiel

Estos 55 versos de Federico García Lorca —incluidos en el 'Romancero gitano'— son un alegato contra los cánones sociales y las imposiciones morales. Nota: leer la parte intermedia ("desde 'pasadas las zarzamoras' hasta 'las espadas de los lirios') con la música de "Tu Calorro" de Estopa es otra forma de disfrutarlos.

Y que yo me la llevé al río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.
Fue la noche de Santiago
y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua
me sonaba en el oído,
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.
Sin luz de plata en sus copas
los árboles han crecido,
y un horizonte de perros
ladra muy lejos del río.

Pasadas las zarzamoras,
los juncos y los espinos,
bajo su mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.
Yo me quite la corbata.
Ella se quitó el vestido.
Yo el cinturón con revólver.
Ella sus cuatro corpiños.
Ni nardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.
Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.
Aquella noche corrí
el mejor de los caminos,
montando en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.
No quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.
Sucia de besos y arena,
yo me la llevé del río.
Con el aire se batían
las espadas de los lirios.

Me porté como quien soy.
Como un gitano legítimo.
Le regalé un costurero
grande, de raso pajizo,
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río.

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viernes, junio 27

Los caballos que nos salvaron de la difteria, el “ángel estrangulador”

(Un texto de Javier Yanes en bbvaopenmind.com leído el 11 de marzo de 2020)

En tiempos se la conocía con el macabro nombre de “el ángel estrangulador de los niños”. Por entonces, la difteria se cobraba cientos de miles de vidas al año, sin que existiera tratamiento contra esta enfermedad bacteriana que cerraba las vías respiratorias con una masa de tejido muerto; hasta que el médico alemán Emil von Behring y sus colaboradores dieron con una cura. Pero en esta historia hubo otros protagonistas no humanos: los caballos. E incluso hoy, junto con los antibióticos, la antitoxina producida en estos animales continúa siendo el tratamiento estándar de la difteria, un método tradicional que quizá pronto pueda abandonarse gracias al progreso de la biotecnología.

Emil von Behring (15 de marzo de 1854 – 31 de marzo de 1917) llegó a la difteria siguiendo el camino abierto por el pionero de la medicina antiséptica, Joseph Lister. El alemán comenzó su carrera experimentando con sustancias antisépticas, pero en el instituto del famoso bacteriólogo Robert Koch le surgió la oportunidad de dedicarse a la que entonces parecía la vía más prometedora en la lucha contra las infecciones: neutralizar las toxinas bacterianas.

En 1888 el francés Émile Roux y su ayudante, el suizo Alexandre Yersin, aislaban en el Instituto Pasteur de París la toxina del bacilo de la difteria (Corynebacterium diphtheriae), responsable en parte de los efectos letales de la enfermedad. El hallazgo llevó a la creencia de que las toxinas estaban involucradas en todas las infecciones bacterianas. No era cierto, pero sí ocurría en el caso de la difteria y el tétanos. Y para estos casos, Behring y el japonés Shibasaburo Kitasato lograron en 1890 inyectar la toxina a animales de laboratorio y obtener de ellos un suero que prevenía y curaba la enfermedad en otros animales.

Antitoxinas para el tétanos

Behring llamó a este suero curativo “antitoxina”, y propuso correctamente que era un producto de la inmunización activa del animal por la toxina, que al inyectarse en otro animal lo protegía de la enfermedad por inmunidad pasiva. En 1891, el colaborador y después rival de Behring, Paul Ehrlich, utilizó por primera vez el nombre por el que hoy conocemos a los elementos presentes en esos antisueros: anticuerpos. 

Según explica a OpenMind el historiador de la bacteriología y la inmunología Derek Linton, autor de la premiada biografía Emil von Behring: Infectious Disease, Immunology, Serum Therapy (APS, 2005), “Behring y Kitasato descubrieron antitoxinas para la difteria y el tétanos simultáneamente, trabajando en laboratorios contiguos”. Sin embargo, el japonés pronto derivó al estudio de la tuberculosis, y “quedó para Behring y sus ayudantes, sobre todo Erich Wernicke, progresar en este importante descubrimiento y ofrecer una prueba de concepto de que las antitoxinas del tétanos y la difteria podían usarse para curar a los humanos”.

Empleando cobayas, conejos y ovejas para producir el suero, a mediados de 1892 Behring obtuvo los primeros éxitos con el tétanos en humanos. La difteria tardaría algo más; aunque circula una historia según la cual Behring habría curado por primera vez a una niña con su suero el día de Navidad de 1891, según Linton esto nunca sucedió. En realidad, los primeros ensayos clínicos con la antitoxina de la difteria comenzaron con unos pocos niños a finales de 1892, pero no fue hasta dos años después cuando se obtuvieron resultados positivos en un grupo mayor, utilizando un suero producido por Ehrlich en cabras. 

Durante estos ensayos, se curaron 168 de los 220 niños tratados; el 23,6% de mortalidad resultante era menos de la mitad de lo habitual en los casos de difteria. En especial, el suero prometía una salvación casi segura si se administraba en los dos primeros días de la enfermedad. En agosto de 1894, la compañía Hoechst, a través de un contrato con Behring y Ehrlich, lanzó la comercialización del nuevo remedio, de eficacia tan espectacular que en 1901 le valdría a Behring el primer Premio Nobel de Fisiología o Medicina. “Behring fue también el primero en detectar y describir reacciones inmunes negativas a las antitoxinas generadas en animales, sobre todo la hipersensibilidad, un término que él acuñó”, añade Linton.

Los salvadores contra la lacra de la difteria

Tanto el grupo de los alemanes como sus competidores en el Instituto Pasteur y otros lugares comenzaron a producir sus sueros en caballos, animales que permitían obtener fácilmente mayores cantidades de antitoxina que las ovejas o las cabras. Los establos para la fabricación de antisueros comenzaron a extenderse rápidamente, y no solo en el viejo continente: ya en el verano de 1894 el bacteriólogo jefe del Departamento de Salud de la ciudad de Nueva York, Hermann Biggs, pudo observar por sí mismo cómo estos laboratorios proliferaban por Europa, y de inmediato importó la técnica. Antes de que terminara el año, 13 caballos ya producían antitoxina diftérica en el Colegio de Cirujanos Veterinarios, en pleno Manhattan.

En los años posteriores, los caballos de la antitoxina se volvieron enormemente populares entre el público como los salvadores contra la lacra de la difteria. En Nueva York, Biggs enseñaba los limpios establos de los animales, explicando que se les trataba como a pacientes de un hospital, que generalmente no sufrían el menor daño con la inoculación, y que se les mantenía bien cuidados y alimentados. 

No faltaron los fracasos: en 1901, 13 niños fallecieron en San Luis (Misuri) al recibir suero de un caballo llamado Jim que estaba enfermo de tétanos. La tragedia motivó en EEUU la primera regulación de productos biológicos que llevaría después a la creación de la Food and Drug Administration (FDA).

El pasado enero, un estudio describía la obtención por tecnologías genéticas de anticuerpos capaces de neutralizar la toxina diftérica, un proyecto financiado por un consorcio de la organización de bienestar animal PETA. Y hay al menos otro grupo de investigación que persigue el mismo objetivo, producir antitoxina sin caballos. Por fortuna y gracias a la vacunación, hoy la difteria ya no suele ser una amenaza. Pero este avance tiene también una contrapartida: las perspectivas de que se financien los ensayos clínicos necesarios y de que una compañía apueste por estos productos no son demasiado halagüeñas, tratándose de una enfermedad ya casi olvidada. Y sin embargo, cerrar por fin este capítulo de la historia de la medicina parece una obligación hacia los héroes cuadrúpedos que durante más de un siglo nos mantuvieron a salvo del “ángel estrangulador”.

 

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