Sobre Robert Louis Stevenson
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...o una historia, o una anécdota... Simplemente algo que me haga reir, pensar, soñar o todo a la vez, si cabe ..Si quereis mandarme alguna de estas, hacedlo a pues80@hotmail.com..
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(Un texto de Javier Yanes en Bbvaopenmind.com leído el 9 de marzo de 2021)
Existe un solo continente en la Tierra nombrado en honor a una persona real: respectivamente, América y el explorador y cosmógrafo florentino-castellano Américo Vespucio. También puede decirse que es el primer continente nacido para el conocimiento europeo y nombrado en fechas bien definidas. La versión corta de la historia cuenta que fue Vespucio quien primero se percató, el 17 de agosto de 1501, de que el actual Brasil no era parte de Asia, sino un Nuevo Mundo, y que el cartógrafo alemán Martin Waldseemüller instauró en su honor el nombre de América para este nuevo continente en un mapa publicado el 25 de abril de 1507. Sin embargo, la versión larga es más complicada, y nos cuenta que el nombre de América es en realidad el producto de algún error, algún desconocimiento y bastantes dosis de fantasía.
En 1492, el año en que Cristóbal Colón arribó a lo que por entonces se llamarían las Indias Occidentales, el tratante florentino Amerigo Vespucci (9 de marzo de 1454 – 22 de febrero de 1512) se había instalado en Sevilla por asuntos relacionados con los negocios de sus patronos, los Medici. No traía estudios universitarios, pero sí una buena formación que incluía la geografía y la astronomía. Cada vez más involucrado en las actividades de su superior Gianotto Berardi, inversor y contratista en las expediciones de Colón, pronto Vespucio daría personalmente el salto a la exploración: en 1497 se convirtió en el primer europeo en pisar la tierra continental de la futura América; un año antes que Colón, quien hasta entonces solo había visitado islas.
Aquí surge la primera objeción: el único testimonio de aquel viaje es la Carta a Soderini, un documento presuntamente firmado por Vespucio en el cual daba cuenta de cómo aquel 17 de agosto habría tocado tierra en lo que reconoció como un nuevo continente. Sin embargo, los expertos no solo han cuestionado ampliamente la autoría y la autenticidad del relato, sino incluso la existencia de aquella expedición. No parece haber disputas, en cambio, sobre otros dos viajes sucesivos de Vespucio, aunque ya posteriores a la llegada de Colón al continente.
Fue en 1503 cuando otro documento firmado por Vespucio empleaba en su título la expresión Mundus Novus, lo que le otorgaría la primacía en el reconocimiento del nuevo continente, si bien la expresión “nuevo mundo” ya se había utilizado antes; de hecho, se dice que Vespucio pudo inspirarse en la referencia de Colón a “otro mundo”. Así, narraba: “Pues en aquellas partes del sur he encontrado un continente más densamente poblado y abundante en animales que nuestras Europa o Asia o África”. El 7 de agosto de 1501, escribía, su flotilla de tres naves portuguesas tocaba tierra: “Supimos que esa tierra era un continente y no una isla porque se extiende lejos como una costa muy larga y recta y porque está repleta de infinitos habitantes”.
Aunque Mundus Novus aparece como una carta dirigida a su antiguo patrono, Lorenzo di Pierfrancesco de Medici, se cree que en realidad no es una epístola original, sino obra de otros como una refundición embellecida de cartas auténticas de Vespucio. En el documento el explorador presumía de cómo sus conocimientos de cosmografía habían salvado la expedición: “Si mis compañeros no me hubiesen hecho caso a mí, que tengo conocimientos de cosmografía, no habría habido capitán o ni siquiera el líder de la expedición que hubiese sabido dónde estábamos”. Vespucio alardeaba de su uso del cuadrante y el astrolabio. “Por esta razón después me hicieron objeto de gran honor, ya que les mostré que, a pesar de ser un hombre sin experiencia práctica, a través del aprendizaje de las cartas marinas para navegantes yo estaba más cualificado que todos los capitanes del mundo entero”.
Sin embargo, los expertos señalan que las descripciones astronómicas de Vespucio son confusas, que no hizo observaciones notables o novedosas y que sus técnicas eran poco fiables. No dejó ningún mapa con su firma. Pero poco importaba cuando su relato era una lectura tan apasionante: indígenas que vivían 150 años y que cometían incesto y canibalismo a discreción —uno había comido 300 cadáveres—, mujeres voluptuosas y “urgidas por un exceso de lujuria” que yacían con los cristianos a la menor oportunidad, y hombres que usaban “un cierto recurso suyo, la mordedura de ciertos animales venenosos” para aumentar sus genitales “a un tamaño tan gigantesco que aparecen deformados y repugnantes”. No es de extrañar que Mundus Novus se convirtiera en un best seller de su época, traducido a varios idiomas.
Las obras de Vespucio llegaron al Gymnasium Vosagense, una institución académica religiosa en Saint-Dié-des-Vosges (Francia). El grupo de geógrafos allí reunido, que incluía a Martin Waldseemüller y Matthias Ringmann, publicó en 1507 una Cosmographiae Introductio, anónima pero probablemente escrita por Ringmann, junto con un mapa del mundo firmado por Waldseemüller y una traducción de la Carta a Soderini. Tanto el mapa como el texto asignaban el nombre de América a un nuevo continente separado de Asia. “No veo qué derecho tendría nadie a objetar a que se llame a esta parte, por Americus que la descubrió y que es un hombre de inteligencia, Amerigen, esto es, la Tierra de Americus, o America: ya que tanto Europa como Asia obtuvieron sus nombres de mujeres”, decía la Introductio.
Algunos expertos sugieren que realmente fue Ringmann y no Waldseemüller quien bautizó a América y que el segundo se limitó a permitirlo, ya que en sus posteriores mapas no aparece esta denominación. Pero se da una curiosa circunstancia. Aunque cueste imaginarlo en los tiempos de internet, las redes sociales y las noticias al minuto, en el siglo XVI la información circulaba con extrema lentitud: en 1507 aún no había llegado a oídos de Ringmann que un tal Colón, fallecido el año anterior, había llegado al Nuevo Mundo antes que Vespucio.
Tras la muerte de Ringmann, Waldseemüller dejó de utilizar el nombre de América en sus mapas, anotando simplemente que aquella tierra había sido descubierta por “Cristóbal Colón de Génova”. Pero ya era tarde. La obra de 1507 fue tan influyente que el nombre de América fue copiado por otros cartógrafos en trabajos sucesivos. En 1538 el célebre geógrafo Gerardus Mercator lo imprimió en su Orbis Imago, su primer mapamundi. Y el resto es historia. Por su parte, Vespucio falleció en Sevilla en 1512 sin saber que su nombre designaría todo un continente, un privilegio jamás alcanzado por otro ser humano.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia, s. XV
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(Un texto de Guillermo Fatás en la revista de crítica cultural "Crisis" de junio de 2016 centrado en un dibujo de Goya con el texto "Aun aprendo").
1. El genio trabajador
No estoy muy seguro de que Goya quisiera decir con su Aun aprendo (sin tilde) lo que se le suele atribuir: que, a pesar de su edad, todavía desea seguir conociendo cosas para él incógnitas; que no se ha cansado de aprender, no obstante su ancianidad. Hizo el dibujo en edad premortuoria (los sabios lo fechan entre 1826 y 1828, según). En cambio, dado su modo de ser, me parece más probable que, sí bien dijo sin duda lo que parece, no quiso decirnos solo eso. Como otras veces, a Goya hay que interpretarlo por encima y por debajo de lo que muestra.
Se asume a menudo que el Goya anciano, ya decrépito, sordo, con serios impedimentos físicos y afincado en Burdeos sin hablar bien francés, superaba tan graves obstáculos refugiado en su fuerza de voluntad, que era muy grande. La interpretación usual es que su ánimo enterizo le hizo superar el dolor y el aislamiento. Una prueba contundente sería este dibujo perturbador que está en el Museo del Prado: valetudinario y casi sin hálito, aprendo todavía.
Goya fue, en efecto, dueño de una voluntad mayúscula. La puso al servicio no solo de su genio portentoso, sino de su admirable laboriosidad, sin la que no hubiera sido lo que fue. La vocación y las aptitudes no bastan: hace falta trabajar. A Goya le gustaba trabajar, necesitaba crear de forma continuada. Cultivó con maestría innovadora un número altísimo de registros, plásticos, morales y técnicos, de forma que la obra de don Francisco más parece la de media docena de artistas. Están en situación antípoda la Condesa de Chinchón y los Viejos de las sopas, los Fusilamientos, los cartones isidriles, los Desastres y el amoroso Maríaníto, y así todo.
2. Un tópico clásico
Octogenario, eligió un tópico clásico para condensar el significado (oneroso) de la vejez, edad temible en la que el hombre se enfrenta a pesares crecientes e ineludibles. Goya, que había soñado con una placentera vida burguesa —"Campicos y a vivir", escribía a su más que amigo Zapater, en los años en que le gustaba montar enloquecidamente en un carricoche—, se veía lejos de su patria y de su casa, sospechoso de poco entusiasmo por el régimen fernandino (pero ni opositor ni perseguido, hay quien gusta de exagerar) y muy afectado por sus dolencias físicas.
El 'Aún aprendo' era ya veterano en Europa. Tiene antecedentes griegos y romanos, claramente en Plutarco (hablando de Solón) y en Séneca (hablando de sí propio) y tomó forma italiana. En la forma 'Ancora imparo', fue puesto en boca de personajes alegóricos (así, el Viejo, arquetipo de la senectud) y en la de genios esclarecidos (como Miguel Ángel, compendio de talentos artísticos).
Soy viejo, viene a decirse, pero quiero aprender, deseo saber más, anhelo conocimiento(s). Y esa intención es la que, dibujo mediante, hemos venido atribuyendo a nuestro don Francisco en sus años bordeleses.
El viejo de Goya es un viejo viejísimo, mucho más dramático que sus antecedentes, casi trágico. Anciano decrépito, encorvado, con barbas largas y descuidadas, gran pelambrera y sin apenas fuerzas para caminar. Se apoya, con manos deformadas por la enfermedad, en dos bastones y anda, apenas, bajo el "Aun aprendo" (sin tilde). Es el dibujo 54 del Cuaderno G (o Burdeos I) que llegó al Prado en 1872.
Los viejos aprendices tienen como referencia notoria el que grabó Girolamo Fagiuoli en 1538 (British Museum): camina con esfuerzo, encorvado y apoyado en un carrito con asideros, en cuya parte delantera hay un inexorable reloj de arena. Además de 'Anchora ínparo' (sic), hay una sentencia de Séneca: Bís puerí senes (sic, por senex), Tamdiu díscendum est quamdiu vivas: "El viejo es niño otra vez. Aprenderás mientras vivas". (Esto último era un proverbio romano). Casi cinco siglos antes, el viejo Sócrates (por pluma de Platón) también aparecía deseoso de aprender (música).
Otro venero del 'Aún aprendo' está en la catequesis cristiana, que Goya conoció bien. El aprendizaje del camino hacía la santidad no concluye hasta la muerte y es el único determinante: Scientia destruetur, dice Pablo a los corintios. En el colegio donde pasé varios años infantiles, nos lo gritaba a diario una pared: "La ciencia calificada / es que el hombre en gracia acabe, / porque, al fin de la jornada, / aquel que se salva, sabe; / y el que no, no sabe nada". El letrero frailuno presidía, paradójicamente, la sala llamada Estudio. Luego supe que esos versos eran de fray José de Cádiz, enemigo jurado de la Ilustración. (En Zaragoza montó un poyo regular acusando a los ilustrados de decir lo que jamás habían dicho).
3. Goya encolerizado
Mirando los ojíllos tremendos del anciano goyesco se siente uno intimidado. No sucede eso con los
otros grabados que conozco del viejo que aún aprende, solo con este pasa. Creo ver en esa figura el alma misma de Goya tal como él podía imaginarla a la altura de 1826 o 1827. Me baso en algo muy sencillo, nada rebuscado, teorético ni psiquiátrico. El primer biógrafo de Goya fue el francés Laurent Matheron, que escribió sobre el gran sordo y su peripecia vital un librito publicado en (1858). Y allí se lee esto, una vez traducido:
"Retomó sus costumbres plácidas y burguesas; pero las fuerzas se le iban, sus paseos se hacían raros, sus pinceles menos activos; su humor se ensombrecía. Enseguida ya no pudo salir sin el subsidio de su joven compatriota el Sr. de Brugada, en cuyo brazo se apoyaba. Y, en sitios retirados, probaba a andar solo. Pero, ¡esfuerzos inútiles!, ya no tenía piernas. Incurría entonces en grandes encolerizamientos: '¡Qué humillación! ¡A los ochenta años –gritaba- me pasean como a un niño! ¡Y tengo que aprender a andar!..."
Avergonzado de su impotencia, que comprobaba en lugares apartados para eludir el ridículo y la compasión ajena, maldice con fiereza haberse convertido en una criatura desvalida que, como un niño pequeño, aún tiene que aprender... ¡a andar! Il faut –confiesa, derrotado- que j'aprenne à marcher El viejo de Goya mira con una turbia mezcla de fatiga y odio.
Etiquetas: Pintura y otras bellas artes
(Editorial de la revista de crítica cultural "Crisis" de junio de 2016)
Hasta dieciocho acepciones recoge el Diccionario de la lengua española de la Academia para la palabra centro. La primera de ellas nos recuerda que es un concepto geométrico y relativo: 'punto interior que se toma como equidistante de los límites de una línea, superficie o cuerpo'. Es consustancial al centro su carácter locativo, que plasma ese repertorio lexicográfico en nada menos que cinco acepciones que comienzan del mismo modo: 'lugar de donde parten o a donde convergen informaciones, decisiones, etc.', 'lugar donde habitualmente se reúnen los miembros de una sociedad o corporación', 'lugar o situación donde alguien o algo tiene su natural asiento y acomodo', entre otras. Lugar y tiempo explican que el centro sea el 'núcleo de una ciudad o de un barrio'. Solemos emplear el término en referencia a una 'dependencia de la administración del Estado' o a un Instituto dedicado a determinados estudios e investigaciones'. La metáfora política con la que lo usamos se apoya en la compleja, relativa y muchas veces pretendida equidistancia entre los extremos: 'tendencia o agrupación cuya ideología es intermedia entre la derecha y la izquierda'. Al fin y al cabo, asimismo es centro el 'objetivo principal a que se aspira o hacía el que se siente atracción' (valor este que conviene ejemplificar oportunamente: «el dinero es el único centro de sus intereses»).
En dicho repertorio lexicográfico no faltan las marcaciones diatécnicas, todas ellas del citado ámbito de la geometría y en referencia al círculo, la esfera y hasta los poliedros regulares. Y hay interesantes notas díatópícas: se designa así en Honduras al `chaleco'; en Ecuador y en Bolivia, al 'vestido tradicional de bayeta'. Indica por último el diccionario que el centro puede ser activo en bioquímica, nervioso en fisiología, de gravedad en física, de sílaba en fonética, de simetría en geometría y de la batalla en el lenguaje militar. Hay centros de flores, de mesas y comerciales en los que no cabe tampoco detenerse.
Quizá convenga recordar que, a través del latín, viene el vocablo del griego xévnov, que en esa lengua designaba, entre otra cosas, el 'aguijón'. Y puestos ya en la historia, diremos que un paseo por el corpus diacrónico de la «docta institución» nos muestra a grandes rasgos que nuestra voz (a veces con forma centro) aparece con frecuencia en textos relacionados con la astrología allá por la segunda mítad del siglo XIII: «el centro del peciclo de Mercurio», «el centro saliente de cada planeta del centro del mundo», «el logar do cayer la pierna segunda [...] sera el centro del leuador de venus» (no haría falta apuntar, pero lo hago por si acaso, que esa pierna es la de un compás y el levador, el de una esfera armilar, digamos un astrolabio). En el «çentro del mundo» localizaban Jerusalén a mediados del Trescientos (traducción de la Historia de Jerusalem abreviada, de Jacobo de Vitríaco). Más tarde, ya en 1437, plantea entre sus Paradojas Fernández de Madrigal, el Tostado, que la tierra «está en el centro del mundo et en derredor del centro», frente al agua, más ligera, que corre por encima, y el aire, aún más alto, aunque menos que el fuego, cuyo «lugar corre fasta el cielo de la luna et adelante». Por esa época, hasta el «abismo o centro maligno» iría el enamorado tras su dama, en apasionados versos incluidos en el Cancionero de Juan Fernández de Íxar.
Quienes han defendido ze y zi, que los ha habido, han preferido escribir zentro, como es natural. El lector más avezado en letras y sonidos estará pensando en Gonzalo Correas, quien en su Arte de la lengua española hastellana (1625) alude al «corazón i zentro de España», a propósito de la elegancia de nuestra lengua, hoy diríamos que con perspectiva centralista.
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