Muertes absurdas: El genio de los números que murió de hambre cuando su mujer dejó de cocinar
(Un texto de Javier Blanquez en El
Mundo del 1 de septiembre de 2018)
El brillante matemático Kurt Gödel
sólo comía platos cocinados por su esposa por miedo a ser envenenado. Cuando
ella enfermó, él se sometió a una dieta mortal.
En las cosas del comer cada cual tiene sus manías. De Proust, por ejemplo,
se sabe que, de niño, era un asquerosito delicado, de los que apartaban en el
borde del plato la mitad de los ingredientes, y que hacia el final de su vida
apenas comía -extraña elección- poco más que lenguado. De Steve Jobs se dice
que durante un largo periodo de tiempo sólo comió zanahorias. Y, ésta es la
mejor de todas, el actor Nicolas Cage tiene una política muy particular en
cuanto al consumo de carne: sólo acepta animales que, en su vida normal,
mantengan una "sexualidad digna", razón por la cual rechaza cualquier
alimento que provenga del cerdo -hay que ser muy retorcido para imaginar el
coito entre un puerco y su consorte, qué quieren que les diga-. Todos tenemos
que comer, pero no hay reglas a la hora de escoger las propias manías. Incluso Djokovic
probó una vez el sabor de la hierba de Wimbledon tras ganar el torneo.
La manía de Gödel no era especialmente extraña, ya que él sólo se fiaba de
lo que le preparaba su esposa, Adele Nimbursky, que imaginamos que sería una
enorme cocinera de las de la vieja escuela, de las de ollas grandes y platos
calientes que se comen con cuchara. Lo de circunscribir tu gusto culinario a
una persona específica no es tan raro: todos sabemos que la mejor tortilla de
patatas es la de nuestra madre, y no la de los demás, por muy madres que sean,
y en un ámbito completamente distinto, pero también muy útil para la humanidad,
se conoce que Hugh Hefner sólo comía lo que le preparaban en la Mansión Playboy.
Ya para acabar, incluso cuando actuaba en Las Vegas, Sinatra exigía que la
pizza se la prepararan en Lombardi's, su local favorito de Nueva York. ¿Cómo
harían para que la pizza llegara caliente a Nevada?
Pero dejemos a La Voz, que aquí hemos venido a hablar de Gödel, que
murió por algo que tiene que ver con la comida y sus manías particulares. Fue
una de las mentes matemáticas más brillantes del siglo XX, un personaje que
entraría en la categoría de genio inmerso en sus cosas y con pocas habilidades
sociales, un Sheldon Cooper de la lógica, y sin el cual no podría haberse
armado el mundo actual.
Experto en teoría de conjuntos, sus aportaciones a la materia -que no
esperen que aquí les detalle, servidor es de letras y el cerebro da para lo que
da- han sido importantes para disciplinas como la computación, la física de las
grandes magnitudes cósmicas y el fundamento lógico de la matemática y la
filosofía. En un alarde de talento, planteó el problema de la existencia de
Dios a partir de su sistema, con resultados sorprendentes.
Ahora bien, aunque en su trabajo Gödel resultara ser un fuera de serie
-investigó, publicó y dio clases en Princeton a partir de 1940, cuando se
exilió en EEUU huyendo de los nazis con la protección de su amigo Albert
Einstein-, en su vida personal era un hombre con habilidades pobres, de aquellos
que llegan a poco más que a vestirse solos y, tras mucho insistir, a sacar la
basura a la calle. Adele fue su protectora, su sombra, el clásico ejemplo de
esposa abnegada que abandonó su carrera -fue bailarina en Viena, en la época de
los grandes ballets modernistas- para centrarse en el papel de esposa de un
intelectual de prestigio. En su elección de vida -que pasaba por renunciar a
tener hijos-, una de las tareas que asumió fue la de hacer la comida.
Gödel terminó por comer sólo lo que ella preparara, sobre todo en los
últimos años, pues sufrió un brote paranoico que le llevó a pensar que alguien
podría envenenarlo. No nos consta que se llevara el tupper a Princeton
con unos macarrones preparados la noche antes -no había microondas entonces-,
pero sí se conoce que no entraba en restaurantes ni pedía una ración del rancho
diario de la universidad por miedo. Así que volvía a casa sistemáticamente, día
y noche, y Adele le ponía el correspondiente plato de víveres calientes, hasta
que un día tuvo que ausentarse por causas de fuerza mayor: en otoño de 1977 cayó
enferma y precisó de un ingreso en el hospital. A Gödel, por tanto, se le
redujeron las opciones a dos: o comer algo en otro lado, o no comer nada en
absoluto durante un tiempo.
Ahí fue donde empezó a funcionar de manera implacable su mente lógica: si
existe riesgo de envenenamiento, la única manera de evitarlo era evitar
cualquier alimento preparado por otras manos, que podían ser las del asesino.
Evidentemente, podría tirar con manzanas, plátanos y otras frutas, o sólo
zanahorias, como Jobs. Pero su mente lógica le decía que eso no era comer, sino
salir del paso, así que se mantuvo firme en la decisión de no probar alimento
hasta que ella no volviera a casa. Pero Adele volvió tarde: la estancia en el hospital
se prolongó seis semanas en las que Gödel, como un concursante de Supervivientes,
fue perdiendo peso, nutrientes y fuerzas, hasta morir por desnutrición pocos
días antes de que a su mujer, su cocinera de confianza, le dieran el alta
médica.
Fecha de la muerte: 14 de enero de
1978
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