La ratonera
(Leído no sé dónde)
Etiquetas: Cuentos y leyendas
...o una historia, o una anécdota... Simplemente algo que me haga reir, pensar, soñar o todo a la vez, si cabe ..Si quereis mandarme alguna de estas, hacedlo a pues80@hotmail.com..
(Leído no sé dónde)
Etiquetas: Cuentos y leyendas
(De Miguel de Unamuno)
Etiquetas: Poesía
(Un texto de Carlos Prieto en elconfidencial.com del 1 de abril de 2018)
Etiquetas: Tardes de cine y palomitas
(Leído en el muro de Facebook de Gozarte el 24 de diciembre)
Etiquetas: Grandes personajes, Tardes de cine y palomitas
(Un texto de Miguel Barral en bbvaopenmind.com del 18 de diciembre de 2020)
En el Londres de mediados del siglo XIX, uno de los eventos más importantes y esperados de las Navidades eran las “Conferencias navideñas”, las charlas de divulgación científica con las que Michael Faraday ponía la ciencia al alcance de todos los (maravillados y asombrados) públicos. Lo hacía en la Royal Institution, desde que en 1825 fue nombrado director del laboratorio de esta organización científica. Él mismo ejerció de maestro de ceremonias de estas multitudinarias actividades en 19 ocasiones, entre las que destaca su más famosa y recordada charla, la de las Navidades de 1848, titulada La historia química de una vela.
Aunque las Conferencias navideñas comenzaron en 1825, su origen se remonta a algunos años antes. Concretamente a 1800, cuando el ilustre científico y aristócrata Benjamin Thomson (el conde Rumford), junto a otros destacados científicos británicos, fundaron la Royal Institution. Su objetivo era difundir el conocimiento y los nuevos inventos e innovaciones mecánicas, así como enseñar la ciencia y su aplicación en la vida diaria a través de charlas, conferencias y demostraciones experimentales.
Faraday entra en escena
En el año 1816 Michael Faraday pronunciaba su primera charla, tres años después de haber comenzado trabajar en la Royal Institution como ayudante de laboratorio, de la mano de su “padrino”, el químico inglés Humphry Davy. En 1821 ascendía al puesto de superintendente del Laboratorio de la Royal Institution, que pasó a dirigir finalmente en 1825.
Hasta ese momento, los asistentes a las conferencias eran fundamentalmente nobles, aristócratas, prósperos empresarios, comerciantes y otros miembros de la pujante burguesía. Seguramente motivado por su propio origen y vida, desde su nuevo cargo, Faraday puso en marcha las Conferencias navideñas, entendidas como charlas para acercar la ciencia de una forma excitante, sorprendente y atractiva –ahora sí— a toda la sociedad y sobre todo a los más jóvenes.
Así, arrancó su más famosa charla navideña, La historia química de una vela (1848), anunciando a la entregada audiencia que “no hay una ley bajo la cual se gobierne ninguna parte del universo que no entre en juego y no sea tocada en estos fenómenos”. Faraday deleitó a los asistentes al describir las reacciones químicas que se ponían en juego con el simple gesto de encender una vela. Al mismo tiempo, acompañó su discurso con efectistas experimentos, como disponer una cuchara en la parte más alejada de la llama y acto seguido retirarla y exhibirla tiznada para demostrar que cuando la combustión no era completa se producía hollín, que no eran más que partículas diminutas de grafito impurificado.
Tras la retirada de Faraday, las Conferencias navideñas continuaron siendo una cita tan inexcusable como fija para la juventud londinense durante las fiestas, solo interrumpida durante los años que duró la II Guerra Mundial. Antes de ese parón forzoso, en 1936 y casi de forma simultánea al comienzo de la programación televisiva en Gran Bretaña, la BBC las incluyó en sus emisiones. Esto las convierte en uno de los primeros shows emitidos por televisión y también en uno de los más veteranos programas que permanecen en antena, ya que desde entonces se han seguido emitiendo con cierta regularidad (desde 1966 ya todos los años).
Esta cobertura las convirtió en uno de los programas navideños favoritos de los jóvenes —y no tan jóvenes— británicos. A esto también ha contribuido que, a lo largo de estos años, han sido protagonizados por actores tan destacados como Carl Sagan o el naturalista David Attenborough.
Problema 1: Tú la llevas… encendida
A cada uno de los espectadores que asisten a la multitudinaria charla de Faraday se les hace entrega de una vela en la entrada. En un momento dado, y como parte del show, el físico se mezcla con el público portando una vela que prende. Con ella comienza a encender las velas de los presentes al tiempo que les invita a que hagan lo mismo: que vayan encendiendo las velas de sus vecinos y que cada persona que tenga una vela encendida busque a alguien que aún no la tenga. Así hasta que todos los presentes tengan velas encendidas, lo que se consigue tras 4 minutos y medio.
Si cada persona tarda 30 segundos desde que se enciende su vela hasta que enciende la de un vecino, ¿cuántas personas, incluyendo a Faraday, han asistido a la charla?
Problema 2: Una charla a dos velas
Justo antes de comenzar su esperada disertación, Faraday enciende dos velas de igual tamaño pero distinto grosor. La más gruesa dura 4 horas, antes de consumirse por completo; la más delgada, una hora menos. Cuando la charla termina, ambas velas siguen encendidas y la delgada tiene exactamente la mitad de la altura de la gruesa. ¿Cuánto tiempo ha durado la charla?
Problema 3: El Experimento o Problema de la vela
Retomando la (más) famosa Conferencia navideña de Faraday, uno de los experimentos que no puso en juego fue el conocido como “Problema de la vela” —que no fue presentado hasta casi un siglo después, en 1945.
El problema en cuestión, un experimento o acertijo, fue ideado por el psicólogo alemán Karl Duncker y consiste en encender la vela de tal manera que no toque la mesa ni derrame cera sobre ella, empleando solo los elementos dispuestos sobre la misma: una caja de cerillas y una caja de chinchetas.
El reto pone en juego la creatividad del que lo enfrenta —así como su dependencia de la fijación funcional. Y aunque hay una solución “oficial” o estándar, en realidad se trata de un problema “abierto” que puede tener otras posibles e imaginativas soluciones.
Soluciones
Problema 1:
A los 30 segundos hay 2 velas encendidas (la de Faraday y la de su vecino). Como ambos encienden la de otra persona, a los 60 segundos hay 4, y a los 90 ya habrá 8. Es decir, cada 30 segundos, el número de velas encendidas se duplica. 4 minutos y medio son 270 segundos, o 9 veces 30 segundos.
Entonces 2x2x2x2x2x2x2x2x2 =29 = 512 personas
Problema 2:
Siendo la altura de ambas velas L cm, la velocidad a la que se consume la gruesa es L/4 cm/hora y la delgada L/3 cm/hora.
Si la charla dura T horas, la vela gruesa se habrá consumido en T x L/4 y la en delgada TxL/3. Entonces la altura del trozo que queda por consumir en uno y otro caso es la altura total menos el tramo consumido: L-TxL/4 y L-TxL/3.
Y como al finalizar la charla, la segunda tiene la mitad de la altura de la primera, entonces: L-TxL/4 = 2x(L-TxL/3); L(1-T/4) = 2L(1-T/3); (1-T/4) = 2(1-T/3); (4-T)/4 = 2(3-T)/3; 12-3T=24-8T; 5T = 12; T =12/5 =2,4 =2horas y 24 minutos.
Problema 3:
La solución oficial pasa por entender que los elementos que nos dan pueden ser utilizados de diversas maneras: la caja de chinchetas no solo es capaz de almacenarlas —he aquí la dependencia funcional—, sino que puede ser clavada a la pared para colocar la vela sobre ella y completar el objetivo.
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(Un reportaje de Ángel González Vera en el Heraldo de Aragón del 16 de diciembre de 2017)
La tradición mandaba comer cosas ricas poco habituales en la dieta diaria y comerlas en las mayores cantidades posibles.
Acudiendo a manifestaciones realizadas por el profesor Antonio Beltrán en los años en los que preparaba la publicación del 'Gran libro de la cocina aragonesa', podemos abrir este artículo con su afirmación de que la proverbial frugalidad de los aragoneses era pura necesidad. Eran sus escasos ingresos los que le obligaban a comer con parquedad, aprovechando todas las partes comestibles de cada alimento, hecho que motiva la existencia de un sinfín de guisos y platos aragoneses prodigio de economía doméstica e ingenio culinario. Las chiretas, las tortetas elaboradas con la sangre del cerdo y harina, las migas, los crespillos, las farinetas y el muy singular guiso elaborado con las colas de las ovejas rabonas, conocido como `Espárragos montañeses', que uno de nuestros más insignes cocineros, Teodoro Bardají, sirvió a la Tubau, destacada artista española, con tal éxito que tuvo que incluirlas en su menú durante el resto de jornadas que la señora estuvo hospedada en el hotel donde Bardají trabajaba de cocinero, son un buen ejemplo de ello.
Esta frugalidad en el comer y en el beber, el pueblo llano la compensaba saciándose con alimentos más suculentos que los del yantar diario, en las ocasiones en las que se celebraban acontecimientos familiares o fiestas eclesiásticas como la que aquí nos ocupa, la víspera de la Natividad del Señor, la Nochebuena, comiendo, o mejor, devorando hasta hartarse. El consejo del pobre, 'antes reventar que sobre' o `a lo que vale dinero, pásale el dedo', ha hecho que no sea fácil determinar con precisión o método lo que los aragoneses solían comer en la noche previa a la Navidad. Los productos han variado y varían con las modas, los lugares y la facilidad de conseguirlas, predominando, eso sí, la siguiente norma: comer cosas ricas y poco habituales en la dieta diaria, y comerlas en las cantidades más grandes posibles.
LA TRADICIÓN. No obstante, podemos citar unos cuantos productos que desde un relativo escaso número de años, se consideran los más tradicionales y adecuados en la cena de Navidad: el cardo, el apio, algún tipo de sopa elaborada con carne de pollo o gallina y los pescados -fundamentalmente el besugo o el salmón- y ello por el hecho de no ser alimentos habituales a lo largo del año, su transporte hasta los mercados locales de nuestros pueblos resultaba difícil. Recordemos la famosa y documentada hazaña de los habitantes del pueblo de Alagón, que en las proximidades de la Navidad interceptaron y se apoderaron de un cargamento de salmones que venían desde Navarra acondicionados por las nieves fáciles de encontrar en aquella época del año en el camino, para suministro de las despensas de las más nobles familias zaragozanas. Enterado del hecho el corregidor del Rey, determinó por aplicar un ejemplar escarmiento a los autores del delito obligándoles a pagar un doblón por cada salmón robado. En investigaciones no lejanas se encontraron fincas grabas con censos destinados a devolver el préstamo al que algunas familias tuvieron que acudir para pagar la multa.
FINAL DE LA CENA. Sustitutivo del pescado o como tercer plato de la cena aparecía el pavo, en las casas pudientes aderezado con trufas, costumbre más francesa que española, pues a pesar de la fertilidad que las tierras aragonesas mostraban con este hongo, la prohibición de consumirlo impuesta por la Inquisición había dejado prácticamente en el olvido la singularidad y calidad gastronómica de este complemento culinario. Más usual era servir capones o pulardas y en las mesas más humildes junto con uno de los platos más representativos de nuestra cocina, él pollo a la chilindrón.
Los postres y dulces eran quizás la parte más importante de la cena, pues debían de aglutinar a los asistentes en la tertulia y los cánticos navideños hasta antes y después de la misa del gallo. En el Alto Aragón se consumían las empanadas y empanadones de calabaza o espinacas endulzadas con azúcar, pasas o miel. El turrón es, sin duda, uno de los principales componentes de las comidas de Navidad. De su origen morisco aún conservamos los componentes y las formas en su elaboración. Se considera típicamente aragonés el guirlache, elaborado con almendra, azúcar y miel, aunque en el siglo XIX ya se consumían el blando y el duro procedente de tierras alicantinas.
Un producto particularmente curioso eran las obleas, muy consumidas en tiempos pasados y que podemos considerar antecedentes de las neulas, pastas que más en Cataluña que en Aragón son golosina navideña.
Nuevamente es el doctor Beltrán el que nos ha dejado constancia de este villancico que se cantaba en Lécera para la Navidad:
Y dice Melchor / castañitas, pestiños, sonajas / almendras, confites / pasas y turrón.
Y estos salmos del Alto Aragón se recitaban al tiempo de estigmatizar el tronco o tronca con las tres cruces que el amo de la casa trazaba con el vino del porrón. La tronca era un grueso leño que en las casas del Pirineo se encendía la noche de Navidad, manteniendo ardiente el calibo hasta la Candelaria o incluso hasta el equinoccio de primavera, con el fin de ahuyentar los males que, como de todos es sabido, entraban por la chimenea o por la puerta de la casa, también sacralizada con las cruces. Buen tizón, buen vino, buena casa, buena brasa/ Dios bendiga a todos los que vivimos en esta casa. Era costumbre en Nochebuena que los niños pegasen golpes a la tronca para que cayesen dulces, pilongas, higos secos, pasas y almendras, que la abuela o el abuelo sacaba disimuladamente de un capazo vecino.
Entrados en los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, encontramos que en los hogares aragoneses se continuaba degustando prácticamente los mismos manjares y guisos que comían los antepasados, lo que nos permite decir que la cena de Navidad de hace 70 años consistía fundamentalmente en cardo, o sopa roya, besugo, pularda, capón y de postre turrones y frutos secos, con el fin de facilitar el buen beber y mejor cantar, así como higos, pasas, dulces y golosinas.
Y a propósito de beber y cantar, decir que salvo el tradicional ponche o poncho del Alto Aragón, elaborado para consumirlo junto a la tronca de Navidad, con vino tinto en el que se han cocido a fuego lento, sin ebullición, trozos de manzana, higos secos, membrillos asados al horno, orejones de melocotón, pasas, canela, azúcar y licor de anís, quemando parte del alcohol antes de consumirlo, no encontramos una bebida típica que distinga las cenas navideñas aragonesas. Vinos tintos, blancos y claretes en la cena y vinos dulces y licores en los postres. Los champanes, cavas, espumosos y sidras dulces o secas se convierten en bebidas casi exclusivamente navideñas en muchos hogares aragoneses des de hace relativamente poco tiempo.
MÁS VARIEDAD. Hoy nos encontramos que en las cenas navideñas se ha introducido el marisco y un surtido mucho más amplio de pescados, así como los fiambres de cerdo o ternera, y el ternasco. Los turrones han multiplicado sus sabores, texturas y especialidades dejando el guirlache paso a los mazapanes, pastas de chocolate y otras muchas variantes, como el tronco de Navidad realizado con bizcocho de chocolate y nata, y decorado como un tronco de árbol, recuerdo de la tronca de la que antes hablábamos.
Es digno resaltar como cada vez es mayor el número de familias que se reúnen a celebrar la cena de Navidad, la más hogareña sin duda de todo el año, en un restaurante.
'Fiesta donde se pasa, la Navidad en casa' era un dicho muy extendido en el Alto Aragón, pero es seguramente el deseo de que todos participen por igual de la cena y la compañía de familiares y amigos sin que ninguna o ninguno tenga que entrar y salir del comedor para los obligados servicios de mesa y mantel, lo que está prodigando esta nueva costumbre.
TRES CURIOSIDADES
Villancicos. No se tiene noticia de la existencia de villancicos (canción de villanos, o sea, del pueblo) propiamente aragoneses, solamente se cita el que se cantaba en 1966 con aire de jota: 'De esplendor se visten los aires'.
Calendario. En el año 1350 Pedro IV Rey de Aragón emitió una pragmática por la que se determinaba que el año que hasta la fecha comenzaba 'ab encarnacione', es decir, el 21 de marzo (equinoccio de primavera), lo hiciese en la Natividad, es decir, el 21 de diciembre, solsticio de invierno. Posteriormente, Felipe II estableció que el inicio del año fuese a primeros de enero.
Tragones. Tenemos noticia de una cena de Navidad, en el año 1267, en la que se dio buena cuenta, no sabemos entre cuantos comensales, de: 31 carneros, 350 huevos, 30 pares de conejos, 36 parel de capones, 5 pares de ocas, 12 pares de perdices, 5 cuarterones de pan, 228 cuartos de vino, 10 sueldos para oblea, curiosa nota sobre la composición de la única parte dulce de la cena.Etiquetas: Sin ir muy lejos, Tradiciones varias