(Un texto de Laura
Chaparro en la Agencia Sync del 25 de julio de 2020)
Los judíos recluidos por los nazis en Polonia sufrieron una
epidemia que consiguieron extinguir. La solución pudo estar en la
distancia social, la higiene y la formación, medidas impulsadas
por los médicos de esta comunidad aislada a la fuerza. Sus
acciones se han repetido en otras pandemias y han resultado
eficaces, lo que reafirma la importancia de la prevención con la
COVID-19.
En poco más de tres kilómetros cuadrados, las tropas nazis
hacinaron en Varsovia (Polonia) a 450.000
personas, lo que suponía alrededor de un tercio de su
población total. Ocurrió a finales de 1940 y con este gesto
constituyeron el mayor gueto judío en la Europa
de la Segunda Guerra Mundial.
Situado en el centro de la capital polaca, las malas condiciones
de salubridad, la hambruna y una densidad de población de cinco a
diez veces mayor que cualquier ciudad actual fueron el caldo
de cultivo perfecto para que una epidemia de tifus se
extendiera como la pólvora.
Se calcula que contrajeron la enfermedad unas 120.000 personas
del gueto y que más de 30.000 murieron, a lo que se suman los
fallecimientos por la escasez de comida. Sin embargo, en otoño de
1941, cuando la población experimentaba el mayor índice de contagios
y se acercaba el frío invierno, la curva epidémica empezó a caer
hasta extinguirse. ¿Cómo consiguieron doblegar la curva dentro del
gueto?
La respuesta parece estar en las medidas de prevención
que implementaron los epidemiólogos y el resto de médicos
recluidos en el barrio y que sus habitantes siguieron a rajatabla.
Es lo que concluye una investigación internacional publicada en
la revista Science Advances y dirigida por el
biomatemático Lewi Stone, que lleva décadas modelando
enfermedades.
Las medidas iban desde el distanciamiento social
a la cuarentena doméstica. También se fomentó la
higiene general, la limpieza de
los apartamentos y se habilitaron comedores sociales para frenar
la hambruna.
Otra de las estrategias que pudo ser clave fue la formación,
con cursos de capacitación sobre higiene pública y enfermedades
infecciosas, además de cientos de conferencias públicas sobre cómo
luchar contra el tifus e incluso una universidad médica
subterránea para jóvenes estudiantes.
Tras la pista de las cartillas de racionamiento
Stone encontró registros escritos de estas iniciativas en
numerosas fuentes documentales. El investigador explica a SINC que
ha podido tener una idea muy aproximada de lo que sucedió en el
gueto, sobre todo gracias a dos fuentes: los supervivientes y los
registros y diarios escritos que fueron escondidos y que hoy
conforman los Archivos del Gueto de Varsovia.
“Mis mejores fuentes fueron los registros de
epidemiólogos especialistas dentro el gueto. El
profesor Jacob Penson, jefe del pabellón de
enfermedades infecciosas, publicó varios registros sobre esta
cuestión”, afirma Stone, que es investigador de la Unidad de
Biomatemáticas de la Universidad de Tel Aviv (Israel).
Además de los testimonios, las cartillas de racionamiento han
sido una pieza fundamental de la investigación. Impuestas por los
nazis para limitar lo que comían los judíos, eran repartidas
mensualmente y han servido para tener una idea aproximada de la
población que había en el gueto.
“Como el número de cartillas de racionamiento disminuyó
rápidamente después de marzo de 1941, podemos suponer
razonablemente que gran parte de ese cambio se debió a una alta
tasa de mortalidad”, apunta el biomatemático.
Como muestra la investigación, las cifras de las tarjetas y del
número de casos concuerdan: la caída de estas cartillas coincidió
con el mayor número de muertes por tifus entre abril y octubre de
1941.
De hecho, de acuerdo a estas tarjetas, el número de fallecidos
por la epidemia de tifus en el gueto y la hambruna podría haber
sido mucho mayor a lo reflejado en los registros oficiales y
podría llegar a los 100.000 muertos en 1941 –casi una cuarta parte
de los habitantes del barrio–, según los científicos.
Lamentablemente, aunque las medidas preventivas salvaron
incontables vidas, la mayoría de los supervivientes murieron en
los campos de exterminio a los que fueron
deportados.
Tifus en la ciudad de Valencia
El tifus engloba a un grupo de enfermedades bacterianas propagadas por piojos
y pulgas. En el caso del gueto de Varsovia, su
población sufría el tifus exantemático, que está
causado por la bacteria Rickettsia prowazekii
transmitida por el piojo del cuerpo. Esta enfermedad tuvo un
carácter epidémico en la Europa de la Segunda Guerra Mundial y en
ciudades como Valencia, cuando en el gueto de
Varsovia trataban de doblegar la curva, hacían lo propio en plena
posguerra española.
“El denominador común de ambos escenarios fue la coyuntura
epidemiológica, es decir, la convergencia de las coordenadas
ideales para la irrupción y desarrollo del tifus exantemático y
otras enfermedades infecciosas agudas: el hambre, el hacinamiento
y la falta de higiene”, señalan a SINC Xavier García-Ferrandis y Àlvar Martínez-Vidal, profesores de la
Universidad Católica de Valencia “San Vicente Mártir” y de la
Universidad de Valencia, respectivamente.
Los dos expertos en historia de la medicina han estudiado la
epidemia de tifus que sufrió Valencia entre 1941 y 1943. La diferencia entre lo
ocurrido en Polonia y en la capital del Turia fue el contexto que
provocó ambas crisis sanitarias. “El caso del gueto de Varsovia
fue un confinamiento forzado con fines criminales. El caso español
fue consecuencia directa de casi tres años de guerra y una política
de represión contra los perdedores en la inmediata
posguerra”, distinguen.
A la hora de afrontar la epidemia, en Valencia también se
implementaron medidas de confinamiento pero,
como cuentan los investigadores, estas solo afectaron al segmento
de la población que se correspondía con la clase social
más desfavorecida, al asociarse a situaciones de hacinamiento y mala higiene.
“En ocasiones, el confinamiento se llevó a cabo contra la
voluntad de los afectados, una negativa justificada porque las
condiciones higiénico-sanitarias de los lugares de aislamiento
eran tan deficientes que en alguna ocasión se llegó a declarar
algún brote de tifus exantemático en el interior de aquellas
infames instalaciones”, explican los docentes. Además, también se
expulsaron a sus lugares de origen a miles de personas que vivían
en las ruinas de los edificios bombardeados durante la Guerra
Civil.
El confinamiento en otras epidemias
Las epidemias de tifus son un ejemplo de la importancia que tiene
la prevención y el control para frenar su transmisión. Pero no son
las únicas. Diego Ramiro, jefe del Departamento de
Población del Instituto de Economía, Geografía y Demografía del
CSIC, recuerda que medidas para reducir el efecto de las
pandemias, como las cuarentenas, se han adoptado en casi todas las pandemias.
“Es el caso de las epidemias de peste, mientras
que medidas alternativas frente a la difusión de la enfermedad
como el cierre de escuelas, teatros
o la prohibición de eventos públicos son medidas normales en
pandemias como la gripe de 1918 o la gripe
rusa de 1889-1890”, describe a SINC el sociólogo.
Los lazaretos –centros hospitalarios aislados para tratar
patologías infecciosas– estaban dirigidos a los pacientes que
tenían que hacer cuarentena por enfermedades como la peste o
fiebre amarilla, y aún hoy pueden verse en nuestras costas, indica Ramiro.
“El confinamiento en todas sus formas, es
decir, cuarentenas, lazaretos, cordones sanitarios, alejamiento o
huida de zonas contagiadas, ha sido la medida principal con que
las sociedades han afrontado las epidemias a lo largo de la
historia, teniendo en cuenta que la teoría microbiana y la
existencia de las vacunas y los antibióticos
son hitos relativamente recientes en la historia de la medicina”,
comentan García-Ferrandis y Martínez-Vidal.
Los investigadores destacan las sucesivas oleadas de
peste entre el siglo XIV y el XVIII. En cuanto a las
epidemias de cólera del siglo XIX, hubo un rechazo
a las medidas de aislamiento porque impedían las comunicaciones y
el comercio en el marco de la Revolución Industrial.
“En el caso de algunas enfermedades infecciosas crónicas el
confinamiento tenía lugar al recluir a los enfermos en leproserías
y sanatorios antituberculosos. A veces este aislamiento era
obligado y, en ocasiones, de por vida”, añaden.
La prevención de la COVID-19 funciona
Este breve repaso a la historia de la medicina sirve para
comprobar lo habituales que han sido este tipo de medidas
preventivas para luchar contra las enfermedades infecciosas.
Algunas de ellas, como las cuarentenas o el distanciamiento, se
están implementando en la pandemia de la COVID-19.
Una investigación publicada en PLoS
MEDICINE muestra que las acciones funcionan. ¿Cuáles? Una
combinación de ellas. El lavado de manos, el uso
de mascarillas y el distanciamiento social
–las llamadas medidas autoimpuestas– junto a políticas de confinamiento –como el cierre
de escuelas, centros de trabajo o la prohibición de reuniones–,
impuestas por los gobiernos, pueden ayudar a mitigar y retrasar el
pico de la pandemia.
Con un modelo computacional de propagación de la enfermedad, los
científicos estudiaron el efecto estimado de estas medidas de
prevención sobre los casos de COVID-19. En cuanto a las acciones
autoimpuestas, si se toman rápidamente y las cumple un gran número
de personas, con una eficacia que supere el 50 %, se puede
prevenir una gran epidemia, según el modelo. Pero si son lentas,
solo pueden reducir el número de casos, sin retrasar el pico.
En cambio, la implementación temprana de medidas de confinamiento
impuestas por los gobiernos retrasa, pero no reduce el pico de la
epidemia de COVID-19. Por eso los autores concluyen que la
combinación de las medidas individuales, sobre todo si se adoptan
rápidamente y por gran parte de la ciudadanía, junto al
distanciamiento social impuesto por los gobiernos tienen el
potencial de retrasar y reducir el pico de la epidemia.
“Las medidas de autoprotección funcionan bien si las siguen
suficientes personas y las practican a lo largo del tiempo”,
puntualiza a SINC Alexandra Teslya, autora principal del
estudio e investigadora del Centro Médico Universitario de Utrecht
(Países Bajos).
En el caso de que esa adherencia sea difícil de lograr, según la
epidemióloga los beneficios para frenar la transmisión de la
enfermedad serán limitados, puesto que disminuirán las personas
infectadas y el tamaño del pico, pero este no se retrasará. “En
este caso, el confinamiento a corto plazo impuesto por el gobierno
puede ser mejor, ya que puede retrasar el pico”, mantiene Teslya.
Volviendo a las crisis sanitarias pasadas, la científica recuerda
que medidas de confinamiento impuestas por las autoridades ya se
usaron en la gripe de 1918 y fueron eficaces: las epidemias en las
ciudades que las llevaron a cabo se redujeron en gran medida. El
problema fue lo que vino después. “Una vez que estas medidas se
relajaron, a menudo se observaron segundas olas”, alega. La historia puede
volver a repetirse si bajamos la guardia.
Los escritos de historiadores, médicos y microbiólogos
en el gueto de Varsovia
Estas son algunas de las frases escritas desde el gueto de
Varsovia sobre la epidemia de tifus, recogidas en el estudio de
Lewi Stone.
Emanuel
Ringelblum (1900–1944), historiador polaco. “La
epidemia de tifus ha disminuido de alguna manera precisamente en
invierno, cuando generalmente empeora. La tasa de epidemia ha
caído un 40 %. Escuché esto de los boticarios y lo mismo de los
médicos y del hospital”.
Ludwik
Hirszfeld (1884-1954), microbiólogo polaco
nominado al Premio Nobel. “En el caso de la Segunda Guerra
Mundial, el tifus fue creado por los alemanes, precipitado por la
falta de alimentos, jabón y agua, y luego, cuando uno concentra
400.000 desgraciados en un distrito, les quita todo y les da nada,
entonces crea el tifus. En esta guerra, el tifus es obra de los
alemanes”.
Chaim
Kaplan (1880-1943), maestro polaco. “La
negligencia del Departamento de Salud… ha convertido el gueto en
un basurero y un gran retrete público. El agua congelada y las
tuberías del alcantarillado nos han obligado a hacer letrinas en
escaleras y corrales. Estamos rodeados de suciedad apestosa y
cuando la primavera empiece a derretir el estiércol congelado se
amontonará. ¿Quién sabe qué enfermedades espantosas se
desencadenarán entonces?”.
Jakub
Penson (1899-1971), médico polaco. “Otra epidemia
estalló en junio de 1941 y continuó hasta junio de 1942. Se
extendió por todo el gueto, infectando a unas 100.000 personas.
Esta epidemia fue mucho más aguda que la primera, con una tasa de
mortalidad del 20 % (en la primera fue de 10 %); durante ese
tiempo, unas 20.000 personas murieron de tifus”.
Bernard
Goldstein (1889-1959), sindicalista polaco. “Los
muertos eran arrojados desnudos a las calles porque la ropa era
valiosa. Todas las mañanas los vagones eran conducidos a través
del gueto para recoger los cuerpos y llevarlos al cementerio,
donde fueron enterrados en fosas comunes”.
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