(Un texto de Rogorn Moradan leído en zendalibros.com el 18 de enero de 2019)
Para ser una novela llena de personajes despreciables que
juegan con los sentimientos, la sexualidad y el estatus
social propios y ajenos, Las amistades peligrosas
ha demostrado ser una historia muy popular, que ha sido
adaptada no solo principalmente al tiempo en que fue
escrita, el París del siglo XVIII, sino también a la Corea
del mismo siglo, la Francia de 1870, el Brasil de 1920, la
China de 1930, el Harlem de 1940, la Francia de 1950 y de
1960, la Nueva York de 1999 y la Corea del Sur de 2018.
También se ha adaptado a radio dos veces, a ópera tres
(por estadounidenses, belgas e italianos), a ballet cuatro
(dos inglesas, una canadiense y una checa) y a teatro
cinco, con actores como Alan Rickman, Hugo Weaving,
Dominic West y Ciarán Hinds encarnando al depravado
vizconde de Valmont. Incluso John Malkovich, el
protagonista de la versión que comentaremos hoy, dirigió
una de las adaptaciones teatrales, en París en 2012.
La novela original fue publicada en 1782 por Pierre
Ambroise François Choderlos de Laclos (pronunciado Shoderló
de Lacló), un militar y masón nacido en Amiens que,
aburrido en su destacamento de artillería, decidió ponerse
a escribir «algo que se saliera de lo ordinario, algo que
hiciera ruido y que permaneciera» después de su muerte.
Publicada inicialmente en cuatro volúmenes, es
contemporánea pero inmediatamente anterior a las obras más
conocidas del marqués de Sade, y los dos, junto al odiado
rival de Sade, Nicolas-Edme Rétif, forman un trío de
autores cuyas temáticas sexuales e indecorosas para la
sociedad de aquel tiempo (e incluso de todos los tiempos)
los han convertido en objeto de fascinación y repulsa. En
1988 se rodó la adaptación más conocida, que a pesar de
coincidir en las carteleras ese mismo año con otra, Valmont,
ha acabado quedando por encima debido a un reparto que si
empezó siendo de campanillas con el trío central de Glenn
Close, John Malkovich y Michelle Pfeiffer, luego ha ido
ganando en voltaje estelar con el célebre currículum
logrado en décadas siguientes por sus dos jóvenes
promesas, Uma Thurman y Keanu Reeves, entonces de 18 y 24
años respectivamente. Incluso el muy secundario criado de
Valmont, aquí escocés por alguna razón, Peter Capaldi, es
un futuro Doctor Who. Ganó tres Oscars, a guión adaptado
(Christopher Hampton), vestuario (James Acheson) y
dirección artística (Stuart Craig y Gérard James), además
de otras cuatro nominaciones a actriz (Glenn Close),
actriz secundaria (Michelle Pfeiffer), música original
(George Fenton) y película (Norma Heyman y Hank Moonjean,
productores).
La obra está redactada en forma de cartas escritas entre
los diversos personajes de la historia, en las que
anuncian planes, expresan sus opiniones, dan detalles de
lo ocurrido en la trama y ofrecen pruebas de lo logrado. Y
sí, antes de que alguien se lo pregunte, también ha sido
adaptada incluso a cadena de mensajes en Twitter. Los
personajes principales son el vizconde de Valmont y la
marquesa de Merteuil, dos nobles franceses que utilizan el
sexo y los escándalos sociales como arma para conseguir
diversos fines. El conde de Bastide, el último amante de
la marquesa, la ha abandonado por una joven virgen,
Cécile, recién sacada de un convento
ex profeso
para casarse con él, y para vengarse del conde la marquesa
propone a Valmont que seduzca a la chica para ridiculizar
a su prometido. Por «seducir» se entiende que la desvirgue
y le enseñe a hacer cosas en la cama («uno o dos términos
latinos») que una joven virgen en principio no debería
saber, para que su nuevo marido se dé cuenta durante la
noche de bodas, y que así «se convierta en el hazmerreír
de París». Para ayudar y complicar el asunto, Cécile se
enamora de otro joven no mucho mayor que ella, su tutor de
música, el caballero Danceny, lo cual les ofrece otra
manera de vengarse de Bastide a la vez que un obstáculo
para Valmont.
Pero Valmont en principio rechaza el desafío… por
considerarlo demasiado fácil. Por eso y porque se ha
impuesto un nuevo reto a sí mismo: conseguir seducir a la
muy virtuosa y muy casada madame de Tourvel. Para intentar
convencer a Valmont de que la ayude, la marquesa le
promete que se acostará con él si es capaz de tener éxito
con madame de Tourvel. Valmont no encuentra este empeño
fácil, porque la madre de Cécile ha escrito a madame
advirtiéndole sobre la justificada mala fama del vizconde.
Al saberlo, Valmont seduce a Cécile, no tanto por aceptar
la petición de la marquesa como por vengarse de la madre
de la chica por hablar mal de él.
La cosa se sigue liando. Mientras esto ocurre, la
marquesa ha tomado como amante al caballero Danceny, y
Valmont, tras «cumplir» con Cécile, también logra
acostarse con madame de Tourvel, de la cual confiesa
haberse enamorado… al menos por un rato… lo cual no le
impide reclamar la recompensa que ahora le debe la
marquesa. Poniéndose celosa, ella rehúsa cumplir su
palabra y provoca que Valmont intente aumentar su «gloria»
a base de abandonar a madame de Tourvel («no puedo
evitarlo» – «it’s beyond my control») y luego
volverla a conquistar. A partir de aquí, los dos rivales y
a veces aliados se vuelven enconados enemigos. Valmont
hace que Danceny abandone a la marquesa por Cécile. La
marquesa revela a Danceny que Valmont desvirgó a Cécile.
Danceny mata a Valmont en duelo, aunque no antes de que
este le dé las cartas que cuentan toda esta historia, que
arruinan la reputación pública de la marquesa.
Este es el punto donde acaba la película, con una
derrotada Glenn Close quitándose el maquillaje ante el
espejo, símbolo de cuantas cosas se quieran leer en ello:
mostrar el verdadero rostro de cada uno, abandono de una
sociedad corrupta, derrota personal en un empeño que te ha
costado todo, castigo por tus pecados… Sin embargo, el
libro aún ofrece una coda bastante cruel (aviso extra de spoilers
si solo se ha visto la película) para las tres mujeres de
la historia: la marquesa huye al campo, contrae viruela,
su hasta entonces bello rostro queda marcado, y pierde la
vista en un ojo. En París, madame de Tourvel, acosada por
el dolor y el sentimiento de culpa, muere de fiebres, y
Cécile vuelve al convento, deshonrada. No se nos cuenta
qué fue del caballero Danceny, pero al menos cuatro de los
cinco personajes principales acaban destruidos por el
comportamiento inmoral de dos de ellos.
Probablemente, la gran popularidad de esta historia
radica, aparte de en el morbo de las relaciones sexuales
prohibidas, en la lucha entre la libertad individual y las
costumbres sociales, así como en los límites entre
libertad y libertinaje. Visto desde un cierto punto de
vista, es una historia trágica, ya que penaliza a gente
que lo único que hace es acostarse libremente con quien
quiere, y es la sociedad que rodea a estos personajes
quienes los castiga, o provoca que se castiguen unos a
otros debido a las consecuencias que esa misma sociedad
podría hacer caer sobre ellos. ¿Por qué tiene que ser una
desgracia que Cécile no llegue virgen al matrimonio? ¿Por
qué no puede ella elegir a Danceny en vez de al marido que
se le tenía preparado, veinte años mayor? ¿Por qué
Danceny, tras estar con Cécile, no puede decidir irse con
la marquesa y luego volver con la joven? ¿Por qué Valmont
ha de sufrir la muerte nada menos, a manos de Danceny por
haberse acostado con su ¿novia?, si es que lo era? ¿Por
qué la marquesa ha de huir de la ciudad cuando todo esto
se sabe? Y así con muchas otras cuestiones, que quizá hoy
en día no se plantearían en un mundo donde, al revés, hay
gente que vive de pregonar con quién se acuesta.
Sin embargo, como se ha dicho, eso es solo una manera de
verlo. Otra es que algunos personajes no son tan libres
como en principio parecen, y aunque nunca se dice en la
historia que nadie violara a nadie (en este sentido Laclos
no llega donde Sade), las recientes revelaciones desde
Hollywood, por ejemplo, a raíz de casos como el del
productor Harvey Weinstein, han modificado, o al menos
iluminado públicamente, cómo alrededor del tema del
consentimiento hay todavía mucho que discutir (o quizá no
tanto). Weinstein siempre presumía de su capacidad para
convertir un no en un sí (quien quiera puede investigar
los procedimientos que usaba), y eso se refleja en lo que
dice la propia Cécile a la marquesa tras su primera noche
con Valmont. ¿Y no te resististe?: «Pero si yo le decía
que no todo el tiempo». ¿Pero te forzó, te ató, o algo?
«No, pero es que dice las cosas de un modo…». Aunque
alguien acabe diciendo que sí, o meramente cediendo sin
convicción, eso no significa que ese consentimiento se
haya alcanzado de manera satisfactoria. Cécile está
atrapada por el peligro de que se sepa que siquiera ha
entrado un hombre en su dormitorio, por la imposición
social en favor del varón, y por el estatus del vizconde,
a la vez noble, hombre, adulto, experimentado, motivado y
con todas las cartas de su parte para transformar ese «no
todo el tiempo» en el sí que busca. Todavía hay gente cuya
primera reacción ante este tipo de situaciones es: «Me da
igual las presiones que haya: si no te vas de allí a la
primera y no lo denuncias, si no te resistes de alguna
forma, es que eres culpable tú también». En este sentido,
las cosas están cambiando mucho en torno a este tema.
Cuando una negativa puede provocar la venganza de alguien
poderoso contra ti, sea arruinando tu reputación y
condenándote a un convento en el XVIII o provocando que la
mayoría de los grandes proyectos cinematográficos de tu
tiempo te descarten de sus castings por rumores
falsos en el XX o XXI, ahí no se puede hablar de
consentimiento libre.
Cécile y madame de Tourvel representan a las víctimas
propiciatorias, una demasiado joven para saber nada (y
demasiado apartada del mundo hasta entonces), y la otra
tentada por donde es más débil: si a ella no se puede
llegar por la belleza, la chulería o el morbo de lo
prohibido, Valmont lo consigue apelando a su caridad
cristiana para ayudar a un pecador como él a
rehabilitarse, proyecto irresistible para alguien de
profundos valores religiosos: he pasado mi vida rodeado de
gente inmoral, se me ha pegado, son las malas influencias,
no es culpa mía, me siento indigno, pero vos me inspiráis
con vuestra bondad, que no vuestra belleza, etc. Pero la
verdad es que el plan auténtico es: «No tengo intención de
romper sus prejuicios: quiero que crea en Dios y en la
virtud y en la santidad del matrimonio, y que ni aun así
sea capaz de resistirse».
Pero después de ellas dos está la marquesa de Merteuil,
mujer por otra parte muy inteligente que ha decidido
abrazar hasta el final su situación, y armada de cinismo y
afán de venganza (que es lo que la acaba perdiendo varias
veces), justifica su comportamiento diciendo que es lo
único que la sociedad le permite hacer. «Amor y venganza.
Dos de tus favoritas», sugiere la marquesa para tentar a
Valmont sobre Cécile. Cuando él le dice: «Pensaba que
traición era vuestra palabra favorita», ella responde:
«No, no. Crueldad. Siempre pensé que sonaba más noble».
Más adelante, Valmont se pregunta cómo ella lo hizo para
inventarse a sí misma, y ella contesta: «No tenía
elección, ¿no? Soy una mujer. Las mujeres están obligadas
a ser más hábiles que los hombres. Se puede arruinar
nuestra reputación con unas cuantas palabras bien
escogidas. Así que, por supuesto, tuve que inventarme no
solo a mí misma, sino también formas de escapar que nadie
había imaginado antes. Y lo he conseguido porque siempre
he sabido que nací para dominar a vuestro sexo y vengar al
mío. Entré en la sociedad a los quince años. Yo ya sabía
que el papel al que estaba condenada, estar callada y
hacer lo que se me dijera» (la película empieza con la
madre de Cécile diciendo que «mire, aprenda y esté callada
excepto cuando se le hable»), «me daba la oportunidad
perfecta de escuchar y observar. No lo que la gente me
decía, que naturalmente carecía de interés, sino lo que
intentaban ocultar. Practiqué la indiferencia. Aprendí a
parecer sonriente mientras bajo la mesa me clavaba un
tenedor en la mano. Me convertí en una virtuosa del
engaño. Consulté a moralistas para saber de apariencias. A
los filósofos para saber qué pensar. A los novelistas para
saber hasta dónde podía llegar. Y al fin destilé todo en
un sencillo principio. Ganar o morir».
Es toda una declaración de principios, pero en ella se
puede objetar cuánto hay de «yo soy rebelde porque el
mundo me ha hecho así», donde la sociedad realmente tiene
la culpa, y cuánto hay de personaje autoconstruido y
ficticio, que suena tan molón que acaba siendo irreal. Lo
de reaccionar contra el mundo que te reduce a callar y
escuchar puede tener un pase, e incluso «la venganza
contra vuestro sexo», pero luego ella acaba provocando más
víctimas del suyo que del contrario. De hecho, tan
orgullosa está la marquesa de su ideario que intenta
enseñárselo a Cécile, cual maestra de la universidad de la
vida: «La vergüenza es como el dolor: solo se siente una
vez» (what?). «Te digo, tontita, que si tomas
precauciones, podrás hacerlo, o no, con quien quieras,
cuando quieras, y de la forma que quieras. Nuestro sexo
tiene pocas ventajas, así que aprovéchalas bien».
Por su parte, Valmont se nos presenta como alguien que
«nunca abre la boca sin calcular primero cuánto daño puede
hacer» pero a quien «todo el mundo recibe», y John
Malkovich lo interpreta como un reptil con ese peinado de
frente picuda y despejada, y llegando incluso a sisear
como una serpiente un par de veces. Rechaza el encargo
sobre Cécile porque es tan fácil que incluso dañaría su
reputación (otro gran tema de la trama): «Tengo que seguir
mi destino, tengo que ser leal a mi profesión». Y es
precisamente el prestigio lo que le lleva a dirigir su
atención sobre madame de Tourvel, una mujer «famosa por su
estricta moral, fervor religioso y felicidad conyugal»,
aunque su refinado paladar llega a encontrar «algo
degradante en tener a un esposo como rival: es humillante
si fallas y vulgar si tienes éxito». A todo esto, es
curioso también que Valmont consiga seducir a Cécile y a
la señora de Tourvel solo mientras su prometido y esposo
están fuera, con tropas en Córcega y en un caso judicial
en Borgoña respectivamente. Además, el vizconde usa más el
chantaje y el engaño que el encanto propio para conseguir
sus fines, como se ve en el tema de la criada, las cartas
y la llave de Cécile, o en el de la interesada limosna al
endeudado monsieur Armand y su familia. Es decir, que por
toda su cacareada reputación, parece que tampoco le gusta
complicarse tanto, y que todo su golpe de «no se me pueden
resistir» no es porque no puedan contenerse, sino porque
están atadas, si no físicamente, sí por las convenciones
de la sociedad de su tiempo. Ese hábito suyo, en esta
película al menos, de usar a las mujeres como escritorio,
lo resume bastante bien: una cachondada graciosa durante
medio segundo, y un escalofrío de regomello cuando lo
piensas bien.
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