Inventos que cambian el mundo
(Un texto de E. Font en el XLSemanal del 7 de febrero de 2016)
Gafas por un euro, sal convertida en luz, zapatos que 'crecen' al
tiempo que el pie de los niños... Estos inventos no tienen más misterio que su asombrosa
sencillez. Ideas geniales que resuelven problemas muy complejos y mejoran la vida
de millones de personas en los países más pobres del mundo. se lo contamos.
Gafas por un dólar
Martin solo tuvo que echar cuentas.
Según
la Organización Mundial de la Salud, 150 millones de personas necesitan gafas, pero
no tienen dinero para comprarlas. Consecuencia: los niños no pueden estudiar ni
los adultos trabajar, lo que a su vez les impide alimentar a sus familias. Las economías
de los países pobres dejan de generar por esta causa la friolera de 120.000 millones
de dólares cada año, casi el volumen anual de toda la ayuda al desarrollo.
Todos estos datos no hacían más que bullir en la cabeza de Martin Aufmuth, de 41
años. y decidió buscar una solución.
Empezó a investigar y consultó con los oftalmólogos que colaboran enviando
gafas viejas a África. Un sistema bienintencionado,
pero insuficiente, pensó. Los necesitados de gafas reciben unas que se adaptan algo
a su problema, pero nadie se las arregla si se les rompe.
Ya de pequeño, Martín - nacido en Algovia, al suroeste de
Alemania- era muy manitas y soñaba con ser inventor. Sin embargo, acabó centrándose
en la docencia y se convirtió en profesor de Matemáticas
y
Física. Pero su alma de inventor volvió a revivir...
EL CUBO MÁGICO. Martín estudió un millar de patentes y experimentó
con innumerables materiales. Necesitaba hallar la montura perfecta para sus
gafas: extremadamente dura, extremadamente flexible y con una resistencia a la
torsión adecuada para no partirse fácilmente. Y lo logró: medio metro de
alambre de acero es la materia prima para sus monturas. Pero para darle forma
con precisión no bastan unas tenazas normales. Por eso, Martín se pasó meses en
el sótano de su casa desarrollando una máquina que resolviera el problema de
forma rápida y sencilla. El resultado: un cubo de madera de 30 centímetros. La
fábrica de gafas más pequeña del mundo.
PERMITEN VER Y COMER. Con sus monturas, Martin usa unas lentes
sintéticas irrompibles y resistentes
a los arañazos. Todo el material cuesta un dólar. Además, para montar estas
gafas no hacen falta tornillos ni fresadoras, ni electricidad. Y todas las piezas
se prefabrican in situ. La organización EinDollarBrille ('Gafas por un Dólar'),
fundada por Martín en 20I2, ya está en ocho países de África y América Latina. Operarios
de la organización fabrican las gafas en cada país y luego las venden por valor
de entre dos y tres veces el salario diario medio en cada país. Los trabajadores
locales reciben como pago la diferencia entre costes e ingreso. En una de las
regiones de Burkina Faso en las que la organización está presente se han vendido
ya 10.000 gafas, y 25 trabajadores locales y sus familias viven de los beneficios.
SOSTENIBILIDAD. El compromiso de Martín, padre de tres hijos, le exige
viajar por medio mundo para enseñar cómo se fabrican sus gafas, organizar el
envío del material, convencer a posibles colaboradores, reunir donativos... La organización
necesita invertir al menos 50.000 euros antes de que el primer equipo pueda
producir gafas de calidad autónomamente en un país. «Pero luego es sostenible
-dice Martín- y funciona sin necesidad de donativos». Más información en: www.eindollarbrille.com
Zapatos que “crecen”
Más de 300 millones de niños en todo el mundo no tienen zapatos. Y
millones más se ven obligados
a usar un calzado que no se corresponde con su talla. Esa imagen se le clavó en
la mente al norteamericano Kenton Lee en 2007, cuando estaba en Kenia trabajando
como voluntario con niños huérfanos. «Un dia vi a una pequeña
de seis años que llevaba unos zapatos tan desgastados y diminutos que sus dedos
asomaban por la punta. Pensé que sería genial que hubiera un calzado que se
adaptase al crecimiento de los niños».
No es solo un tema de dignidad. Es una cuestión de salud. Más de 2000 millones de
personas sufren enfermedades transmitidas por las plantas de los pies.
CONTRA VIENTO Y... LAS GRANDES MARCAS. Kenton, un estudiante sin
preparación empresarial ni de diseño, regresó a su Idaho natal convencido de que
tenía que hallar una solución, y se puso a dibujar hasta que dio con la clave: unos
zapatos que 'crezcan’. Como no
era zapatero, necesitaba apoyo profesional. Contactó con la industria del
calzado, pero las grandes firmas no mostraron interés en su prototipo. Y eso
que él estaba dispuesto a ceder la patente. No quería dinero, sólo que alguien
los fabricase. Un año después, desesperado, decidió crear su propia ONG, Because International, para
recaudar fondos que le permitiesen fabricar la sandalia. En 2008 contó con una
ayuda inesperada, otra ONG, Proof of Concept, que aceptó desarrollar el primer prototipo.
Así nació el zapato que 'crece'.
La punta y el talón se estiran para aumentar de largo y los laterales
se amplían para ganar en anchura. Se puede comprar en dos tamaños: el pequeño,
para niños de entre 5 y 9 años; y el grande, para los que tienen entre 10 y 14.
Gracias a sus sólidos materiales, cuero y goma, duran cinco años y se reparan con
facilidad.
TAMBIÉN EN ESTADOS UNIDOS. Sin embargo, Lee tardaría aún un par de
años en poder enviar la primera partida de 3000 sandalias a Ruanda y Kenia
(este año enviará 5000 más). Su comercialización se ha convertido en un
problema. De momento depende de las donaciones para fabricar y enviar. Un par de
estos zapatos cuesta 50 dólares, pero el precio baja hasta 15 si se compran más
de 100 pares. Por ello, Lee quiere fabricar estos zapatos de forma masiva en
los sitios de destino, y así reducir los costes y no depender de las donaciones.
Curiosamente, también ha surgido otro mercado potencial: Estados Unidos. Lee está
sorprendido con la cantidad de solicitudes recibidas en su país. Hacer frente a
los gastos del calzado de los niños es también un problema para miles de familias
americanas. Más información en: http://theshoethatgrows.org
Lámparas con sal
«Esto no es tecnología espacial -dice Aisa Mijeno-. Son cosas que se
estudian en las clases de Química en el instituto. Solo hay que aplicarlas».
Eso hicieron ella y su hermano al crear la lámpara que funciona con sal en vez
de con electricidad. «Sorprende que el 70 por ciento de la superficie de la
Tierra sea agua salada -añade- y solo una chica filipina haya pensado en usar este
enorme recurso para encender lámparas».
Mijeno, ingeniera de formación, convivió durante mucho tiempo con la
tribu Kalinga mientras colaboraba con una ONG. Le impresionó que no tuvieran acceso
a la electricidad y que usasen queroseno para sus lámparas. Caminaban 12 horas para
conseguirlo. Así que el sistema no solo era caro, también peligroso, contaminante
e inflamable. En 2010, cuando se incorporó a dar clases en la Universidad de La
Salle, Aisa ya le estaba dando vueltas a cómo solucionar el problema. Pero no
fue hasta 2013 cuando la incubadora de start-ups filipina Ideaspace
Foundation le permitió presentar su proyecto en su competición anual. La fundación
'compró' su lámpara de sal. Ella y su hermano Raphael crearon la empresa Startup
Alternative Lighting o SALt, que utiliza tecnología de celdas galvánicas, pero en
lugar de electrolitos emplea cloruro de sodio. La lámpara funciona ocho horas
al día durante seis meses; Después hay que reemplazar el ánodo, pero es mejor
que comprar queroseno cada dos días. Más información en: www.salt.ph
Una Incubadora portátil
Todo empezó con un trabajo para clase. En el máster de la Universidad
de Standford le encargaron a Jane Chen, licenciada en Psicología y Económicas,
y a sus compañeros que creasen una incubadora barata que se pudiera usar en
áreas rurales. Dieron con una idea tan sencilla y útil que hoy Chen es la consejera delegada de Embrace Innovations,
empresa dedicada al diseño de tecnologías para la salud en países en desarrollo.
La incubadora consiste en una especie de bolsa de dormir con un sistema térmico
que funciona con agua hervida y mantiene una temperatura de 37 grados hasta 6 horas
sin necesitar energía eléctrica. Es portátil y mantiene la temperatura corporal
del bebé hasta que pueda recibir los cuidados adecuados. Además, es reciclable,
ya que puede esterilizarse y volver a ser utilizada. Y solo cuesta 25 dólares, cuando
una tradicional ronda los 20000 dólares. El invento ha salvado la vida de más
de 150.000 niños prematuros o nacidos con bajo peso. Y es que los estudiantes
de Stanford unieron a su creatividad su talento para comunicar. Chen usó TED
para llegar a potenciales inversores. Una de las primeras en poner 125.000
dólares fue Beyoncé. Más información en: www.embraceinnovatlons.com
Etiquetas: Innovando que es gerundio