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miércoles, octubre 29

Leibniz y el cálculo infinitesimal

(Parece ser que hoy es el día de las integrales, según indica el muro de "A hombros de gigantes. Ciencia y tecnología: https://www.facebook.com/ahombrosdegiga/", en facebook, así que es un buen día para acordarse de Leibniz, el primero que usó el símbolo de integral que usamos hoy :-))

El 29 de octubre de 1675, el filósofo, lógico y matemático alemán Gottfried Wilhelm Leibniz escribía por primera vez, en un manuscrito que nunca llegó a a ser publicado, el símbolo ∫, con el cual denotamos actualmente a las integrales.
 
Por este motivo, el 29 de octubre se celebra el Día de la Integral promovido por el departamento de Matemáticas de la Universidad de Saint Bonaventure, en Nueva York, Estados Unidos. La invención del cálculo infinitesimal es atribuida tanto a Leibniz como a Newton.
 
Gran parte de Europa, en su época, llegó a dudar de que hubiera descubierto el cálculo independientemente de Isaac Newton, y por como consecuencia se despreció la totalidad de su trabajo en matemáticas y física. Leibniz pasó entonces el resto de su vida tratando de demostrar que no había plagiado las ideas de Newton.
 
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Gottfried Wilhelm Leibniz (Leipzig,Alemanía, 1 de julio de 1646 - Hannover, Alemania,14 de noviembre de 1716) fue uno de los grandes pensadores de los siglos XVII y XVIII, y se le reconoce como "El último genio universal". Realizó profundas e importantes contribuciones en las áreas de metafísica, epistemología, lógica, filosofía de la religión, así como a la matemática, física, geología, jurisprudencia e historia.
 
La invención del cálculo infinitesimal es atribuida tanto a Leibniz como a Newton. Cuando tenía 12 años había aprendido por sí mismo latín, el cual utilizó durante el resto de su vida, y había empezado a estudiar griego.
 
En 1661, con 14 años, ingresó en la universidad de su ciudad natal para estudiar leyes, y dos años después se trasladó a la Universidad de Jena, donde estudió matemáticas con E. Weigel.
 
En 1666 publicó su primer libro y también su tesis de habilitación Sobre el arte de las combinaciones. Cuando la universidad declinó el asegurarle un puesto docente en leyes tras su graduación, Leibniz optó por entregar su tesis a la Universidad de Altdorf y obtuvo su doctorado en cinco meses.
 
En 1676 fue nombrado bibliotecario del duque de Hannover, de quien más adelante sería consejero, además de historiador de la casa ducal.
 
En 1667 entró al servicio del arzobispo elector de Maguncia como diplomático, y en los años siguientes desplegó una intensa actividad en los círculos cortesanos y eclesiásticos.
 
En 1673, después de mostrar ante la Royal Society una máquina capaz de realizar cálculos aritméticos conocida como la Stepped Reckoner, que había estado diseñando y construyendo desde 1670, la primera máquina de este tipo que podía ejecutar las cuatro “operaciones aritméticas básicas”, la Sociedad le nombró miembro externo.
 
Aunque la noción matemática de función estaba implícita en la trigonometría y las tablas logarítmicas, las cuales ya existían en sus tiempos, Leibniz fue el primero, en 1692 y 1694, en emplearlas explícitamente para denotar alguno de los varios conceptos geométricos derivados de una curva, tales como abscisa, ordenada, tangente, cuerda y perpendicular. En el siglo XVIII, el concepto de “función” perdió estas asociaciones meramente geométricas.
 
Leibniz fue el primero en ver que los coeficientes de un sistema de ecuaciones lineales podían ser organizados en un arreglo, ahora conocido como matriz, el cual podía ser manipulado para encontrar la solución del sistema, si la hubiera. Este método fue conocido más tarde como “eliminación gaussiana”.  Leibniz también hizo aportes en el campo del álgebra booleana y la lógica simbólica.
 
La invención del cálculo infinitesimal actualmente es atribuida tanto a Leibniz como a Newton. Sin embargo, actualmente se emplea la notación del cálculo creada por Leibniz, no la de Newton. Isaac Newton usaba una pequeña barra vertical encima de una variable para indicar integración, o ponía la variable dentro de una caja. La barra vertical se confundía fácilmente con x´, que Newton usaba para indicar la derivación, y además la notación "caja" era difícil de reproducir por los impresores; por ello, estas notaciones no fueron ampliamente adoptadas.
 
De acuerdo con los cuadernos de Leibniz, el 11 de noviembre de 1675 empleó por primera vez el cálculo integral para encontrar el área bajo la curva de una función y=f(x) en su manuscrito "Methodi tangentium inversae exempla". Leibniz introdujo varias notaciones usadas en la actualidad, tal como, por ejemplo, el signo “integral” ∫, que representa una S alargada, derivado del latín summa, y la letra "d" para referirse a los “diferenciales”, del latín differentia. Esa notación, pervive hasta nuestros días. 
 
Leibniz no publicó nada acerca de su Calculus hasta 1684. La notación moderna de la integral definida, con los límites arriba y abajo del signo integral, la usó por primera vez Joseph Fourier en Mémoires de la Academia Francesa, alrededor de 1819–20, reimpresa en su libro de 1822.
 
La primera declaración publicada y prueba de una versión restringida del teorema fundamental del cálculo integral fue hecha por James Gregory (1638–1675). Isaac Barrow (1630–1677) demostró una versión más generalizada del teorema, mientras que el estudiante de Barrow Isaac Newton (1642–1727) completó el desarrollo de la teoría matemática concernida. Gottfried Leibniz (1646–1716) sistematizó el conocimiento en un cálculo de las cantidades infinitesimales.
 
La regla del producto del cálculo diferencial es aún denominada “regla de Leibniz para la derivación de un producto”. Además, el teorema que dice cuándo y cómo diferenciar bajo el símbolo integral, se llama la “regla de Leibniz para la derivación de una integral”.
 
En 1711 John Keill, al escribir en la revista de la Real Sociedad de Londres y, con la supuesta bendición de Newton, acusó a Leibniz de haber plagiado el cálculo de Newton, dando inicio de esta manera a la disputa sobre la paternidad del cálculo. Comenzó una investigación formal por parte de la Real Sociedad (en la cual Newton fue participante reconocido) en respuesta a la solicitud de retracción de Leibniz, respaldando de esta forma las acusaciones de Keill.
 
Desde 1711 hasta su muerte, la vida de Leibniz estuvo emponzoñada con una larga disputa con John Keill, Newton y otros sobre si había inventado el cálculo independientemente de Newton, o si meramente había inventado otra notación para las ideas de Newton.
 
Gran parte de Europa llegó a dudar de que hubiera descubierto el cálculo independientemente de Newton, y por como consecuencia se despreció la totalidad de su trabajo en matemáticas y física. Leibniz pasó entonces el resto de su vida tratando de demostrar que no había plagiado las ideas de Newton.
 
La recuperación de la reputación de Liebniz empieza 1765 con la pubilcación de sus Nouveaux Essais, los cuales fueron leídos rigurosamente por Kant. En 1768 Dutens publicó la primera edición en varios volúmenes de la obra de Leibniz, seguida en el siglo XIX por varias más, incluyendo la de Erdmann, Foucher de Careil, Gerhardt, Gerland, Klopp y Mollat, así como la publicación de su correspondencia con personajes notables, como Antoine Arnauld, Samuel Clarke, Sofía de Hanover y la hija de ésta, Sofía Carlota de Hannover.
 
Leibniz escribió principalmente en tres idiomas: latín escolástico (40 %), francés (35 %) y alemán (menos del 25 %). Durante su vida publicó muchos panfletos y artículos académicos, pero sólo dos libros filosóficos, De Ars combinatoria y la Théodicée.

Leibniz falleció en Hannover en 1716. Aun cuando Leibniz era miembro vitalicio de la Real Sociedad y de la Academia Prusiana de las Ciencias, ninguna de las dos entidades consideró conveniente honrar su memoria. Su tumba permaneció en el anonimato hasta que Leibniz fue exaltado por Fontenelle ante la Academia de Ciencias de Francia, la cual lo había admitido como miembro extranjero en 1700.
 
En 1985 el gobierno alemán instituyó el Premio Leibniz, que anualmente entrega 1,55 millones de euros para resultados experimentales y 770 000 euros para resultados teóricos (el premio más importante a nivel mundial para las contribuciones científicas).
 
En 1970 la UAI decidió llamarle en su honor «Leibniz» a un astroblema ubicado en el hemisferio sur del lado oscuro de la Luna.
 
En 2006, la Universidad de Hannover fue nombrada "Gottfried Wilhelm Leibniz" en su honor.

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domingo, octubre 19

Fiesta del desarme

(Leído en wikipedia)

El desarme es una fiesta tradicional que se celebra en la ciudad española de Oviedo, capital del Principado de Asturias.

Cada 19 de octubre sus restaurantes presentan el cartel anunciador: ¡Hay desarme!

La exitosa fiesta gastronómica ofrece invariablemente, en restaurantes y casas particulares, el suculento menú especial formado por garbanzos con bacalao y espinacas, callos a la asturiana y arroz con leche.

Tras la muerte de Fernando VII, que abolió la Ley Sálica, se produce una división entre la hija y hermano respectivamente del fallecido monarca. Los carlistas apoyaban los derechos al trono del príncipe Carlos, partidario de mantener el régimen absolutista y los fueros, mientras los isabelinos defendían un régimen liberal y la legitimidad de la hija de Fernando VII. Comienza así la Primera Guerra Carlista, que fue una guerra civil desarrollada en España entre 1833 y 1840. 

La fiesta del desarme se remonta a 1836, cuando en esta guerra, los ovetenses vencieron con un guiso.

En este contexto existen tres teorías principales para establecer las raíces de esta celebración que seguramente adoptó parte de todas ellas:

  • Desarme de voluntarios realistas en 1833:

El 1 de noviembre de 1833, los liberales desarmaron a los voluntarios realistas en la plazuela del Real Castillo (Fortaleza de Oviedo sobre la que se construyó la antigua Cárcel Correccional de Oviedo), después de haberles servido un rancho, por lo que, para comer desembarazadamente, dejaron las armas en pabellón, que les fueron retiradas.

  • Batallones carlistas en Llanera en 1836:

El 6 de julio de 1836 varios batallones carlistas establecidos en Lugo de Llanera esperaban órdenes para caer sobre Oviedo. Lo formaban milicianos de Oviedo, Avilés, Gijón, Proaza, Pola de Siero, Noreña y Mieres. Los vecinos, defensores liberales, no ofrecieron resistencia. Planearon preparar un rancho abundante de garbanzos con espinacas y bacalao, sumado a enormes cacerolas de callos, todo ello con abundante vino de acompañamiento. Los batallones ante tal banquete poco habitual disfrutaron de una profunda siesta, momento en que los vecinos aprovecharon para requisarles el armamento. Coincide este testimonio en el menú de lo que más tarde se llamó «desarme» aunque no su fecha.

  • Batalla de Oviedo el 19 de octubre de 1836:

La ciudad de Oviedo se declaró partidaria de Isabel II, mientras la Iglesia estaba más próxima al carlismo. Se repartieron armas a grupos de ciudadanos reclutados para mantener el orden ante posibles brotes o ataques carlistas, eran las llamadas milicias nacionales. El 19 de octubre de 1836, la columna del carlista Sanz (Pablo Sanz y Baeza) entra en Oviedo. Fueron unos fuertes enfrentamientos con fusil y bayoneta que llegó hasta la calle Magdalena ocasionando la muerte, en distintos puntos de la ciudad, de renombrados defensores comandados por el coronel Pardiñas. Las batalla causó las muertes de los nacionales Antonio Canella, capitán de granaderos; Pedro Aguirre, gastador; Miguel Grana, granadero, y Francisco Quiñones, nacional de caballería. Pese a ello, la resistencia triunfó, haciendo olvidar a Pardiñas su derrota al mando de una columna en el puente de Soto del Rey. Se escribió en el escudo de Oviedo el título de Benemérita. Los soldados fueron agasajados con una copiosa comida, que con el tiempo conmemoraría la victoria de las tropas isabelinas sobre las columnas del general Sanz durante la guerra Carlista. Este hecho coincide en la fecha pero no en el menú de la celebración.

Tras la publicación de un reciente estudio que explica el origen y la evolución de la efemérides se sabe que, en realidad, la costumbre de comer los garbanzos con bacalao procede del final de la contienda carlista (marzo de 1876), cuando para celebrar la "paz" y el "desarme" de la población se ofreció un almuerzo al ejército, pueblo, soldados heridos en los hospitales y enemigos en la cárcel un "rancho extraordinario" que, como quiera se estaba en cuaresma, cambió las carnes y embutidos por el pescado. Fue, pues, un menú para celebrar la paz y olvidar rencillas. A finales del siglo XIX comenzó en Oviedo la costumbre de iniciar la temporada de callos el 19 de octubre (frente a otros lugares, que prefieren la festividad de San Martín, coincidiendo con la matanza), ofreciendo los locales de hostelería ambos platos, "desarme" (garbanzos con bacalao) y callos, que terminarán degustándose juntos.

 Esta celebración anual, mantenida de generación en generación, no pasa desapercibida para el visitante al ver la calidad de los platos fijos y el mantel compartido al conocer su arraigada tradición y la singularidad de la conmemoración ovetense. Prueba de su éxito son las últimas iniciativas de extender desde hace unos años el evento por diversos concejos del oriente y occidente asturiano, aunque la cita obligada es su cuna, la ciudad de Oviedo. Y finalizando la celebración, una vez "desarmado", recomiendan consumarla como aquellos milicianos de tiempos pasados, lejos de las armas y con una buena siesta. En el año 2012 nació la Cofradía del Desarme, cuyo objetivo es defender y proteger la costumbre gastronómica, así como difundirla y divulgarla.

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jueves, octubre 9

'Lo que el viento se llevó', así fue el mítico casting para elegir a Scarlett O'Hara

(Un texto de Rafael Sánchez Casademont en la revista Fotogramas del 5 de noviembre de 2020)

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miércoles, octubre 8

Una historia sobre Edison

(Una publicación de "Que me quiten lo bailao" en facebook. No sé si es cierto, pero es una bonita historia; de ahí lo de ponerlo como "cuentos y leyendas")

Un día, un niño pequeño llamado Thomas Edison, llegó a su casa de la escuela y entregó a su mamá un papel… Entonces preguntó:"Mamá, mi maestro me dio este papel, me dijo que te lo diera y que tan sólo tú podías leerlo. ¿Qué es lo que dice?"
 
Sus ojos se le llenaron de lágrimas y leyó la carta en voz alta a su hijo:
 
"Su hijo es un genio. Esta escuela es demasiado pequeña para él y no contamos con maestros suficientemente buenos para enseñarle. Por favor, edúquelo usted misma".
 
Su madre se dedicó en cuerpo y alma, hasta que enfermó y murió.
 
Muchos años después de que su madre falleciera, Edison se convirtió en uno de los inventores más importantes del siglo.
 
Un día, revisando en viejos archivos encontró la carta que años antes el maestro escribió a su mamá y la abrió.
 
El mensaje decía:
"Su hijo es mentalmente deficiente. No podemos permitir que asista a nuestra escuela. Está expulsado"
Edison se emocionó muchísimo y plasmó en su diario estas palabras:"Thomas A. Edison era un niño con deficiencias mentales a quien su madre convirtió en el genio del siglo"

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martes, octubre 7

Más allá de 'Gambito de dama': las mejores novelas de ajedrez de todos los tiempos

(Un texto de Daniel Arjona en El Confidencial del 19 de noviembre de 2020)

"Dios mueve al jugador, y este, la pieza.

¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza

de polvo y tiempo y sueño y agonía?"

Jorge Luis Borges, el autor de estos versos, contaba que su padre le enseñó la paradoja de Aquiles y la tortuga sobre un tablero de ajedrez, juego que le obsesionó siempre, como los espejos, los laberintos y las kenningar nórdicas. El ajedrez ha obsesionado a otros muchos autores durante siglos en oleadas de fascinación que rompían al ritmo de las vicisitudes de la época brindando metáforas perfectamente antagónicas. Lo que en un momento podía representar la indisoluble jerarquía medieval de reyes, nobles, clero y pueblo llano, en otro encarnaba la ruptura revolucionaria en la que el osado movimiento de un solo peón podía dar jaque al monarca y acabar con su cabeza en un cesto

La última vuelta de ficción la ha dado 'Gambito de dama', una exitosa miniserie de Netflix protagonizada por una desconocida y brillante Anya Taylor Joy que invierte una vez más los términos de un juego firmemente engarzado en la masculinidad y erige como protagonista a una mujer, una gran maestra que acarrea una historia dramática y toda clase de adicciones.'Alicia a través del espejo'.

No es de todas formas la primera vez que un personaje de ficción femenino mueve ficha. En 'A través del espejo y lo que Alicia encontró allí', la continuación de 'Alicia en el país de las maravillas' que el matemático y escritor británico Lewis Carroll publicó en 1871 todo el mundo mágico de la Casa del Espejo funciona como un gigantesco tablero de ajedrez en el que cada una de las 64 casillas en juego comprende un paraje geográfico delimitado por valles, ríos y montañas y en el que las diferentes piezas blancas y rojas, cobran vida como personajes de la acción: los Caballeros, las Torres, las Ostras, el Mensajero, Haigha y, por supuesto, la Reina Blanca y la Reina Roja con sus respectivos consortes.'Novela de ajedrez' (Acantilado).

Tal vez la más inolvidable historia inspirada en este pasatiempo milenario sea 'Novela de ajedrez' (1941), una novelita que el muy prolífico Stefan Zewig firmó poco antes de quitarse la vida en su exilio en Petrópolis (Brasil) incapaz de soportar la que entonces parecía inevitable victoria del Eje totalitario en la Segunda Guerra Mundial. Y fue precisamente aquella funesta aprensión la que volcó en un libro que reúne todos los elementos del perfecto encantamiento literario: el escenario acotado y teatral de un transatlántico en travesía de Nueva York a Buenos Aires, un gran maestro gris y aparentemente invencible y su negativo, un estrafalario y claramente inestable fugitivo que huye de los nazis tras haber sufrido reclusión y tortura y que se revelará en los compases finales como un dramático e inesperado matarreyes.

Es precisamente otro 'outsider' el que protagoniza 'La defensa' (1930). La tercera novela de Vladimir Nabokov y la más querida por él de su primera etapa 'rusa', la que "difunde el mayor 'calor', lo que podría parecer extraño si se tiene en cuenta cuan tremendamente abstracto se supone que es el ajedrez". La sencillez de la trama es aparente: el gran maestro Luzhin halla entre alfiles y torres el orden y la armonía que faltan en su desdichada juventud y allí, desde su refugio de escaques se reconstruirá como imbatible campeón hasta que la obsesión sobre la que ha edificado su victoria se vuelva contra él con implacable determinación hasta destruirlo.'El ocho'.

Una historia de destrucción y búsqueda a través de los siglos se despliega en las páginas del gran superventas inspirado en el ajedrez de los últimos tiempos, 'El ocho' (1988), de Katherine Neville, una especie de 'Código da Vinci' de bastante más altura que transcurre entre la abadía de Montglane en 1790, en la Francia revolucionaria, y la Nueva York de los años 70 del siglo XX a la búsqueda de un juego de ajedrez alquímico y con invitados especiales como Napoleón, Robespierre, Rousseau, Casanova, Voltaire, Isaac Newton o Catalina la Grande.'La tabla de Flandes' (Debolsillo).

Es quizás la intriga más completa y competente de la dilatada producción novelística de Arturo Pérez-Reverte. La tabla de Flandes (1990) nació, según ha relatado el propio autor "en un coche-cama, a la luz de una pequeña lámpara de cabecera, entre las páginas de un libro de problemas de ajedrez. De pronto, lo vi. Una partida que se juega hacia atrás, una joven bella y silenciosa. Y un misterio. Un cuadro. Un cuadro flamenco, del siglo XV, en el que dos personajes juegan una partida. La partida de ajedrez. Un enigma desvelado quinientos años más tarde. 'Quis necavit equitem'. 'Quién mató al caballero'. El mundo de la pintura, el arte como enigma, la vida como juego. Una mujer atrapada por un cuadro. Y un jugador oculto, misterioso, omnipotente. Había música allí, además de pintura. Notas que se repetían, empezando de nuevo una y otra vez. Como un dibujo de Escher. Y un tablero con las casillas cambiadas, llenas de trampas que desorientan al jugador. El foso en lugar del puente, la cárcel en vez de la posada, la muerte escondida en el jardín..."

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lunes, octubre 6

You say...

(Unknown author, even though I have seen it attributed to many people)

You say that you love rain,
But you open your umbrella when it rains.
You say that you love the sun,
But you find a shadow spot when the sun shines.
You say that you love the wind,
But you close your windows when wind blows.
This is why I am afraid,
You say that you love me too.

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domingo, octubre 5

Acero y gloria en el infierno de Lepanto, la batalla naval más sangrienta de la historia

(Un texto de Álvaro Van den Brule en El Confidencial del 4 de junio de 2019)

El autor del éxito 'Inglaterra derrotada' publica ahora una novedosa forma de relatar la historia de España; un libro muy recomendable del que adelantamos aquí uno de sus capítulos.

Nada bueno resulta de llorar por aquello que ya se ha perdido, y si no, que se lo digan a los turcos tras la escandalosa derrota sufrida en Lepanto en la costa occidental de Grecia, allá por el año del Señor de 1571 en una de las más aciagas batallas de la historia, donde el pensamiento estratégico de los complacidos otomanos brilló por su ausencia y por el volumen de su arrogancia y autosuficiencia. A veces, saber demasiado puede resultar una agonía; y eso o algo parecido, fue lo que les sucedió a los anatolios, que llevaban repartiendo estopa de forma reiterada desde in illo tempore hasta que tropezaron con la horma de su zapato. En el recuerdo de todos pesaba como una lápida la trágica caída de Constantinopla un 29 de mayo del año 1453, un año fúnebre, donde probablemente se diera uno de los pasos de página más importantes por su mortífera huella en la historia conocida.

Saramago decía con su inapelable sabiduría, que jamás en ningún lugar de este atribulado planeta, cualquiera de las religiones haya servido para que la humanidad se acercara con respeto y sin temor - quizás, solo el budismo haya estado cerca de cumplir estos propósitos tan elevados como compendio de valores y coherencia con ellos-, a través de los credos, ya fueran de orden teísta o politeísta, pues solo han traído a este orfanato cósmico, horror y terror por doquier. Muchos principios de elevada composición ética y altas miras fueron interpretados por hordas de barbaros intelectuales en procesos alineados con el más puro salvajismo y así nos fue, y así nos va; que de la naturaleza de la bondad que es la esencia de cualquier filosofía que emane de la inspiración o contemplación de lo divino como un alto referente de respeto, amor y compasión por el otro; las acciones humanas de sus intérpretes han convertido la historia en un lugar de acontecimientos luctuosos y sangrientos para la humanidad. Igual que hablo de religiones, hablo de ideologías extremas, qué más da que da lo mismo

Posiblemente, si omitiéramos la batalla de Kursk en la II Guerra Mundial, la carnicería que causó Aníbal a Roma en Cannas, o la masacre de Otumba entre otras grandes catástrofes infligidas por unos seres humanos a otros; Lepanto ha podido ser probablemente el más sangriento enfrentamiento de la historia de la humanidad, entendido como confrontación naval. Tras aquella luctuosa jornada (la más alta ocasión que vieron los siglos, Cervantes dixit), más de cuarenta mil cuerpos sin ánima se habían volatilizado de la realidad humana tras un combate de algo menos de diez horas de duración y de una intensidad dramáticamente infrecuente. El horror se había manifestado en su más radical acepción y como macabro récord, no deja de ser algo antológico por el número de bajas causado en tan breve tiempo. No se recuerda una batalla por tierra o mar, de proporciones tan apocalípticas.

La presencia turca durante mucho tiempo representó una lacerante humillación tanto en el Mediterráneo como en las tierras al este de la actual Austria. Cuando en 1570 la isla de Chipre, una tradicional posesión veneciana, fue tomada por asalto y sin previa declaración de guerra; este suceso traería como consecuencia la formación de la Liga Santa, auspiciada por el Papa, Venecia, Génova, Malta (con una presencia simbólica) y la monarquía de Felipe II. La participación española, fue determinante para la consecución de tan grandioso objetivo, pues se pudieron detraer innumerables efectivos con una altísima preparación en combate ya que la guerra de Flandes estaba en un compás de espera en ese momento. 

En los prolegómenos de la idea de dar un escarmiento a la temida e indiscutible potencia que era el Imperio Otomano habría que resaltar que en los momentos previos a la crucial batalla de Lepanto, en los primeros días del gobierno de Selim II, los turcos habían dinamitado unas buenas y añejas relaciones con los conspicuos y omnipresentes mercaderes venecianos al conquistar en el año 1570-1571 la fértil isla de Chipre. La capital de Chipre, Famagusta a la sazón, no pudo resistir el brutal asedio otomano que incluía dentro de las habituales lacras de un cerco de esa magnitud, el lanzamiento diario vía catapulta de más de un centenar de cabezas de prisioneros cristianos y de esclavos de todas las latitudes bajo el control de los anatolios. Cuando ya los alimentos y el agua almacenada en previsión de un socorro que nunca llegaría se habían agotado, dentro de la ciudad se dieron actos de canibalismo sobre los muertos caídos en combate mientras se improvisaban balsas de cueros solapados para la obtención de agua de rocío en un acto de extrema supervivencia. Tras dos meses de una enconada resistencia nunca llegaría refuerzo alguno y el pulgar de la historia determinó la muerte expeditiva y fulminante de más de 30.000 inocentes en una orgía de sangre sin parangón. El resto de los vivos – unos 20.000- hubieran deseado no haber nacido. Al tercer día de saqueo, Famagusta era una gigantesca tea en medio del Mediterráneo.  

Esta estrategia de erosión orientada a acabar con el "cordón veneciano", una serie de islas en el Egeo y Adriático, actuaban a modo de eslabones o bases de abastecimiento a la par que de mercados de intercambio de tejidos, especias, conocimientos, etc. Cuando ya estaba calentito el asunto, Pio V, el Papa del momento vio que las desavenencias entre venecianos y turcos abrían una posibilidad real en un momento óptimo para formar la anhelada Liga Santa.

En toda la Europa católica, se iniciaría una gigantesca recaudación en más de 400.000 parroquias y conventos quedando así financiado en parte el propósito de una "Gross Coalition" integrada por La Monarquía Hispánica, el Papado, la Orden de Malta, Génova y Venecia, el Ducado de Saboya, y otros varios ducados italianos de forma más testimonial. Francia se quedaría mirando para otro lado, recurso muy habitual de la diplomacia gala, siempre muy grandilocuente en las formas, pero sustancialmente vacía de contenido a la hora de los grandes compromisos.

El día 24 de mayo de 1571, el pontífice Pío V reúne a los representantes de Venecia y España- los pesos pesados de la coalición- que finalmente firman los acuerdos preliminares de la Liga Santa. Esta decisión es tomada ante el estupor generalizado por las noticias de la caída de Chipre y la masacre sobrevenida y por la alarma que genera la potente flota reunida por los turcos. De esta manera, quedan solapadas bajo la misma bandera, España -que aportaba la mitad del total en hombres y naves -, Malta, Génova, Venecia, el ducado de Saboya, la Toscana y los Estados Pontificios.Don Juan de Austria, inmortalizado por Juan Pantoja de la Cruz

Ese mismo mes, había viajado a Madrid el purpurado Miguel Bonelli, cardenal de la curia vaticana para refrendar en la iglesia de Santa María una misa en honor de Juan de Austria, Generalísimo desde ese momento, de la Armada aliada. El hijo bastardo del que fue Gran Emperador de la cristiandad, Carlos I de España, es visto ya como un salvador por parte del, pueblo, líderes y soldados. Los turcos, arrecian por su parte en sus ataques a los buques católicos de todas las naciones que configuran la Liga Santa.

Tras salir de Barcelona con cerca de ochenta galeras, se dirige a Génova para integrar la armada de Andrea Doria y por las mismas, pone rumbo al sur hacia Mesina. Reunida en el puerto de Mesina, la armada combinada formaba una fuerza intimidatoria jamás reunida hasta aquel entonces en las ancianas aguas mediterráneas. Más de 200 fragatas, galeras, cocas de transporte, rapidísimos pataches de exploración y barcos de menor importancia, transportaban a la elite de la infantería de la época, los Tercios, empeñados en conjurar las atrocidades de aquella hidra sin miramientos. Diez compañías del Tercio de Nápoles de Pedro de Padilla, sumadas a otras 6 compañías del Tercio de Miguel de Moncada y 9 compañías del Tercio de Sicilia de Diego Enríquez, todas ellas armadas de espada larga y corta para el combate cuerpo a cuerpo tan previsible como desalmadamente carnicero, más sus correspondientes arcabuces para cada uno de los integrantes y todos ellos además un pistolón de bola de plomo que se cargaba siempre tras una simulada retirada táctica en forma escalonada, una técnica inventada y heredada del glorioso Gran Capitán y de una eficacia mortífera a juzgar por las enormes bajas causadas durante el combate entablado en Lepanto.

Tras ser tomada la decisión de emprender la acción de escarmiento con una potente expedición naval, la flota de los coaligados reunida en el puerto siciliano para debatir el plan de acción. Quedaba por decidir el objetivo de la campaña. Básicamente la destrucción de la flota del almirante turco Alí Bajá estaba fuera de toda duda. ¿Pero cómo plantear la batalla en cuestión? ¿A domicilio yendo a su encuentro? ¿Atrayéndolos a mar abierta?

La que prevaleció finalmente fue la de ir a por ellos. Entonces, la enorme armada cristiana de la Liga Santa abandonó Mesina con el claro objetivo de ir a por todas. Las naves otomanas fueron avistadas un siete de octubre en el golfo de Lepanto, actualmente, golfo de Corinto. La fuerza de los coaligados en defensa de los intereses de la cristiandad, más allá de los objetivos primarios de carácter religioso, ocultaban la recuperación de las vastas extensiones mediterráneas como zonas de comercio de carácter prioritario y de actuación militar preferente en sus variantes secundarias, o lo que es lo mismo, acabar con la lacra de la piratería berberisca amparada desde Estambul.

La fuerza era más que considerable por parte de aquella especie de cruzada contra los del turbante. Alrededor de 207 finas galeras de puente corrido y castillete en popa dotadas de bombardas y falconetes para repartir postas a granel, seis potentes galeazas muy artilladas y de gran porte con amuras extraordinariamente altas para la época, y 20 navíos armados con artillería menor y un elenco de fuerzas de los tercios dotados de un entrenamiento extraordinario con arcabuces y pistolones de avancarga por cada infante. El conjunto, con algunos bergantines y fragatas sueltas, definían un sumatorio de unas 1.215 piezas de artillería. En lo tocante al contingente humano, se estima que iban embarcados según estimaciones variadas y a veces contradictorias, cerca de 90.000 hombres entre las gentes de mar, galeotes e infantería naval.

Alí Bajá por su parte no tenía reservas o dudas sobre su papel. El sultán le había dado instrucciones precisas de aniquilar la flota cristiana, para ulteriormente represaliar con dureza en acciones secundarias a Europa por todos sus flancos. Su flota, superior en naves, sumaba alrededor de 221 galeras, 18 rapidísimas fustas que por lo general actuaban como naves de exploración, y una treintena de grandes galeotas, mas tenían como desventaja que portaban casi la mitad de la artillería que sus adversarios, lo que posteriormente decantaría la batalla. Los efectivos humanos rondaban los 80.000 hombres-, con muchas menos armas de fuego individual y más enfocado a los arcos, ballestas y alfanjes para el cuerpo a cuerpo. Los jenízaros sí, llevaban mosquetería, pero esta era inferior en calidad, precisión y largueza de tiro.

Se hace necesario recordar en este punto, que el occidente cristiano, llevaba años de derrotas y en retirada en todos los frentes, sometido a una forma de crueldad desconocida infligida por el extremismo más rotundo de un islam en plena expansión e inspirado en las consignas del profeta Mahoma cuyos dictados contra “el infiel” eran pasto sólido para las mayores atrocidades amparadas – y esto es clave-, por su interpretación de un Dios que era la antítesis de la magnanimidad. Este Dios, llamado Allah no difería mucho en sus punitivas acciones con respecto al Dios de los cristianos (no olvidemos las carnicerías causadas por los cruzados o las persecuciones religiosas contra las voces discrepantes de los arrianos, cátaros o protestantes), pero lo que caracterizaba sus actuaciones contra los creyentes del bando opuesto, era el salvajismo extremo en su forma de hacer la guerra

Los método usados antes y después de la batalla de Mohacs en 1526 ante la presencia de un sol implacable en las llanuras del sur de Hungría- violaciones multitudinarias, empalamientos a cámara lenta con contrapesos para alargar la agonía de las víctimas, siembra de sal indiscriminada en las tierras de labor, tierra quemada discrecionalmente, amputaciones brutales, etc.- inauguran una nueva dimensión en las formas de hacer la guerra bajo el reinado de Suleiman el Magnífico ; eso, sin olvidar la crueldad sobre los vencidos en Chipre, Constantinopla, etc. Occidente vivía sobrecogido ante la inminencia de su desaparición como civilización.

La Europa del renacimiento quería volar con sus nuevas expresiones artísticas revolucionarias, pero tropezaba con el lastre de la falta de un mecenazgo digno de tal nombre, pues la guerra permanente contra los sarracenos, se llevaba prácticamente todos los recursos de las naciones cristianas del Mediterráneo en un permanente ejercicio de supervivencia. Los otomanos se paseaban por las desaparecidas posesiones del Imperio Romano de Oriente como Pedro por su casa.

La situación era en líneas generales, insostenible. El flujo de mercadería por el mar Mediterráneo estaba literalmente colapsado por el terror de una piratería desbordada por parte de esta turbamulta desatada de turbantes al amparo de la verde bandera con la media luna amenazante. Para mayor abundancia, el este de Europa había sido arrasado con formas de crueldad y esclavismo desconocidas y los éxodos de población aterrorizada ante el avance otomano desbordaban los caminos y ciudades. Los otomanos habían llegado a tocar las aldabas de las sólidas puertas de la imperial ciudad de Viena con la traicionera complicidad francesa y el estupor del resto de reinos continentales.

Hacia octubre del año del Señor de 1571, La Liga Santa, una coalición cristiana formada a regañadientes por temas de protagonismos y proporciones en las cuotas que debían de aportar sus miembros coaligados, embarcaban como un demoledor ariete en su vanguardia a una infantería que apuntaba maneras desde hacía décadas–los Tercios–, que en un papel más allá de lo heroico, enfrentarían en el golfo de Lepanto a una descomunal flota otomana que venía aterrorizando todas las latitudes regadas por el Mare Nostrum sin excepción geográfica alguna. Daba igual si tenían que combatir a los tranquilos mercaderes venecianos en Chipre, invadir Sicilia, atacar a las órdenes militares o alentar a los piratas de Berbería, saquear a pisanos y genoveses, asaltar las costas del sur de España o esclavizar a decenas de miles de desgraciados arrancados de sus anodinas vidas mientras eran capturados en sus terroristas razzias costeras.

Prolegómenos de la batalla 

Pero hubo un momento en el que un silencio metafísico comenzó a cobrar la forma de un rumor incipiente que clamaba una respuesta a aquella minusvalía política y militar, y la parálisis dejó de ser tal.

Nadie en aquel tiempo, pensaba que era posible cambiar la historia, la resignación campaba a sus anchas y la obscenidad de la impotencia habitaba en lo más íntimo de los afectados por aquella ola de gentes con turbante que amparados en la impunidad de la religión, atropellaban sin escrúpulos ni compasión a la par que arrollaban las sencillas vidas de las gentes humildes a las que reducían a la onerosa esclavitud, demolían los sueños de doncellas en edad de merecer que acababan siendo esclavas sexuales en remotos serrallos de un oriente furibundamente machista , colapsaban el comercio marítimo sin reparo alguno, saqueaban sin reparo , y demolían naciones enteras a su paso. Parecía apuntar la inescrutable flecha de la historia hacia la permanencia de un estatus inamovible en una agonía sin fin.

Pero la blindada idea de la imbatibilidad turca, tenía un ángulo muerto.Batalla de Lepanto.

Ali Pachá, de quién se decía que su juventud era tan desproporcionada como su colosal ego inmaduro, lideraba más allá de la veintena, un total de 274 naves (incluyendo las de avituallamiento) y más 35.000 hombres de guerra, sin sumar galeotes ni marinería. A pesar del mayor número de naves, sus galeras eran considerablemente más pequeñas y sus tropas, bisoñas, si exceptuamos a los escasos dos millares de jenízaros, guardia personal del sultán. A Ali Pacha a bordo de la Sultana, le acompañaban dos expertos marinos más enfocados a la piratería y no tan diestros cuando se trataba de plantar cara a gente armada y menos, si estos eran profesionales. Uluch Ali, era un cristiano renegado, y Amurat Dragut era un temido corsario especializado en la captura de esclavos.

Solo había un discrepante y este era Petrev, un general de infantería que argumentaba que la mayor parte de la tropa embarcada no había combatido nunca y su preparación era más que cuestionable. Lamentablemente, los furibundos capitanes cercanos al entorno del sultán clamaban la Guerra Santa contra el infiel, y ese fanatismo ciego fue su perdición.

El principio del fin de aquella forma de terrorismo amparada por la religión, se presentó cuando Juan de Austria, la emblemática figura que acabaría liderando las fuerzas europeas, un ciudadano de uniforme llamado a ocupar el más alto sitial en el olimpo de los héroes “cogió su fusil”.

Hermanastro de Felipe II compartía el mismo molde que Alejandro Magno, Aníbal o siglos más tarde, Erwin Rommel. Temerario, era la cara opuesta a la prudencia que caracterizaba a su regio hermano. Su porte principesco y mandíbula afinada, le conferían una aristocrática disposición. Más allá de dominar el arte militar en su más amplia expresión, detentaba una portentosa imaginación capaz de recular hábilmente desde la compresión de una mera escaramuza en un espacio reducido en el campo de batalla, hasta explosionar en un alarde de capacidades innatas que dejaban descolocados a sus adversarios. Era, en la acepción más benévola, un demonio desatado, un auténtico profesional de la milicia de dotes excepcionales.

La compleja confección y elaboración de los mimbres de la flota que enfrentaría a los turcos, estaba presidida por delicados equilibrios diplomáticos. Con sutil habilidad, Felipe II había trazado a través de su hermanastro Juan de Austria tras arduas negociaciones, la armazón de una flota combinada con los más prestigiosos almirantes de la época, de manera que antes de que comenzaran las complicadas mareas de septiembre, se hubieran cerrado pactos para evitar agravios entre los protagonistas que iban a asistir a aquel macabro escenario que se avecinaba inexorablemente. Cerrar malentendidos e impedir conflictos de protagonismo que obstaculizaran aquella compleja y magna tarea era algo imperativo antes de presentar su tarjeta de visita al arrogante Ali Pacha. Asimismo, se hubo de convencer al viejo y reticente almirante veneciano, Sebastián Veniero, de que embarcara a 4.000 soldados españoles de los tercios en sus galeras, pues estas contaban con un número de infantes de escasa preparación además, muy mermados en número y carentes de una equipación digna de tal nombre.

Otra disposición afortunada y añadida, fue la de deshacerse de los mascarones de proa y espolones de las galeras reales introduciendo en las mismas, unas letales baterías que contaban con cinco cañones alineados que antes de los preceptivos abordajes, escupían una cantidad de metralla que dejaba a las tripulaciones adversarias sumidas en profundas meditaciones metafísicas.

En 'La Eneida' de Virgilio, la imperecedera frase 'Audentis fortuna iuvat': A los que se atreven sonríe la fortuna, fue quizás el punto de inflexión a través del cual se refleja un cambio de actitud y una metamorfosis por la que se trasvasa la parálisis adherida en occidente, del miedo al valor, en una alquimia necesaria y obligada en una Europa que pasa de una actitud permanentemente defensiva por su fragmentada división y guerras intestinas, hacia un propósito conjunto de más altos vuelos y aspiraciones más elevadas. Es quizás, la primera vez en que se da una visión de conjunto, de comunidad, de colectivo con una especie de identidad común ante un adversario de proporciones gigantescas.

Siete de octubre

Una mañana temprana de un siete de octubre, en régimen de descubierta, una temeraria y rapidísima fusta turca avistaría con consternación y estupor a partes iguales la que se les avecinaba. Como en un cuadro puntillista de Seurat, la retina del sorprendido capitán otomano, quedaría impactada ante la presencia de centenares de velas que se aproximaban acompañadas bajo la rítmica cadencia de los tambores que dirigían el sudado esfuerzo de los desgraciados forzados en su rumbo hacia el golfo de Corinto. La mayoría de ellas eran galeras que al compás del chifle (un sonoro y potente silbato) tensaban bajo la terrible figura del cómitre varias hileras de remos que daban un empuje adicional a aquella gigantesca flota venida del oeste. Aquellos desgraciados que habían cometido algún delito ya fuera mayor o menor, no solo penaban en las sentinas de aquellas agiles naves, sino que además tenían que enfrentar durante la batalla, ya fuera el hundimiento de sus naves o la esclavitud ante sus nuevos amos; vamos, un dilema de calibre.

Por su parte, desde la capitana turca, la bandera verde del profeta ondeaba desafiante bajo música de címbalos y trompetas. En el otro lado, un silencio espectral y casi místico ante el momento tan crucial que se avecinaba, solo era roto por las oraciones musitadas por la tropa cristiana. Los hijos de Allah, al revés, configuraban un griterío que aturdía a distancia, pero era solo fuego fatuo como se demostraría a posteriori. Momentos antes de la gran colisión, Juan de Austria, lanza una arenga histórica a los suyos en la que pone el acento en la épica "Hijos, a morir hemos venido, a vencer, si el cielo así lo dispone. No deis ocasión a que, con arrogancia impía, os pregunte el enemigo: ¿dónde está vuestro Dios? Pelead en su santo nombre que, muertos o victoriosos, gozaréis de la inmortalidad”. Y así fue.

Cuando se depende del compás del destino, la vulnerable fragilidad humana, es incapaz de discutir su suerte, o la acepta o el tormento es mayor. La castigada chusma de galeotes no tenía ante sí una elección que fuera peor; era el clásico dilema del ajedrecista que tiene que tomar una decisión entre mala u otra peor, esto es, lo que se llama en el argot de los trebejos, el zugzwang. ¿Vivir o morir? A la postre, la muerte sólo sería una liberación ante la perspectiva de la terrible condena de estar atados a un banco corrido de madera día y noche, mes tras mes, año tras año, rodeado por chinches y ratas del tamaño de elefantes. Juan de Austria desde “La Real”, anticipándose a la trascendencia del momento tan dramático por vivir, no quería dejar perecer a aquellos condenados en aras de la ceremonia de la muerte, y por ello, tomó la decisión de liberar a los galeotes que penaban de sus lacerantes y pesadas cadenas al tiempo que repartía pan de galleta con carne macerada y abundante vino tinto en pellejos y odres entre aquellos desdichados. Además, les había prometido que serían libres en caso de victoria, como así sucedió a la postre.

En los primeros compases de las escaramuzas previas, los turcos con un viento adverso de proa, tenían que navegar en ceñida y con ese hándicap, estaban siendo empujados hacia la costa. El viento, aliado natural de una nave a vela, neutralizaba el característico principio táctico de maniobrabilidad requerido ante un combate de esa magnitud. Esta imprudencia la pagarían cara los anatolios. Álvaro de Bazán, atento al quite, había neutralizado una osada penetración en el ala comandaba por el veneciano Barbarigo, muerto más tarde heroicamente en combate. Un cronista de excepción llamado Cervantes, inmerso en unas fiebres que lo tenían doblado, aportaría una lúcida y dramática crónica de aquella terrible batalla, que quedará para la historia como herencia y descripción del horror en sus formas más extremas.Cervantes, en la batalla de Lepanto, según Augusto Ferrer-Dalmau.

Vale más cicatriz por valiente que la piel intacta por cobarde, así pensaban Bazán, Juan de Austria, Barbarigo, Marco Antonio Colonna (almirante de la flota del Papa) o el veterano Sebastián Veniero, un sobrado marino de 75 años al mando de la flota veneciana. También, la pequeña y castigada Malta, había enviado a tres potentes galeras artilladas que a pesar de su simbólica aportación estuvieron por encima de sus posibilidades.

Las hostilidades se iniciaron muy temprano y sin tanteos previos más allá de las inevitables incursiones de las naves de exploración para calibrar opciones y obtener información. Un tiro de advertencia a la nave La Sultana declara el principio de las hostilidades. Las seis galeazas venecianas, unas naves muy adelantadas a su tiempo – precursoras de los galeones- pero muy dependientes por su enorme casco y ausencia de remos, aunque eso sí, sobradas de artillería, lanzan una terrible granizada de plomo sobre aquellas galeras enemigas que pasan cercanas a su alcance. El griterío musulmán se viene abajo tras esta tormenta de fuego.

Choque de egos

Para desgracia de la flota cristiana, una desatinada decisión del célebre marino Barbarigo le cuesta la vida atravesado por una certera flecha que le atraviesa limpiamente el ojo derecho. Esto, rompe la baraja y genera un importante desconcierto a pesar de la resistencia que oponen los del flanco izquierdo. Mientras, en el centro donde gravitan los egos de los dos combatientes de mayor entidad, Juan de Austria y Ali Pacha, La Sultana, la nave capitana de los mahometanos embiste sobre el castillo de proa de La Real, dejándola relativamente escorada. En ese momento se desata un ataque de artillería asimétrico. La nave cristiana sin obstáculos en la proa, barre la cubierta de la nave embajadora de Ali Pacha como en un juego de bolos. Por el contrario, los del turbante lanzan por la posición de ambas naves, su artillería a las jarcias.

Los arcabuceros españoles solo disparan - a pesar de la lluvia de flechas -cuando las bordas están en situación tocante, ahí es la carnicería. Centenares de soldados de los tercios traspasan las cubiertas de las naves que acuden en apoyo de Juan de Austria y los suyos, pero La Sultana se resiste. Pero ocurre que Uluch le ha hecho una “verónica” a Doria y se ha colado entre el cuerpo central y los españoles de Bazán y el genovés, tensando la situación hasta lo insoportable. Pero Álvaro de Bazán está muy atento en todo momento y la maniobra queda abortada mientras el ridículo del muy conservador Andrea Doria queda patente. Pero la cosa no queda ahí, el prior Justiniano, un caballero armado no se rinde y toda la tripulación maltesa es pasada a cuchillo en un cuerpo a cuerpo de proporciones inenarrables. 

En el flanco izquierdo, Federico Nani, un capitán de confianza del fallecido Barbarigo, se hace con la nave capitana y comienza una labor de integración de la disgregada flota. En el fragor de la batalla, Siroco, uno de los comandantes más entrenados y perspicaces de entre los otomanos, cae al agua y mientras los suyos pretenden salvarlos, los cristianos se lo quieren merendar y se entabla una feroz batalla en torno a esta singular situación. Desde una galera veneciana, consiguen rebanarle el cuello al desdichado y muerto el perro, muerta la rabia.

Conquistado el flanco izquierdo y puestas en fuga las naves turcas que comienzan a desembarcar en la costa próxima a sus marinos y soldados; queda el centro. Tras dos horas, en las dos capitanas sigue la lucha a muerte y sin concesiones. El agotamiento es patente y la sed merma facultades ante un sol de justicia. Dos veces se consigue llegar a la popa de La Sultana y las dos veces, los jenízaros rechazan el ataque de la infantería española. Los capitanes Lope Figueroa y Moncado, finalmente acaban desbaratando la defensa a ultranza en la nave otomana. Juan de Austria, lucha en todo momento tan expuesto como cualquiera de sus compañeros de armas; providencialmente, Luis de Requesens llega en su ayuda con dos galeras por la popa de la nave turca para rematar la faena. Es el fin.

Hacia las cuatro de la tarde probablemente y con un sol de justicia sobre la tropa, Ali Pacha recibiría un impacto de arcabuz certero y mortal cayendo a plomo sobre la cubierta cuando más de 200 hombres de ambos bandos combatían contra reloj sobre la galera del turco. Un galeote cristiano “muy subido” se había hecho con un alfanje y ni corto ni perezoso le había separado la cabeza del soporte motriz. En la punta de una pica española, se desangraba el muñidor de muchas de las pesadillas cristianas mientras sangraba profusamente. La cabeza del almirante turco sería entregada a Juan de Austria que en un gesto de rechazo más que patente la envolvió en su túnica y la echó a continuación al agua, el sudario de cualquier marino muerto en combate - ambos eran del gremio y esto pesaba en los códigos de las gentes del mar más allá de sus diferencias-. El pabellón de su nave sería capturado sin remisión, y mientras- no había corrido la noticia de la muerte del almirante turco-, la carnicería alcanzaba proporciones bíblicas. Ese día, Allah no había estado muy afortunado en su cobertura espiritual, ni inspirado ante las prédicas de los orantes turcos.

Más de cien galeras y 30.000 desgraciados de los 80.000 que inicialmente contaban en las filas otomanas, se habían dejado la piel en el empeño; las pérdidas de los otomanos eran literalmente escandalosas. Más comprometida había sido la implicación del Dios cristiano en su asistencia a sus protegidos pues ese día parecía haber estado más espabilado que lo habitual en él.

Eran las seis de la tarde y los orientales estaban en franca desbandada. La república de Venecia y almirante Andrea Doria al mando, habían sido desbordados por el letal Uchali, un hábil pirata de Berbería que tras capturar el prestigioso estandarte de la Orden de Malta había diezmado el ala derecha de la Santa Liga. Falto de reacción por la crudeza de la batalla y con cierta desorientación por la brutal colisión en la que había estado envuelto, Doria, una vez amplificada su visión ante aquella inmensa melé de abordajes y muerte a destajo –las cubiertas parecían mataderos regadas por las ingentes cantidades de sangre vertida en los durísimos cuerpos a cuerpo-; reaccionaría con cierto retraso para participar en la persecución del sádico Uchali, que durante la batalla aniquilaría en su integridad a todas las tripulaciones adversarias que capturó. Ya era legendaria su crueldad antes de Lepanto. Lamentablemente, este animal, se daría a la fuga viendo lo feo que se estaba poniendo el escenario.

Un trabajo a medias

A pesar de la enorme masa de intervinientes (se calcula que entre las partes llegaron a sumar cerca de 160.000 hombres en el emplazamiento de la batalla), una cifra asombrosa si contamos galeotes, marinos, soldados y apoyatura logística; y de la contundente derrota infligida a los otomanos, aquella batalla, la “madre de todas las batallas”, “sólo” sirvió para reportar un inmenso prestigio a España, pero a la postre, fue una batalla defensiva y no más que una advertencia al turco. Digo sólo, porque la faena no se pudo rematar, habida cuenta de que la entrada del otoño presagiaba las clásicas e inminentes tormentas que convertían el mar Mediterráneo en impredecible. La sensatez se impuso y no se pudo profundizar en la victoria aprovechando el caos y desconcierto causado a las filas adversarias.

Además, la República de Venecia cuya política mercantil presidia sus relaciones exteriores desde siempre – y esto hay que comprenderlo desde su punto de vista pues el movimiento de mercancías era su vida y esencia como estado – no estaba por la labor de la defensa de los altos valores que propiciarían aquella gesta. Sin consultar con la Liga Santa, hizo la paz por separado con el turco contraviniendo lo pactado en acta solemne un año antes. 

Mientras tanto, el júbilo se había apoderado de España entera. Fueron días de una alegría exultante y de una sensación de grandeza merecida. Las gentes de todos los estratos sociales festejaban aquella victoria como si de la derrota de Satanás se tratara. En Constantinopla las cosas eran radicalmente diferentes. Se dictó un bando por el que de forma taxativa se empalaba sin preámbulos a todo el que hiciera mención a la derrota. La moraleja que se extrae de este episodio es un mensaje de rigurosa actualidad; tal que superando desencuentros y enfrentamientos añejos, Europa podía ser capaz de movilizarse al unísono frente a un enemigo común (sea este el que sea), asignatura aún pendiente.

Puestos en contexto, Lepanto siempre fue una batalla muy debatida como acontecimiento épico. Significó un punto de inflexión en el poderío naval turco. No dio lugar objetivamente hablando a ninguna conquista permanente, fue en puridad (aunque ganada) una enorme batalla de carácter defensivo y tal vez estéril en sus resultados inmediatos, fue básicamente un aviso a navegantes que apuntaba directamente la línea de flotación de los desmadrados otomanos. Chipre había caído ante el formidable impulso sostenido de las fuerzas anatolias al igual que la hermosa Creta de reminiscencias Minoicas. La Santa Liga se deshizo al poco tiempo. Los españoles nos apuntamos la victoria como nuestra, los protoitalianos como suya. Si bien gran parte de la financiación, la dirección y concepción estratégica de la batalla corrió a cargo de la Monarquía Hispánica ( el 50% de los gastos, la mitad de las naves y un tercio de los soldados) sin olvidar que lo más granado de los tercios —la infantería más potente en aquel tiempo—, fueron decisivos en una batalla solo apta para soldados extraordinariamente profesionales; aún hoy se discute el peso de España en aquella decisiva contienda que pasará a los anales de la historia militar porque los pilares de la tierra temblaron ante la perspectiva de una tiranía de colosales proporciones, algo que afortunadamente no llegó a ocurrir.

A modo de conclusión, resta decir, que la victoria tiene muchos padres y la derrota muchos huérfanos y viudas, víctimas casi siempre de la ambición de unos pocos, escasos de frente y sobrados de testosterona, que complacientes en su confortable lotería vital de suerte y mimados por la fortuna, carecen de empatía con las víctimas que sacrifican, ya sean estas propias o ajenas; y esto último, lamentablemente es literal y un ciclo que habita el infernal continuum de la humanidad desde la noche de los tiempos. Triste lugar este donde abandonados a nuestra suerte y la imbecilidad de enfermizos egos, penamos de forma permanente un absurdo indescifrable.

Lepanto fue la tumba de más de 40.000 hombres de armas (entre cristianos y musulmanes) que en diez aciagas horas en las que el infierno abrió sus fauces inmisericordes hasta atragantarse en una indigestión de sangre sin precedentes, ya empachado y ahíto, decidió con la caída del sol, acabar con aquella merienda de blancos.

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