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domingo, noviembre 9

'El extranjero' de Camus: las claves secretas de una novela inmortal

(Un texto de Jordi Corominas i Julián en El Confidencial del 25 de noviembre de 2017) 

"Entonces comprendí que había roto el equilibrio del día, el silencio de una playa en la que fui feliz". Meursault se siente deslumbrado por el sol.

"Entonces comprendí que había roto el equilibrio del día, el silencio de una playa en la que fui feliz". Meursault se siente deslumbrado por el sol de un verano que aún no es invencible y dispara cuatro veces más contra el cuerpo del árabe. Acaba de perpetrar un póker de aldabonazos en la puerta de la desgracia.

El famoso asesinato en la playa de 'El extranjero' ('L’étranger'), ópera prima de Albert Camus en el Hexágono, es una pieza más que ayuda a explicar una clave del libro. El autor francés de origen argelino, o argelino de nacionalidad francesa, vivió el preludio del crimen en la arena de Orán. Lo cuenta Olivier Todd en su monumental biografía del premio Nobel de 1957. Un domingo por la mañana Albert fue a la playa con su íntimo Pierre Galindo y toda su pandilla. La jornada transcurre con normalidad. Unos juegan al fútbol, otros observan. De repente Raoul Bensoussan le dice a su hermano que le siga porque se ha peleado con dos árabes y quiere ajustar cuentas. Encuentran a sus adversarios. Hay puñetazos y golpes con la cabeza. Uno de sus adversarios reacciona y acuchilla a Raoul en el brazo y la comisura de los labios. La historia no termina aquí porque por la tarde el agredido y Galindo vuelven al lugar de los hechos en busca de gresca con un revólver. Por suerte la cosa no pasa a mayores y los árabes no responden a la provocación. 

La escena tiene una variación en la novela y conduce a la muerte. Camus encontró las dos primeras legendarias frases de su texto, así lo atestiguan sus notas, el 22 de agosto de 1938, con 26 años. "Aujourd d’hui, maman est morte. Ou peut-être hier, je ne sais pas". Del inicio al punto final, rubricado en París el 5 de mayo de 1940, mediarán demasiados acontecimientos que encajarán la obra primero en el magma de su época y a posteriori en la inmortalidad que aún genera debate. 

Europa y el mundo se acercaban peligrosamente a la Segunda Guerra Mundial. Por aquel entonces Camus estaba a punto de entrar en el periódico de izquierdas L’Alger Republicain, fundado por Pascal Pía, quien rápidamente aprecia el talento del recién llegado, un torbellino que brilla en las crónicas judiciales que luego le ayudarán a completar con escrupulosa precisión un importante trecho de la segunda parte de 'L’étranger'. 

Mientras desarrolla su labor redaccional Camus mantiene una azarosa vida sentimental complementada con una desmedida ambición literaria que pretende lanzar con una trilogía sobre el absurdo a partir de una obra de teatro, 'Calígula', un ensayo filosófico, 'El mito de Sisífo', y la novela, que tardará en germinar. Expulsado del Partido Comunista, con una salud precaria debida a sus antecedentes tuberculosos, es un peso pesado de fardo ligero que sueña y sufre desde su compromiso mientras, poco a poco, nota cómo Argel tiene el confort del hogar y los barrotes de la provincia. Se liberará de los mismos cuando Pascal Pía, su absoluto ángel guardián, encuentre un trabajo en el gubernamental París-Soir y ponga en su maleta al joven destinado al estrellato.

Esta anécdota biográfica es otro eje esencial para esclarecer interpretaciones de 'El extranjero'. En la primera parte del mismo el jefe de Meursault le ofrece un puesto en París que le permitirá viajar. Con su habitual indiferencia el protagonista, un hombre sin atributos dentro y fuera del mundo, responde que le da igual, que su vida actual le está bien y no necesita más, a diferencia de su autor, que como ya apuntó Nathalie Sarraute en 1947, realiza con su propuesta una proyección de sí mismo, de lo que pudo ser y no fue

Este factor explica en parte el tono analítico de esa primera persona que usa frases cortas y desnudas mientras teje un esquema que enfrenta a dos universos enfrentados por la idea de libertad. Camus confiere a su relato una serie de parcelas de un primitivismo normalizado y objetivo. La sociedad cumple una serie de ritos. Hay que enterrar a los seres queridos, las mujeres son hermosas, el trabajo sirve para sobrevivir y en la cotidianidad real de la primera mitad del siglo XX lo políticamente correcto aún no existe, por eso Meursault ayuda a su vecino Raymond cuando este maltrata a una de sus chicas y por lo mismo no duda en decirle a Marie que si ella quiere casarse lo hará aunque le de lo mismo porque todo continuará igual.

La ley natural

Lo arcaico de fondo no es un asilvestramiento inocente, sólo una ley natural entre humanos donde las acciones siguen una rutina implacable y el sol sale cada mañana desde una ausencia total de trascendencia . El día de autos la quiebra del aire y la irrupción obscena del astro rey desbaratan ese ordenamiento.

Hasta ese momento todo ha transcurrido a unas leyes no escritas. En la segunda parte la justicia conduce la trama hacia la convención que destruye el libre albedrío al existir una serie de valores a cumplir impresos en el código penal. Sin embargo lo que se castiga no es tanto el óbito violento del árabe sino el comportamiento existencial de Meursault, insensible por dormirse y aceptar un café con leche del extranjero mientras vela, entre pequeñas porciones de duermevela, el cadáver de su progenitora, a quien encima no llora.

La condena a muerte y ese final con la idea de los aplausos ante el cadalso dio a la novela, publicada hace 75 años por Gaston Gallimard, esa definición de existencialista que su autor refutó y que lo hermana con otras perlas europeas de la época como 'Los indiferentes' de Alberto Moravia, publicada en 1929 en pleno fascismo, o 'Nada', de Carmen Laforet, retales de desasosiego en un mundo de cielo plomizo. Aún así la sentencia camusiana se asemeja por contexto, el absurdo de la muerte masiva por la guerra más devastadora de la Historia, con el discurso de Charles Chaplin en Monsieur Verdoux. Un asesino de viudas ricas puede ser ejecutado mientras los asesinos de millones de seres humanos campan a sus anchas. Cruda, triste e inexorable verdad.

La equidistancia de Camus y su actualidad

Los años que median entre 1940 y 1942 no fueron fáciles para nadie. Tampoco para Albert Camus. Con la ocupación alemana su trabajo en Paris-Soir se volvió una especie de caravana ambulante. Lo despidieron en Lyon, volvió a Orán, se casó con Francine y recayó en su tuberculosis mientras mantenía la esperanza de regresar a Europa y ver publicada su novela, lo que acaeció tras la lectura de grandes nombres cercanos a Gallimard como su idolatrado André Malraux, el héroe que después transformó con De Gaulle el significado de ser ministro de cultura.

Tras su publicación en 1942 llegaron las críticas y los parabienes, entre ellos un extenso ensayo de Sartre y una sorprendente acogida entre los lectores que se acrecentó con la aparición de 'El mito de Sísifo'. El resto del camino es bastante conocido hasta su muerte los primeros días de enero de 1960 en un accidente automovilístico que no truncó la fortuna de su libro más conocido, replicado en fechas recientes por Karen Daoud en Meursault, caso revisado (Almuzara) y adaptada al cine por Luchino Visconti en 1967 y al cómic por Jacques Ferrandez. 

El hueco de su desaparición física fue colmado por Sartre. Tras la disputa surgida por la aparición de 'El hombre rebelde' en 1951 los dos colegas se separaron. El autor de 'La náusea' permaneció fiel al extremismo de la Guerra Fría mientras Camus mantuvo su equidistancia consistente en criticar lo que consideraba injusto sin considerar afinidades ideológicas. Esos postulados ya están en las raíces desapasionadas de 'El extranjero' y son las mismas que, caído el muro, lo devolvieron a la palestra hasta alcanzar el siglo XXI, cuando su postura racional sin escorarse hacia el blanco o el negro es un ejemplo para todos aquellos que creemos en el uso del pensamiento por encima de la emoción.

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viernes, noviembre 7

Albert Camus, más allá de 'El extranjero': un día para recordar al patrón de lo absurdo

(Un texto leído en El Confidencial del 19 de noviembre de 2018) 

El 7 de noviembre es el aniversario del nacimiento del padre del absurdo, que murió en un accidente de coche tras decir que ese es, precisamente, el modo más absurdo de morir.

Un "absurdista": así se definía a sí mismo Albert Camus (Dréan [Argelia], 7 de noviembre de 1913 - Villeblevin [Francia]), que perdió la vida antes de tiempo en un accidente de tráfico, apenas un día después de haber asegurado que no había una forma más idiota de morir que en un accidente de coche. Del absurdo a la ironía. Hace hoy 105 años nació el que luego fue el segundo premio Nobel de Literatura más joven de la historia, con 44 años. Su ópera prima, 'El extranjero' (una lectura cuya versión original, 'L'étranger', es relativamente sencilla incluso para no avanzados en francés), ha quedado como un inmortal de la literatura, pero no es, ni de lejos, su única aportación a la literatura internacional.

Influido por la filosofía del danés Sören Kierkegaard y del alemán Friedrich Nietzsche, denominador común de los existencialistas, Camus afirmaba que la existencia es insignificante en sí misma y prefería considerarse un "absurdista". Entendía que la verdad y la moral son propias de cada individuo y que no se ajustan a modelos universales y absolutos. Su nombre está también estrechamente ligado a la historia de Francia, no sólo porque su pluma conmovió al mundo con obras como 'La peste' o 'El mito de Sísifo', o porque mantuvo una sonada polémica intelectual con el filósofo galo Jean-Paul Sartre, sino también porque su trayectoria recorre el pasado reciente de su país.

Precisamente de esa pelea suya con Sartre nació otra de sus obras. En París conoció al filósofo y después de compartir una década de amistad, se enzarzó con él en una disputa que, aparentemente versaba sobre teoría filosófica pero con tintes profundamente políticos. Los dos, comprometidos con la izquierda, no se ponían de acuerdo en un aspecto de la vida: Sartre defendía la violencia inherente a la revolución social; Camus, por su parte, entendía que el fin no justifica los medios, máxima que analizó en 'La caída', publicado en 1956, un año antes de recibir el Nobel.

Trilogía sobre lo absurdo

Y sobre lo absurdo, no uno ni dos: Camus compagina su vida como redactor en inicios con la de joven pasional con una vida sentimental compleja —incluso fue pareja de María Casares, actriz gallega hija del político Santiago Casares Quiroga, quien fue presidente del Gobierno de la Segunda República, ya al final, hasta el alzamiento del 18 de julio—. Su ambición literaria le lleva a querer lanzar una trilogía sobre el absurdo a partir de una obra de teatro, 'Calígula', un canto a la libertad y a la justicia; un ensayo, 'El mito de Sísifo'; y su 'ópera prima', 'El extranjero'. 

Y al igual que una obra nació de su pelea con Sartre, otra obra fue la culpable de su ruptura con el filósofo. 'El hombre rebelde' (1951) es una extensa exploración del mundo a través de sus revoluciones, de la francesa a la rusa, pasando por el marxismo, el anarquismo y otros momentos del mundo moderno; "dos siglos de rebeldía". Y para el final, un principio: 'El primer hombre' fue su última obra, la que estaba escribiendo cuando un accidente de tráfico acabó con su vida. No fue hasta 1994, 34 años después de su muerte, que vio la luz esta obra, de mano de su propia hija.

El libro, dividido en dos partes, es una perfecta autobiografía de Camus, encarnado en su álter ego, el pequeño Jacques Comery, cuyo padre murió en la Primera Guerra Mundial y casado con una menorquina analfabeta. Ésta era Catalina Elena Sintés, la segunda de nueve hijos de una familia humilde de la isla emigrada a Argel en busca de una mejor vida.

 

 

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miércoles, noviembre 5

Arte en el último piso

(Un texto de Mariano Millán en el Heraldo de Aragón del 23 de mayo de 2021)

En las plantas superiores de algunos edificios se aprecian esculturas y murales que son un 'regalo' para la ciudad. Se instalaron como decoración o marca corporativa.

En la esquina de las calles de Tomás Zumalacárregui y de Gil de Jasa de Zaragoza parece que siempre sopla un ligero viento. En lo alto de la esquina se descubre la figura de una mujer vestida con un peplo que se agita como si estuviera en la proa de un barco. Es 'La brisa', escultura de Armando Ruiz, de 1946.

Esta estatua es una de las que vigilan las calles desde lo alto de los edificios, como la fémina que custodia el ángulo de San Diego e Independencia. Otro ejemplo es el mural de estuco que enfatiza la última planta del Coso 188, donde personajes alegóricos decoran los paños entre vanos. Unas ornamentaciones llaman más la atención del viandante que otras, que pasan casi desapercibidas sobre el día a día de la ciudad.

«La calle es un bien patrimonial», sostiene Pilar Poblador Muga, profesora de Historia del Arte de la Universidad de Zaragoza. «La arquitectura nos acompaña a diario y muchos arquitectos han desempeñado un papel decisivo en el ornato de la ciudad -añade Poblador-. Podemos caminar mirando hacia el suelo o al cielo. Muchas veces se encuentran regalos para los ciudadanos que se enorgullecen al admirarlos».

Se trata de escenas mitológicas, pináculos, figuras de corte clásico, motivos florales, alegorías o emblemas de empresas. En la mayoría de los casos son anónimas, «que no por eso de menos calidad», matiza la historiadora del arte. «Son detalles delicados que se pusieron de moda a finales del siglo XIX y principios del XX. En algunos casos es lo que se conoce como la valoración de la esquina, un recurso compositivo y decorativo que se utilizaba para dar empaque a construcciones», explica.

No obstante, a partir de las décadas de los 40 y 50 también se cultiva. En 1945 se bendijo la esquina entre el paseo de Sagasta y la Gran Vía con el monumento del Ahorro. Seis figuras dan forma a este conjunto escultórico de estructura piramidal, donde hay detalles como un cofre con monedas o el cuerno de la abundancia. La Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Zaragoza se la encargó a Félix Burriel, quien realizó una obra «influenciada por el realismo mediterraneísta», dice su ficha técnica. Esto demuestra que la instalación de una escultura en la fachada de un edificio podía ser sinónimo de marca, para crear una identidad corporativa.

En la acera de los números impares del paseo de la Independencia está el edificio de compañía de seguros La Equitativa, presidido por la escultura sedente emblema de la empresa. Además, en el Coso se localiza La Adriática, donde el león de San Marcos descansa en uno de los salientes de la fachada.

A viviendas y sedes de empresas se suman colegios. El chaflán del Joaquín Costa se remata con un relieve de Antonio Torres Clavero y Amado Hernández Franco, según referencia Poblador Muga en un artículo de la revista ‘Artigrama'. Más discreta es la decoración del colegio de San Vicente de Paúl, en el que temas religiosos se alojan sobre los vanos de arco de medio punto.

En el resto de Aragón también se aprecian ejemplos semejantes, sin embargo, episodios bélicos terminaron con bastantes muestras, como en Teruel. «Allí todavía localizamos la valoración de la esquina de la casa de tejidos El Torico, con un torreoncillo», apunta la profesora.

«Si se conoce, se puede luchar mejor para su conservación», defiende Pilar Poblador. Estos adornos han tenido un enemigo a lo largo de los tiempos: las reformas integrales. Es entonces cuando los investigadores recurren a licencias de obras, proyectos arquitectónicos y decorativos, fotografías antiguas, postales, noticias de prensa e, incluso, secuencias de las primeras películas. Así los estudian y transmiten lo que fueron y ya no son.

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lunes, noviembre 3

Así nació en el monasterio benedictino de Cluny el Día de los Difuntos hace mil años

(Un artículo leído en el ABC del 2 de noviembre de 2020)

A día de hoy, mucha gente confunde el día de Halloween con el Día de los Muertos. A diferencia del primero, de origen celta, este último fue instaurado en el 998 por el abad san Odilo, quien pidió que se celebrase un oficio al día siguiente de Todos los Santos por «la memoria de todos aquellos que reposan en Cristo».

Contaba Juan Gómez-Jurado a ABC en 2014, una curiosa escena del día de los muertos acaecida en una tarde brumosa en Navia de Suarna (Lugo). A su cementerio se llega cruzando un puente medieval y allí conversó el escritor con Balbina, que le dijo: «Cada vez que voy a dejar flores en la tumba de mi marido [muerto 30 años antes en un accidente de coche], siento que está aquí a mi lado. No ahí abajo, no. A mi lado. En noches como la de Difuntos, siento un calor aquí». Entonces se señaló el hombro y esbozó una sonrisa. «Es su mano», insistió.

Este relato de Gómez Jurado no es una excepción. En toda Galicia, especialmente, y en toda España se vive con mucha intensidad la Noche de Difuntos, aunque pocos de los que celebran Halloween conocen que su auténtico origen no es anglosajón, sino la noche celta del Samhain, una festividad anterior al cristianismo que en el año 840, por orden del Papa Gregorio IV, se transformaría en la Fiesta de todos los Santos. Y muchos, incluso, lo confunden con el Día de los Muertos, aunque su procedencia y origen son diferentes.

En el caso de Halloween, su nombre viene del inglés: «All Hallow’s Eve». Era un intento de mitigar la influencia pagana mezclándola acertadamente con la cristiana. Y funcionó, hasta el punto de que se consiguió borrar el recuerdo del Samhain con el paso del tiempo. En concreto, fue un proceso iniciado por los romanos en el siglo I d. C., cuando llegaron hasta Britania de manos de Claudio y sus legiones Augusta, Hispana, Gemina y Valeria Victrix. Después de pisar tierras isleñas, estos «civilizaron» la festividad erradicando los sacrificios humanos. En su lugar, sustituyeron a los condenados por efigies. Posteriormente, y en un intento de romanizar todavía más la celebración, la cambiaron por el festival de Pomona (en honor de la diosa de las manzanas y el otoño).

Con el paso de los años, y usando como vía de entrada la civilización romana, la Iglesia Católica trató de dar una vuelta de tuerca más al festival para acabar definitivamente con las creencias celtas. Así fue como, en el año 610, el Papa Bonifacio IV instauró la fiesta de los «Mártires Cristianos» el 13 de mayo. «Esta medida no tuvo mucho éxito, por lo que en el siglo VIII d.C. el Papa Gregorio III, implantó la fiesta de los Mártires Cristianos el día 1 de Noviembre, haciéndola coincidir de esta forma con la fecha de la celebración de Samhain, y más adelante, el Papa Gregorio IV amplió esta celebración a todos los santos del panteón cristiano», explica doctora en historia Margarita Barrera Cañellas en su tesis «Halloween, su proyección en la sociedad estadounidense». En esos años fue cuando se cambió el nombre del festival a «All Hallow's Eve», término que derivaría posteriormente en el actual Halloween.

Día de los Difuntos

A día de hoy, aún hay mucha confusión, sin embargo, entre este día, el Día de Todos los Santos y el Día de los Difuntos. Es cierto que durante las etapas anteriores, la tradición de rezar por los muertos se había manifestado de diferentes maneras desde los comienzos mismos del cristianismo. Y todos los poderosos de este mundo, príncipes, reyes y obispos, suplicaban en sus testamentos oraciones por la salvación de su alma.

Pero en lo que respecta a este último día, el que nos interesa, nació en el año 998, cuando el monasterio benedictino de Cluny instauró la conmemoración de todos los hermanos difuntos el día 2 de noviembre. Fue el abad san Odilo, quien pidió a todos los monasterios que dependían de su abadía que celebrasen un oficio al día siguiente de Todos los Santos por «la memoria de todos aquellos que reposan en Cristo».

La práctica se extendió a otros monasterios y, después, a las parroquias regidas por clérigos seculares. En el siglo XIII, Roma inscribió este día de conmemoración en el calendario de la Iglesia universal. La fecha se mantuvo, de manera que todos los difuntos, en la comunión de los santos, fuesen recordados al día siguiente: los santos elevados a la gloria del cielo el día 1 de noviembre y, el resto de creyentes, el día 2.

A finales del siglo XV, los sacerdotes dominicos españoles establecieron la tradición de celebrar tres misas el 2 de noviembre. Luego fue Benedicto XIV, entre finales del siglo XVII y principios del XVIII, quien otorgó este privilegio a los sacerdotes de España, Portugal y América Latina. Y, por último, Benedicto XV extendió este privilegio a todos los sacerdotes en 1915. Esta tradición ha continuado así hasta el día de hoy y suele celebrarse en España con la visita a los cementerios para poner flores a los seres queridos que han fallecido.

En España

Cuenta Gómez-Jurado que en muchos lugares de Castilla se cree que hoy, día 2 de noviembre, los muertos salen de las tumbas para asustar a quienes vuelven tarde a casa por caminos poco transitados y oscuros. En Zamora, esta tarde tiene lugar la procesión de las ánimas, aledaña a los cementerios, a la luz de las velas. Las mismas que se colocan desde hace días en muchas ventanas de Alicante para marcar el camino a las almas perdidas. En Valencia, muchos realizan hoy la Ruta del Silencio por el cementerio, cuyo museo posee una importante muestra del patrimonio funerario de la capital del Turia, lo que le ha valido ser incluido en la ruta europea de camposantos, como otros 63 lugares de descanso de 50 ciudades diferentes repartidas por 20 países.

A todo esto hay que sumar la tradición de comer buñuelos de viento, que con cada uno que te comes salvas un alma del purgatorio; huesos de santo, que te ganan la intercesión de todos los que no están en el santoral y a los que recordamos ayer; panellets, que en Aragón, Valencia, Baleares y Cataluña son tradición desde hace siglos, y, por último, las castañas asadas, tan populares en todo el norte de la península.

 

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sábado, noviembre 1

¿De dónde viene la fiesta de todos los santos?

(Leído en el muro de Gozarte -un sitio que hay que conocer- de Facebook) 

Lo primero de todo: ¿por qué existe un día de Todos los Santos, si cada santo tiene su fiesta? Sin ir más lejos, para tal día como el 30 de octubre he encontrado a San Marcelo, San Alonso Rodríguez (viudo y portero, según el santoral católico), Santa Bienvenida Bolani, San Gerardo de Potenza y los beatos Angel de Acri, Terencio Alberto O’Brien, Alejandro Zaryzkyj y Dorotea de Montau. Y si vas a la Santopedia (juro que existe) todavía añade a San Claudio, San Lupercio, San Victorio y San Marcelo de León, Santa Eutropia de Alejandría, San Germán de Capua, San Marciano de Siracusa, San Máximo de Cuma, San Serapión de Antioquía y un par de beatos más, Miguel Langevín y Juan Slade. Diecinueve, entre santos y beatos, y no sigo buscando porque seguro que encuentro más. Habrá días con más y otros con menos, pero si uno echa cuentas así por lo bajo se puede acabar preguntando: ¿pero tantos santos ha habido? Pues parece ser que sí, y aún deben parecer pocos, porque ya desde el principio la Iglesia pensó que alguno seguro que se les escapaba sin canonizar, que llevar el control de tanto martirio, tanto eremita que se retiraba al desierto a rezar toda la vida, tanta prostituta que se arrepiente y se pasa cuarenta años llorando encima de una calavera… en fin, que era complicado, y al final el papa Urbano II, allá por el lejano siglo XIII, decidió instituir la fiesta de Todos los Santos. Así, si alguno se había ido al cielo sin pasar por los altares se quedaba compensada la cosa, y en paz.

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miércoles, octubre 29

Leibniz y el cálculo infinitesimal

(Parece ser que hoy es el día de las integrales, según indica el muro de "A hombros de gigantes. Ciencia y tecnología: https://www.facebook.com/ahombrosdegiga/", en facebook, así que es un buen día para acordarse de Leibniz, el primero que usó el símbolo de integral que usamos hoy :-))

El 29 de octubre de 1675, el filósofo, lógico y matemático alemán Gottfried Wilhelm Leibniz escribía por primera vez, en un manuscrito que nunca llegó a a ser publicado, el símbolo ∫, con el cual denotamos actualmente a las integrales.
 
Por este motivo, el 29 de octubre se celebra el Día de la Integral promovido por el departamento de Matemáticas de la Universidad de Saint Bonaventure, en Nueva York, Estados Unidos. La invención del cálculo infinitesimal es atribuida tanto a Leibniz como a Newton.
 
Gran parte de Europa, en su época, llegó a dudar de que hubiera descubierto el cálculo independientemente de Isaac Newton, y por como consecuencia se despreció la totalidad de su trabajo en matemáticas y física. Leibniz pasó entonces el resto de su vida tratando de demostrar que no había plagiado las ideas de Newton.
 
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Gottfried Wilhelm Leibniz (Leipzig,Alemanía, 1 de julio de 1646 - Hannover, Alemania,14 de noviembre de 1716) fue uno de los grandes pensadores de los siglos XVII y XVIII, y se le reconoce como "El último genio universal". Realizó profundas e importantes contribuciones en las áreas de metafísica, epistemología, lógica, filosofía de la religión, así como a la matemática, física, geología, jurisprudencia e historia.
 
La invención del cálculo infinitesimal es atribuida tanto a Leibniz como a Newton. Cuando tenía 12 años había aprendido por sí mismo latín, el cual utilizó durante el resto de su vida, y había empezado a estudiar griego.
 
En 1661, con 14 años, ingresó en la universidad de su ciudad natal para estudiar leyes, y dos años después se trasladó a la Universidad de Jena, donde estudió matemáticas con E. Weigel.
 
En 1666 publicó su primer libro y también su tesis de habilitación Sobre el arte de las combinaciones. Cuando la universidad declinó el asegurarle un puesto docente en leyes tras su graduación, Leibniz optó por entregar su tesis a la Universidad de Altdorf y obtuvo su doctorado en cinco meses.
 
En 1676 fue nombrado bibliotecario del duque de Hannover, de quien más adelante sería consejero, además de historiador de la casa ducal.
 
En 1667 entró al servicio del arzobispo elector de Maguncia como diplomático, y en los años siguientes desplegó una intensa actividad en los círculos cortesanos y eclesiásticos.
 
En 1673, después de mostrar ante la Royal Society una máquina capaz de realizar cálculos aritméticos conocida como la Stepped Reckoner, que había estado diseñando y construyendo desde 1670, la primera máquina de este tipo que podía ejecutar las cuatro “operaciones aritméticas básicas”, la Sociedad le nombró miembro externo.
 
Aunque la noción matemática de función estaba implícita en la trigonometría y las tablas logarítmicas, las cuales ya existían en sus tiempos, Leibniz fue el primero, en 1692 y 1694, en emplearlas explícitamente para denotar alguno de los varios conceptos geométricos derivados de una curva, tales como abscisa, ordenada, tangente, cuerda y perpendicular. En el siglo XVIII, el concepto de “función” perdió estas asociaciones meramente geométricas.
 
Leibniz fue el primero en ver que los coeficientes de un sistema de ecuaciones lineales podían ser organizados en un arreglo, ahora conocido como matriz, el cual podía ser manipulado para encontrar la solución del sistema, si la hubiera. Este método fue conocido más tarde como “eliminación gaussiana”.  Leibniz también hizo aportes en el campo del álgebra booleana y la lógica simbólica.
 
La invención del cálculo infinitesimal actualmente es atribuida tanto a Leibniz como a Newton. Sin embargo, actualmente se emplea la notación del cálculo creada por Leibniz, no la de Newton. Isaac Newton usaba una pequeña barra vertical encima de una variable para indicar integración, o ponía la variable dentro de una caja. La barra vertical se confundía fácilmente con x´, que Newton usaba para indicar la derivación, y además la notación "caja" era difícil de reproducir por los impresores; por ello, estas notaciones no fueron ampliamente adoptadas.
 
De acuerdo con los cuadernos de Leibniz, el 11 de noviembre de 1675 empleó por primera vez el cálculo integral para encontrar el área bajo la curva de una función y=f(x) en su manuscrito "Methodi tangentium inversae exempla". Leibniz introdujo varias notaciones usadas en la actualidad, tal como, por ejemplo, el signo “integral” ∫, que representa una S alargada, derivado del latín summa, y la letra "d" para referirse a los “diferenciales”, del latín differentia. Esa notación, pervive hasta nuestros días. 
 
Leibniz no publicó nada acerca de su Calculus hasta 1684. La notación moderna de la integral definida, con los límites arriba y abajo del signo integral, la usó por primera vez Joseph Fourier en Mémoires de la Academia Francesa, alrededor de 1819–20, reimpresa en su libro de 1822.
 
La primera declaración publicada y prueba de una versión restringida del teorema fundamental del cálculo integral fue hecha por James Gregory (1638–1675). Isaac Barrow (1630–1677) demostró una versión más generalizada del teorema, mientras que el estudiante de Barrow Isaac Newton (1642–1727) completó el desarrollo de la teoría matemática concernida. Gottfried Leibniz (1646–1716) sistematizó el conocimiento en un cálculo de las cantidades infinitesimales.
 
La regla del producto del cálculo diferencial es aún denominada “regla de Leibniz para la derivación de un producto”. Además, el teorema que dice cuándo y cómo diferenciar bajo el símbolo integral, se llama la “regla de Leibniz para la derivación de una integral”.
 
En 1711 John Keill, al escribir en la revista de la Real Sociedad de Londres y, con la supuesta bendición de Newton, acusó a Leibniz de haber plagiado el cálculo de Newton, dando inicio de esta manera a la disputa sobre la paternidad del cálculo. Comenzó una investigación formal por parte de la Real Sociedad (en la cual Newton fue participante reconocido) en respuesta a la solicitud de retracción de Leibniz, respaldando de esta forma las acusaciones de Keill.
 
Desde 1711 hasta su muerte, la vida de Leibniz estuvo emponzoñada con una larga disputa con John Keill, Newton y otros sobre si había inventado el cálculo independientemente de Newton, o si meramente había inventado otra notación para las ideas de Newton.
 
Gran parte de Europa llegó a dudar de que hubiera descubierto el cálculo independientemente de Newton, y por como consecuencia se despreció la totalidad de su trabajo en matemáticas y física. Leibniz pasó entonces el resto de su vida tratando de demostrar que no había plagiado las ideas de Newton.
 
La recuperación de la reputación de Liebniz empieza 1765 con la pubilcación de sus Nouveaux Essais, los cuales fueron leídos rigurosamente por Kant. En 1768 Dutens publicó la primera edición en varios volúmenes de la obra de Leibniz, seguida en el siglo XIX por varias más, incluyendo la de Erdmann, Foucher de Careil, Gerhardt, Gerland, Klopp y Mollat, así como la publicación de su correspondencia con personajes notables, como Antoine Arnauld, Samuel Clarke, Sofía de Hanover y la hija de ésta, Sofía Carlota de Hannover.
 
Leibniz escribió principalmente en tres idiomas: latín escolástico (40 %), francés (35 %) y alemán (menos del 25 %). Durante su vida publicó muchos panfletos y artículos académicos, pero sólo dos libros filosóficos, De Ars combinatoria y la Théodicée.

Leibniz falleció en Hannover en 1716. Aun cuando Leibniz era miembro vitalicio de la Real Sociedad y de la Academia Prusiana de las Ciencias, ninguna de las dos entidades consideró conveniente honrar su memoria. Su tumba permaneció en el anonimato hasta que Leibniz fue exaltado por Fontenelle ante la Academia de Ciencias de Francia, la cual lo había admitido como miembro extranjero en 1700.
 
En 1985 el gobierno alemán instituyó el Premio Leibniz, que anualmente entrega 1,55 millones de euros para resultados experimentales y 770 000 euros para resultados teóricos (el premio más importante a nivel mundial para las contribuciones científicas).
 
En 1970 la UAI decidió llamarle en su honor «Leibniz» a un astroblema ubicado en el hemisferio sur del lado oscuro de la Luna.
 
En 2006, la Universidad de Hannover fue nombrada "Gottfried Wilhelm Leibniz" en su honor.

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lunes, octubre 27

Saint Andrews (Escocia) – En la playa de ‘Carros de fuego’

(Un artículo de Mercedes Cebrián en el suplemento de viajes de El País del 28 de febrero de 2020)

Que Saint Andrews es uno de los pueblos más pintorescos de Escocia no es un secreto para nadie. Una de las principales razones de la popularidad de esta localidad costera del condado de Fife es que allí nació el golf como deporte. La otra es su prestigiosa universidad, fundada en 1413 y donde en el siglo XVIII estudiaría, por ejemplo, Benjamín Franklin y, un par de siglos después, se conocieron el príncipe Guillermo y Kate Middleton mientras cursaban sus estudios. Por estos y otros motivos merece la pena desviarse hasta esta ciudad de la costa este escocesa, a una hora y media en coche de Edimburgo.

Como curiosidad, y aunque no seamos aficionados a este deporte, se puede visitar el Museo del Golf y aprender que la reina María Estuardo ya lo practicaba en estos prados durante el siglo XVI. El campo más antiguo del pueblo, y probablemente uno de los más antiguos del mundo, es The Old Course, en St Andrews Links (standrews.com): el primer registro de un juego de golf en este lugar data del año 1574. Si bien en Escocia pisar el césped no es motivo de infracción, poner los pies sobre este pasto segado sí lo es, salvo que uno esté jugando en ese momento. Es tal la popularidad del golf en Saint Andrews que muchos huéspedes de los bed and

breakfasts —casi todos ellos situados en la calle Murray Park— son golfistas madrugadores, ávidos por meter bolas blancas en agujeros al son de los graznidos de las gaviotas.

Dejando de lado el golf, hay mucho por hacer en Saint Andrews. Por ejemplo, visitar Balgove Larder (balgove. com), una tienda y restaurante donde reinan los productos procedentes de granjas locales, y de los que el país presume: buen queso, buena carne y arenque ahumado, además de flores frescas, velas y mantas de lana. El cobertizo adjunto, Balgove Steak Barn, de largas mesas de madera, suelo de arena y ambiente rústico, es un enclave perfecto para comer un rico corte de carne de la denominación Aberdeen angus, preparado lentamente sobre una parrilla de carbón.

No todo son chuletones en Escocia, y menos en Saint Andrews, que también ofrece lo mejor del mar. Junto a su acuario, que cuenta con una cafetería soleada a orillas del mar del Norte, se encuentra The Seafood Ristorante (theseafoodrestaurant.com), con una amplia carta de pescado y marisco frescos, orgulloso de haber sido nombrado Restaurante Escocés del Año en 2019. Desde sus salones se disfrutan unas vistas a la playa más cinematográfica de Escocia: la de West Sands, donde se rodaron las más célebres escenas de la oscarizada película Carros de fuego, un hito de la década de 1980, con la banda sonora de Vangelis que muchos habrán tarareado. Otra playa visitable en la zona es Tentsmuir, en los alrededores de los estuarios de dos ríos: el Tay y el Eden. Forma parte de la Tentsmuir National Nature Reserve, un espacio protegido perfecto para observar pájaros de todo tipo y, con suerte, focas descansando en los bancos de arena.

Cuidado con la maldición

Como la universidad es visita obligada, nadie dejará de acercarse a su claustro principal, el de Saint Salvator (Saint Salvator Quad), que responde a la imagen arquetípica de una universidad británica con solera: un recinto con césped bien cuidado y edificios medievales de piedra gastada por el tiempo. A un lado del claustro se encuentra la capilla gótica tardía, que también lleva el nombre del santo, y donde no pocas veces se celebran bodas entre exalumnos. A muchos visitantes también les llama la atención descubrir en el suelo (frente a la entrada de la torre del campanario) las iniciales PH, elaboradas con adoquines. La leyenda cuenta que, si algún estudiante las pisa por error, suspenderá el curso de inmediato. Esta maldición se debe a que allí yace Peter Hamilton, un mártir del protestantismo quemado vivo en 1528 por llevar las enseñanzas de Lutero a Escocia.

La universidad tiene otros encantos, como su propio museo (MUSA), célebre por su colección de más de 115.000 instrumentos científicos, y otro colegio universitario, el de Saint Mary, donde se estudia Teología desde 1538. Merece la pena echarle un vistazo a su biblioteca, que lleva el nombre de King James por el rey Jaime VI, quien la fundó en 1612. El gran árbol que preside el claustro tiene también su historia: lo plantó la mismísima reina María de Escocia (1542-1587) durante una de sus visitas a Saint Andrews.

Saint Mary se encuentra muy cerca de las calles animadas del centro. En Market Street destaca The Central Bar (belhavenpubs.co.uk), el pub recomendado por todos los lugareños. A pocos pasos se puede comer nueva cocina escocesa en el restaurante Forgan's (forgans.co.uk), que sirve la sopa de pescado tradicional de la región —el Cullen Skink— y fabrica su propia cerveza. Para alimentar el espíritu, el lugar perfecto hay que buscarlo en la cercana calle Greyfriars Garden: es Topping & Company (toppingbooks.co.uk), una de las librerías con más encanto de Escocia. Uno no querrá salir de allí por su variedad de títulos y su sofá de cuero ajado, pero también por la cantidad de escritores célebres que pasan por este local para presentar sus libros.

Tras la lectura se impone acercarse a las ruinas con más encanto de la costa escocesa: las de la catedral del siglo XII dedicada a san Andrés y su cementerio adjunto, de lápidas musgosas con inscripciones semiborradas que nos harán pensar en la futilidad de la vida. La contigua torre de San Régulo (St Rules) homenajea al santo que, según cuenta la leyenda, transportó desde el Mediterráneo los restos de san Andrés hasta las costas de Escocia. Desde sus 33 metros de altura hay unas espléndidas vistas.

Y al anochecer, una idea excelente para dejarse arrullar por el confort escocés, siempre con sus estampados de tartán ya sea en la moqueta o en las paredes, es acercarse al hotel The Russell (russellhotelstandrews.co.uk) para tomarse un scotch en su acogedor pub.

Museo del Golf (britishgolfmuseum.co.uk)

Acuario de Saint Andrews (standrewsaquarium.co.uk)

Museo de la Universidad de Saint Andrews (MUSA) (st-andrews.ac.uk/museums)

Oficina de turismo de Escocia (visitscotland.com).

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