(Un texto de Fátima Uribarri en el XLSemanal del 4 de febrero de 2018)
Fue más letal que las guerras mundiales. La ‘gripe española’ de 1918, la gran pandemia mundial
que acabó con entre 50 y cien millones de personas en todo el mundo
(solo se libró la Antártida). Cuando se cumplen cien años de su
aparición, surgen nuevos datos de esta plaga infernal.
El cocinero del campamento Funston, en Kansas, ingresó en la enfermería
la mañana del 4 de marzo de 1918. Tenía fiebre y un fuerte dolor de
cabeza. A la hora de la comida, esa enfermería ya trataba más de cien
casos parecidos. Una semana después, los enfermos eran tantos que hubo
que habilitar un hangar para instalarlos.
Funston suministraba soldados a otros campamentos de Estados Unidos y a
Francia, uno de los frentes más duros de la Primera Guerra Mundial. A
mediados de abril, la gripe ya hacía estragos en las trincheras de
Europa Occidental. Pasó a Gran Bretaña, Italia y llegó a España. Enfermó
incluso el rey Alfonso XIII, y los periódicos españoles se hicieron eco
de esa
enfermedad que se propagaba de manera tan alarmante.
Cuando llegó a nuestro país, los contendientes de la Primera Guerra Mundial ya contaban por miles las víctimas de la
gripe. Pero sus medios de comunicación callaban la debacle para no minar la moral de la población ni de los soldados.
España era neutral y sí hizo pública la crudeza de la enfermedad. Por
eso, a la pandemia que infectó a una de cada tres personas del planeta y
mató a más de 50 millones de personas -podrían ser hasta 100 millones-
se la ha llamado ‘
gripe española‘.
Las autoridades y la prensa españolas protestaron en vano. La guerra
la ganaron los aliados, y la gripe se quedó con la denominación que
ellos eligieron. Así que, además de infectar a 8 millones de españoles
(de una población de unos 20 millones) y de matar a 300.000 de ellos,
esta pandemia dejó a España con el sambenito de darle apellido a una de
las plagas más infernales de la historia.
El paciente número cero
La pandemia comenzó en marzo de 1918 con el cocinero Gilbert Mitchell
-considerado el paciente cero-, dio la vuelta al mundo en dos años en
tres oleadas mortíferas que se llevaron por delante a «entre el 2,5 y el
5 por ciento de la población mundial», según Laura Spinney, autora del
libro
El jinete pálido. 1918: la epidemia que cambió el mundo (editorial Crítica).
La gripe mató a más gente que la Primera Guerra
Mundial (17 millones) o la Segunda Guerra Mundial (60 millones de
muertos). A diferencia de las guerras, esta matanza sucedió de manera
rápida (la mayor parte de las víctimas mortales cayó en solo 13 semanas,
de septiembre a mediados de diciembre de 1918) y se expandió por un
territorio inmenso. Solo se libraron de ella la Antártida y algunas
islas remotas del Atlántico Sur y de la desembocadura del Amazonas.
Enfermaron políticos como Mustafá Kemal Atatürk y Franklin Delano
Roosevelt, el escritor Franz Kafka, el músico Béla Bartók, la pionera de
la aviación Amelia Earhart o el pintor Edvard Munch. Murieron a causa
de ella los artistas Guillaume Apollinaire, Egon Schiele, Gustav Klimt;
los príncipes Erik de Suecia y Humberto de Saboya… Ricos y pobres,
niños, hombres fuertes, la pandemia no se detuvo ante ninguna puerta.
Debacle en la India
En Occidente, a menudo se ignora que esta gripe fue especialmente
letal en Oriente. La India (formada entonces también por Pakistán y
Bangladés) fue la nación con más víctimas mortales. Perdieron la vida
entre 13 millones y 18 millones de indios, lo que significa que murieron
más indios a causa de la gripe que gente por la Primera Guerra Mundial.
La guerra contribuyó a la expansión de la enfermedad por el
hacinamiento, la debilidad de los soldados y el movimiento de tropas. En
la primavera de 1918 habían enfermado «tres cuartas partes de los
soldados franceses y más de la mitad de los británicos», según Laura
Spinney.
La guerra expandía la gripe por doquier. Incluso
cuando terminó. El 11 de noviembre de 1918, día del armisticio, las
multitudinarias celebraciones estimularon los contagios y provocaron una
virulenta explosión de gripe.
El virus letal tampoco respetó a los negociadores del tratado de paz:
el presidente de Estados Unidos Woodrow Wilson asistió febril mientras
la gripe tumbaba a bastantes de los delegados de distintas
nacionalidades.
De las tres oleadas con las que embistió la pandemia, la segunda -que
arrancó en agosto de 1918- fue la más devastadora. La tercera oleada
finalizó en 1920.
Arsénico y aspirinas
Los primeros síntomas eran los de una gripe estacional: irritación de
garganta, fiebre y dolor de cabeza. Pero luego y de manera bastante
súbita los pacientes sufrían mareos, pérdida de audición, visión
borrosa, delirios, convulsiones… También les aparecían unas manchas de
color caoba en las mejillas que luego se expandían por el cuerpo y lo
oscurecían de tal modo que había personas de raza blanca que parecían
negras. La gripe se complicaba con una neumonía bacteriana que fue la
causa de la muerte de la mayoría de las víctimas. Actuaba a toda
velocidad: había pacientes que comenzaban a toser una mañana y esa noche
ya habían muerto.
Aspirina (en dosis que ahora se consideran contraproducentes), quinina,
preparados con arsénico, con aceite de alcanfor o aceite de ricino eran
las armas utilizadas por los médicos de la época. Algunos animaron a que
la gente fumara porque pensaron que la inhalación de humo mataba los
gérmenes. Proliferaron los elixires, tónicos y remedios de charlatanes.
Luchaban contra la bacteria
Haemophilus influenzae pensando
que era la causante de la gripe. Era un error: la bacteria era
responsable de una infección secundaria, pero no de la gripe. Se
desconocía que el enemigo que debían batir era un virus y, además, los
virus no se podían detectar con el instrumental de entonces.
Los virus de la gripe humana no se descubrieron hasta 1932. Y la cepa
del virus A/H1N1, culpable de tantísimas muertes, no pudo ser
visualizada hasta 1943. Fue el primer subtipo identificado que afectó a
cerdos y humanos. También sufrieron epidemia de gripe, en 1919, piaras
de Estados Unidos, Hungría o China.
Cierre de las escuelas
¿Cómo se intentaron evitar los contagios? En muchos países se
prohibió escupir, se cerraron cines, teatros y en algunos incluso las
escuelas. Pero quedaron abiertos los centros de culto religioso. En
Estados Unidos, si no se portaba una mascarilla de tela (absolutamente
ineficaz), la multa era de 100 dólares de la época.
Las restricciones contra las aglomeraciones, las mascarillas y aspirinas
resultaron inútiles. Lo que acabó con la gripe fueron los efectos de la
propia gripe: se llevó por delante a las personas menos sanas, fue
especialmente inclemente con los que ya padecían otras enfermedades y
los más débiles.
Los supervivientes quedaron inmunizados. La población mundial se
redujo drásticamente. Pero se recuperó pronto: a la gripe de 1918 y al
fin de la guerra les siguió una euforia reproductiva.
Consecuencias curiosas
Las consecuencias de la pandemia, durante y después de su paso, son
diversas. En Chicago, por ejemplo, se redujo un 43 por ciento la tasa de
criminalidad; la adopción de menores se legalizó en Francia, en 1923, y
en Gran Bretaña, en 1926, a raíz del tsunami de huérfanos que dejaron
la gripe y la guerra; también la gripe influyó en el
apartheid
sudafricano: las distintas razas se culpaban entre sí de ser las
causantes de la plaga. El baile de culpas fue habitual. España para
desembarazarse del estigma de dar nombre a la gripe acusó a Portugal de
ser ella la cuna del mal. Pero no funcionó. Esta pandemia brutal se
sigue conociendo como ‘gripe española’.
LOS PRIMEROS ENFERMOS
La gripe apareció por primera vez en el campamento de Funston
(Kansas) en marzo de 1918. En dos semanas, la enfermería se quedó
pequeña y se tuvo que habilitar un hangar (en la imagen) para atender al
aluvión de infectados. De allí el virus pasó a otros campamentos de
Estados Unidos y a Francia con el envío de soldados.
EL VIRUS RESUCITADO
En 1950, el microbiólogo Johan Hultin [en la foto de arriba] viajó al
pueblecito de Brevig (Alaska) en busca de muestras de la cepa del virus
A/H1N1, identificada como la causante de la gripe de 1918. En Brevig
murieron de gripe 72 de sus 80 habitantes. Hultin esperaba que el frío
hubiera conservado material útil para ‘reconstruir el virus’ y poder
estudiarlo. Hubo suerte. Tomó muestras de los pulmones de cuatro inuits
fallecidos a causa de la gripe. Hultin y su equipo trataron de cultivar
el material y se lo inocularon a varios hurones. Pero el virus no dio
señales de vida. Al cabo de 46 años otro investigador, Jeffrey
Tautenberg, consiguió más muestras de tejido infectado en el Instituto
de Patología de las Fuerzas Armadas. Era un avance, pero se necesitaban
más muestras. Hultin regresó al cementerio de Brevig y dio con los
restos pulmonares de una mujer obesa, un material excelente con el que
en 2005 se ‘revivió’ el virus para estudiarlo. Algunos científicos se
opusieron ante el temor de que algún fallo permitiese que este temible
virus se desbocase de nuevo.
En Nueva York, el comisario de Sanidad escalonó los horarios de fábricas, cines, tiendas y escuelas para evitar las horas punta.
Australia se mantuvo al margen
gracias a una firme cuarentena. Pero la pandemia llegó con el regreso de
sus tropas al final de la guerra.
En Francia se prohibió escupir para evitar la propagación de la enfermedad.
En Londres, casi 1500 policías -un tercio de la fuerza total- enfermaron simultáneamente.
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