(Un texto de E. Font en el XLSemanal del 17 de febrero de
2013)
'Caperucita Roja', 'La cenicienta', 'Blancanieves', 'Hansel
y Gretel'... Casi ningún cuento infantil existiría hoy sin los hermanos Grimm.
No los inventaron, pero los rescataron de la tradición oral y los pusieron sobre
un papel. Nunca se propusieron escribir para niños. Querían fundar la gramática
y la filología alemanas. Construir una identidad nacional. Dos siglos después
de la publicación de los relatos que les dieron fama mundial, indagamos en la
extraña personalidad de estos genios que hoy serían calificados de auténticos
'frikis'.
«No deberíamos separarnos nunca», escribió Jacob Grimm a su
hermano Wilhelm desde París, en 1805. Tenía 20 años. Y así fue. Vivieron juntos
toda su vida.
Jacob terminaba ese año en París sus estudios de Derecho,
pero apenas estuvo diez meses separado de su hermano. Esa unión fraternal,
íntima como pocas, comenzó desde su nacimiento (Jacob, en 1785, y Wilhelm, un
año después). Fueron los dos hijos mayores de un acomodado magistrado de Hanau
y de la hija de un concejal. Tras ellos nacieron otros seis hermanos. Ni ellos
ni Alemania lo tuvieron fácil en aquella época. Tras la independencia de
Estados Unidos, en Francia rugía la Revolución; y Alemania, un mosaico de
reinos, principados y condados diminutos, buscaba su propia identidad nacional
en medio de cruentas luchas por el poder y ocupaciones militares.
En ese contexto se entiende el trabajo que los haría famosos.
A partir de 1806, y durante seis años, los hermanos Grimm se dedicaron a reunir
cuentos, mitos y leyendas populares, transmitidas hasta entonces de forma oral.
Su afán no era entretener a los niños, sino salvaguardar su país. Los Grimm
tenían una misión: querían honrar una parte de la historia cultural alemana
que, creían, se perdería para siempre. Ese fue el motor de todo su trabajo, que
no se limitó a los cuentos. Sus trabajos sobre gramática y mitología y,
especialmente, su monumental diccionario pusieron los cimientos de la
Germanística como disciplina académica.
Pero a los Grimm les costó hacerse un hueco entre la
intelectualidad alemana. En 1796 quedaron huérfanos: su padre murió de forma
repentina... y con él se acabaron los ingresos familiares. De Hanau se fueron a
vivir con una tía a Kassel, que los envió, con 12 y 13 años, a un liceo de
clase alta, pagado por ella, pero donde no fueron muy bien recibidos dada su
penuria económica.
Compartían la misma cama y superaron juntos la soledad y el
desdén social estudiando diez horas al día. Allí mismo un profesor, Friedrich
Carl von Savigny impresionado por el ansia de aprender de Jacob, le abrió su
biblioteca privada, encendiendo en él su obsesión por la literatura alemana,
las leyendas y los cuentos.
A los 17 años, Jacob se fue a estudiar Derecho a la
Universidad de Marburg, y Wilhelm lo siguió un año después. De nuevo fueron
excluidos de la vida social por su escasez de dinero, lo que los llevó a
centrarse obsesivamente en sus estudios. Con todo, Jacob y Wilhelm eran muy
distintos. La mayoría de los retratos que conocemos de ellos los realizó su
otro hermano, Ludwig Emil, autor también de las ilustraciones de sus libros de
cuentos. En esos retratos, Jacob aparece erguido, con la frente alta,
desafiante; Wilhelm, enfermizo, con la mirada perdida. El mayor era
introvertido e irascible; el pequeño, encantador y sociable.
«Pero los dos eran muy obstinados», dice Andreas Döring,
director del Youth Theater Göttingen, que los ha estudiado a través de cartas y
documentos. Döring tiene su propia definición de los hermanos: «Eran adictos al
trabajo, moralistas y muy 'frikis'». Jakob era un auténtico nerd de la época,
encerrado siempre entre libros y reacio a relacionarse socialmente,
especialmente con mujeres. Wilhelm, en cambio, tenía éxito con las chicas y mantuvo
un sonado romance con una joven hasta que la acaudalada familia de esta acabó
prohibiendo la relación por la diferencia de clase. Su precaria situación había
empeorado en 1808, cuando perdieron a su madre. Jacob trabajaba en la
biblioteca de Kassel, pero apenas podía mantener a sus cinco hermanos. A
Wilhelm le fue difícil encontrar empleo debido a problemas de asma y a un
padecimiento cardiaco. Los Grimm vivían tan austeramente que en 1812, el año en
que se publicaron sus primeros cuentos, sobrevivían con una comida al día.
La primera edición de los cuentos no resultó un alivio
económico. Apenas se vendió. La edición de 1825, que se imprimió en formato
pequeño y más barato, en cambio, ya llegó al público. Ahora bien, no al que
ellos esperaban, los intelectuales germanos, sino a otro: los niños. Llegaron a
hacerse más de diez ediciones y pronto se tradujo al inglés.
A partir de ahí, los hermanos comenzaron a suavizar las
historias, hacerlas menos cruentas, eliminar la sexualidad explícita y el
maltrato y abandono de los padres en los relatos (por otro lado, habitual en la
época) para que pudiesen ser accesibles a todos los públicos.
En 1825 ocurrió algo que, sin duda, tuvo que ver con este
sutil giro. Wilhelm contrajo matrimonio con Henriette Dorothea Wild, la hija
del boticario, que desde hacía ya más de 15 años los ayudaba a recopilar
algunos de los cuentos populares. Dortchen, como la llamaban, fue elegida por
los hermanos con pragmatismo alemán. Alcanzados los 35 años, decidieron que uno
de ellos tenía que casarse. Necesitaban una mujer en casa. Y alguien capaz de
comprender su obsesión por el trabajo y su otra determinación: vivir juntos.
Dortchen pareció entenderlo, porque los tres vivieron juntos con los cuatro
hijos del matrimonio.
La convivencia con Dorothea, desde luego, dio para
habladurías. El filólogo Richard Cleasby, estudioso de los Grimm, asegura que
la armonía en el hogar era tal «que uno puede imaginar que los niños eran
propiedad común». De hecho, una novela especula sin la menor prueba documental
con que la hija pequeña de Dorothea, Barbara Auguste, era en verdad hija de
Jacob. Wilhelm y Dorothea llamaron Jacob a su primer hijo, que murió antes de
cumplir un año. Tuvieron después otros tres niños que sobrevivieron, Herman,
Rudolf y Barbara Auguste. Herman, un erudito como ellos dedicado a la cultura
alemana, fue profesor de Filosofía y Derecho y editor de varios libros de
Goethe. Murió en 1901 tras haberse convertido al budismo; Rudolf fue abogado y
murió en 1889. Dos años después falleció su hermana. No les sobrevivieron
descendientes directos.
En la labor de recopilación de los cuentos, los Grimm se
valieron de la ayuda no solo de Dortchen, sino de unas 40 personas. La
principal fuente, y la única reconocida con nombre y apellido, fue Dorothea
Viehmann, hija de un tabernero que había oído muchas historias de viajeros. Uno
de sus tesoros es La cenicienta. Otra de sus informantes aparece registrada con
el nombre de Marie, amiga de los Grimm, y fue quien les narró Caperucita Roja, Blancanieves y La bella durmiente.
Los Grimm pagaban por los cuentos, que etiquetaban y
archivaban. Eran verdaderas ratas de biblioteca, exploradores de los misterios
de la lengua; muchos de los cuales llegaron a resolver y dominar de forma
magistral. Sagas danesas, gramáticas serbias, variaciones de la pronunciación
del alemán, sánscrito... Todo les interesaba.
También la política. Sus ideas liberales le valieron a Jacob
en 1837 la expulsión de la Universidad de Gotinga, aunque poco después fue
elegido miembro de la Academia de Ciencias de Berlín. Y por su defensa durante
años de la reforma democrática, Wilhelm logró en 1848 un acta de diputado en el
primer parlamento alemán elegido democráticamente. Sin embargo, en los últimos
años de sus vidas dejaron la política y la enseñanza para concentrarse en su
obra magna: el gigantesco Diccionario alemán, de no menos de 32 volúmenes. Pese
a que no lo acabaron, la obra sigue considerándose una referencia esencial para
la etimología alemana.
Wilhelm murió en Berlín a los 73 años. Jacob, poco después,
a los 78. Hasta el último instante estuvo escribiendo entradas para el
diccionario. Su última anotación fue la definición de frucht, 'fruta'.
Cinco cosas que no
sabe de los cuentos
1. Nacionalismo.
A comienzos del siglo XIX, la fiebre nacionalista bullía en Europa. Alemania
era un mosaico de varios reinos y se hizo necesario construir la nación sobre
la base de una lengua y una poesía comunes. Los Grimm creían que los relatos
populares guardaban el ser primigenio de los alemanes y consolidarían el país.
2. Machismo. Las
mujeres de sus cuentos son rencorosas, malvadas, vanidosas, crueles. Hansel y
Gretel son abandonados por su madre en el bosque. Es más, es ella la que
insiste en abandonarlos, pese a las protestas del padre. El cuento se adentra
en otro tabú germánico aún más profundo: el canibalismo. Hansel debe sacar su
dedo de la jaula para que la bruja compruebe si los niños están ya gordos como
para sacrificarlos. Un canibalismo que fue común en la Guerra de los Treinta
Años.
3. Nazismo. Los
aliados consideraron que los cuentos de los hermanos Grimm fueron un caldo de
cultivo perfecto para los delirios nazis. Por eso, los los prohibieron al final
de la Segunda Guerra Mundial. El mayor británico T. J. Leonard, por ejemplo,
pensaba que los alemanes habían acostumbrado a sus hijos «a toda suerte de
crueldades y perversidades», por lo que era fácil para ellos asumir «el papel
de verdugo». El escritor Günther Birkenfeld, llegó a atribuir a los cuentos
«las atrocidades de Belsen y Auschwitz».
4. Marxismo. Pese
a ello, los cuentos fueron rehabilitados enseguida en la zona alemana de
ocupación soviética. ¿La razón? La familia Marx los había tenido en muy alta
consideración. En la RDA estaban considerados una herramienta educativa proletaria
y activadora de la conciencia de clase.
5. Culto asiático.
En China y Japón, los cuentos de los hermanos Grimm son tanto o más populares
que en Alemania. Los asiáticos son los que más visitan su museo y los bosques
que inspiran sus cuentos.
Para saber más: www.grimms.de. Web del Museo de los Hermanos
Jacob y Wilhelm Grimm en Kassel (Alemania). The brothers Grimm: two lives, one
legacy. Donald R. Hettinga. Clarion Books. Nueva York, 2001.
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