Chaplin antes de Charlot
(Un
texto de Fátima Uribarri en el XLSemanal del 28 de septiembre de 2014)
Vivió
en cuartuchos húmedos y en asilos para pobres con su madre, una actriz cómica
que acabó desnutrida y demente. Con ella debutó Charles Chaplin, a sus cinco
años, en un antro londinense. No fue fácil su camino hasta conquistar
Hollywood, pero todo cambió al crear a su eterno Charlot, el vagabundo que
hacía reír y llorar al mismo tiempo y el cual cumple cien años.
Hannah Hill era una cómica
de vodevil con dos hijos Sydney, de nueve años, y Charlie, de cinco de
distintos padres. Pese a sus
muchas dificultades, era alegre y cariñosa. Y por no dejar a sus niños solos en
turbias habitaciones alquiladas, cuando ella actuaba, se los llevaba al teatro.
Una noche, en The
canteen -un tugurio lleno de soldados-, Hannah se quedó sin voz mientras
actuaba. Atronaron los insultos y silbidos, y ella debió abandonar el
escenario, desesperada. En bastidores, el director de escena le dijo que
saliera el niño a quien había oído cantar a veces. Así debutó Charles Chaplin,
con cinco años y ante un público difícil. Ante el resplandor de las candilejas, el niño cantó y gustó. Tanto que
empezaron a llover monedas sobre el escenario. «Inmediatamente me interrumpí y
dije que cogería el dinero antes de seguir cantando», cuenta el propio Chaplin
en su Autobiografía (Lumen). El director acudió a ayudarlo a recoger las
monedas, pero Charlie pensó que el hombre quería quedarse con su dinero y
comenzó a perseguirlo. «No volví a cantar -contó Chaplin- hasta que se lo
entregó todo a mamá».
El niño continuó actuando e incluso improvisó
imitaciones; una de ellas, de su propia madre. Llovieron aplausos y más
monedas, que aumentaron cuando Hannah se unió a Charlie en el saludo final.
«Aquella noche fue mi primera actuación y la última de mi madre», agrega
también en su Autobiografía.
Charles Chaplin [Inglaterra,
1889 - Suiza, 1977], el hombre que inventó a Charlot, uno de los artistas más
ricos e influyentes del siglo XX, tuvo una infancia dickensiana que asoma en
sus películas. Vivió en cuartuchos de Londres donde «el aire viciado hedía a
gachas rancias y a ropa vieja», cuenta. Pero reconoce que, de niño, «apenas era
consciente de la crisis porque vivíamos en una constante crisis». Además, contó con el cariño de su madre, tierna y
quebradiza, que acabó incluso demente, pero de quien -dice Chaplin- aprendió la
compasión y el amor.
A Hannah la habían abandonado los padres de sus hijos;
el de Sydney era un hombre mucho mayor que ella, de buena familia, con el que
no se casó; el de Charlie, un actor cómico alcohólico. Mientras ella pudo
actuar, mantuvo a sus hijos con desenvoltura: llegó a tener buen cartel. Pero
la edad y los achaques le bajaron el telón. Pasó a coser camisas a destajo y
con tarifas de esclava. Y, aun así, el dinero no daba.
Desde muy niños, Sydney y
Charlie buscaron trabajillos para aportar algo, pero la afección mental y la
desnutrición acabaron por derrumbar a Hannah: los tres pasaron temporadas en
asilos públicos.
Charlie fue recadero y
botones, trabajó en una imprenta, en una compañía de claqué... Cuando Sydney creció, se embarcó en un mercante y
enviaba dinero a casa. Fue él quien consiguió que le hicieran una prueba a su
hermano para actuar. Así, Charlie se convirtió en actor con 12 años: su primer
papel importante fue el de Billie, el botones de Sherlock Holmes. Recorrió
Inglaterra con pequeñas compañías de teatro y poco a poco fue haciendo oficio.
En 1910, Chaplin llegó a América, su ansiado destino.
Fue con la compañía de teatro de Fred Karno. Trabajó en varias obras y realizó
giras por Chicago y San Francisco. Fue una etapa dura, de mucha soledad,
cuenta. Tenía sus propias ideas -que
solían chocar con las del director- y hambre de conocimiento (apenas había ido
a la escuela); leía a Schopenhauer y ansiaba ser un hombre ilustrado, «no por
amor a la ciencia –dijo-, sino como una defensa contra el desprecio que siente
el mundo por el ignorante».
Su gran oportunidad se la dio Mack Sennett, que lo
fichó para el cine en 1913. Para él fue una ventana de nuevas posibilidades: no
había que repetir el mismo papel cada día, se trabajaba rápido y se rodaba en
una sola jornada.
De nuevo, Chaplin chocó con los directores: se le
ocurrían escenas y gags, los proponía, pero no le hacían caso. Hasta que un día que le pidieron una escena ocurrente
para suplir unos gags, Chaplin se inventó a Charlot. Fue en 1914. Había nacido
un personaje mítico. El primer filme de Charlot, Making a living, se estrenó ese mismo año. El personaje
siguió inspirando a Chaplin cientos de gags y despertó algo nuevo: el
sentimentalismo en el humor. De ello habla mucho en su Autobiografía: de su querencia por la melancolía, de su timidez, de
la aplastante sensación de soledad que sintió incluso cuando logró el ansiado
éxito y pasó a ser rico.
«El éxito, dijo, sirve para
que lo quieran a uno». Pero en amores no le iba demasiado bien al inicio. Sus
dos primeras esposas eran adolescentes [tenían 16 años] a las que había dejado
embarazadas. Mildred Harris, la primera, perdió al niño al poco de la boda. Con
Lita Grey, la segunda, tuvo dos hijos: Charlie júnior y Sydney. De Mildred habla como de algo pasajero. De Lita, ni
pronunciar el nombre: todo acabó en escándalo. Ella lo acusó de maltrato,
racanería suprema y de obligarla a practicar «aberraciones sexuales». Los tabloides
americanos disfrutaron con la guerra por el divorcio. El juez sentenció a favor
de ella: Chaplin debía pagarle 825.000 dólares; entre otros motivos, por haber
ejercido una intolerable crueldad mental.
No fue su único batacazo judicial por temas de 'faldas':
años después, Joan Barry una alocada aspirante a actriz lo acusó de ser el
padre de su hijo. De nuevo perdió Chaplin, aunque los análisis de sangre
negaban su paternidad. Con su tercera mujer, Paulette Goddard, una actriz ya de
renombre, la relación fue menos tempestuosa. Por esa época, Chaplin ya un meteoro imparable hacia el éxito filmaba a
destajo. Escribía, dirigía y a veces componía la música de sus filmes. «Para
hacer una buena comedia solo necesito un parque público, un policía y una chica
guapa», decía. Pero surgió un imprevisto: el cine sonoro.
Le costó digerirlo. «¿Qué
voz tiene Charlot?», se preguntaba.
Siguió filmando sin sonido, a contracorriente, y le
fue bien. El chico, La quimera del oro,
El circo, Luces de la ciudad, Tiempos modernos... Obras geniales. Pero en 1940 se rindió: El gran dictador fue sonora... en todos los sentidos del término.
Se la sugirió el cineasta
Alexander Korda: Hitler y tú tenéis el mismo bigote, ¿por qué no haces una
película? Chaplin estuvo de acuerdo: «Hitler es una mala imitación mía», dijo. El gran
dictador fue un proyecto difícil [tardó dos años en desarrollar la
historia] y con sinsabores. Mil veces dijo después que, de haber sabido de la
existencia de los campos nazis, no habría hecho el filme. Lo sorprendente es
que tuvo problemas de censura en Gran Bretaña y los Estados Unidos. La
situación empeoró cuando Chaplin se pronunció a favor de abrir un segundo
frente en la Segunda Guerra Mundial, de echar una mano a los soviéticos que
luchaban contra Hitler desde el este. Lo acusaron de comunista. Hubo boicots
contra sus películas, críticas en la prensa...
Además, todo coincidió con
la demanda de paternidad de Joan Barry y su romance con Oona O'Neill, la hija
del dramaturgo Eugene O'Neill, su 'nueva' adolescente: ella tenía 17 años y él,
53.
Se casaron en cuanto Oona
cumplió los 18, y esta vez sí funcionó. Tolerante, de una belleza luminosa,
dulce, atractiva... Chaplin se
deshace en elogios hacia ella y se congratula de haber encontrado a una mujer
que no quiere ser actriz, sino que prefiere dedicarse a ser su esposa. Eso hizo
Oona: dedicó su vida al genio y a los ocho hijos que tuvieron. Con ella,
Chaplin vivió sus últimos años en Suiza. Se marchó, desencantado, de los
Estados Unidos en 1953 y en el barco recibió la notificación que le prohibía la
entrada en el país. Regresó en 1972 para recoger un Óscar honorífico. Hollywood
le dijo adiós con una ovación de doce minutos, la más larga jamás registrada.
Chaplin y las adolescentes
-La primera, Mildred Harris
Se casaron al quedarse ella embarazada a los 16 años.
Perdió ese bebé. Y otro que tuvo después, solo vivió tres días. El matrimonio
duró dos años.
-La segunda, Lita Grey
Tenía también 16 años al conocerse. Tuvieron dos hijos
y acabaron en los tribunales. Ella lo acusó de maltrato.
-La tercera, Paulette Goddard
Fue una relación más tranquila. Buenos amigos al
inicio, se casaron y, cuando la distancia era insalvable, se divorciaron sin
mayor escándalo.
-La definitiva, Oona O'Neill
Chaplin y Oona O'Neill, la hija del dramaturgo Eugene
O'Neill, iniciaron su relación cuando ella tenía 17 años y él, 53. La actriz
Geraldine Chaplin, uno de los ocho hijos que tuvieron él y Oona, cuenta que su
padre le enseñaba siempre a su mujer lo que escribía y que tenía muy en cuenta
sus opiniones. Dice también que era severo, trabajador y disciplinado: «Se
pasaba meses ante un papel en blanco buscando la perfección, agrega Geraldine.
Tenía mucha humanidad y sentido de la justicia e intentaba entender a todos sin
renunciar a sus principios. Y sí, le gustaban las jovencitas, ¡pero se casaba
con ellas!».
Su persecución política
¿Fue Comunista?
Su intervención a favor del Frente Soviético y contra
los nazis durante la Segunda Guerra Mundial agravó la tensa relación que
mantenía con el gobierno de los Estados Unidos. Eran los tiempos de la caza de
brujas y las listas negras en Hollywood. Chaplin nunca había ocultado sus
simpatías por los laboristas británicos (aunque en la foto pose con el
conservador Winston Churchill en 1931) y había confesado cierta filia
socialista, pero negó ser comunista. Con todo, el Comité de Actividades
Antiamericanas lo puso en el punto de mira. En 1953, cansado del acoso, Chaplin
se marchó de los Estados Unidos. Volvió en 1972, a recoger un Óscar honorífico.
El día que se inventó a Charlot
Un personaje polifacético y nada armónico.
«Necesitamos unos gags. Maquíllese y póngase un disfraz cómico. Cualquier
cosa», le dijo el actor Ford Sterling a Chaplin durante el rodaje de la
película Extraños dilemas de Mabel, donde el inglés tenía un pequeño papel. «Al dirigirme hacia el vestuario, pensé que
podría ponerme unos pantalones muy holgados, unos zapatones y añadir al
conjunto un bastón y un sombrero hongo, quería que nada fuera armónico», cuenta
Chaplin. Como le habían dicho varias veces que era muy joven, se pintó
un bigote que lo envejeciera, sin ocultar su expresión.
De camino al set empezó a
contonearse y a hacer molinetes con el bastón. «Este personaje es polifacético:
es a la vez un vagabundo, un caballero, un poeta, un soñador, un tipo solitario
que espera siempre el idilio y la aventura», explicó a Sterling. «Suba al plató
y veremos qué puede hacer», le dijeron. La escena discurría en el vestíbulo de un hotel. Chaplin se sentía como «un
impostor que se hacía pasar por uno de los huéspedes, cuando en realidad era un
vagabundo que buscaba cobijo. Entré y tropecé con el pie de una dama. Me volví
y me quité el sombrero; luego choqué con una escupidera; me volví una vez más y
levanté el sombrero ante la escupidera». Las carcajadas resonaban en el plató.
Acudieron actores de otros estudios, escenógrafos, carpinteros, sastres. Todos
se desternillaban. Charlot había triunfado.