(Un texto de José Segovia en el XLSemanal del 9 de agosto de 2015)
Un hombre atractivo, el español Ramón Mercader, sedujo a una de las
colaboradoras del líder de la Revolución rusa y se ganó su confianza. El
21 de agosto de 1940, hace 75 años, le dio a leer un artículo y le
clavó un piolet en la cabeza.
“Seré asesinado por uno de los de aquí, o por uno de mis amigos de
fuera, pero alguien con acceso a la casa. Porque Stalin no puede
perdonarme la vida”, confesó León Trotsky a Eduardo Téllez, periodista
de ‘El Universal’, semanas antes de que Ramón Mercader -hijo de
un industrial catalán y de una estalinista fanática- acabara con su vida.
El 21 de agosto [de 2015 se cumplieron] 75 años del asesinato de
Lev Davidovich Bronstein, más conocido por su apodo. León Trotsky.
Fue uno de los líderes de la Revolución de Octubre de 1917 y también el
organizador del Ejército Rojo. Tras la muerte de Lenin, Trotsky afirmó
que el dominio de una casta burocratizada había dejado de lado los
valores de la Revolución rusa, y que esta sería aplastada por el
capitalismo si el pueblo no era capaz de parar los pies a los oligarcas
del Kremlin.
Desde aquel momento, Trotsky se convirtió en el mayor enemigo de
Stalin. Aunque el dictador soviético era un paranoico que veía enemigos
por todas partes, su animadversión hacia Trotsky era comprensible, ya
que este era el único que podía hacerle sombra. En 1937, Stalin puso en
marcha la maquinaria del Gran Terror, uno de los periodos más negros en
la historia de la Unión Soviética que estuvo marcado por la represión
salvaje a militares, obreros e intelectuales.
El poderoso presidente del Consejo de Ministros de la Unión Soviética
sabía que la guerra mundial estaba a punto de estallar. Pensaba que su
país iba a ser atacado por sus enemigos, fueran estos los nazis o una
coalición de naciones enemigas. En su paranoia, Stalin creía que el
líder de esa fuerza atacante sería Trotsky, que hacía ya casi una década
que había huido del país.
Tranquilidad en México
Tras peregrinar por media Europa y Turquía, el disidente soviético
halló refugio en Coyoacán (Ciudad de México), en un chalé conocido como
la Casa Azul, residencia de los pintores Diego Rivera y Frida Kahlo.
Allí, el Viejo, como se conocía a Trotsky entre los suyos, esperaba
encontrar un espacio de tranquilidad que le permitiera continuar su
denuncia de los crímenes estalinistas.
Mientras tanto, en Moscú, Stalin organizó la Operación Utka (‘pato’ en
ruso). El nombre se relacionaba con la expresión "cuando los patos están
volando", que hacía alusión a las técnicas de desinformación y confusión
que empleaban los medios oficiales soviéticos para machacar a los
enemigos del régimen. "Y eso era lo que pretendía hacer Stalin con la
figura de Trotsky", escribe el historiador Eduard Puigventós en su libro
Ramón Mercader, el hombre del piolet (Now Books), un relato apasionante
sobre la sangrienta persecución del revolucionario soviético y su
violenta muerte a manos de un sicario de Stalin.
A pesar del peligro que suponía ser el mayor enemigo del régimen
soviético, Trotsky recuperó una cierta tranquilidad en su refugio
mexicano, permitiéndose una aventura amorosa con Frida Kahlo, esposa de
su anfitrión en Ciudad de México. El
affaire con la pintora duró solo
unos meses. Frida se embarcó en aquella relación como una venganza
contra Diego Rivera, del que se separó definitivamente meses después.
Por su parte, Trotsky escribió largas cartas de arrepentimiento a su
mujer, Natalia Sedova, y regresó al hogar con la esperanza de no haber
roto su matrimonio.
En mayo de 1939, mientras el revolucionario y los suyos se
trasladaban a una nueva casa en la avenida Viena de la capital mexicana,
la NKVD (la agencia precursora de la KGB) dio luz verde a la Operación
Utka. Sus integrantes se dividieron en tres grupos. El primero era una
red de información dirigida por Caridad Mercader y su hijo Ramón, que se
hizo pasar por el canadiense Frank Jacson, y cuyo objetivo era tratar
de acercarse al círculo de Trotsky para obtener datos precisos sobre sus
movimientos y los de sus hombres.
El segundo grupo, el encargado de perpetrar el atentado, lo
encabezaba el muralista David Alfaro Siqueiros, miembro del Partido
Comunista mexicano. El tercer grupo de apoyo, que acabó uniéndose al
segundo, lo dirigía Iosif Grigulevich, un estalinista muy activo en la
Guerra Civil española y cómplice de Orlov en la ejecución del trotskista
catalán Andreu Nin, líder del POUM. Sin embargo, a pesar de la gente
involucrada y de la importante suma de dinero que se invirtió en esta
trama criminal, el atentado fracasó. Tirotearon a Trotsky y a su mujer,
pero erraron.
Lejos de desanimarse, Stalin ordenó un segundo ataque contra Trotsky.
En esta ocasión, el dictador soviético ordenó que lo llevara a cabo un
individuo en solitario, dejando a un lado las redes de agentes de la
NKVD. "Fue en aquel momento, y no antes, cuando Ramón Mercader apareció
como un mercenario ideológico, que aceptó la responsabilidad de un
asesinato y se concienció para cumplirlo", afirma Puigventós, que en su
libro desmonta la idea de que Mercader fuera elegido desde un primer
momento como el verdugo de Trotsky.
Mercader, un seductor
Para llevar a buen término su misión original, que consistía en
recabar información sobre el refugio de la avenida Viena, Mercader
sedujo a la trotskista americana Sylvia Ageloff, cuya hermana era una
estrecha colaboradora del revolucionario, lo que le permitió
introducirse en su círculo íntimo con una identidad falsa y sin
despertar sospechas.
La facilidad con la que Mercader logró su objetivo resulta sorprendente.
El 20 de agosto de 1940, Mercader pidió al revolucionario que echara
un vistazo a un artículo que supuestamente iba a publicar en una revista
extranjera. Trotsky inició la lectura y Mercader se situó detrás de él,
dejando a un lado el impermeable donde llevaba un , un cuchillo y una
pistola. Pensó que el piolet sería más silencioso y dejaría al Viejo
sin opción de defenderse. Lo alzó y con las dos manos asestó un golpe
muy fuerte en el cráneo de su víctima. Le había golpeado con gran furia,
pero no con la fuerza suficiente para tumbarlo.
“El hombre comenzó a chillar como un cerdo al que están degollando; e
inmediatamente se me echaron encima sus ayudantes y no pude hacer nada”,
confesó Mercader a su hermano Luis. El brazo ejecutor de Stalin no fue
capaz de reaccionar. No empuñó su pistola ni tampoco volvió a usar el
piolet contra su víctima. Cuando llegaron los hombres que le debían
haber defendido, Trotsky se desmayó. Murió horas después en un hospital,
el 21 de agosto de 1940. Tenía sesenta años.
Si Mercader hubiera podido asesinar al revolucionario sin hacer
ruido, habría podido huir de la casa. Pero lo atraparon. Le propinaron
una paliza tremenda. Su aspecto era lastimoso.
El 29 de agosto, el comunista español fue sometido a un careo con su
amante Sylvia Ageloff, en el que se produjo una situación tensa que
desembocó en reproches y gritos. A las preguntas que le hizo el juez,
Sylvia respondió que Mercader era un canalla que la había utilizado para
acercarse a Trotsky y asesinarlo.
Durante un tiempo, la estadounidense fue considerada cómplice del
atentado, hasta que las autoridades mexicanas se convencieron de su
inocencia y la dejaron libre. El asesinato de Trotsky supuso para
Mercader veinte años de silencio entre rejas. En ese tiempo, la URSS
experimentó profundos cambios. Stalin falleció en la más absoluta
soledad el 5 de marzo de 1953. Su cuerpo embalsamado fue depositado
junto a la momia de Lenin en la Plaza Roja de Moscú. Solo tres años
después, durante el XX Congreso del Partido, su sucesor al frente de la
Unión Soviética, Nikita Jrushchov, dejó sin habla a los asistentes
cuando leyó el informe titulado
Sobre el culto a la personalidad y sus
consecuencias. El nuevo líder soviético acusó a Stalin de haber
liquidado a los mejores camaradas del ejército, de la deportación de
pueblos étnicos, de haber alimentado un enfermizo culto a la
personalidad y de falsificar la historia del Partido Comunista.
Las revelaciones de Jrushchov provocaron un terremoto en el Comité
Central. En 1961 se sacó el cuerpo de Stalin del mausoleo para
enterrarlo fuera del Kremlin. La caída en desgracia de Stalin debió de
ser un duro golpe para Mercader, que por lealtad al estalinismo había
dejado escapar los mejores años de su vida en una prisión mexicana.
Finalmente, el 6 de mayo de 1960, el español fue liberado y pudo viajar a
la URSS, cuyas autoridades le proporcionaron una pensión vitalicia y lo
condecoraron con la medalla de Héroe de la Unión Soviética. Años
después se instaló en La Habana, donde falleció el 18 de octubre de
1978.
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