J.T. Leroy, escondido en el anonimato
(Un texto sacado del suplemento dominical de El Mundo del 18 de abril
de 2010)
[…] A mediados de los 90, un adolescente chapero, yanqui, enfermo de
sida y envuelto en un misterio espeso alcanzó el éxito literario con tres libros
autobiográficos traducidos a 20 idiomas: Sarah,
El corazón es mentiroso y El final de Harold (editados en España
por Mondadori).
Supuestamente, su autor, J.T. Leroy, nacido en Virginia en 1980, había sido
prostituido por su madre en aparcamientos de camioneros. Su madre lo tuvo con 14
años, se llamaba Sarah y era yonqui y lot
lizard (prostituta de carretera). Lo bautizó J, por el profeta Jeremías, y T,
por Terminator. Lo maquillaba, lo vestía con una minifalda de cuero y lo ofrecía
por unos dólares para comprar la heroína que después se chutaban juntos. Le
regaló a su hijo muchas más miserias de las que caben en las obras completas de
Dickens y, antes de morir, lo abandonó a su suerte en San Francisco. Laura
Albert y Geoffrey Knoop, una pareja de músicos rockeros de la banda Thistle, lo
recogieron en los suburbios y lo pusieron en manos del psicólogo Terrence Owens
que, tras varias sesiones de terapia telefónica, no sólo evitó el suicidio del
muchacho, sino que le prescribió que contara su vida por escrito. Pasó sus
textos al editor Eric Willinski y, a los 17 años, cerró el acuerdo para publicar
Sarah, que se convirtió en la gran revelación
del año 2000. Pero nadie pudo ver a su autor.
J.T. Leroy contactó por teléfono, fax y e-mail con algunas vacas
sagradas de la narrativa americana, como Dennis Cooper, que lo apadrinó con júbilo
y lo sacó en uno de sus libros. Tom Waits lo entrevistó para Vanity Fair y presentó su tercera novela,
El final de Harold. Asia Argento llevó
la segunda al cine en 2004, El corazón es
mentiroso, mientras el cineasta Gus Van Sant dijo haber colaborado con
Leroy para el guión de Elefante, Palma
de Oro en Cannes en 2003: "Durante un año entero estuvimos conversando todos
los días, a veces, durante cinco horas", dijo el director; pero no precisó
que sólo escuchó la voz de Leroy a través del teléfono.
Como un nuevo apóstol del underground,
Leroy se convirtió en una celebridad y se codeó con Winona Ryder, Madonna, Courtney
Love y Shirley Manson, vocalista de Garbage, quien lo homenajeó con la canción Cherry Lips (Go Baby Go!) de su disco Beautiful
Garbage.
El carrerón era de órdago, porque nada mejor que una vida perra rehabilitada
por la literatura. Publicó en medios prestigiosos, como The New York Times, The Times
y Vogue, manteniendo su anonimato.
Además, fue incluido en antologías y le encargaron guiones de televisión. Pero como
el personal se hacía muchas preguntas, tuvo que empezar a dar la cara en 2001; eso
sí, siempre camuflado con pelucas rubias y gafas de sol.
La revista británica The Face
lo sacó con antifaz, bigotes felinos y una minifalda mientras se comía un plátano.
En decenas de entrevistas por teléfono o correo electrónico, el niño prodigio
se convirtió en una presencia espectral. Siempre acompañado de Laura Albert y Geoffrey
Knoop, en sus contadas apariciones públicas, JT Leroy no decía ni palabra y su encanto
extravagante, unido a su extrema timidez, empezaron a levantar sospechas. Hasta
que pasó lo que tenía que pasar.
Varios medios catalogaron los misterios que escoltaban al fenómeno Leroy
y se empezó a proyectar alguna luz sobre tantas sombras. Warren St. John, que en
2004 había firmado en The New York Times
un perfil del Leroy titulado Una vida literaria
nacida en la brutalidad, se sintió un pobre estúpido y se propuso rehabilitarse
con alharacas. Primero, en enero del 2006, desvaneció uno de los misterios: la persona
que aparecía en público como Leroy era, en realidad, Savannah Knoop, hermanastra
de Geoffrey. Pocos meses después, desmontó todo el tinglado de la farsa.
Mucho le ayudaron las incongruencias de Savannah Knoop, que erraba
fechas, lugares y detalles en las entrevistas. El sabueso resentido recorrió hoteles
y descubrió que muchas veces Albert se había registrado como JT Leroy. Cuando
comprobó que no existía ningún pasaporte expedido a nombre del chico, y que el
psicólogo Terrence Owens sólo había hablado con él por teléfono, el reportero
echó la suma: él era ella. JT Leroy era Laura Albert.
La mujer justificó su fraude diciendo que “las aventuras de un niño que
había sido obligado a prostituirse por su madre siempre serían más interesantes
que las vivencias de una mujer común de 30 años". Exacto. Leroy olía a cadaverina
y hubo que enterrarlo con distintas multas e indemnizaciones. Las celebrities que,
conmovidas por su historia, lo quisieron tanto, quedaron consternadas por uno
de los grandes timos de la historia universal de la picaresca. Como si Oliver Twist
hubiera sido sólo un dulce sueño imposible en medio de una vida corta y llena
de tanta porquería como la escalera de un gallinero. […]
Etiquetas: libros y escritores