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domingo, noviembre 23

Ni caminar ni nadar, este es el ejercicio que deberías hacer para ganar fuerza y equilibrio

(Un texto de María R. Lagoa leído en el periódico Marca el 15 de julio de 2025)

Subir escaleras es un ejercicio cotidiano cuyos beneficios suelen ser infravalorados. No solo es una actividad aeróbica que protege la salud del sistema cardiovascular, sino que mejora el equilibrio y potencia la fuerza de manera progresiva y natural. La ciencia afirma que subir escaleras durante 7-10 minutos diarios tiene efectos beneficiosos.

El ejercicio físico se ha convertido en un mantra para los profesionales sanitarios a la hora de recomendar hábitos saludables. Muchos estudios científicos demuestran sus ventajas para la salud tanto física como mental. Protege la salud cardiovascular, fortalece los huesos y los músculos, ayuda a controlar el peso corporal y reduce el riesgo de enfermedades crónicas, como la diabetes tipo 2, patologías cardiacas y algunos tipos de cáncer. En el área de la salud mental, reduce el estrés, la ansiedad y mejora el estado de ánimo, siendo una herramienta útil en la prevención y tratamiento de la depresión. Además, aumenta la autoestima, mejora la función cognitiva y la calidad del sueño. 

Son muchas las alternativas para elegir, desde un paseo andando a buen ritmo a la práctica de la natación, el ciclismo o el entrenamiento de fuerza. Pero existe un ejercicio que está al alcance de todos, que no precisa de equipamiento ni planificación previa ni es necesario acudir a un gimnasio y que, sin embargo, favorece la salud global con poco sacrificio: subir escaleras, las que podemos encontrar en nuestra casa, nuestro trabajo y en gran cantidad de espacios públicos. 

Efectos positivos en el corazón 

Cuando integramos este ejercicio en nuestra rutina diaria, estamos haciendo una actividad física aeróbica entre moderada y vigorosa, dependiendo de la velocidad. Los efectos positivos son muchos, en primer lugar, sobre el corazón y el sistema cardiovascular, como reseña Miguel del Valle Soto, presidente de la Sociedad Española de Medicina del Deporte (Semed/Femede): “Ayuda a prevenir enfermedades cardiovasculares, reduciendo el riesgo entre un 20% y un 30%, la hipertensión arterial, la hipercolesterolemia, el sobrepeso y la obesidad. Está demostrado que este tipo de actividad disminuye el riesgo de muerte súbita hasta en un 25%”. 

La razón es que provoca una respuesta de los sistemas cardiovascular y respiratorio: “Produce una serie de adaptaciones cardiacas mejorando la aptitud cardiorrespiratoria, lo que disminuye el riesgo de enfermedades cardiovasculares”.  

Asimismo, se ha demostrado que beneficia la vascularización cerebral, estimula la neurogénesis  y algunos factores neurotróficos: “El incremento del flujo sanguíneo cerebral libera más oxígeno a nivel neuronal, aumenta la plasticidad neuronal y la producción de serotonina, actuando como ansiolítico y antidepresivo”.   

Subir escaleras requiere tres veces más fuerza que caminar en llano, lo que supone un gasto energético mayor y las personas con sobrepeso obtienen más ventajas porque trabajan más contra la gravedad que las que tienen un peso saludable: “Están levantando pesas con su propio peso corporal”. 

Reduce el riesgo de caídas 

“Las personas que realizan simplemente esta actividad sienten que mejora su calidad de vida de forma global”, enfatiza Miguel del Valle. Entre otros motivos, es así porque  la fuerza y el equilibrio son dos condiciones físicas que salen reforzadas de manera importante: “Hoy sabemos que subir escaleras potencia la fuerza muscular de las extremidades inferiores y el tronco, ya que exige una fuerza muscular notable para impulsar el cuerpo hacia arriba”.  

En cuanto al equilibrio, el presidente de la Semed destaca: “Se ha observado una correlación entre la fuerza de flexión plantar, proporcionada fundamentalmente por el músculo tríceps sural, y el equilibrio”. Muchas investigaciones sugieren que subir escaleras es uno de los mayores desafíos para el equilibrio dinámico, especialmente en adultos mayores: “Se ha demostrado que en ellos ayuda a fortalecer las extremidades inferiores y mejora el equilibrio, reduciendo el riesgo de caídas”. 

'Un todo en uno'

Beatriz Crespo, doctora en Medicina y Alto Rendimiento Deportivo y autora del libro “Microhábitos saludables”, recuerda que subir escaleras en uno de los microhábitos más accesibles para integrar en el día a día: “Un par de pisos al día pueden marcar una gran diferencia en quienes quieren fortalecer su sistema musculoesquelético sin someterse a cargas elevadas”. Aduce que mejora el equilibrio al trabajar la coordinación intermuscular y potencia la fuerza de forma progresiva y natural. Además, mejora la capacidad cardiorrespiratoria y ayuda a controlar factores de riesgo como el colesterol y la glucosa: “Un todo en uno”. 

Crespo coincide en que subir escaleras no solo mejora la capacidad física, también protege frente a caídas, mejora la densidad ósea y ayuda a mantener la autonomía funcional con un nivel de energía elevado. 

El equilibrio se crea a partir de la visión, el sistema vestibular y el sistema propioceptivo. Al realizar este ejercicio, el sistema vestibular informa sobre la posición del cuerpo y lo cambios de altura; el sistema propioceptivo sobre el estado de nuestra musculatura (tono, necesidad de producir fuerza para estabilizar el paso, etc.) y la visión nos ayuda a mantener claro el camino a seguir. Como subir escaleras es un reto físico que necesita de esas tres fuentes de información para llevarse a cabo, estimula y entrena nuestro equilibrio. La experta subraya que sucede algo similar cuando las bajamos: “Cada paso requiere mantener el equilibrio sobre una pierna, activando los músculos estabilizadores del pie, tobillo, piernas y abdomen para no caer rodando”. 

Según el doctor Erick Ugalde Ramirez, de la Clínica Cemtro, subir escaleras es principalmente un ejercicio cardiovascular, aunque al mismo tiempo fortalece la musculatura del tren inferior, glúteos, estabilizadores de caderas, cuádriceps, e isquiosurales así como la musculatura de las piernas y tríceps aural, lo que contribuye a la fuerza y el equilibrio. 

Ante la disyuntiva de subir escaleras o coger el ascensor, Ugalde invita a elegir la primera opción: “Quienes lo hagan notarán un mejor estado físico general, les ayudará a perder peso, mejorarán su tono muscular y el sistema circulatorio, y obtendrán beneficios en su vida diaria evitando, por ejemplo, que subir cuestas les provoque fatiga, dolor en rodillas o caderas”. 

¿Cuántas escaleras hay que subir? 

¿Cuántas escaleras o cuánto tiempo deberíamos emplear en este ejercicio? “Cuanto más mejor, siempre que la condición física lo permita”, enfatiza Miguel del Valle. Las pocas investigaciones que existen señalan que subir escaleras durante 7-10 minutos diarios tiene efectos beneficiosos y su opinión es que hacer el equivalente a 10-13 pisos al día puede utilizarse como programa de entrenamiento para mejorar la fuerza, la potencia y el equilibrio dinámico: “Se puede considerar como una modalidad de entrenamiento viable para mejorar la condición física y puede ser equiparable al entrenamiento en gimnasio con máquinas”. 

No obstante, su consejo es utilizar el sentido común: “Simplemente, si vivimos en un 5º piso y para llegar a nuestro trabajo hay escaleras y no utilizamos el ascensor, la cantidad de ejercicio que podemos realizar a lo largo del día puede ser suficiente para llevar una vida saludable”. 

La recomendación de Ugalde Ramírez es hacer esta actividad al menos durante 20 y 30 minutos tres veces por semana, acompañada de otros ejercicios para la mejora de la fuerza y propiocepción.  

Personas más beneficiadas y contraindicaciones 

Sobre las personas que se benefician especialmente, el médico de la Clínica Cemtro señala a los adultos sedentarios, a quienes sufren obesidad, a los adultos mayores, a las personas con patologías vasculares como varices o alteraciones vasculares distales y a los pacientes con poca capacidad cardiopulmonar y con alteraciones del equilibrio que no tengan su origen en el sistema nervioso central. 

Existen algunas contraindicaciones, que son absolutas en patologías cardiovasculares graves, como durante los primeros días posteriores a un infarto agudo de miocardio, una angina de pecho inestable, una arritmia no controlada, una estenosis aórtica grave, una insuficiencia cardiaca, una pericarditis, etc. Deben tener precaución aquellas personas con problemas en las articulaciones de cadera, rodilla y tobillo, a raíz de artrosis o artritis. En estos casos, es importante apoyarse en el pasamanos para disminuir la carga articular. 

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viernes, noviembre 21

Crema de cielo

(Un texto de Andoni Luis Aduriz en El País Semanal del 12 de septiembre de 2021)

De los vikingos a los musulmanes, en casi todas las culturas el paraíso es sinónimo de abundancia de manjares. Puede que en una parte del mundo ya vivamos en él.

Allá por la década de los setenta, apareció en Argentina un helado que se presentó con el sugerente nombre de crema del cielo. El cielo, ese lugar que, conforme a la concepción de religiones y mitologías, es el espacio donde moran ángeles, dioses y héroes, se definió en el imaginario heladero como una mezcla de crema americana, colorante azul y esencia de vainilla.

También en Argentina el Paraíso cuenta con una sala de primeros auxilios, una cancha de fútbol y hasta con una iglesia. Se trata de una pequeña localidad en el noreste de la provincia de Buenos Aires de algo más de 400.000 habitantes que presume de haber tenido alojado a Jorge Luis Borges, el mismo que decía: "Siempre imaginé que el paraíso sería algún tipo de biblioteca". Como apuntó el premio Cervantes, ese lugar mítico posee un alcance más allá de lo religioso, que conecta generalmente con las ambiciones de cada uno.

Y ahí está el motivo por el que la concepción de ese lugar sublime estuvo supeditada por los conocimientos y la necesidad de aquellos que, primero oralmente y con posterioridad transfiriéndolo a tablillas o papiros, dieron a conocer las enseñanzas inspiradas por Dios. Solo así se entiende que la idea del espacio de felicidad y gozo eternos se presumiera como un jardín acotado, un espacio natural de caza perpetua que proveyera de sustento sin los contratiempos a los que los antiguos estaban habituados. Un pensamiento congruente con el contexto de inseguridad, también alimentaria, en el que hemos vivido los seres humanos durante prácticamente toda nuestra presencia en la tierra. Etimológicamente la palabra paraíso deriva de la palabra griega parádeisos, jardín, y este del iraní avéstico pairidaeza, cercado circular, aplicado a los jardines reales o parques de caza.

Los Campos de Aaru de los egipcios y los Campos Elíseos griegos se resuelven en la misma dirección: huerto, parque o recinto cerrado sin problemas de agua y repleto de árboles frutales, plantas, animales domésticos y fauna silvestre que proveen de sustento. Por el contrario, en la Yanna islámica, que en árabe significa jardín, solo hay un árbol, el de la inmortalidad; sin embargo, corren ríos de leche y miel, y los allí presentes asisten a festines donde se sirve vino que no provoca borrachera ni resaca. Para los vikingos, el punto en el que recalaban los fallecidos en batalla se denominaba Valhalla, salón de los caídos, y era un espacio en el que se disfrutaba de banquetes a base de carne de jabalí e hidromiel presididos por Odín.

En términos generales, no ha habido una idea de paraíso que no haya ido acompañada de comida. Por esta razón, es lógico que en el Génesis y el Corán, textos surgidos en Oriente Próximo, se citen granadas, palmeras datileras, leche, miel o azafrán, mientras que en la descripción del Tlalocan maya y azteca se aluda a productos como el maíz, los frijoles, el amaranto o las flores comestibles.

Una muestra de la presencia notoria de la mano o razón humana en la mediación divina la encontramos en Annales veteris testamenti, a prima mundi origine deducti, obra en la que el arzobispo anglicano James Ussher, en su afán de disputa con la Iglesia de Roma, calculó la expulsión de Adán y Eva del edén en noviembre del 4004 antes de Cristo, fecha que se estima hoy como de llegada al Reino Unido de grupos de agricultores.

La cuestión sería aventurar en la actualidad cómo debería ser el lugar ideal para confinarse eternamente. ¿Sin necesidad de alimentarse? ¿Con banquetes desaforados y sobremesas perpetuas? ¿Con cañeros interminables de cerveza helada? ¿Con comida que no engordara? ¿Sería el paraíso un resort de lujo con algunos de los mejores cocineros a nuestra disposición? ¿Con playas mayúsculas o con piscinas desbordantes? ¿Mucha diversidad y algo de lectura, teatro y cine? Bueno, pues igual ya vivimos en el paraíso y no hemos reparado en ello. Y aquí me quedo con lo que afirmaba Voltaire: el paraíso terrenal está donde yo esté.

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miércoles, noviembre 19

La intensa reina Margot

(Un artículo de Ana Echeverría en La Vanguardia leído el 4 de marzo de 2020)

Margarita de Valois fue reina de Navarra. Y pudo haberlo sido de Francia. Se lo impidieron sus errores políticos y su esterilidad. Pero nada acabaría con sus ganas de vivir intensamente.
 

El personaje de la princesa Margarita de Valois, que entonces tiene diez años, se llama Margot. El apodo se le quedará para siempre. Pero esta escena idílica no bastará para borrar las tensiones entre católicos y protestantes. Con los años, Angelot urdirá complots contra su propio hermano. Enrique III matará a Enrique de Guisa y morirá, a su vez, asesinado.

La muerte de Enrique de Navarra será igual de violenta. De los diez hijos de Catalina, solo Margarita llegará a la vejez. Y no será precisamente un instrumento de su madre: la pequeña Margot olvidará pronto los versos del gran Ronsard para interpretar su propio papel en la historia de Francia.

El gran tour de Catalina

La infancia de Margarita de Valois fue tranquila y no demasiado familiar. Los Reyes vivían en el Louvre, los príncipes se criaban en Amboise. Aún no había cumplido siete años cuando Enrique II, su padre, murió accidentalmente en una justa. Desde entonces, la política absorbió por completo la atención de su madre, tanto durante el brevísimo reinado de su hijo mayor, Francisco II, como durante la regencia del siguiente, Carlos IX. En cuanto a sus hermanas, aún era muy niña cuando se marcharon para casarse. Creció entre libros de latín y clases de baile, y según sus contemporáneos llegó a ser maestra en ambas disciplinas.

Al alcanzar la pubertad completó su educación acompañando a la corte en un gran viaje de dos años por Francia. Fue, por así decirlo, una gran gira promocional. La reina pretendía consolidar la paz y reforzar la imagen de su hijo Carlos como monarca. Para ello, paseó por las provincias toda su magnificencia: unas quince mil personas, entre damas, gentilhombres, lacayos, cocineros, coperos, músicos, capellanes y guardias. A su paso, la comitiva restauraba los derechos de los hugonotes (así se llamaba a los protestan tes en Francia) en las ciudades católicas, y los de los católicos en las hugonotes.

Para Margot fue todo un máster de iniciación a la vida cortesana. Aprendió protocolo, recibió homenajes y, no menos importante, descubrió la existencia del famoso “escuadrón volante” de la reina: veinticuatro damas de honor que revoloteaban de un amante a otro sonsacando información útil para su señora. Más tarde, la historia recordaría a Margarita por sus escandalosos amoríos, pero no hay que olvidar que el entorno en que creció (y que la criticó) no era modélico.

Estreno en política

Dos años después de su regreso a París, a la princesa adolescente le llega la primera oportunidad de intervenir en los asuntos de la Corona. Su hermano Enrique, duque de Anjou, parte a sofocar una sublevación hugonote y le pide que defienda sus intereses ante Catalina. Margarita acepta entusiasmada. Es la primera vez que alguien confía en su elocuencia. Catalina, encantada al ver que se ocupa de algo más que de asistir a bailes, le va confiando pequeños secretos de Estado.

Margot descubre el encanto de la política, pero sobre todo se siente adulta y valorada por una madre que hasta entonces se había mostrado distante. Todo se echó a perder. Al parecer, la joven tenía un idilio con el duque Enrique de Guisa, el Guisin de aquella obra infantil. Enrique de Anjou se enteró a través de uno de sus favoritos e informó a Carlos y a Catalina. A Margot le montaron una escena.

La brecha entre madre e hija seguirá abriéndose: Catalina de Médicis ni siquiera incluirá a Margot en su testamento

No es que al novio le faltara abolengo, más bien le sobraba: los Guisa competían con los Valois por la Corona. Además, los Valois, por aquel entonces, defendían la convivencia entre religiones, mientras que los Guisa lideraban el partido ultracatólico. Era un matrimonio imposible. La alianza entre Margot y su hermano Enrique se rompería para siempre. Pero lo que más dolió a la princesa fue perder la confianza de su madre, que dejó de hacerle confidencias. La brecha entre madre e hija seguirá abriéndose con los años: Catalina de Médicis ni siquiera incluirá a Margot en su testamento.

Un plan incómodo

La reina halló dos remedios para el mal de amores de su hija: desayunos a base de infusiones de acedera y un matrimonio de Estado. Se barajaron varios candidatos, desde el rey de Portugal hasta el hijo de Felipe II. Al final, tras enrevesadas negociaciones, se optó por casarla con el heredero al trono de Navarra. Navarra era por entonces un reino minúsculo. Según un dicho burlón de la época, podía atravesarse a la pata coja. El sur se había incorporado a España en tiempos de los Reyes Católicos; solo se mantenía independiente una pequeña franja al norte de los Pirineos.

Además, era un nido de hugonotes, empezando por la reina, Juana de Albret, que estaba aliada con buena parte de la aristocracia francesa. Casar a los dos príncipes era un intento de fortalecer la paz religiosa, siempre precaria, como demuestran los rumores tras la muerte repentina de Juana, que no llegó a ver la boda. La mató una neumonía, pero corrió la voz de que su futura consuegra le había regalado unos guantes envenenados.

A Margot no le gustaron nada estos planes. Enrique de Navarra no era un príncipe refinado: prefería la caza a los libros, cuidaba poco su higiene y no hacía falta besarle para adivinar que su plato favorito eran las tortillas de ajo. Además, la princesa sabía que su posición de mediadora entre bandos enemigos iba a ser incómoda. Según algunos autores, se resistió con tanta energía que, durante la ceremonia, su hermano mayor tuvo que inclinarle la cabeza a la fuerza para que diera el sí. Otros ponen en duda la anécdota y creen que se exageró más adelante para poder anular el matrimonio.

Tampoco la Iglesia católica vio con buenos ojos el enlace. El papa Gregorio XIII jamás lo autorizó. Fue Catalina quien falsificó una carta en la que se anunciaba la llegada inminente de la dispensa papal. Los festejos fueron lujosos y multitudinarios... Pero no duraron mucho. Apenas seis días más tarde, por razones que aún no han quedado claras, los extremistas católicos emprenden una matanza de hugonotes. Las calles de París se llenan de cadáveres.

La familia real francesa abandona su posición conciliadora y obliga al recién casado a abjurar de su religión para conservar la vida. Enrique de Navarra obedece, pero le retienen como prisionero en el palacio del Louvre, mientras la mayor parte de su séquito es ejecutada o encarcelada. Entonces Margarita toma una decisión asombrosa. La alianza con los hugonotes ya no es necesaria, y su madre y sus hermanos le proponen anular el matrimonio que acaba de contraer.

Para sorpresa de todos, la nueva reina de Navarra se niega. ¿Por qué? Pudo ser por compasión: su nuevo esposo estaba en una situación delicada y solo ella podía protegerle. O tal vez quiso evitar que su madre volviera a convertirla en un peón de su política matrimonial. A partir de entonces, Margarita se movió con la máxima libertad, tanto en lo político como en lo personal.

Primeras intrigas

Durante sus primeros cuatro años de casada, Margarita urde toda clase de planes para que su esposo pueda huir del Louvre. Para ello cuenta con la ayuda de su amante, el señor de La Molle, y de su hermano pequeño, Francisco de Alençon, que desea suceder a Carlos en el trono. Forman el partido de los malcontents, que abogaban por regresar al equilibrio entre religiones. Cuando se descubre la primera de estas conspiraciones, Margarita redacta en nombre de su marido una hábil carta exculpatoria que le salva la vida. Pero no logra salvar a su amante.

La Molle muere decapitado, se le acusa de recurrir a la brujería para dañar la salud del rey Carlos. Se cuenta, aunque no está demostrado, que Margarita sobornó al verdugo para poder enterrar dignamente su cabeza. Lo que sí se sabe es que desafió a la corte llevando luto por él. La salud de Carlos IX no mejoró tras la ejecución de su supuesto hechicero. Falleció de tuberculosis aquel mismo año. Su hermano Enrique de Valois se convirtió en Enrique III de Francia, pero en lo esencial continuó con la política procatólica de su hermano mayor.

Dos años más tarde, Enrique de Navarra logra escapar de París y vuelve a su reino. Margarita pide entonces reunirse con él, pero no se lo permiten. Sin embargo, Enrique III, intimidado por el ejército hugonote que su hermano Francisco está empezando a reunir, acepta firmar el Edicto de Beaulieu, que devuelve a los protestantes parte de los privilegios perdidos. Este acuerdo no puso fin a la rivalidad entre los hermanos Valois.

Los favoritos de cada uno siguieron cruzando bravuconadas y retándose a duelo por las calles de París. Margarita no dejó de apoyar al hermano menor: en vista de que había perdido el trono de Francia, tal vez podría hacerse con el de Flandes. El sur de los Países Bajos se había alzado en armas contra el dominio español.

Margot recordó de pronto las virtudes medicinales de las aguas de Spa, y, con el pretexto de acudir al balneario belga, emprendió un calculado viaje por tierras flamencas, ofreciendo a los sublevados la ayuda de Francisco a cambio de la Corona. Fue su primer gran fracaso político. Asistió a fiestas, hizo contactos y deslumbró a todos con su poderoso atractivo, pero no logró concretar ningún acuerdo.

Amor y libros

De todos modos, el pacto de Beaulieu había sentado las bases para un nuevo acuerdo de paz con los protestantes, y Margarita era la intermediaria ideal. Tras siete años casada, reclama su dote y parte por fin para reunirse con su esposo. Empieza la época más feliz de su vida. La corte de Navarra es modesta, pero agradable y liberal. Su nueva reina aparca las intrigas y se entrega a una vida de placeres.

El rey facilita los encuentros de Margot con su amante; la reina llega incluso a ayudar en el parto a Fosseusse

Reúne en torno a ella a artistas y escritores. Introduce en la corte el Neoplatonismo italiano. Compra libros, escribe poemas, organiza fiestas, coquetea. Se enamora perdidamente de Champvallon, un noble al servicio de su hermano Francisco. Su marido, entretanto, pierde la cabeza por una adolescente apodada Fosseusse. No hay celos entre ellos: son estrictamente un matrimonio de conveniencia. El rey facilita los encuentros de Margot con su amante; la reina llega incluso a ayudar en el parto a Fosseusse cuando esta queda embarazada, aunque el bebé nace muerto.

Ella, en cambio, no logra tener hijos. Está a punto de cumplir los treinta y aún no ha dado sucesión al reino de Navarra. La favorita de Enrique se envalentona y trata de relegarla; las relaciones entre los esposos empiezan a enfriarse. Al cabo de tres años de vida en Nerac, Enrique III y Catalina escriben a los reyes de Navarra para pedirles que viajen a París. Enrique de Navarra, desconfiado, declina la invitación. Pero Margarita decide ir. En París la esperan los brazos de Champvallon.

Pública deshonra

Enrique III está preocupado por el poder cada vez mayor de los Guisa en París y cree que una visita del rey hugonote bastará para intimidarlos. Por eso insiste a su hermana para que lo atraiga al Louvre, pero las cartas de Margot no dan resultado. Por otra parte, esta pone más interés en ayudar a su otro hermano y en disfrutar de su amante. Cuentan las malas lenguas que Champvallon entra en sus aposentos cuando quiere, oculto en un baúl.

Incluso corren rumores de embarazo. Francisco de Alençon, tras un intento fallido de casarse con Isabel I de Inglaterra, vuelve a pensar en el trono de Flandes. Ni su hermano ni su madre le apoyan: temen que su ambición les aboque a una guerra contra España. Pero su hermana sí: los espías de Enrique III interceptan las cartas que Margot intercambia con su hermano pequeño. Es la gota que colma el vaso. En mitad de un baile, el rey ordena a los músicos que dejen de tocar y dirige una retahíla de insultos a su hermana ante toda la corte.

Margarita se queda entre París y Nerac, a la espera de que su hermano y su marido concluyan las negociaciones

La llama prostituta, la acusa de tener infinidad de amantes y finalmente la expulsa de París. Enrique de Navarra se indigna y exige explicaciones a Enrique III por esta humillación. En realidad, aprovecha la ocasión para invadir Mont-de-Marsan y ampliar sus tierras a costa de la ofensa. Durante más de siete meses, Margarita se queda a medio camino entre París y Nerac, a la espera de que su hermano y su marido concluyan las negociaciones. Cuando por fin acepta su regreso, Navarra la recibe con gran frialdad.

Sola contra todos

Margot pierde pronto su último apoyo. Su hermano Francisco muere de tuberculosis. Su hermano Enrique sigue sin perdonarla, y en cuanto a su marido, la ignora. La reina abandona el partido de los católicos moderados y pacta con los Guisa, ultracatólicos. Lo hace en un momento inoportuno, ya que Enrique III no tiene descendencia y Enrique de Navarra, por puro azar dinástico, se convierte en su heredero legítimo. Si lograra hacer las paces con su esposo, sería la siguiente reina de Francia.

Pero la reconciliación le parece improbable, y, además, Navarra se obstina en seguir siendo hugonote, pese a que el cambio de fe es la única condición que Enrique III impone a su cuñado para nombrarle sucesor. Sea como sea, Margarita elige mal, pero su elección es valiente. Temeraria, incluso. Se muda a Agen, una de las ciudades que le pertenecen por dote, la fortifica, reúne un ejército y se lanza a guerrear por su cuenta.

Pero el apoyo de los Guisa es más simbólico que financiero. Sus mercenarios, mal pagados, se entregan al pillaje, y sus vasallos, hartos de pagar impuestos, no tardan en rebelarse contra ella. Se ve obligada a peregrinar de castillo en castillo huyendo de las tropas reales, que finalmente la detienen y la encierran en la fortaleza de Usson.

A lo largo de los trece años que pasó allí se entretuvo escribiendo sus Memorias, una de las obras maestras de la literatura francesa del Renacimiento. Llegó a un acuerdo con su carcelero, el marqués de Canillac, para cederle el condado de Auvernia a cambio de un trato benévolo. En la práctica el marqués dejó a Margarita completamente libre, dueña y señora de Usson. Se quedó allí porque, a fin de cuentas, tampoco tenía a donde ir.

Dulce vejez

A partir de 1588 se precipitan los acontecimientos. Enrique III se deshace del duque de Guisa y un año más tarde muere en circunstancias no muy decorosas, a manos de un monje que lo acuchilla en el retrete. Enrique de Navarra ya solo necesita dos cosas para ser rey de Francia. Una es pasarse de nuevo al catolicismo. Aunque en realidad nunca dijo aquello de “París bien vale una misa”, la frase cuadra bien con su carácter pragmático.

La otra es deshacer su matrimonio con Margot, incapaz de concebir un sucesor. Para lograrlo es preciso que ella también pida la anulación a la Santa Sede. Las negociaciones se prolongan diez años, no porque Margarita tenga esperanzas de reinar ni interés en conservar a Enrique, sino porque se niega a que este se case con su última favorita y madre de sus hijos, Gabrielle d’Estrées. Solo está dispuesta a ceder su sitio a otra princesa europea.

Cuando un mal embarazo se lleva la vida de Gabrielle y Enrique IV se compromete con María de Médicis, Margarita da por fin su brazo a torcer. Incluso se esfuerza por ganarse el afecto de su sustituta. Nombra heredero de todos sus bienes al delfín y se convierte en una más de la familia, una especie de anciana tía excéntrica y entrañable. Margarita regresa a París con más de cincuenta años (una edad casi venerable en la época) y muchísimos kilos de más. Los que la recordaban como una esbelta princesa se asombran de que apenas quepa por las puertas.

Pero su espíritu se mantiene joven. Prosigue su obra literaria: escribe el Discurso docto y sutil, todo un alegato feminista que se adelanta a su tiempo. Además, sigue con sus pelucas rubias, sus escotes de vértigo y sus amantes, que cada vez son más jóvenes y de peor cuna. Implanta la moda de empolvarse el rostro y derrocha dinero a espuertas porque, según confiesa a su exmarido, no sabe vivir de otro modo. El día de su muerte, los acreedores invaden su casa. Con ella, según su elogio fúnebre, desaparecía “el paraíso de los placeres de la corte, la flor de las margaritas, la flor de Francia”. 

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lunes, noviembre 17

La tragedia de Espartero: el héroe español conocido por los genitales de su caballo

(Un artículo de Jordi Corominas i Julián en El Confidencial del 10 de enero de 2019)

El militar, que fue la salsa de todos los platos en la España del siglo XIX, ha desaparecido de los callejeros y de la memoria colectiva de la nación. [En 2019] una gran biografía recuerda su figura.

España es quizá el país europeo que mejor desdeña su propia Historia, sumida en una ignorancia querida por los planes educativos para propulsar hasta los topes la incultura ciudadana. Para el relato patrio decimonónico nadie fue más importante que Baldomero Espartero, duque de la Victoria, príncipe de Vergara, 'Pacificador Supremo' y acuñador del lema más repetido a lo largo de esa centuria: cúmplase la voluntad nacional. Ahora su figura ni siquiera está desdibujada y sólo sirve como frase hecha relativa a las dimensiones de los genitales del caballo de su estatua ecuestre o para eliminarlo del nomenclátor callejero dentro de las premisas de lo políticamente correcto, como en Barcelona, ofendida por la doble presencia, tenía dedicadas una calle y un pasaje, del que bombardeó la ciudad condal en 1842.

En 2009 su nombre desapareció en apariencia de las placas, pero si uno pasea al lado de la plaza de Catalunya aún verá una vía dedicada a Vergara, lugar del famoso abrazo que selló el principio del fin de la primera guerra carlista. Su permanencia, indicativa de la relevancia del personaje en un pasado no tan lejano, se debe a la pura desidia de unas autoridades desconocedoras, como una inmensa mayoría, de los dimes y diretes de un siglo muerto por amnesia en las premisas de nuestro imaginario político. 

Nadie gozó de más fama popular que el protagonista de este artículo, y así lo demuestran cerámicas de Manises, banderolas, peticiones de autógrafos, presencia mediática, imitaciones de su estética y el constante recurso a su persona para dirimir cualquier cuestión de urgencia, hasta el punto que hasta su muerte, acaecida en Logroño en 1879 a la proba edad de 85 primaveras, fue reclamado como árbitro y caudal simbólico, siendo visitado por todos y cada uno de los representantes de la autoridad, desde los republicanos hasta el joven Alfonso XII, quien sabía del valor de departir con el viejo para revestirse de potestad ante la perpetua zozobra de aquellos decenios repletos de conflictos civiles y una lucha intensísima por definir el rumbo hacia la modernidad liberal o seguir en una senda anquilosada. Repetición de repeticiones, lenguaje familiar para nuestros oídos. 

Baldomero Espartero nació en el seno de una familia humilde y de no mediar Napoleón su destino hubiera sido el de un eclesiástico anónimo sin tanto furor ni ímpetu. En este sentido el británico Adrian Shubert, autor de 'Espartero, el pacificador', una excepcional biografía publicada en Galaxia Gutenberg, atina al vincular su suerte "a esas épocas de crisis que debilitan la solidez de las costumbres, las leyes y las instituciones que prevalecen en tiempos normales, y hacen posible la irrupción en lugares destacados de la Historia de personas hasta ese momento destinadas a papeles secundarios". 

La revolución fue continua, como el movimiento al que le sometieron las tropas carlistas por el País Vasco mientras perseguía su sueño de paz entre frío, fantasmas invisibles y la conciencia de aupar la legalidad a toda costa. Antes de su mito se vio engullido por la centuria y Napoleón, enrolándose en el ejército con dieciséis años hasta recalar en el Cádiz de las Cortes, empaparse de ideología liberal y pasar una década entera en las colonias sudamericanas, enfrascadas en su liberación de la metrópoli. 

La lid contra Bolívar, que casi consigue su ejecución, y compañía le proporcionó experiencia en el campo de batalla y una nada desdeñable fortuna económica basada según muchos en su pericia en la mesa de juego. El rumor encajaría con su personalidad, amante del filo de la navaja, temerario hasta el extremo e inasequible al desaliento en su empeño de silenciar los cañones en la contradicción imperativa de usar las armas para lograr su meta.

En 1833 saltó de Palma a la Península y sin ser en absoluto el favorito de la Regencia derrochó una energía insólita en la primera guerra carlista, que le mantuvo enfrascado durante más de siete años por todo el norte español. El punto de inflexión llegó la madrugada de la navidad de 1836, cuando, enfermo, rompió en medio de la noche y la tormenta el cerco del enemigo hasta en Bilbao para regocijo de los partidarios de la entonces niña Isabel II. A partir de entonces la espada ganadora de la batalla de Luchana sería indispensable a pesar de su portador. 

Espartero siempre defendió la bandera del orden constitucional, esa fue su divisa y no le importó el menosprecio al que se vio sometido desde las más altas instancias. Ahora nadie recuerda cómo la España del siglo XIX fue pasto de constantes guerras fraticidas, siendo la más significativa la que le proporcionó la inmortalidad durante su presente. Poco a poco, con paciencia infinita y en muchas ocasiones a cuenta de su propio bolsillo, desarboló la resistencia de los militares de Carlos Maria Isidro hasta finiquitarla el 31 de agosto de 1839 en el ya mencionado abrazo de Vergara entre él mismo y Maroto.

A diferencia de Franco, que intentó aniquilarlo de la memoria, Espartero apostó por la reconciliación como pilar de la construcción nacional. No contemplaba venganza y detestaba a los políticos profesionales, a los que juzgaba incapaces de remar en la concordia para solucionar los problemas acuciantes, pues sólo servían para crear querellas internas y alejarse de la realidad sin hacer nada para remediarlo, tanto que esta actitud les daba poder sólo hasta donde llegaba el horizonte.

Shubert, como muchos otros historiadores, data la posibilidad de un verdadero cambio en 1840, cuando el autoritarismo de la primera María Cristina quiso eliminar de un plumazo el debate público con una ley municipal ideada para perjudicar a los progresistas en sus feudos urbanos y aupar al Partido Moderado a la inmóvil cabeza de las instituciones. El tiro, nunca mejor dicho, le salió por la culata y la revolución, otra más, convirtió a Espartero en Regente. 

Ese período, hasta el exilio de julio de 1843, fue la gran oportunidad perdida del liberalismo español para revertir la cadena de acontecimientos. Espartero no era un buen dirigente y no supo gestionar la habitual división de las fuerzas proclives a la transformación del país, enfrentadas entre sí para dilapidar cualquier esperanza.

Esta resurgió en 1854. Durante la década moderada Espartero se mantuvo apartado pese a estar en boca de todos. Hasta 1848 lo hizo forzado en Londres. Cuando se le permitió regresar y recuperar todos sus títulos cumplió su añeja aspiración de ser una especie de Cincinato rural, retirado en su finca riojana junto a su queridísima esposa Jacinta, loada por su inteligencia y saber estar incluso por Lord Palmerston. Los símiles del duque de la Victoria con George Washington eran un clásico, pero él sólo quería una Nación disciplinada sin algaradas ni desmanes, algo harto complicado entre el contexto y el desgobierno. 

Ni él mismo tuvo la pericia de enderezarlo cuando otro vuelco en julio de 1854 condujo al bienio moderado. Entonces no dudó en aliarse con la antítesis que representaba el general O’Donnell para salvar la corona y enderezar la nave hasta desprestigiarse en el intento. Sorprende leer cómo la incipiente clase obrera aún le rendía pleitesía en las barricadas de Madrid y hasta en las proclamas barcelonesas durante la primera Huelga General de 1855.

Ese bienio progresista fue su tumba política. Al no prosperar la convivencia con su antípoda se despidió para siempre con mucho disgusto por parte del pueblo, que nunca entendió su abandono de 1856, cuando se le esperaba de nuevo para remediar el eterno desaguisado. Al no ser un patrón de los imposibles retomó el camino del anonimato, utópico cuando la calle celebraba su santo y nadie olvidaba su influencia, sin la que era utópico tener un aval digno de confianza. 

En la década de 1860 España se abocó a uno de sus tantos desastres. La campaña de Marruecos no logró frenar la mala prensa de la Monarquía en todos los ámbitos, agravada por las revueltas estudiantiles, la burbuja del ferrocarril y el fallecimiento de O’Donnell y Narváez, dos providencias sin las que Isabel II se vio por completo indefensa hasta el Pronunciamiento de la Gloriosa el 19 de septiembre de 1868. El triunvirato configurado por Serrano, Prim y Topete dio paso al Sexenio Democrático, donde se quiso mantener la corona sin borbones y el pueblo clamó a las claras por Espartero, quien recuperó una popularidad acaso nunca perdida y fue postulado a ocupar el trono entre coplas, adhesiones y consultas con resultado negativo. Esgrimió tener debilitada la salud y haber cumplido con su deber, no sin antes advertir que la elección de un soberano extranjero haría crónico el caos, como si así fue. Hasta los republicanos le pidieron sin éxito ser presidente y la cantinela de encumbrarle prosiguió hasta que dio su beneplácito a Alfonso XII, cerrándose así su determinante papel extendido durante más de seis décadas. 

La muerte de su esposa Jacinta fue el preludio de la suya. Falleció el 8 de enero de 1879, recibió funerales de Estado y no se libró de la manía estatuaria, brotando homenajes a lo largo y ancho de nuestra geografía.

La conmemoración, como si así se hiciera justicia, fue la catapulta para su borrado, debido en cierto modo a la precaria consolidación del sistema de la Restauración, bien distinto a los vaivenes de los dos primeros tercios del Ochocientos. Más tarde la cultura política española ha eliminado por completo esa génesis para centrarse en aspectos monotemáticos empecinados en la última dictadura. Lo demás, ya lo advertíamos al principio de este texto, nunca existió y no es que el sueño de la razón produzca monstruos. En este caso vivimos un sempiterno presente donde lo pretérito no figura en ninguna agenda, lo que empobrece la discusión hasta constituir una rémora para construir ningún tipo de unidad. La derrota del Espartero póstumo es otra metáfora más del analfabetismo por decreto.

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sábado, noviembre 15

La tiranía de la "cara de instagram"

(Un texto de Fátima Uribarri en el XLSemanal del 18 de septiembre de 2022)

Los algoritmos también mandan sobre la belleza. El uso de filtros en los retratos impone un canon peligroso, alertan psicólogos y médicos. Pero triunfan cuanto más deforman las caras.

Deforma los rostros hasta la hipérbole y ha sido un exitazo: el filtro de Instagram de efecto facial Vedette ++ se vio 130 millones de veces en solo tres meses y medio. Luego, Instagram lo vetó porque los cirujanos plásticos alertaron de la afluencia de adolescentes que pedían rostros con rasgos desorbitados. Son consecuencias nocivas de la locura por los filtros que se vive en las redes sociales. Cosas que, según un informe publicado en The Wall Street Journal, Instagram sabía. Han encontrado documentos internos que reconocen que «empeoramos los problemas de imagen corporal de una de cada tres adolescentes». Su influencia sobre la imagen es inmensa: en 2019, Instagram contaba con mil millones de usuarios mensuales activos. Meta, dueña de Instagram, Facebook y WhatsApp, ha levantado un andamiaje técnico sobre el que se asienta una "cultura de belleza digital" con dos consecuencias inmediatas: engancha y "puede ser contraproducente. 

Que los filtros enganchan es evidente. En 2020, Meta anunció que más de 600 millones de personas habían probado al menos una de las funciones de realidad aumentada que usan en sus filtros. Y que pueden ser contraproducentes lo advierten los médicos. «Las intervenciones de cirugía estética en menores de edad son un 1,7% de las realizadas en España. La presión social por estar perfecto hace que la afluencia de adolescentes a nuestras consultas cada día sea mayor. Y esto se debe al abuso de selfis y el uso de filtros correctores que hacen que los adolescentes distorsionen su imagen corporal», afirma José Ángel Lozano, vocal de la Asociación Española de Cirugía Estética Plástica. Otro efecto nocivo es que estandarizan un canon de belleza. Existe la 'cara de Instagram', de labios carnosos, pómulos pronunciados y piel tersa. Instagram reaccionó ante las protestas médicas en 2019 y ahora su política establece que «el contenido no debe promover procedimientos cosméticos peligrosos». Una de las famosas que alertan sobre los filtros es la cantante Demi Lovato. Ella ha pedido perdón por haberlos utilizado y ha dejado de hacerlo: «¿Cómo se van a aceptar a sí mismos los adolescentes con esta mierda?», ha declarado.

LA DEFORMACIÓN VIRALIZA 

«Sin deformación, un filtro no tendrá tanto éxito como otros, incluso si los otros son técnicamente más complicados», explica Lucie Bouchet, autora de filtros. Lo sabe bien: su creación Cabello Dorado fue vista 300 millones de veces, mientras que un filtro similar sin esos efectos no pasó de 7,2 millones de impresiones, Aun así, ella ha dejado de usar las deformaciones por sus efectos nocivos en las jóvenes. Los que están en pleno auge son los filtros que embellecen: un 70 por ciento de sus usuarios tienen entre 13 y 24 años, y la mayoría anhela los mismos rasgos. Según Florencia Solari, autora de filtros, el problema de la estandarización digital de la belleza no está en los filtros, sino en la sociedad. «Hay que ayudar a la gente a tener la fuerza para decir: 'Me gusto y me muestro como soy'», dice.

OBSESIÓN JUVENIL POR LA BELLEZA 

Un 70 por ciento de los usuarios de filtros en Instagram tiene entre 13 y 24 años, y la mayoría de ellos añade a sus retratos el mismo tipo de rasgos. 

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