(Un texto de Carlos Manuel Sánchez en el XLSemanal del 13 de
septiembre de 2020)
Son ‘frankensteins geológicos’. De
apariencia natural y origen artificial, estas ‘piedras’ son una de las muestras
más evidentes del deterioro de mares y océanos. Son plastiglomerados,
compuestos por fragmentos de plástico y residuos orgánicos, y se extienden como
una enfermedad.
Los geólogos trazan su origen en Hawái, pero ya se encuentran por todas las
costas del mundo. Once mil millones de toneladas de plástico se acumularán en
2025 a pesar de las restricciones de los últimos años. La próxima vez que
recoja o juegue con una piedra en la playa, podría estar haciéndolo con restos
de basura.
Playa Kamilo, en la isla de Hawái, era un paraíso. Aislada, pequeña y lejos
de las carreteras asfaltadas, se convirtió en un destino favorito para los
excursionistas. Turismo de acampada: caravanas, guitarras y barbacoas…
Traducción: veinte toneladas de residuos cada año.
El investigador y marino Charles Moore, conocido por el descubrimiento de
la isla de basura que crece como un tumor en el océano Pacífico, observó en la
playa Kamilo unas extrañas piedras, dispersas por la orilla. Cuando vio que
flotaban en el agua, se percató de que no eran piedras. Pero tampoco era capaz
de discernir lo que eran.
Moore pidió ayuda a los científicos y en 2012 un equipo de la Sociedad
Geológica de América, liderado por Patricia Corcoran, se desplazó a Hawái para
resolver el enigma. Corcoran descubrió que aquellas extrañas rocas no
pertenecían a ningún tipo de los que se enseñan en el colegio. No eran
sedimentarias, ígneas o metamórficas, aunque tenían cualidades de las tres.
Varios sustratos que se habían ido depositando unos con otros; una sustancia
que los amalgama en condiciones de altas temperaturas, y un cambio de
estructura que las transforma en un material nuevo. Tan nuevo que nunca antes
había sido documentado en la naturaleza. Corcoran lo llamó
‘plastiglomerado’, y la revista Science se hizo eco de su
hallazgo en 2014.
El plastiglomerado -vocablo compuesto por ‘plástico’ y ‘aglomerado’- es
duro como una piedra, e igual de resistente, pero no es una piedra, sino un
híbrido, un material de desecho que, por desgracia, ha llegado para quedarse.
Los geólogos trazaron su origen. Los campistas que llegaban a la playa y
encendían fogatas quemaban plásticos de los envases que ellos mismos habían
traído o que las corrientes marinas arrastraban hasta la orilla. Estos
plásticos, al fundirse, actúan como un pegamento que aglutina todo tipo de
materiales del entorno: arena, piedras, lava volcánica, fragmentos de coral,
conchas de moluscos… Prácticamente cualquier cosa es susceptible de acabar
formando parte de estas estructuras: recipientes de comida, cubiertos, cuerdas,
hilo de pescar, cepillos de dientes… Nos hemos encontrado de todo», relata
Corcoran.
Seis años después de aquel descubrimiento, sabemos que el plastiglomerado
no solo forma parte del paisaje de Hawái, sino que se extiende por las costas
del mundo como una lepra. Allá donde haya residuos abundantes y una fuente de
calor, sean hogueras, volcanes o incendios forestales, habrá plastiglomerados…
Incluso pueden formarse con la acción persistente del sol y las mareas.
El coreano Tony Cho, fotógrafo y
activista medioambiental, leyó un artículo científico sobre ellos y decidió
buscarlos en la playa de Mallipo. Para su horror, y también para su
fascinación, los encontró. «Lo más inquietante es que cuando vas caminando por
la playa no te das cuenta de que están ahí, a no ser que te fijes. Se ven tan
naturales… Forman parte del paisaje. Pero luego los recoges, los observas de
cerca, los dejas caer en el agua y ves que no se hunden, y te das cuenta de que
esas piedras falsas, que pueden parecer muy bellas cuando las fotografías,
cuentan una historia fea y terrible».
Cho recuerda cómo frente a las
costas de Mallipo se produjo el mayor derrame de petróleo de la historia de
Corea, cuando un buque accidentado vertió unas diez mil toneladas de crudo a
unos 150 kilómetros del litoral. Ese petróleo fue llegando a la orilla y un
millón de voluntarios lo fue retirando durante años. Una historia que recuerda
a la del Prestige y el chapapote en Galicia. Los coreanos sienten orgullo
cuando hablan de aquel esfuerzo colectivo que sirvió para limpiar la playa y
redimir el desastre provocado por el hombre. «Pero, a diferencia de aquella
catástrofe, la del plastiglomerado pasa inadvertida. Las masas de plástico que
hay en el mar están causando un desastre silencioso», advierte Cho. Y no hay
voluntarios en el mundo que puedan limpiarlo. ¿Cómo limpiar los once mil
millones de toneladas de plásticos que se acumularán en el mundo en 2025, a
pesar de las restricciones de los últimos años y de la concienciación de muchos
consumidores?
Las islas de basura plástica a la
deriva ya no son un problema únicamente del Pacífico norte. También se han
detectado en el Atlántico. Paradójicamente, no son fáciles de ver ni mediante
satélite ni por radar, excepto en las zonas donde hay más densidad de residuos,
por ejemplo, botellas y bolsas, porque el ingrediente más importante de esta
sopa tóxica es el microplástico. Se trata de
fragmentos de menos de cinco milímetros de diámetro, menores, por tanto, que un
grano de arroz, y que no son biodegradables. Se quedan suspendidos en la
columna de agua, son confundidos por muchos organismos con el plancton y acaban
en la cadena trófica. De las medusas pasan a los peces de especies comerciales
y de ahí al ser humano. Los microplásticos provienen de multitud de fuentes,
incluidas las fibras sintéticas de la industria textil, las microperlas
exfoliantes de los cosméticos, el desgaste de los neumáticos de camiones y
automóviles, los artículos de pesca, los procesos industriales… El ciclo
completo y los desplazamientos de los microplásticos en el medioambiente aún no
se conocen por completo y se están investigando.
El plastiglomerado no solo ha
captado la atención de los científicos, también la de artistas y filósofos,
pues es un producto ambiguo, que no llega a ser completamente natural ni
artificial. Un material de transición en el que la apariencia importa tanto
como la sustancia. Como no existía en la naturaleza hasta mediados del siglo
pasado, se ha propuesto como un marcador geológico del Antropoceno.
La era de los combustibles fósiles que una corriente cada vez más amplia de
científicos ha propuesto para sustituir al Holoceno, el periodo que se inauguró
hace doce mil años, después de la última glaciación, cuando el nivel del mar se
elevó 35 metros de media con el deshielo.
Si el Holoceno nos trajo la
agricultura; el Antropoceno, cuyos albores se remontan a la Revolución Industrial, o sea,
apenas un par de siglos, marca el dominio técnico del ser humano sobre el resto
de las especies del planeta y, con él, la aceleración del deterioro ambiental.
Una era marcada hasta el momento por las extinciones masivas. Estas rocas
falsas son la marca inequívoca del ser humano. Para algunos también son la
prueba de un delito, el de ecocidio de los ecosistemas destruidos. En el futuro
puede que se conviertan en los fósiles que legó nuestra civilización, junto con
los isótopos radiactivos esparcidos por las bombas atómicas a partir de 1945, y
que permanecerán en el medioambiente los próximos veinticuatro mil años. Con
nosotros aún sobre la Tierra… o sin nosotros.
Siniestra
belleza. Los plastiglomerados tienen la
apariencia de rocas, pero son amalgamas de residuos, minerales, conchas de
moluscos, hilos de pesca, fragmentos de coral… El plástico de la basura
oceánica, derretido por el sol, una fogata o un incendio, actúa de pegamento y
los convierte en un nuevo material.
Una isla tóxica siete veces más grande que España. En la Gran Mancha de Basura del Pacífico -cuya
extensión ya es siete veces la de España- y otras islas tóxicas, los
plastiglomerados se ven solo donde los desechos se acumulan. En su mayor parte
no son visibles al ojo humano, pues se componen de microplásticos de unos pocos
milímetros.Etiquetas: Culturilla general