(Un texto de César Cervera en el abc.com del 23 de marzo de 2015)
María
Teresa de Austria engendró a una niña de rasgos moriscos, supuestamente
con un joven pigmeo negro llamado «Nabo» que componía su séquito en
Francia. En realidad, es posible que el enfermizo bebé sufriera de
cianosis, una coloración que deja la piel azulada, o mostrara un gen
recesivo de los Médici.
Ninguno de sus contemporáneos tuvo el atrevimiento de contar el resultado exacto de la promiscuidad sexual de Felipe IV. Entre 30 y 40 se mueven las cifras más exageradas.
Cabría esperar, por lo tanto, que el Rey hubiera dejado tras de sí una
algarabía de descendientes, de distinta categoría social e incluso de
distinta raza. No en vano, su descendiente más exótica y sorprendente,
dentro de los cánones de la época, fue el misterioso fruto de una de las
dos hijas legítimas que sobrevivieron al Monarca: María Teresa de
Austria, Reina consorte de Francia.
María Teresa de Austria era
hija de Felipe IV y su primera mujer, Isabel de Borbón. El único de los
hijos en llegar a edad adulta del matrimonio es célebre hoy en día por
ser retratada por Velázquez en una estética similar a las «Meninas»,
pero su relevancia política llegó por ser la esposa del Rey de Francia
Luis XIV, el llamado «Rey Sol». El lugar de origen y los vínculos
familiares, sin embargo, no impidieron que María Teresa consintiera los ataque franceses contra las posesiones españolas en Flandes durante la Guerra de Devolución
y en el Caribe, apoyando a los piratas (filibusteros y bucaneros) desde
la Isla de la Tortuga, entre otras acciones hostiles hacia la Monarquía
hispánica.
El
9 de junio de 1660, la hija de Felipe IV contrajo matrimonio con Luis
XIV de Francia. Su entrega como prometida del Rey se formalizó en
Fuenterrabía (Isla de los Faisanes), el condominio más pequeño del mundo
que hoy se encuentra en el término municipal de Irún, en un acto cuya
preparación contó con la participación de Velázquez. En su primer
encuentro, la princesa se enamoró profundamente de su futuro marido,
quien respondió con cierta indiferencia hacia ella, lo cual explica que
se plegará tan rápido a las exigencias políticas de su marido. No
obstante, a la espera de futuros enfrentamientos, el matrimonio
franco-español culminaba la Paz de los Pirineos, que ponía final a
varias décadas de guerra entre ambos países.
Poco
interesado por la belleza austriaca y el carácter frío de María Teresa,
Luis XIV decidió abandonarse a un sinfín de amantes, entre ellas la
duquesa de La Vallière. Pese a tener a su propio séquito de damas y
consejeros, algunos españoles, la hija de Felipe IV quedó marginada en
el ambiente intrigante de la corte. En este contexto, la Reina tomó en su compañía a un joven pigmeo negro,
imitando una práctica habitual en esos días entre la nobleza francesa,
que le servía de entretenimiento y para mitigar su soledad.
«Nabo», el joven negro del séquito de la Reina
El
duque Beaufort, almirante de la marina, fue quien trajo de uno de sus
viajes a aquel esclavo y lo presentó como obsequio a la española. El
esclavo fue cristianizado con el nombre de «Nabo» y se integró en el
círculo de confianza de la Reina, que tomó sincero cariño al joven. En
1664, fallecido «Nabo» en fechas recientes sin que se conozcan hoy las
causas de la muerte, María Teresa quedó embarazada de lo que debía ser su tercer hijo.
Tras un difícil parto, la Reina dio a luz a una pequeña niña con rasgos
moriscos y diversas malformaciones. «El hermano del Rey me contó lo
difícil de la enfermedad (el parto) de la Reina, de cómo su primer
capellán se había desmayado de aflicción, y el príncipe y toda la gente
junto con él se habían reído de la cara que puso la reina cuando vio que
la hija que había dado a luz, se parecía a un pequeño moro que el señor
de Beaufort había traído, que era muy bonito y que siempre estaba con
la Reina», recogió en sus memorias Ana María Luisa de Orleáns, duquesa
de Montpensier.
La educación y la mentalidad puritana de María
Teresa antojan complicado que hubiera mantenido relaciones
extramatrimoniales con «Nabo», más cuando no se conoce ningún otro
amante en su biografía, pero en la lujuriosa corte francesa los rumores
se convirtieron en un secreto oficioso. La muerte un mes después de la
niña, llamada Ana Isabel de Francia, a causa de su precaria salud
alimentó todavía más los rumores. El texto de la duquesa de Montpensier
plantea en alto lo que todos susurraban por la Corte: «Cuando se dieron
cuenta de que la hija de la Reina se podía parecer a su esclavo, se lo
llevaron, pero ya era demasiado tarde, y le dijeron que la niñita era
horrible, que no viviría y que no se lo dijera a la Reina porque se
moriría». No obstante, oficialmente y según la hipótesis más verosimil
la niña murió al mes y medio de nacer, el 26 de diciembre, porque «era débil y delicada, jamás tuvo salud».
Más allá
de la rumorología, la ciencia plantea varias respuestas al color de piel
de la hija de Luis XIV y María Teresa. Los médicos de la época apuntan a
un problema en la alimentación de la Reina y a su mala aclimatación a
París, un año antes había dado a luz a otra hija que murió a los pocos
meses. Hoy, además, se considera factible que la coloración oscura de la
piel de la recién nacida fuera provocada por una cianosis, presencia de pigmentos hemoglobínicos anómalos.
Otra posibilidad es que los genes de la casa italiana de los Médici,
fuertemente arraigados en la familia real francesa y con varios miembros
con la piel morena en su sangre, hicieran aparición en aquella niña.
¿Quién era la «Monja Negra de Moret»?
Sospechando
que la niña no había muerte realmente, se dio por supuesto en ciertos
círculos que la hija de los Reyes era un misterioso miembro del clero,
Louise-Marie-Thérése (Luisa Maria Teresa), conocida como la «Monja Negra de Moret».
Tres evidencias apuntaban a esta teoría: su nombre es la suma del de
los Reyes; María Teresa visitó con cierta frecuencia hasta su muerte en
1683 la abadía de Moret-sur-Loing, donde residía la monja; y se conserva
una carta donde el Rey concede una pensión vitalicia de 300 libras a la
joven. La propia «Monja Negra» afirmaba proceder de alta cuna,
insinuando en ocasiones que era hermana del Delfín de Francia y del
resto de hijos de María Teresa.
Sin embargo, según las
investigaciones de la Sociedad de Historia de París y Francia a
principios del siglo XX, Louise-Marie-Thérése no era la hija secreta de
los Reyes, aunque ella misma se lo hubiera llegado a creer, sino una
huérfana entregada por Madame de Maintenon, amante del Rey e importante
figura política, al convento, nacida de una pareja de moros que
trabajaban en la Ménagerie del Rey. «Varias fuentes informan que Luis XIV tenía un cochero morisco
casado con una hermosa mujer. Tuvieron una hija de la que el Rey y la
Reina fueron padrinos. Cuando los padres murieron, fue ingresada en un
convento. Como ahijada del Rey, esta niña podía referirse al Delfín como
su hermano», explica Gary McCollim, historiador especializado en la
corte de Luis XIV.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia, s. XVII