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...o una historia, o una anécdota... Simplemente algo que me haga reir, pensar, soñar o todo a la vez, si cabe ..Si quereis mandarme alguna de estas, hacedlo a pues80@hotmail.com..

sábado, diciembre 13

200 años de Baudelaire, el auténtico inventor de la vida moderna

(Es un artículo de Javier Blanquez en El Mundo del 4 de abril de 2021, así que más que 200 años, hablamos de 205, pero tampoco cambia nada...)

En 1821 nació el autor de 'Los paraísos artificiales', que exploró las drogas, el deterioro moral y el sexo.

La existencia de las drogas en la literatura es antigua y puede rastrearse hasta en la 'Odisea', donde Homero cuenta que Helena, regresando de Troya, descubrió la nepenta, aquella especie de ansiolítico de los tiempos heroicos. Pero, salvando precedentes anecdóticos -Daniel Defoe, por ejemplo, sabía del opio, y describió a Robinson Crusoe en posesión de unos gramos de esa sustancia-, cuando las letras se vuelven verdaderamente 'yonquis' es con el giro anti-romántico del siglo XIX.

El año clave sería 1821, que es cuando Thomas de Quincey publicó sus 'Confesiones de un comedor de opio' y también cuando nació Charles Baudelaire, el autor que mayor influencia recibió, décadas después, de aquella elocuente descripción del dulce cuelgue y la terrible abstinencia causados por el abuso del láudano.

Hace dos siglos, pues, la vida y el arte emprendieron el camino de no retorno que, de manera acertadísima, Félix de Azúa sintetizó en el concepto de la vida moderna, una cosa que inventó Baudelaire y que hoy es en realidad modernez, pero que en su día fue una ruptura radical en la forma de vivir, crear y aspirar a la eternidad, y que sólo pudo darse en las grandes ciudades industriales.

EL NO ALMA DE LOS VEGETALES

Antes de Baudelaire, la gloria se conquistaba por elevación: en la guerra o aspirando a fundirse con Dios, glorificando el potencial del hombre y sus virtudes; todo estaba empañado de una moral virtuosa. Pero el poeta del París tumultuoso decidió mirar abajo ("la animalidad es la alegría del descenso", dejó escrito), y descubrió un espacio sin explorar en las miserias del alma, las pulsiones del cuerpo, la suciedad física y de pensamiento, y de ahí su rebeldía contra todas las autoridades -la divina, la del Estado, la familiar y la militar-, sus escarceos con prostitutas y sus experimentos con drogas.

Le llamaron satánico, pues escribía por igual de vampiros y adictos -que son la misma cosa-, y rechazó el ideal romántico de buscar la plenitud en la naturaleza. El triunfo de Baudelaire ante la eternidad no fue absoluto, porque no ha evitado el auge del 'wellness', la filosofía 'new age' y la meditación en parajes nemorosos, pero al menos sí levantó una barricada de contención contra el futuro 'hippismo' cuando rechazó, en 1855, participar en un libro colectivo de poesías que planeaba celebrar el bosque de Fontainebleau: "Lo siento, pero soy incapaz de enternecerme ante los vegetales [...]. Nunca creeré que el alma de Dios habite en las plantas, y aunque allí habitara, me importaría más bien poco". Baudelaire consideraba la naturaleza como un conjunto de "hortalizas sacralizadas", y prefería hablar con los gatos, frecuentar los burdeles y embriagarse con el vino.

El pequeño Baudelaire fue un joven díscolo. Su padre falleció en 1827, cuando tenía seis años, y le dejó un enorme vacío de autoridad paterna. De hecho, su madre se volvió a casar un año después con un militar, Jacques Aupick, a quien Baudelaire odiaba. Cuando participó en la revolución burguesa de 1848, lo más que hizo fue instigar a la masa a que fusilara -sin éxito- a su padrastro, que en agradecimiento le dejó sin herencia.

Casi toda su biografía contestona se puede explicar a partir de esa animadversión: la expulsión de varios colegios, sus flirteos escolares con la homosexualidad, hasta el punto de que su familia se lo quiso quitar de encima, aún adolescente, embarcándole en un paquebote con destino a Calcuta.

Baudelaire consiguió regresar a París tras pisar el Caribe, y lo hizo convertido en mayor de edad y poseedor de una renta de 75.000 francos que comenzó a derrochar tan pronto como pisó los ambientes sórdidos que tanto le atraían.

Entonces proyectó su imagen atildada, extravagante y distintiva de la masa sucia: desarrolló la incipiente moda del dandi, y de ahí vino no sólo una literatura reactiva contra el realismo, sino sobre todo el desarrollo de la idea del 'spleen', ese tedio insoportable del urbanita para el que toda novedad nunca es suficiente. El hastío llega porque el hambre de modernidad va más rápido que la modernidad misma, y de ahí la exploración de las drogas, el deterioro moral y el sexo.

SÍFILIS

De lo primero extrajo su pertenencia al Club de los Hashischins -un fumadero privado donde consumía porros y opio en compañía de Gérard de Nerval y Theóphile Gautier- y la redacción de 'Los paraísos artificiales', inspirado por De Quincey; de lo segundo obtuvo inspiración para Las flores del mal, y de lo tercero una sífilis que nunca curó, y que supuestamente le transmitió su amante mulata Jeanne Duval.

A partir de 1861, cumplidos los 40, Baudelaire ya estaba para el desguace: además del mal venéreo, padeció todo tipo de golpes económicos, morales -el juicio contra 'Las flores del mal' por su contenido inmoral- y físicos, incluido un ictus y, casi al final de su vida, la hemiplejía que le paralizó medio cuerpo. Tal como vivió, murió, explorando las simas del dolor, la degradación y eso que Lou Reed -epígono tardío- llamó "el lado salvaje de la vida".

A partir de Baudelaire se puede explicar buena parte del presente occidental: el escapismo, la atracción por lo sórdido, el tedio absoluto en un mar de abundancia, la rebeldía juvenil, el rock y el reguetón, el arte contemporáneo, el nihilismo, el culto a las estrellas y el anarco-capitalismo; del empacho de series a los 'after hours', pasando por el aislamiento individualista. Hace dos siglos cambió el mundo para siempre por su culpa, y cuando nos dimos cuenta, ya era demasiado tarde. Y lo peor es que nos gusta.  

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viernes, diciembre 12

El 'bloop'

 (Leído en el boletín de Madri+d)

Un sonido oceánico colosal desconcertó durante años a los científicos antes de revelar un origen inesperado

En 1997, los micrófonos submarinos de la NOAA, la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica estadounidense, registraron un sonido de baja frecuencia tan intenso que fue detectado a más de 5.000 kilómetros. Lo bautizaron el bloop. Su firma acústica era inusual: corta, potente y con un espectrograma que recordaba vagamente a vocalizaciones de grandes animales.

Durante un tiempo, se especuló con que el sonido podría venir de algún enorme animal desconocido. Pero catorce años después, un análisis de la propia NOAA resolvió el misterio. Los científicos observaron que el bloop coincidía con los patrones acústicos producidos por el desprendimiento y fractura de enormes masas de hielo en la Antártida.

Podéis saber más (y escuchar el misterioso sonido) en esta página de la NOAA.

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jueves, diciembre 11

Sobre Robert Louis Stevenson

(Leído en el muro de "Fragmentos de la historia" de Facebook hace poco)

Robert Louis Balfour Stevenson nace en Edimburgo, Escocia el 13 de noviembre de 1850, muere en Vailima, cerca de Apia, Samoa el 3 de diciembre de 1894, también conocido como Robert L. Stevenson o R. L. Stevenson fue un novelista, cuentista, poeta y ensayista británico. Hijo de un ingeniero, R. L. Stevenson se licenció en derecho en la Universidad de Edimburgo, aunque nunca ejerció la abogacía. En busca de un clima favorable para sus delicados pulmones, viajó continuamente, y sus primeros libros son descripciones de algunos de estos viajes (Viaje en burro por las Cevennes). En un desplazamiento a California conoció a Fanny Osbourne, una dama estadounidense divorciada diez años mayor que él, con quien contrajo matrimonio en 1879. Por entonces se dio a conocer como novelista con La isla del tesoro (1883). Posteriormente pasó una temporada en Suiza y en la Riviera francesa, antes de regresar al Reino Unido en 1884. La estancia en su patria, que se prolongó hasta 1887, coincidió con la publicación de dos de sus novelas de aventuras más populares, La flecha negra y Raptado, así como su relato El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde (1886), una obra maestra del terror fantástico.
En 1888 inició con su esposa un crucero de placer por el sur del Pacífico que los condujo hasta las islas Samoa. Y allí viviría hasta su muerte, venerado por los nativos. Entre sus últimas obras están El señor de Ballantrae, El náufrago, Cariona y la novela póstuma e inacabada El dique de Hermiston.
Su popularidad como escritor se basó fundamentalmente en los emocionantes argumentos de sus novelas fantásticas y de aventuras, en las que siempre aparecen contrapuestos el bien y el mal, a modo de alegoría moral que se sirve del misterio y la aventura. Cantor del coraje y la alegría, dejó una vasta obra llena de encanto, con títulos inolvidables. Varias de sus novelas y cuentos continúan siendo populares y algunos de estos han sido adaptados más de una vez al cine y a la televisión, principalmente del siglo XX. Fue importante también su obra ensayística, breve pero decisiva en lo que se refiere a la estructura de la moderna novela de peripecias. Fue muy apreciado en su tiempo y siguió siéndolo después de su muerte. Tuvo influencia sobre autores como Joseph Conrad, Graham Greene, G. K. Chesterton, H. G. Wells, Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges.
En la tumba de Stevenson, en una lejana isla de los mares del Sur a la que se retiró por motivos de salud, figura grabado el apodo que le dieron los samoanos: Tusitala, que en español significaría «el contador de historias». En efecto, la literatura de Stevenson es uno de los más claros ejemplos de la novela-narración, el «romance» por excelencia.
https://www.buscabiografias.com/biografia/verDetalle/8109/Robert%20Louis%20Stevenson
 

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martes, diciembre 9

What the Beatles Gave Science

(An article by Sharon Begley read on 23rd December 2007, but I don't know where it comes from...)
 
Like millions of others who believed there must be more to life than the libertine exuberance of the '60s, the Beatles hoped that the Hindu teacher Mahesh Yogi—known as the Maharishi, or "great saint"—would help them "fill some kind of hole," as Paul McCartney put it years later. So in the spring of 1968, the Fab Four traveled to the Maharishi's ashram overlooking the Ganges River in northern India, where they meditated for hours each day in search of enlightenment, as Bob Spitz recounts in his exhaustive 2005 biography, "The Beatles." The high-profile visit still echoes 40 years later—in, of all places, science, for the trip popularized the notion that the spiritual East has something to teach the rational West. Soon the Maharishi was on Time magazine next to the line "Meditation: The Answer to All Your Problems?"
 
It wasn't. But in the late 1960s a few intrepid scientists began dipping their toes into the exotic new waters to study the effects of Transcendental Meditation (TM), which the Maharishi developed, and other forms of mental training. Most of that early research "was just not of high caliber," says B. Alan Wallace, president of the Santa Barbara Institute of Consciousness Studies. "Reputable scientists were told, 'We can't study that; we'll be tarred and feathered'." But just as meditation has become as mainstream as aerobics, research on it has achieved a respectability that astonishes those who remember the early floundering. With neuroscientists at the University of California, Davis, Wallace is leading a $1.4 million study of the effects of intensive meditation on attention, cognitive function and emotion regulation. Prestigious institutions such as the M.D. Anderson Cancer Center conduct studies on how Tibetan yoga improves sleep in patients with lymphoma, and top journals publish research on the brain waves of Buddhist monks. Studies of meditation are more than mainstream. They're expanding beyond the predictable—I mean, how surprising is it that meditating lowers stress?—into uncharted terrain, such as how different forms of meditation alter brain circuits in an enduring way.
 
In large part, that research is making headway because it's much more rigorous than in the early days. Then, few studies accounted for the annoying little fact that meditators' low levels of stress might reflect self-selection (maybe only mellow people chose to meditate and stuck with it) rather than the practice itself. Nor did they consider that the reduction in stress, blood pressure, heart rate and other measures between the beginning and the end of a meditation course might reflect the placebo effect: you expect something good to happen, and it does. "You can't really control for that," says Robert Schneider of Marahishi University of Management in Iowa, a center of research on TM, "but new studies come close." Although relaxation techniques and TM both lower blood pressure, for instance, the effect of TM is twice as big. Top hospitals from Stanford to Duke are convinced: they have instituted meditation programs for patients suffering chronic pain and other ailments.
 
Afraid to sully their reputations, it took three decades for scientists to ask the obvious: does meditation change the brain? But in the 1990s British psychiatrist John Teasdale became intrigued with mindfulness meditation, a Buddhist practice in which you sit quietly and observe whatever thoughts and perceptions arise in your consciousness, but without judging them. He and colleagues showed that mindfulness training halves the rate at which people treated for depression relapse. That set the stage of studies showing that mere thought can alter brain activity in a long-lasting way that benefits other forms of mental illness.
 
Neuropsychologist Richard Davidson of the University of Wisconsin had practiced meditation since the 1970s but didn't dare study it. Only in the 1990s did he "come out of the closet," he says. Now Buddhist monks and yogis trek to his lab to have their brains scanned. They look different from the brains of undergraduates (but then, whose doesn't?), having stronger electrical waves of the kind that knit together disparate thoughts into the grand enterprise of consciousness.
 
Even in novices, meditation leaves its mark. An eight-week course in compassion meditation, in which volunteers focus on the wish that all beings be free from suffering, shifted brain activity from the right prefrontal cortex to the left, a pattern associated with a greater sense of well-being. And three months of intensive training (10 to 12 hours a day) in mindfulness meditation had a remarkable effect on attention. Usually, when something attracts your attention—in this study, a number interrupting a stream of letters on a screen—it takes the brain's attention machinery time to reset. If two numbers flash less than 0.5 seconds apart, most people don't see the second one. But after mindfulness meditation, with its focus on sharpening attention, volunteers detected many more numbers, Davidson's team reported this year. What happened was that the meditators used fewer attention circuits to perceive the first number and therefore had enough left over to detect the second. Meditation is still not "the answer to all your problems," but it's having a good run unveiling the brain's secrets.

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domingo, diciembre 7

El cosmógrafo que dio su nombre a América, por error y sin saberlo

(Un texto de Javier Yanes en Bbvaopenmind.com leído el 9 de marzo de 2021)

Existe un solo continente en la Tierra nombrado en honor a una persona real: respectivamente, América y el explorador y cosmógrafo florentino-castellano Américo Vespucio. También puede decirse que es el primer continente nacido para el conocimiento europeo y nombrado en fechas bien definidas. La versión corta de la historia cuenta que fue Vespucio quien primero se percató, el 17 de agosto de 1501, de que el actual Brasil no era parte de Asia, sino un Nuevo Mundo, y que el cartógrafo alemán Martin Waldseemüller instauró en su honor el nombre de América para este nuevo continente en un mapa publicado el 25 de abril de 1507. Sin embargo, la versión larga es más complicada, y nos cuenta que el nombre de América es en realidad el producto de algún error, algún desconocimiento y bastantes dosis de fantasía.

En 1492, el año en que Cristóbal Colón arribó a lo que por entonces se llamarían las Indias Occidentales, el tratante florentino Amerigo Vespucci (9 de marzo de 1454 – 22 de febrero de 1512) se había instalado en Sevilla por asuntos relacionados con los negocios de sus patronos, los Medici. No traía estudios universitarios, pero sí una buena formación que incluía la geografía y la astronomía. Cada vez más involucrado en las actividades de su superior Gianotto Berardi, inversor y contratista en las expediciones de Colón, pronto Vespucio daría personalmente el salto a la exploración: en 1497 se convirtió en el primer europeo en pisar la tierra continental de la futura América; un año antes que Colón, quien hasta entonces solo había visitado islas.

Aquí surge la primera objeción: el único testimonio de aquel viaje es la Carta a Soderini, un documento presuntamente firmado por Vespucio en el cual daba cuenta de cómo aquel 17 de agosto habría tocado tierra en lo que reconoció como un nuevo continente. Sin embargo, los expertos no solo han cuestionado ampliamente la autoría y la autenticidad del relato, sino incluso la existencia de aquella expedición. No parece haber disputas, en cambio, sobre otros dos viajes sucesivos de Vespucio, aunque ya posteriores a la llegada de Colón al continente.

Mundus Novus

Fue en 1503 cuando otro documento firmado por Vespucio empleaba en su título la expresión Mundus Novus, lo que le otorgaría la primacía en el reconocimiento del nuevo continente, si bien la expresión “nuevo mundo” ya se había utilizado antes; de hecho, se dice que Vespucio pudo inspirarse en la referencia de Colón a “otro mundo”. Así, narraba: “Pues en aquellas partes del sur he encontrado un continente más densamente poblado y abundante en animales que nuestras Europa o Asia o África”. El 7 de agosto de 1501, escribía, su flotilla de tres naves portuguesas tocaba tierra: “Supimos que esa tierra era un continente y no una isla porque se extiende lejos como una costa muy larga y recta y porque está repleta de infinitos habitantes”.

Aunque Mundus Novus aparece como una carta dirigida a su antiguo patrono, Lorenzo di Pierfrancesco de Medici, se cree que en realidad no es una epístola original, sino obra de otros como una refundición embellecida de cartas auténticas de Vespucio. En el documento el explorador presumía de cómo sus conocimientos de cosmografía habían salvado la expedición: “Si mis compañeros no me hubiesen hecho caso a mí, que tengo conocimientos de cosmografía, no habría habido capitán o ni siquiera el líder de la expedición que hubiese sabido dónde estábamos”. Vespucio alardeaba de su uso del cuadrante y el astrolabio. “Por esta razón después me hicieron objeto de gran honor, ya que les mostré que, a pesar de ser un hombre sin experiencia práctica, a través del aprendizaje de las cartas marinas para navegantes yo estaba más cualificado que todos los capitanes del mundo entero”.

Sin embargo, los expertos señalan que las descripciones astronómicas de Vespucio son confusas, que no hizo observaciones notables o novedosas y que sus técnicas eran poco fiables. No dejó ningún mapa con su firma. Pero poco importaba cuando su relato era una lectura tan apasionante: indígenas que vivían 150 años y que cometían incesto y canibalismo a discreción —uno había comido 300 cadáveres—, mujeres voluptuosas y “urgidas por un exceso de lujuria” que yacían con los cristianos a la menor oportunidad, y hombres que usaban “un cierto recurso suyo, la mordedura de ciertos animales venenosos” para aumentar sus genitales “a un tamaño tan gigantesco que aparecen deformados y repugnantes”. No es de extrañar que Mundus Novus se convirtiera en un best seller de su época, traducido a varios idiomas.

Un error por desconocimiento

Las obras de Vespucio llegaron al Gymnasium Vosagense, una institución académica religiosa en Saint-Dié-des-Vosges (Francia). El grupo de geógrafos allí reunido, que incluía a Martin Waldseemüller y Matthias Ringmann, publicó en 1507 una Cosmographiae Introductio, anónima pero probablemente escrita por Ringmann, junto con un mapa del mundo firmado por Waldseemüller y una traducción de la Carta a Soderini. Tanto el mapa como el texto asignaban el nombre de América a un nuevo continente separado de Asia. “No veo qué derecho tendría nadie a objetar a que se llame a esta parte, por Americus que la descubrió y que es un hombre de inteligencia, Amerigen, esto es, la Tierra de Americus, o America: ya que tanto Europa como Asia obtuvieron sus nombres de mujeres”, decía la Introductio.

Algunos expertos sugieren que realmente fue Ringmann y no Waldseemüller quien bautizó a América y que el segundo se limitó a permitirlo, ya que en sus posteriores mapas no aparece esta denominación. Pero se da una curiosa circunstancia. Aunque cueste imaginarlo en los tiempos de internet, las redes sociales y las noticias al minuto, en el siglo XVI la información circulaba con extrema lentitud: en 1507 aún no había llegado a oídos de Ringmann que un tal Colón, fallecido el año anterior, había llegado al Nuevo Mundo antes que Vespucio. 

Tras la muerte de Ringmann, Waldseemüller dejó de utilizar el nombre de América en sus mapas, anotando simplemente que aquella tierra había sido descubierta por “Cristóbal Colón de Génova”. Pero ya era tarde. La obra de 1507 fue tan influyente que el nombre de América fue copiado por otros cartógrafos en trabajos sucesivos. En 1538 el célebre geógrafo Gerardus Mercator lo imprimió en su Orbis Imago, su primer mapamundi. Y el resto es historia. Por su parte, Vespucio falleció en Sevilla en 1512 sin saber que su nombre designaría todo un continente, un privilegio jamás alcanzado por otro ser humano

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viernes, diciembre 5

Pulp Fiction: el maletín

(Leído en facebook, en el muro de Borji)

En 1994, mientras se filmaba Pulp Fiction, Quentin Tarantino tenía una regla inquebrantable: cada objeto en pantalla debía tener una historia. Uno de los más misteriosos fue el maletín que Vincent Vega y Jules Winnfield recuperan. Nunca se revela qué contiene, pero lo que pocos saben es que Tarantino jamás escribió su contenido. El guion solo decía: “Abren el maletín. Brilla intensamente. Reaccionan.” Nada más.
La idea de dejarlo vacío de significado fue deliberada. Tarantino quería que el público proyectara sus propias teorías. Pero detrás de cámaras, el equipo necesitaba que el maletín brillara. Así que usaron una batería de bicicleta conectada a una bombilla dorada, escondida bajo una tela negra. El efecto fue tan hipnótico que John Travolta pidió repetir la toma solo para ver el resplandor una vez más.
Durante las pruebas de cámara, Samuel L. Jackson improvisó una reacción que no estaba planeada: se quedó mirando el maletín en silencio por varios segundos. Tarantino decidió mantener ese momento, convencido de que el misterio era más poderoso que cualquier explicación.
Con el tiempo, surgieron teorías: que contenía el alma de Marsellus Wallace, que era el diamante de Reservoir Dogs, o incluso el Oscar que Tarantino aún no ganaba. Pero el director nunca confirmó nada. En entrevistas posteriores, solo dijo: “Lo que hay dentro es lo que tú quieras que haya.”
El maletín original fue robado del set dos días antes de terminar el rodaje. El que aparece en la última escena es una réplica hecha en menos de 12 horas por el equipo de utilería. El original nunca fue recuperado.

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miércoles, diciembre 3

"Aún aprendo", dice Goya. Pero ¿qué?

(Un texto de Guillermo Fatás en la revista de crítica cultural "Crisis" de junio de 2016 centrado en un dibujo de Goya con el texto "Aun aprendo").

1. El genio trabajador 

No estoy muy seguro de que Goya quisiera decir con su Aun aprendo (sin tilde) lo que se le suele atribuir: que, a pesar de su edad, todavía desea seguir conociendo cosas para él incógnitas; que no se ha cansado de aprender, no obstante su ancianidad. Hizo el dibujo en edad premortuoria (los sabios lo fechan entre 1826 y 1828, según). En cambio, dado su modo de ser, me parece más probable que, sí bien dijo sin duda lo que parece, no quiso decirnos solo eso. Como otras veces, a Goya hay que interpretarlo por encima y por debajo de lo que muestra. 

Se asume a menudo que el Goya anciano, ya decrépito, sordo, con serios impedimentos físicos y afincado en Burdeos sin hablar bien francés, superaba tan graves obstáculos refugiado en su fuerza de voluntad, que era muy grande. La interpretación usual es que su ánimo enterizo le hizo superar el dolor y el aislamiento. Una prueba contundente sería este dibujo perturbador que está en el Museo del Prado: valetudinario y casi sin hálito, aprendo todavía. 

Goya fue, en efecto, dueño de una voluntad mayúscula. La puso al servicio no solo de su genio portentoso, sino de su admirable laboriosidad, sin la que no hubiera sido lo que fue. La vocación y las aptitudes no bastan: hace falta trabajar. A Goya le gustaba trabajar, necesitaba crear de forma continuada. Cultivó con maestría innovadora un número altísimo de registros, plásticos, morales y técnicos, de forma que la obra de don Francisco más parece la de media docena de artistas. Están en situación antípoda la Condesa de Chinchón y los Viejos de las sopas, los Fusilamientos, los cartones isidriles, los Desastres y el amoroso Maríaníto, y así todo. 

2. Un tópico clásico 

Octogenario, eligió un tópico clásico para condensar el significado (oneroso) de la vejez, edad temible en la que el hombre se enfrenta a pesares crecientes e ineludibles. Goya, que había soñado con una placentera vida burguesa —"Campicos y a vivir", escribía a su más que amigo Zapater, en los años en que le gustaba montar enloquecidamente en un carricoche—, se veía lejos de su patria y de su casa, sospechoso de poco entusiasmo por el régimen fernandino (pero ni opositor ni perseguido, hay quien gusta de exagerar) y muy afectado por sus dolencias físicas. 

El 'Aún aprendo' era ya veterano en Europa. Tiene antecedentes griegos y romanos, claramente en Plutarco (hablando de Solón) y en Séneca (hablando de sí propio) y tomó forma italiana. En la forma 'Ancora imparo', fue puesto en boca de personajes alegóricos (así, el Viejo, arquetipo de la senectud) y en la de genios esclarecidos (como Miguel Ángel, compendio de talentos artísticos). 

Soy viejo, viene a decirse, pero quiero aprender, deseo saber más, anhelo conocimiento(s). Y esa intención es la que, dibujo mediante, hemos venido atribuyendo a nuestro don Francisco en sus años bordeleses.  

El viejo de Goya es un viejo viejísimo, mucho más dramático que sus antecedentes, casi trágico. Anciano decrépito, encorvado, con barbas largas y descuidadas, gran pelambrera y sin apenas fuerzas para caminar. Se apoya, con manos deformadas por la enfermedad, en dos bastones y anda, apenas, bajo el "Aun aprendo" (sin tilde). Es el dibujo 54 del Cuaderno G (o Burdeos I) que llegó al Prado en 1872. 

Los viejos aprendices tienen como referencia notoria el que grabó Girolamo Fagiuoli en 1538 (British Museum): camina con esfuerzo, encorvado y apoyado en un carrito con asideros, en cuya parte delantera hay un inexorable reloj de arena. Además de 'Anchora ínparo' (sic), hay una sentencia de Séneca: Bís puerí senes (sic, por senex), Tamdiu díscendum est quamdiu vivas: "El viejo es niño otra vez. Aprenderás mientras vivas". (Esto último era un proverbio romano). Casi cinco siglos antes, el viejo Sócrates (por pluma de Platón) también aparecía deseoso de aprender (música). 

Otro venero del 'Aún aprendo' está en la catequesis cristiana, que Goya conoció bien. El aprendizaje del camino hacía la santidad no concluye hasta la muerte y es el único determinante: Scientia destruetur, dice Pablo a los corintios. En el colegio donde pasé varios años infantiles, nos lo gritaba a diario una pared: "La ciencia calificada / es que el hombre en gracia acabe, / porque, al fin de la jornada, / aquel que se salva, sabe; / y el que no, no sabe nada". El letrero frailuno presidía, paradójicamente, la sala llamada Estudio. Luego supe que esos versos eran de fray José de Cádiz, enemigo jurado de la Ilustración. (En Zaragoza montó un poyo regular acusando a los ilustrados de decir lo que jamás habían dicho). 

3. Goya encolerizado 

Mirando los ojíllos tremendos del anciano goyesco se siente uno intimidado. No sucede eso con los 
otros grabados que conozco del viejo que aún aprende, solo con este pasa. Creo ver en esa figura el alma misma de Goya tal como él podía imaginarla a la altura de 1826 o 1827. Me baso en algo muy sencillo, nada rebuscado, teorético ni psiquiátrico. El primer biógrafo de Goya fue el francés Laurent Matheron, que escribió sobre el gran sordo y su peripecia vital un librito publicado en (1858). Y allí se lee esto, una vez traducido: 

"Retomó sus costumbres plácidas y burguesas; pero las fuerzas se le iban, sus paseos se hacían raros, sus pinceles menos activos; su humor se ensombrecía. Enseguida ya no pudo salir sin el subsidio de su joven compatriota el Sr. de Brugada, en cuyo brazo se apoyaba. Y, en sitios retirados, probaba a andar solo. Pero, ¡esfuerzos inútiles!, ya no tenía piernas. Incurría entonces en grandes encolerizamientos: '¡Qué humillación! ¡A los ochenta años –gritaba- me pasean como a un niño! ¡Y tengo que aprender a andar!..." 

Avergonzado de su impotencia, que comprobaba en lugares apartados para eludir el ridículo y la compasión ajena, maldice con fiereza haberse convertido en una criatura desvalida que, como un niño pequeño, aún tiene que aprender... ¡a andar! Il faut –confiesa, derrotado- que j'aprenne à marcher El viejo de Goya mira con una turbia mezcla de fatiga y odio.  

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