(Un texto de Pablo Cazau en
monografías.com -fue publicado antes de mayo de 2010, cuando lo
leí yo. Este texto está incluido dentro de
libro "Fantasía y realidad: una excursión por la ciencia y la literatura".)
Indignos porque sus héroes fueron ladrones, o bien policías con
un turbio pasado. Pero indignos sobre todo porque el género no nació como literatura culta y refinada
sino como cultura popular a través de
los folletines, ubicables en la misma categoría de los
pocket-books (novelas de bolsillo)
americanos, las novelas amarillas de Italia o la sensational novel
de Inglaterra.
En materia de género policial,
los argentinos hemos conocido mas bien la tradición anglosajona
(Poe, Conan Doyle, Agatha Christie, Ellery Queen, etc.), mientras
que la tradición francesa no tuvo tanta repercusión, salvo alguna
excepción como la del comisario Maigret, de Simenon.
Recapitularemos aquí entonces la historia de la novela policial francesa,
y de paso el lector amigo del género encontrará algunos títulos,
muchos editados en castellano, que le permitirán
descansar un poco de la violencia de los thrillers
americanos o de la fría lógica londinense, y
disfrutar de una trama policial donde la acción y el discurso deductivo aparecen
con el color de la aventura, el romanticismo y hasta el
terror.
Si de orígenes se trata, la cuestión
comienza con un singular personaje de la vida real llamado Eugene
François Vidocq (1775-1857), desertor, impostor, presidiario
evadido y enemigo público número uno de Francia.
En una palabra: lo peorcillo en materia de delincuencia.
Su cabal conocimiento
de la operatoria delictiva, sumado al atraso de la policía de la
época en materia de métodos
de investigación
criminalística debido al gran crecimiento urbano, hicieron
que nuestro amigo Vidocq pasara a ser en 1809 el confidente de la
policía y, apenas dos o tres años más tarde, nada menos que el
fundador de la Sureté ("Seguridad"
en francés), el actual cuerpo de policía con sede en París y que
algunos han considerado como el precursor del FBI americano.
Vidocq llegó a montar toda una red
de confidentes e introdujo dentro de la brigada de seguridad a
ex-presidiarios que sabían moverse bien en el ambiente
de la delincuencia. En pleno ejercicio de sus funciones
como jefe de la Sureté, funda en 1825 la primera agencia de
detectives privados y años más tarde publica varios libros,
como sus muy ilustrativas "Memorias"
(1828), "Los ladrones" (1836) y "Los verdaderos misterios
de París" (1844). Como policía, Vidocq privilegiará la acción más
que la deducción,
y gustará disfrazarse y mezclarse con el hampa para descubrir los
diversos ilícitos, cualidades todas ellas que, además de su
condición de delincuente redimido, servirán de modelo
para el personaje arquetípico del género policial francés.
Pero vayamos por partes. Vidocq no fue
un autor de novelas policiales. Su importancia radica mas bien en
que él mísmo, como persona
de carne y hueso, sirvió sin quererlo como referencia para la
creación de ciertos personajes ficticios. Por ejemplo, Honorato de
Balzac tiene un personaje, Vautrin, llamado también el
"Engañamuertes", que fue creado a imagen
y semejanza de Vidocq: Vautrin es jefe de una banda de
delincuentes tan bien organizada que llega a constituír un poder
paralelo y, como Vidocq, terminará ocupando en la misma policía un
puesto de responsabilidad.
Pero lo de Balzac no es aún género
policial. Es al norteamericano Edgar
Allan Poe (1809-1849) a quien en realidad se considera el
fundador de aquel género. Su personaje será el detective Anguste
Dupin, protagonista de tres cuentos
de Poe: "Los crímenes de la Rue Morgue" (1841), "El misterio de
Marie Roget" (1842), y "La
carta robada" (1845), relato este último que estudió en
detalle el psiquiatra Jacques Lacan, proponiéndolo como un modelo
para la comprensión de ciertos conceptos psicoanalíticos. Poe, en
fin, llegó a tener conocimientos de las travesuras de Vidocq,
tanto que su personaje Dupin llega a citarlo en alguno de los
cuentos donde interviene.
Pero en Francia, la cuestión comienza
realmente con Emile Gaboriau (1832-1873), a quien se considera el
padre de la novela
policial del país galo. Gaboriau es un típico representante de la
llamada novela folletinesca, es decir la novela que, en vez de
editarse en un libro,
se publicaba periódicamente por episodios en los diarios de París,
modalidad muy en boga a partir de la segunda mitad del siglo XIX.
En efecto, de un lado estaba la novela
culta, editada en libros y destinada a una mayor perdurabilidad, y
del otro lado la novela que aparecía por entregas, en papel de
diario, tal como hoy se ven en las series de televisión.
El objetivo
de estas últimas era sobre todo mantener la ansiedad del lector de
un episodio hasta el otro, con lo cual se alargaba casi
indefinidamente la trama de la novela porque ello implicaba
también beneficios económicos para el autor. Surgía así una novela
extensa, de estructura
episódica y donde la acción y la aventura eran el clima
dominante que impregnaba el argumento.
Gaboriau crea a su héroe Monsieur Lecoq,
policía parisino, quien aparecerá en "El affaire Lerouge" (1863),
"El expediente 113" (1867) y otros folletines, tomando como modelos
al real Vidocq y al ficticio Dupin de Edgar Allan Poe. Como indica
Fermín Fevre, Monsieur Lecoq "tiene no sólo la misma terminología
que el legendario Vidoq, sino sus mismos métodos. Como él, se
disfraza, observa y reúne pruebas.
Llega a la pista correcta luego de haber seguido distintos caminos
erróneos. En sus relatos hay pasiones, situaciones equívocas y
cierta moralidad:
la virtud y la verdad se imponen, aunque tengan que seguir sendas
tortuosas". Pero hay aún más analogías: como Vidocq, también Lecoq
no es más que "un antiguo delincuente reconciliado con las leyes",
para utilizar la expresión de Gaboriau en "El affaire Lerouge".
Otros autores como J.J. Millás
acentuarán la influencia del personaje Dupin. Parece ser que
Gaboriau leyó
la traducción
francesa que hizo Baudelaire
de Poe, y la figura del detective Dupin terminó siendo algo
esencial en la conformación del policía Lecoq, por lo menos en
cuanto a que tanto este como aquel resultaron verdaderso adictos a
la resolución científica de los enigmas policiales.
Una curiosidad: el emblema de nuestra Policía Federal es el
gallo, símbolo de la vigilancia que quizá tenga su origen en el
escudo que usaba personalmente Monsieur Lecoq frente a su puerta,
con la figura de aquella ave de corral, tal como se describe por
ejemplo en "El expediente 113". Por lo demás, Lecoq significa
precisamente "el gallo", en francés.
En la tradición anglosajona encontramos
sobre todo detectives, mientras que en la francesa policías, es
decir, sabuesos pagados por el
Estado (y además ex-delincuentes) o bien directamente
delincuentes, como pronto veremos.
Tanto el detective Dupin como el policía
Lecoq constituyeron dos importantes fuentes
de inspiración para que Arthur Conan Doyle (1859-1930) crease a su
Sherlock Holmes en "Estudio en escarlata" (1887), novela que fuera
también folletinesca. Conan Doyle había leído a Poe y a Gaboriau,
y precisamente en "Estudio en Escarlata" hace un juicio lapidario
de estos personajes desde la implacable óptica
de Sherlock Holmes: Dupin era "un hombre
que valía muy poco", mientras que Lecoq resultaba ser "un
chapucero indecoroso que solo tenía una cualidad recomendable: su
energía".
Con Monsieur Lecoq quedaba, en fin, identificado el nuevo héroe
de la novela folletinesca policial en Francia, y a partir de allí
surgieron nuevos autores con sus nuevos héroes, de los cuales
mencionaremos los siguientes:
PERSONAJE - CARACTER - CREADOR - PREDOMINA
Rocambole - Delincuente - P. du Terrail - Aventura
A. Lupin - Delincuente - M. Leblanc - Aventura
Rouletabille - Detective - G. Leroux - Lógica
Fantomas - Delincuente - P. Souvestre - Terror
El arquetipo del bandido-policía ha
trascendido incluso la lengua
francesa, como lo demuestra el personaje Flambeau, amigo y
confidente del padre Brown de Chesterton. Como Vidocq y como
Lecoq, Flambeau era también francés, igualmente hábil para
disfrazarse y, por si ello fuera poco, también pasó de ser un
bandido redomado a uno redimido, y retratado como tal por
Chesterton en "La cruz azul".
Demasiadas casualidades para pensar que el dúo Vidocq-Lecoq no
ejerció alguna influencia sobre el creador del padre Brown. John
Dickson Carr, otra importante figura anglosajona del género
policial, tampoco se sustrajo a la influencia gala, pero esta vez
no tanto respecto de los personajes como de la ambientación. En
"El crimen de las figuras de cera", por ejemplo, recrea el
fascinante clima de las viejas novelas detectivescas francesas.
El Rocambole de Pierre Alexis Ponson du
Terrail (1829-1871) fue un "bandido atrevido, elegante y
caballeresco", cuyas travesuras aparecieron en "Aventuras de
Rocambole". Pero más conocido será Arsenio Lupin, pintoresco
personaje creado por Maurice Leblanc (1864-1941), y tan atrevido,
elegante y caballeresco como el Rocambole de Ponson du Terrail.
Delincuente metido a jefe de policía y hábil para el disfraz como
Vidocq, Arsenio Lupin nació hacia 1907 en "Arsenio Lupin,
caballero ladrón", novela a la que luego siguieron, en la misma
modalidad folletinesca, "Los tres crímenes de Arsenio Lupin", "La
aguja hueca", "El tapón de cristal", "813" y "Arsenio Lupin contra
Herlock Sholmes" (sic), entre otros, título éste último que
encierra una elíptica alusión al enfrentamiento entre Lupin y el
héroe inglés
de Conan Doyle: ¿tal vez otra forma de expresar la antigua
rivalidad anglo-francesa?.
En "El tapón de cristal", Lupin aparece
disfrazado como el inspector Lenormand, jefe de la Policía de
París, persiguiéndose implacablemente...a sí mísmo y
enorgulleciéndose de haber terminado con Lupin quien, por
entonces, se había alejado del delito
disfrutando de su nuevo papel.
"La novela policial que crea Leblanc
teniendo a Lupin como protagonista es una síntesis
de la novela de caballería, de la novela romántica y del folletín,
donde se mezclan realidad y fantasía en un clima de aventura y riesgo
constantes", cuenta Fevre. No obstante, también debemos incluír en
esa síntesis una trama de misterio, claves secretas y paciente trabajo
lógico (por ejemplo en "La aguja hueca" y "813") que poco tiene
que envidiarle a los clásicos del tipo "El escarabajo de oro",
de Edgar A. Poe.
Leblanc, ávido lector de Poe y Balzac,
creó a su Lupin un poco accidentalmente, urgido por su editor para
que escribiera una novela corta de crimen aún sin saber
absolutamente nada de criminología,
con lo cual el escritor demostró ser tan descarado y aventurero
como el personaje que finalmente lo hizo famoso. Reportero y
detective en vez de ladrón, y más analítico que pasional aparecerá
también por el mismo año Rouletabille, una creación del escritor
folletinesco Gastón Leroux (1868-1927). Tal ocurrirá en "El
misterio del cuarto amarillo" (1907), donde Rouletabille ya
comienza a revelarse como un personaje fuertemente influenciado
por las figuras del Dupin de Poe y del Sherlock Holmes de Conan
Doyle.
Sin embargo, lo que catapultó a la fama a Leroux no fue tanto su
detective como "El fantasma de la Opera", obra con reminiscencias
del flautista de Hamelín y del jorobado de Notre Dame con una
buena dosis de terror, intriga policial, aventura y romanticismo.
En el terror incursionó también Leroux a través de obras como "La
muñeca ensangrentada" y "La máquina de asesinar" (más conocida
entre nosotros gracias a la serie televisiva de Narciso Ibáñez
Menta, como "El muñeco maldito").
Inscripto también en el ámbito del terror. Fantomas nació a su
vez de la imaginación de Pierre Souvestre (1874-1914) y de Marcel
Allan, ambos escritores y periodistas, cruel y despiadado
personaje cuyo principal propósito era asustar al lector, y de
quien alguna vez se dijo que era el Marqués de Sade de la novela
policial.
El carácter
episódico de las novelas se transportó al cine
precisamente con Fantomas, a partir de 1913. Este año se estrenaba
en un cinematógrafo de París el primer capítulo de "Fantomas", del
director Louis Feuillade (1873-1925), quien se transformó así en
el más famoso productor de seriales del cine. La serie de Fantomas
abarcó 32 episodios y se basó en las narraciones de Souvestre y
Allain, es decir, narraba la historia del criminal francés y los
vanos intentos del inspector Juve por apresarlo. El personaje,
interpretado por René Navarre, vestía una malla negra ajustada,
antifaz y era experto en disfraces. Las tramas eran muy
elementales pero lograron atrapar al público, quien se deleitaba
con la habilidad de Fantomas para burlar a la policía, en un
entorno de pistas falsas, pasadizos secretos y misteriosas
desapariciones. El director Feuillade aprovechó también la ocasión
para pintar cinematográficamente los suburbios de París con una
extraña combinación de naturalismo y fantasía.
La historia de Fantomas en el cine
termina cuando recrudecieron las críticas al mostrar a un
personaje que se reía descaradamente de la Sureté. Feuillade optó
por cambiar el personaje y en 1916 lo reemplazó por Judex, un individuo
que, ahora sí, estuvo del lado de la ley, no usó armas
ni derramó sangre.
Y mucho después, ya en nuestro país,
algún lector recordará las series francesas que pasaron por la televisión
argentina sin pena ni gloria sobre las aventuras de Arsenio Lupin
y de Fantomas. Y también recordará las "Obras Maestras del Terror"
que Canal 9 pasaba los sábados a la noche en la década del '60, y
que el autor de estas líneas miraba furtivamente detrás del sillón
mordiéndose las uñas porque sus padres no le permitían ver
semejantes espantosidades. Con ellas, Narciso Ibáñez Menta
contribuyó a difundir la literatura policial francesa en nuestro
país, a través de materiales
como "El fantasma de la Opera" o el Arsenio Lupín de Leblanc.
Por aquel entonces, todos esperaban
expectantes el último capítulo, donde el Fantasma de la Opera
debía quitarse la máscara y mostrar su espeluznante rostro. Esa
escena finalmente se pasó pero no fue grabada ni guardada en
cintas, con lo que se perdió irremediablemente. Hace algunos años,
sin embargo, cuando Ibáñez Menta retornó a la Argentina, recibió
un regalo inesperado: un admirador le obsequió la grabación que
había realizado en su casa. El Fantasma de la Opera fue recreado
muchas veces, en fin, a través de films y espectáculos teatrales,
con mayor o menor éxito.
La novela policial francesa alcanza,
finalmente, su culminación, con la figura del Comisario Maigret,
de Georges Simenon (n. 1903), donde la aventura y el horror ceden
paso a un acercamiento costumbrista y al análisis
psicológico del delincuente y de su entorno social. La ficción
literaria fue fecunda, pero más lo fue la mismísima realidad de la
Francia de aquellos años. Henri Desiré Landrú nació en 1868 y
murió en la guillotina en 1922, acusado de haber quemado en un
horno a diez mujeres ricas y solitarias con las que previamente se
había casado. En realidad, se dice, mató a 283 mujeres, un hombre
y tres perros.
El caso de Landrú, así como el de Jack el Destripador londinense,
no corresponden a la ficción literaria, pero su patetismo viene a
mostrar la fértil realimentación que siempre hubo entre la
imaginación y la realidad.
Etiquetas: libros y escritores