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domingo, agosto 31

El lado más humano de Felipe II, ¿cómo se tomó en realidad el desastre de la Armada Invencible?

(Un texto de César Cervera en el ABC del 26 de mayo de 2016)

La actitud del español frente a la tragedia contrasta con la mezquindad de la inglesa Isabel I. La defensa de las islas dejó a 9.000 marineros víctimas de sendas epidemias de tifus y disentería.

La frase más famosa atribuida a Felipe II al conocer la suerte de « la Grande y Felicísima Armada» es simplemente falsa: «Yo no mandé a mis barcos a luchar contra los elementos» (la cita apareció en una biografía de Felipe II escrita por Baltasar Porreño 40 años después de la derrota). La noticia resultó un fuerte golpe para el rey, que incluso aseguró que prefería morir que «ver tanta desdicha», pero también es cierto que los reyes no tienen tiempo para llorar ni para pronunciar frases tan lapidarias. Pocos días después, Felipe II ya se encontraba inmerso en una nueva empresa y disponiendo que los hombres heridos recibieran el mejor de los tratos posibles. Dentro de su visión mesiánica del mundo y de sí mismo, Dios ya encontraría la forma de compensarle más adelante.

Sin ser el fanático religioso que ha trazado sus enemigos, su profunda religiosidad y la visión mesiánica de sí mismo costaron al Imperio español varias derrotas, puesto que, como en la Empresa Inglesa, el Monarca dejaba muchos factores a la suerte y a la asistencia divina. Dentro del primer imperio global de la historia, los fracasos solían ser compensados por victorias. Así, por ejemplo, el resurgimiento de la revuelta en los Países Bajos en 1571 fue compensado con la resonante victoria en Lepanto y la matanza de San Bartolomé en Francia, donde la facción católica masacró a buena parte de los líderes hugonotes.

Las noticias del fracaso a cuentagotas

El mesianismo no salvó a Felipe II del disgusto de 1588. Como explica Geoffrey Parker en su libro «Felipe II, la biografía definitiva» (Planeta), el rey y sus ministros se convencieron de que el éxito de la Empresa Inglesa resolvería todos los problemas estratégicos a los que se enfrentaba el Imperio español. El plan pasaba porque «la mayor flota jamás vista desde la creación del mundo», dirigida por el Duque de Medina-Sidonia, viajara a algún puerto de Flandes a recoger a la infantería que combatía en los Países Bajos a las órdenes de Alejandro Farnesio. Una misión que ni las comunicaciones de la época –los Tercios de Flandes no estuvieron preparados a tiempo– ni los ágiles barcos enemigos permitieron llevar a efecto.

Los ingleses no pudieron hundir prácticamente ninguno de los galeones españoles, auténticos castillos flotantes, pero Medina-Sidonia no alcanzó a «darse la mano» con los ejércitos hispánicos en los Países Bajos y se vio forzado a bordear las Islas Británicas. Los arañazos alcanzados por los buques ingleses y las tempestades fueron transformando los barcos en ruinas flotantes. La defectuosa cartografía portada por los españoles fue el golpe de gracia para una travesía a ciegas por las escarpadas costas de Escocia y de Irlanda. Allí ocurrió la auténtica catástrofe.

Se hundieron un tercio de los 130 barcos que partieron de España y solo la mitad de los hombres que habían zarpado regresaron con vida. Murieron más de 15.000 hombres en total, entre ellos los integrantes de la mejor generación de marinos de la historia de España (Juan Martínez de Recalde, Miguel de Oquendo, etc.). No en vano, Felipe II tardó varios meses en darse cuenta de la gravedad de la derrota. Como señala Parker, los primeros informes de encuentros con los ingleses habían sido incluso alentadores. La señal más temprana de que las cosas iban mal llegó con una carta de Alejandro Farnesio, el 31 de agosto, donde reconocía que le había resultado imposible contactar con la Armada y por ello sus hombres se habían quedado en tierra. Al intuir que Medina-Sidonia había seguido de largo, Felipe II le escribió una carta allá donde estuviera pidiéndole que antes de regresar desembarcara unos cuantos hombres en Escocia para aliarse con los católicos y pasar así el invierno.

El 3 de septiembre se concretaba en una carta desde Francia la suerte de esa flota que, desde luego, no estaba para desembarcar en Escocia más que enfermos y heridos. Mateo Vázquez, el secretario más íntimo del Rey, fue el encargado de informar levemente de lo ocurrido, aunque dejando la puerta abierta a que a través de más rezos se pudiera todavía cambiar la suerte de la flota. El monarca contestó hundido: «Yo espero en Dios que no habrá permitido tanto mal como algunos deben temer (...), pues todo se ha hecho por su servicio». Con cada carta la situación era más oscura. Dos meses después de la partida de la Armada, llegaron los primeros galeones maltrechos a La Coruña. «Toda la gente de mi servicio ha muerto, que eran como 60, de manera que con solo dos me he hallado. Sea nuestro Señor Bendito por todo lo que ha ordenado», escribió Medina-Sidonia, enfermo y agotado, nada más poner pie en España.

La actitud inhumana de la Reina inglesa

«Todo esto he visto, aunque creo que fuera mejor no haberlo visto, según lo que duele», escribió en uno de sus billetes Felipe II tras leer los detalles sobre el viaje. El Rey acostumbraba a sufrir indisposiciones cuando recibía malas noticias y este caso no fue una excepción, si bien supo reponerse para atender a sus heridos. Felipe II hizo «cuanto estuvo en su mano para aliviar sus sufrimientos y en vez de recriminar la derrota de Medina Sidonia, le ordenó que regresara a Cádiz y reanudara allí su gobierno», según señala el historiador británico J. F. C. Fuller. Cuando descubrió que eran licenciados algunos veteranos sin sus salarios, el Monarca ordenó que fueran bien pagados y «gratificados en lo que hubiera lugar».

La actitud humanitaria del Rey español frente a la tragedia contrasta con la mezquindad de la inglesa Isabel I. La defensa de las islas dejó las fuerzas inglesas al límite y 9.000 marineros fueron víctimas de sendas epidemias de tifus y disentería, que estallaron a bordo de los barcos ingleses inmediatamente después del enfrentamiento con la flota española.

A la batalla siguieron todo tipo de disturbios y enfrentamientos políticos provocados por las penalidades pasadas por los combatientes ingleses, que murieron por millares en un total abandono, y que tardaron meses en cobrar sus sueldos debido a que la guerra llevó al borde de la bancarrota tanto a la Corona española como a la inglesa. «Al contrario de Felipe, no había nada de caballeroso ni de generoso en su carácter, y no existe duda alguna de que, de haber sido mujer de corazón como lo era de cerebro, hubiera resultado imposible que dejara morir de hambre y de enfermedad a tan alto número de valerosos marinos luego de conseguir aquella victoria para ella», recuerda Fuller.

«Es lastimoso presenciar cómo los hombres padecen después de haber prestado tal servicio... Valdría más que Su Majestad la reina hiciera algo en su favor, aún a riesgo de gastar unas monedas, y no los dejara llegar a semejante extremo, porque en adelante quizá tengamos que volver a necesitar de sus servicios; y si no se cuida más de esos hombres, y se les deja morir de hambre y de miseria será muy difícil volver a conseguir su ayuda», criticó uno de los contemporáneos de la Reina.

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sábado, agosto 30

La aventura es la aventura

(La columna de Arturo Pérez Reverte en el XLSemanal del 1 de febrero de 1998)

Resulta que a los del París-Dakar o como se llame ahora, en Mali o en no sé dónde, unos guerrilleros armados hasta los dientes les choraron el otro día un camión de esos con ruedas grandes y muchas pegatinas de los que hacen el rallye, y a otro coche que no paró le soltaron una sarta de tiros que no lo escabecharon de milagro. Y luego los del turbante se abrieron con el botín, el camión y lo que llevaba dentro, y dejaron a los intrépidos conductores allí, al solanero, con cara de esto no puede haberme ocurrido a mí. Y hasta hoy.

No me digan que no mola. Los Carlos Sainz de turno, que no sé cómo se llamaban ni me importa, allí con el volante y los monos y los cascos y toda la parafernalia de Pijolandia -un año hasta fue Carolina de Mónaco-, tirándose el folio de las dunas y tal, curva a la izquierda, Borja Luis, o Marcel-François, o como carajo te llames, y ahora en quinta por toda la pista hasta el Oasis de Kufra según pasamos el audi a la derecha. Iban así, imagino, muy atentos al cronómetro Breitling y a los ratings y a las prestaciones y al tacómetro, con ese gesto duro y audaz de aventurero de pastel que ponen quienes tienen hasta el pinchazo programado por cuenta de la organización y el GPS. Iban así, decía -y a ver si lo digo de una puta vez-, y en esas va el copiloto y le apunta a su consorte: oye, mira, Jean-Pierre, voilá unos aborígenes que nos saludan al borde de la pista, procura no echarles mucho polvo ni atropellarlos como al negro de hace tres días, que éste es un rallye racialmente correcto, o sea. Y el conductor, que va a lo suyo y lleva un retraso crono de una hora, dieciséis segundos y tres décimas, está a punto de decir anda y que se jodan y meter la directa cuando el copiloto comenta qué curioso, oyes, fíjate en los moros, o los bantúes, o lo que sean ésos, que nos hacen señales de parar, y llevan algo al hombro, como si nos fueran a hacer una foto, o tomarnos un vídeo. Hay que ver qué cariñosos y entrañables son estos negros de color, tan muertos de hambre y escuálidos y aún les queda simpatía para acercarse a saludarnos cuando pasamos a toda hostia, que te dan ganas de parar y regalarles un llavero de nuestro Capulling Racing Team. Y el caso es que eso que llevan al hombro es una cámara de vídeo algo rara, ¿no te parece? Así, tan larga y verde. Y qué tontería, no te lo vas a creer pero yo diría que más que grabarnos con ella, nos apuntan. Hay que ver lo que son los espejismos del desierto, Jean-Pierre. Te vas a reír cuando te lo diga. ¿Pues no parece que nos están apuntando con un bazooka? Je, je. Y el caso es que yo diría que parece... Joder. Para, para, para, para, cojones. Esos hijo putas tienen un bazooka.

Les juro a ustedes que habría pagado por verlo. O por estar allí con mi turbante, mis pies descalzos, mi RPG-7 o mi Kaláshnikov al hombro, y el cuchillo entre los dientes haciéndome relucir la sonrisa. Salam Aleikum, chavales. Jambo. El racing team de los huevos saliendo de la curva, los de color soltándole cebollazos, y Jean-Pierre y su primo jiñándose por la pata abajo mientras los sacan del camión. Hola míster, efendi, bwana, ¿cómo lo llevas? Pongo en tu conocimiento que eres el tercer héroe de la ruta que cae hoy. ¿No querías aventura? Pues aquí tienes aventura gratis, colega. Y fuera de programa, que lleva más morbo. A ver las llaves del 6x6 treinta y seis, y el casco, y la cartera, y el Rolex ese que llevas en la muñeca. Y dad gracias que os dejamos la cantimplora, y también que ya hemos sodomizado hace un rato a un motorista japonés de la Honda y venimos aliviados; que si no, pareja, íbamos a poneros mirando a La Meca para que os fuerais del rallye con un souvenir. O a ver si creéis, tontos del culo, que podéis venir cada año a pasarnos por el morro los camiones, y los coches y las motos y los helicópteros, a marcar tecnología y paquete jugando a Beau Geste con todos los riesgos cubiertos, y radio, y apoyo logístico, y vehículos de súper lujo, y cascos de kevlar presurizado, y monos de goretex sanforizado que valen un huevo de la cara; que con sólo lo que cuesta uno de esos guantes que lleváis para que no os salgan ampollas al cambiar de marchas podría vivir aquí una familia durante año y medio. Y encima, en los finales de etapa, todavía queréis haceros fotos con nosotros para contarle después a la peña lo exótica y lo típica y lo aventurera que es toda esta gilipollez. Así que gracias por el camión y lo demás, so tiñalpas. Esto es solidaridad con el Tercer Mundo, y no lo del 0,7 por ciento. Iros por la sombra, y hasta el año que viene. 

 

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jueves, agosto 28

El misterio del maestro Mateo

(Un texto de Juan Eslava Galán en el XLSemanal del 28 de marzo de 2021)

¿Quién fue el maestro Mateo, el creador del impresionante pórtico de la Gloria? El escritor Juan Eslava Galán nos conduce hasta el siglo XII, a la corte del rey Fernando II de León, para descubrirnos el genio de un joven y orgulloso artesano que, al mando de geómetras, canteros, escultores y pintores, asombró al mundo.

Desde un tiempo inmemorial, los peregrinos que llegan a Compostela guardan la costumbre de darse un ligero coscorrón con la cabeza de la escultura que existe a espaldas del parteluz del pórtico de la Gloria. Esa figura, conocida como santo dos Croques, es presuntamente el autorretrato del maestro Mateo, el genial escultor y maestro de obras al que se deben no solo el referido pórtico, sino el trazado y la ejecución de partes importantes del edificio. El coscorrón se justifica por el deseo de que la escultura transmita al ejecutante aunque sea una pequeña porción del enorme talento que se le supone al maestro Mateo.

Ya vemos que el nombre del maestro Mateo está indisolublemente unido al de la catedral de Compostela, uno de los tres grandes santuarios de la cristiandad. Antes de indagar sobre él, bueno será recordar el origen del templo.

En el año 813, un ermitaño se presentó ante el arzobispo de Iria Flavia y le comunicó que veía luces en el campo. El arzobispo hizo cavar en el lugar de las luces y encontró un sarcófago que contenía los restos del apóstol Santiago, el evangelizador de Hispania.

En torno a aquel sarcófago se fundó un pequeño santuario que, con el tiempo, fue creciendo hasta convertirse en la hermosa catedral que hoy vemos, uno de los tres grandes centros de peregrinación de la cristiandad, junto con Roma y Jerusalén.

El rey de León Fernando II reivindicaba el derecho de proclamarse rex Hispaniae (‘rey de España’), rex hispanorum (‘rey de los españoles’) o rex Hispaniarum (‘rey de las Españas’). Reclamaba ese derecho para su reino porque era el directo heredero del reino visigodo que inició la Reconquista desde Covadonga y Asturias. No obstante, comprendía que, además de las razones históricas, sus pretensiones debían sustentarse en obras de prestigio. Nada mejor que terminar la catedral de Compostela y hacer de ella una capital religiosa y cultural de las más importantes de Europa.

Con este propósito, el joven rey leonés contrató, en febrero de 1168, a un arquitecto y escultor, el maestro Mateo, para que dirigiera y supervisara la edificación de la fachada principal de la basílica, así como el resto de las obras. Resulta revelador que el contrato fuese vitalicio y ventajosísimo, dos marcos de plata semanales, lo que indica que el maestro Mateo era ya famoso y que seguramente el rey o sus consejeros conocían otros trabajos suyos.

Mateo, todavía joven, dotado de absoluta libertad para diseñar las obras del templo, se puso al frente de un experimentado equipo de geómetras, matemáticos, canteros, escultores y pintores. Muchos de ellos serían gallegos, como quizá él, pero no hay que descartar que al arrullo de las obras concurrieran artistas europeos. De hecho, desde generaciones atrás, muchos canónigos compostelanos acababan su formación en los centros culturales más importantes de Europa, París y Roma. Sumemos a ello la existencia de talleres itinerantes de artistas que, organizados en gremios, acudían a los lugares donde el trabajo los reclamaba.

De la vida anterior del maestro Mateo lo ignoramos casi todo, pero podemos sospechar que hubiera viajado y quizá trabajado en Francia, donde por aquel entonces se levantaban las primeras catedrales góticas. En aquel tiempo, el oficio de maestro de obras abarcaba muchas tareas. Seguramente él había comenzado su aprendizaje en las propias canteras, conociendo los cortes de la piedra, especialmente si había que utilizarla en esculturas. La piedra como elemento vivo tenía vetas más débiles o mudanzas de grano o de color que el cantero debía conocer. Los sillares tenían que colocarse en el muro en el mismo sentido que habían tenido en la cantera, pues, de otro modo, las presiones del muro los desmoronarían.

El maestro de obras debía tratar el trabajo con el padre del gremio o cuadrilla. Dentro de un mismo gremio había oficiales y aprendices. Los aprendices que ascendían a oficiales después de un tiempo de prueba tenían derecho a utilizar su propia marca ‘de cantero’ en los sillares tallados. Al cabo de la jornada, el maestro del gremio pagaba a tanto el sillar acabado después de comprobar con la escuadra la perfección de su talla.

También correspondería al maestro Mateo el dibujo de los planos arquitectónicos del edificio. Había cartapacios que pasaban casi secretamente de un maestro a otro con los tipos de cortes de piedra y los diseños de nervaturas y bóvedas. A la hora de plasmarlo todo a escala, el maestro Mateo echaría una lechada de yeso en el suelo del taller y, una vez seca, dibujaría sobre ella el plano con un punzón ayudándose de compases, cuerdas de cálculo y reglas. De esa obra a escala se obtendría la forma y el corte de los sillares de factura más compleja, así como arcos, dovelas, nervaduras y otros elementos de la nueva técnica gotizante.

Es posible que tanto el rey Fernando II como su prestigioso maestro de obras tuvieran en mente la basílica de Saint-Denis, capital religiosa del reino de Francia. Quizá Fernando II pretendiera construir en Compostela algo parecido para prestigio de su reino. De Saint-Denis pudo tomar el maestro Mateo las bóvedas de crucería y de Notre Dame de París, ciertas trazas del pórtico. Otra influencia gótica del maestro Mateo sería la sonrisa de Daniel y algún otro personaje de su pórtico de la Gloria, así como el conmovedor detalle de que apóstoles y profetas conversen entre ellos, por parejas, lejos del hieratismo románico del periodo anterior. Como nota, Rosalía de Castro en su famoso poema: «¡védeos!, parece que os labios moven, que falan quedo».

Volviendo a la imagen del santo dos Croques, es dudoso que represente al maestro Mateo. En su tiempo debió de identificarse perfectamente porque su nombre figuraría en la cartela que lleva en la mano izquierda, pero el tiempo lo ha borrado, y ha borrado incluso el rótulo architectus que acaso lució. Probablemente fue una adición tardía, incluso decimonónica, porque en tiempos del maestro Mateo su oficio más bien se describía como magister operis (‘maestro de obras’) o caementarius (‘masón’). Según una nota al margen del Codex Calixtinus, guardado en la catedral, esta figura no representa a Mateo, sino a una mujer llamada Compostela.

¿Quién es entonces esta figura que da la espalda al mundo y se encara con el altar mayor? Algún autor ha sugerido que, dada su vestimenta noble, podría representar a Fernando II, el rey mecenas de Mateo, sepultado en la catedral en 1188, pero es dudoso que el escultor lo representara imberbe y joven. Dejemos, por tanto, que sea la dama Compostela, quizá una personificación de la ciudad o del orbe cristiano que venera a Santiago.

Una leyenda sostiene que el maestro Mateo se representó en el propio pórtico en la figura del Ángel que porta la columna de la flagelación (aquí, símbolo de la arquitectura), pero que el arzobispo, escandalizado o celoso, le hizo alterar las facciones.

-¿Cómo te atreves a representarte en la Gloria? -le reprochó.

-Después de hacer esta obra he pensado que Nuestro Señor me recompensará con ella -replicó el artista.

En cualquier caso, el nombre del maestro Mateo se perpetúa sobre su obra en la inscripción de los dinteles: «En el año de la Encarnación del Señor, 1188, día de las calendas de abril, los dinteles del pórtico principal de la iglesia del Bienaventurado Santiago fueron colocados por el maestro Mateo, que dirigió este portal desde los cimientos». Ni menciona al arzobispo ni al cabildo ni al monarca reinante: solo a su persona, el maestro Mateo, orgulloso de su obra.

Los profetas Jeremías, Daniel, Isaías y Moisés están esculpidos en el pilar izquierdo del arco central del pórtico de la Gloria. La tradición dice que el profeta Daniel sonreía porque se estaba riendo de los pechos de Esther o de la reina de Saba, que tiene enfrente, y hubo un obispo que mandó rebajarlos. 

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miércoles, agosto 27

El milenio de Italo Calvino

(Un texto de Fernando Iwasaki en El País Semanal del 12 de septiembre de 2021)

El gran autor italiano supo predecir cómo serían algunas de las nuevas formas literarias del futuro, así como el surgimiento de la corrección política.

El 19 de septiembre se cumplirán [38] años del fallecimiento de Ítalo Calvino, a quien sorprendió la muerte a punto de terminar la última de las seis conferencias que la Universidad de Harvard le había encargado como invitado de las ‘Charles Eliot Norton Poetry Lectures’. Aquellos ensayos, reunidos de forma póstuma en Seis propuestas para el próximo milenio (1988), constituyen una coruscante expresión de la poderosa clarividencia del escritor italiano. Si la Academia Sueca ignoró a algunos de los más grandes autores del siglo XX en lengua francesa (Proust), alemana (Kafka), inglesa (Joyce) y española (Borges), en mi arbitrario parecer Calvino representaría a la literatura en italiano dentro de esa serie.

Cuando Calvino murió en 1985, Internet no era una red accesible, no existían los ordenadores personales, tampoco los procesadores de textos, y las llamadas de larga distancia suponían la farragosa mediación de operadoras telefónicas. Es decir, que los entornos de la lectura y la escritura que conoció no tienen casi relación con los del presente.

¿Cuáles fueron las epifanías que podemos encontrar en Seis propuestas para el próximo milenio? Calvino estaba persuadido de que el nuevo milenio sería tecnológico, que los tiempos de lectura se irían reduciendo y que la imagen visual se impondría hegemónica sobre la letra impresa. En virtud de todo eso, dejó escritas cinco charlas tituladas Levedad, Rapidez, Exactitud, Visibilidad y Multiplicidad. La sexta pensaba redactarla en el mismo campus de Harvard y se habría titulado Consistencia, pero hasta el día de hoy no se ha encontrado el borrador de aquella conferencia.

Calvino recomendaba limpiar la escritura de las adherencias de la pesadez del mundo (Levedad); rompió una lanza a favor de las formas breves y exaltó la digresión como una estrategia de concisión dentro de narraciones largas (Rapidez); instó a utilizar la ciencia y las bellas artes como paradigmas de simetría y precisión en el lenguaje (Exactitud); tendió puentes entre el imaginario y las imágenes, para concederle a lo visual un estatuto literario (Visibilidad), e hizo hincapié en la epopeya enciclopédica que deberían asumir los escritores del futuro, conscientes del saber adquirido y conscientes del saber del que estarán excluidos (Multiplicidad). Acertó en cada una de sus propuestas, pues los blogs, la minificción, los microensayos, las novelas fragmentarias, los guiones de las series, las entradas de las redes sociales y todas las formas breves que hoy se multiplican en todos los soportes analógicos y digitales colman alguna o todas las situaciones que entrevió.

No me resisto a citar uno de los problemas que intuyó: "Una peste del lenguaje que se manifiesta como pérdida cognoscitiva y de inmediatez, como automatismo que tiende a nivelar la expresión en sus formas más genéricas, anónimas, abstractas, a diluir los significados, a limar las puntas expresivas, a apagar cualquier chispa que brote del encuentro de las palabras con nuevas circunstancias". Recordemos que a comienzos de los ochenta nació la corrección política en los campus universitarios de EE UU, y el gran Ítalo Calvino vio venir los lodos que provocarían aquellos polvos.

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