(Un texto de Javier Brandoli en
elconfidencial.com del 22 de diciembre de 2019)
En 1565, el ejército turco comenzó una
batalla contra el último bastión cristiano del Mediterráneo que tras cuatro
meses repelió el ataque con la ayuda de los soldados españoles.
Hubo un Álamo, un 300, una Numancia que ocurrió hace unos siglos
en una roca en medio del Mediterráneo.
Pero nadie ha hecho una gran película en Hollywood, ni tiene eco en la mayoría
de libros escolares, ni figura entre las mediáticas gestas militares de la
historia, ni siquiera de la española que es especialmente protagonista de este
relato de cabezas usadas como proyectiles, cuerpos mutilados crucificados
flotando en una bahía y hombres masacrándose por defender su Dios. La guerra es cruel y esta batalla
lo fue también, como heroica, irreal, novelesca.
Bajando en la nueva estación de autobuses, ya casi no se ven
los viejos armatostes de colores que recorrían esta isla,
se llega en La Valeta, capital de Malta, hasta el Auberge de Castilla, sede de
la oficina del Primer Ministro. Hace casi 20 años viví aquí unos meses, regresé
diez años después, en 2010, y ahora me reencuentro con el viejo edificio
"castellano" vallado por las agitadas protestas políticas y jalonado
por un parlamento construido por el arquitecto italiano Renzo Piano e
inaugurado el 4 de mayo de 2015.
Girando a la derecha, desde los Altos
Jardines de las Barracas, se contempla la bahía rodeada de los fuertes de San Ángel, en la ciudad de
Birgu; los restos del fuerte de San Miguel, en Senglea, del que
ya no queda apenas nada tras los fuertes bombardeos sufridos en el otro gran
asedio que sufrió la isla protagonizado por las tropas nazis en la II Guerra
Mundial; y el fuerte de San Telmo, en la Valeta. Entre esas murallas y ese mar
en 1565 intentaron
abrir una brecha más de 40.000 soldados otomanos para
conquistar el último bastión cristiano del Mediterráneo que les quedaba por
tomar y que les debía llevar después hasta las ansiadas Sicilia y Baleares. 500
caballeros, 1000 soldados entre españoles e italianos, 100 soldados de galeras
y esclavos, algo más de tropa griega y siciliana, y unos 2000 pobladores
locales (algunas crónicas hablan de 5000) consiguieron vencerlos.
El Asedio de Malta comenzó en realidad unos siglos antes. Es la
historia de una sucesión de derrotas y asedios previos. Las
tropas musulmanas llevan desde la toma de Jerusalén por Saladino en 1187
haciendo retroceder a las tropas cristianas por todo el Mare Nostrum. Acre, en
1291 y Rodas en 1522 habían sido ya dos dolorosas derrotas para los soldados de
la cruz que veían como sus dominios se reducían en el Mediterráneo. Tras la
derrota de Rodas contra los ejércitos otomanos del temido Solimán el
Magnífico, los caballeros de la Orden Hospitalaria de San Juan
deambulan siete años sin tener un lugar en el que asentarse hasta que el
emperador Carlos V les concede la Isla de Malta. Hay varias versiones sobre el
acuerdo: una dice que los caballeros se comprometen a enviar a España al
emperador cada año un halcón y otras añaden agua bendita de una fuente natural
y ofrecer una misa en una de las islas en las que la leyenda dice que San Pablo
naufragó.
El diario de un español
Sea como fuere, los caballeros desde 1530 de la ahora Orden de
Malta comienzan rápido a levantar fortificaciones sabedores de
que Solimán en algún momento les hará una visita. Felipe II decide hacer de
esta isla una base desde la que hostigar a las naves berberiscas que ya han
atacado las Islas Baleares. En 1565, tras haber sufrido en 1551 el archipiélago
un duro ataque de los musulmanes que acaba con la reconquista musulmana de la
cercana Trípoli y la conquista de la vecina Isla de Gozo donde los
otomanos se llevan a la mayor parte de habitantes como esclavos, el gran
maestre de la Orden, el francés Jean Parisot de La Valette, sabe que el ataque
musulmán es inminente. “A nosotros, con la presa de Malta, nos resultarían
muchos bienes y grandezas, pues correríamos todos aquellos mares de Poniente
con mucha de nuestra reputación y daño de nuestros enemigos y con el tiempo nos
apoderaríamos de Sicilia”, había dicho Solimán el Magnífico a
sus generales. Desde ese instante, el relato más fiable de los hechos y el
único de un testigo directo de lo que acontece en Malta es del
soldado italiano españolizado Francesco Balbi di Correggio que
escribió un diario con lo sucedido durante cuatro meses de asedio.
Los turcos aparecen el 18 de mayo de
1565. Las tropas otomanas desembarcan en la zona este, en la desprotegida
espalda de las tres fortificaciones que hoy son el bello puerto pesquero de Marsaxlokk,
Sant Thomas Bay y Marsaskala. La correlación de fuerzas es
complicada de cifrar con exactitud, pero los historiadores hablan de entre 40.000 y
45.000 turcos y entre 6000 y 9000 cristianos. "La Valette
había ordenado el adiestramiento militar obligatorio de los pobladores locales
los meses previos al desembarco", asegura el relato de Joseph Ellul, 'El
Gran Asedio de Malta'. El francés también ordenó hacer acopió de maíz y
prepararse para una larga resistencia que esperaba que acabara con la llegada
de una flota de rescate mandada por Felipe II. “El Maestre quiso saber la gente
que tenía, y tras contar a sus hombres sumó 4.920", escribe Balbi. Entre ellos
estaban 400 soldados españoles que llegaron a socorrer Malta el
10 de mayo, días antes de la llegada de Solimán. Según el soldado italiano
había “500 caballeros de hábito de todas las naciones”.
Sobre el número de turcos que desembarcaron hay discrepancias también, ya
que el propio La Valette envió una carta a Felipe II a los cuatro días
de comenzar el asedio en el que cifraba su número en 17.000, algo que el mismo
rectificó días después en una misiva enviada al Prior alemán y en la que se
hablaba ya de 40.000 otomanos. (Quizá al gran Maestre le interesó rebajar la
cifra ante Felipe II para que pensara que había opciones de victoria).
Tras tomar comunión todos los defensores, asegurar las empalizadas en el
mar y esperar a que el virrey de Sicilia, Don García de Toledo, enviara naves
para romper el asedio, el Gran Maestre despliega sus tropas sobre las murallas
atendiendo a las lenguas de los caballeros. En la parte española se puede leer
sobre los muros el Puesto de Castilla y Puesto de Aragón, ya que unos
hablaban en castellano y otros en catalán.
El 19 de mayo, una expedición de caballeros enviada por la Valette a
Marsaxlokk comprueba que el desembarco es de miles de hombres con víveres
suficientes para realizar acometidas durante meses. Los alrededores de la
bahía de Marsaxlokk se convierten en el primer escenario de los combates.
El capitán español Juan de Guaras está al mando de una pequeña tropa a caballo
que logra acabar con la vida de cien turcos. El 26 de mayo, sin embargo, es
herido de un flechazo y tiene que pasar a la retaguardia.
Para entonces, el lunes 29 de mayo, “los otomanos comienzan a bombardear
las defensas de San Telmo”. Su obsesión durante semanas por atacar este
fuerte es estratégicamente uno de los errores que les pudo costar la victoria
final. Los turcos creen que si toman el control de este castillo podrán
destrozar por su ubicación con facilidad el resto de defensas cristianas. Al
otro lado, una tropa compuesta por cien caballeros y alrededor de 500 soldados
repele el fuego de los cañones musulmanes. Los generales de Solimán, dos mandos
divididos en sus tácticas, el visir Mustafa Bajá y el almirante Pialí Bajá,
creen que en tres días habrán tomado la plaza. La situación es tan grave que el
6 de junio los caballeros y mercenarios españoles e italianos que aguantan
las embestidas turcas piden a La Valette que les dejé salir a campo abierto
a morir luchando con la espada en la mano.
La misiva enviada a San Ángel está firmada también por los
caballeros españoles y anuncia un posible motín. El Gran Maestre les dice que
deben aguantar, que llegarán pronto refuerzos desde Sicilia y
apela al orgullo castellano. “Nosotros iremos a defender lo
que vosotros no queréis. Los españoles, por supuesto, no permitieron que los
franceses hicieran su trabajo”, me explicó Esteban, un profesor de historia
maltés que nos hizo de guía sobre las mismas murallas hace 20 años. La feroz
defensa que presentan españoles e italianos lleva a que algunos caballeros
crucen a nado por la noche la bahía desde el Fuerte de San Ángel hasta el
Fuerte de San Telmo para ayudar a sus compañeros.
El 16 de junio, explica Balbi, “al salir del alba, fueron los
turcos al asalto general por todas partes, con tanto estruendo de vocería y
ruido de atabales, chirimías y clarines y otros
instrumentos militares a su uso, que parecía quererse acabar el mundo”. Fue
una carnicería en la que perdieron la vida 1.500 turcos y 150 cristianos. Entre
estos últimos, falleció el caballero español capitán Medrano, “después de haber
peleado todo el día en todas partes y haber hecho maravillas de su persona y
animado a sus soldados. Murió habiendo derribado muerto un jenízaro que ya
tenía plantada su bandera en un cestón”, relata Balbi. La Valette, al enterarse
de su muerte, ordenó que fuera enterrado “con la
mayor honra que se le podía hacer”. El desánimo
cayó a plomo sobre los valientes defensores que sabían que su
derrota era inminente.
El ataque final
El sábado 23 de junio, víspera de San Juan Bautista,
los turcos comienzan el ataque final. Los pocos
caballeros que aún están con vida se refugian en la iglesia “por ver si
hallaran en aquellos bárbaros alguna manera de razón y concierto. Más vieron
que degollaban a cuantos topaban y decidieron salir a la plaza donde vendieron
muy bien sus vidas y acabaron valerosamente”, señala Balbí. Sólo
se salvaron seis caballeros que huyeron a nado.
Los otomanos asesinaron a mujeres y niños. “Después de los enemigos gastado
treinta y más días sobre San Telmo, 18.000 tiros de cañón y perdido seis mil
hombres, los turcos no mostraban mucha alegría por lo caro que les había
costado”, narra el diario del soldado italiano. En ese instante Solimán
ofrece a los caballeros la rendición y marcharse vivos a Sicilia.
La Valette ahorca al emisario turco, rechaza el acuerdo y confía en resistir
hasta la llegada de refuerzos.
El 5 de julio, cuatro galeras con 600/700
soldados de los temidos tercios españoles llegados
de Sicilia al mando de Don Melchor de Robles desembarcan en el oeste de la
isla, los campamentos otomanos están al este. Enseguida consiguen llegar hasta
la capital, la ciudad de Mdina, una fortificación lejos de la costa en el
centro de la isla, desde la que después rompen el cerco y refuerzan las
defensas cristinas en Birgu.
Es entonces cuando “dos prisioneros cristianos fueron hechos
presos por los turcos. Tras torturarlos, exigieron que les revelaran el lugar
más desprotegido para tomar el fuerte. Los dos caballeros, en una sabia jugada,
les indicaron el lugar donde se encontraban los castellanos, que eran
considerados los más fuertes y valientes. Los turcos lanzaron allí una gran
ofensiva, que fue repelida por los defensores y en la que perdieron la vida
muchos asaltantes, engañados por los moribundos
presos”, narraba Esteban. Es el conocido ataque
al Post of Castille que comienza el 9 de julio, en
Birgu, donde los caballeros habían levantado una segunda fortificación interior
que los otomanos desconocían y que acabó siendo una trampa mortal para cientos
de sus soldados atrapados allí.
El combate en ese instante es encarnizado.
Los otomanos desmiembran y crucifican cuerpos
de los prisioneros cristianos que flotan por la bahía. Vuelan cabezas
convertidas en proyectiles. Los cañones otomanos lanzan una durísima ofensiva
sobre los dos fuertes cristianos que aún aguantan la embestida. En San Ángel,
la zona de Alemania y Castilla, los daños son ya contundentes. Comienza una
batalla psicológica, La Valette insiste en que la tropa enviada por Felipe II
está ya llegando y los atacantes usan a los prisioneros para
que a gritos desmoralicen a sus compañeros.
El 13 de julio, un nuevo intento de tomar San Miguel acaba con la vida de uno
de los más destacados defensores, el español Francisco de Sanoguera. Su muerte,
tras una heroica lucha, provocó el alborozo de miles de turcos que vieron al
español luchar herido y seguir animando a sus hombres. Pese al mazazo, las
tropas de Melchor de Robles consiguen tras más de cinco horas de lucha repeler
finalmente el ataque que acaba con 4.000 bajas otomanas.
Los siguientes días el bombardeo se intensifica y el 25 de julio, La
Valette reconoce a los suyos que no espera “ya socorro” e
invita a sus soldados a “morir antes que a caer presos”. El 2 y 7 de agosto
entre 6.000 y 8.000 turcos comienzan un nuevo asalto a San Miguel que es
también rechazado. Las crónicas dicen que los otomanos lanzan más
de 130.000 cañonazos sobre las murallas. El Gran
Maestre francés se coloca en primera línea de la batalla el 18 de agosto y
consigue, pese a ser herido, repeler una brecha abierta por los otomanos en la
zona de Castilla. Mientras, desde Mdina, la caballería cristiana lanza algún
ataque a los desprotegidos campamentos turcos de retaguardia y acaban con sus
heridos y parte de sus provisiones. El desaliento otomano crece.
Del 28 al 31 de agosto se producen los últimos masivos intentos de conquista
que también son milagrosamente repelidos.
Llegan las naves de Felipe II
El jueves 6 de septiembre llegan noticias de que las naves
enviadas por Felipe II están llegando a Malta. Los turcos, muy debilitados,
plantean retirarse. El 7 de septiembre la flota
mandada desde España se abre paso y desembarca el conocido como
Gran Soccorso. El comendador Antonio Maldonado se desplaza hasta Birgu con
algunos caballeros y anuncia que al oeste, en la bahía de San Pablo, ha
desembarcado el marqués de Villafranca, García de Toledo, con más de 9.000
hombres, la mayoría españoles (menos tropa en todo caso de la esperada).
Anuncia también que el mismo Juan de Austria quiso venir a socorrer la isla, lo
que provoca una gran alegría entre todos los asediados. “El socorro era el más
poderoso que podía ser, porque venía en él la
flor de todos los soldados viejos que el Rey de España tiene en
Italia e italianos escogidos”, describe Balbi. El pánico cunde entre las filas
turcas que huyen inicialmente a sus barcos. Los generales, sin embargo, se dan
cuenta de que las tropas españolas no son tan numerosas como
pensaban y hacen de nuevo desembarcar a los jenízaros, su tropa de élite,
a dar batalla. Son arrasados por los tercios y finalmente toda la flota
otomana huye despavorida.
Malta había resistido un imposible
asedio de casi cuatro meses. 224 caballeros de los 500 iniciales perdieron la
vida. Murieron también más de 1.500 soldados, 7.000 malteses y 500 esclavos,
explica Balbi, que cifra en más de 40.000 las bajas enemigas. Según el registro
de Giacomo Bosio, historiador oficial de la Orden, las bajas
otomanas fueron 30.000. Da igual, la clave es que los
musulmanes por primera vez en siglos sufren una gran derrota a manos de los
cristianos. La Valette recibe como compensación de su liderazgo
una espada del propio Felipe II en la que se lee Plus Quam Valor Valleta Valet
(La Valette vale más que el valor). El francés lideró un ejército europeo con
caballeros alemanes, franceses, portugueses, valientes pobladores locales y,
sobre todo, caballeros y soldados del Imperio español, italianos, aragoneses y
castellanos, que unieron sus fuerzas para aguantar un ataque descomunal que
cambió la historia porque El Álamo de los cristianos sí aguantó.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia, s. XVI