(Un texto de Paka Díaz en la revista Mujer de Hoy del 31 de marzo de 2018)
Aunque ilegalizada, una antigua tradición de este
país asiático da carta blanca a los hombres para raptar a mujeres (a
veces, incluso niñas) y forzarlas al matrimonio.
En Kirguistán, dos tercios de las mujeres casadas no tuvieron ni un vestido ni un amor.
Por no tener, no tuvieron ni posibilidad de elegir. Las obligaron a
casarse con una tradición a la que llaman ala-kachuu, que se traduce
como "átrapala y corre", y que consiste en raptar a la novia.
Para llevar a cabo el secuestro,
el hombre suele contar con la ayuda de sus amigos. También deja avisada
a su familia, para que puedan organizarlo todo, ya que no se trata de
llevársela sin más, sino de conseguir convertirla luego en su esposa.
La documentalista catalana Roser Corella es la autora de Ala-kachuu
(Grab and run/Atrápala y corre), un impresionante documental que se
estrenó en España en el festival internacional de cine documental
MiradasDoc, en Guía de Isora (Tenerife), y se proyectará en el próximo
Festival de Málaga. Hasta la fecha ha cosechado ya ocho premios
internacionales, entre ellos el que se entrega al Mejor Documental Internacional en el DocLa, uno de los mayores festivales del género en Los Ángeles.
Kirguistán es un país montañoso de Asia central, sin salida al mar y
que comparte fronteras con China, Kazajistán, Tayikistán y Uzbekistán.
Está aislado geográficamente por sus altas montañas, lo que ha ayudado al país a preservar costumbres como
el rapto de mujeres. El Ministerio de Desarrollo Social admite que un
60% de los matrimonios se producen así. Eso supone unas 15.000 mujeres
secuestradas al año. En dos tercios de los casos, sin el consentimiento de la mujer, o de las niñas,
ya que el 20% es menor de edad. Corella ha hablado con muchas de ellas,
con sus maridos (y secuestradores), y con sus familias. Y el resultado
es hipnótico y desolador.
Según explica la directora, lo normal es que el aspirante a novio se reúna con sus amigos y vayan a buscar a la "elegida",
que es engañada o arrastrada a la fuerza hasta el coche. Luego la
llevan a casa del hombre, donde la familia los espera con los
preparativos de la boda. Cuando la chica está dentro, las mujeres de la familia del secuestrador (la madre y las más ancianas) juegan un papel clave para calmarla y convencerla de que lo mejor es unirse en matrimonio.
En ese proceso, durante el cual la chica no deja de resistirse, ellas tratan de cubrir su cabeza con un pañuelo blanco, símbolo de aceptación.
Tras horas de lucha, la mayoría se rinde. Sobre todo porque, si se
niega, se la conocerá como "la chica que ha cruzado el umbral" y, según
la creencia popular, nunca será feliz y nadie querrá casarse con ella.
Además, si pierde su virginidad, queda estigmatizada. La simple duda ya
es motivo para ello. En muchos casos, sus padres ya no querrán
aceptarla de vuelta y, en caso de hacerlo, lo más probable es que los
vecinos los condenen al ostracismo y tengan que mudarse.
Las novias, así, se ven en una trampa sin salida.
Lo que en antropología se denomina "la cultura de la vergüenza". "La
mayor paradoja es el papel activo de las mujeres mayores para convencer a
la secuestrada de que "debe quedarse" y aceptar el matrimonio -explica
la documentalista-. Así, se convierten en cómplices de la dominación a la que están sometidas, perpetuando la "tradición".
La primera vez que visitó el país en 2012 para presentar su corto 'Hombre máquina' en el Festival de Derechos Humanos Bir Duino, Roser Corella escuchó hablar de los raptos de novias y se propuso investigarlo. Lo más complicado fue rodar el secuestro.
"Me invitaron a varias bodas, pero me di cuenta que era casi imposible
presenciarlo, ya que ocurría muchas veces de manera improvisada o
planeado en secreto por los amigos del novio. Además, al ser ilegal,
nadie quería exponerse delante de la cámara, a la vez que suponía un
conflicto por mi parte si llegaba a ser partícipe".
Sin embargo, la documentalista logró que un joven le pasara la grabación,
con un móvil, del secuestro de la novia de un amigo. Una de las escenas
más tremendas es cuando ella, ya casada, le pregunta por qué lo hizo.
La actitud de él es infantil. Le pide que lo olvide. Al fin y al cabo,
dice, ahora son felices. La mirada de ella duele.
Una vez casadas, las mujeres tienden a justificar lo que ocurrió.
"Intentan olvidar el sufrimiento y prefieren entenderlo como un ritual
necesario para tener una familia y cumplir con su función social",
reflexiona la directora. Y los familiares, ¿qué opinan? Algunos padres
lo justifican, y otros lo rechazan de pleno. En la película aparece el hermano de una joven secuestrada,
que reconoce su enfado al enterarse. "Pero cuando conocí a mis nuevos
familiares se me pasó. Al fin y al cabo, el destino femenino es
casarse", dice.
Con tanta justificación, casi parece que fuera un juego pero, mientras
estás viendo película, tienes la sensación de que debajo de lo que
cuentan subyace una violencia terrible. La directora confiesa que sintió lo mismo al rodarla. "Me daba la impresión de que las mujeres omitían detalles del secuestro y dibujaban un escenario mucho más suave e inofensivo de lo que viven.
Si no profundizas, puedes pensar que los secuestros son un teatrillo
sin violencia, ya que suele silenciarse por ambas partes una vez se
forma la familia".
En el filme queda claro lo habitual de está práctica en la sociedad kirguisa y su aceptación social. Según las estadísticas, más del 50% de las mujeres no ven nada malo en que se siga practicando esta
costumbre, pese a estar castigada con hasta 10 años de prisión. Aunque
las condenas por secuestro de novias son muy raras y las autoridades
locales incluso ejercen presión sobre las víctimas y sus familiares para
que no vayan a los tribunales. "Solo uno de cada 700 casos es
perseguido por la justicia. Y solo uno de cada 1.500 acaba con una
sentencia", dice Rimma Sultanova, experta del Centro de Apoyo a las
Mujeres del Fondo de la ONU para la Igualdad de Género. "En Kirguistán,
un hombre tiene más posibilidades de ir a prisión si roba una oveja que si rapta a una mujer.
El riesgo de ser procesado es muy bajo, mientras el castigo por robar
ganado es de 11 años de cárcel", cuenta Altyngul Kozhogeldieva, de la
Federación Nacional de Comunidades Femeninas de Kirguistán (NFFCK), que
lucha contra la violencia de género.
"Cada día, unas 32 mujeres son raptadas. De ellas, aproximadamente seis serán violadas",
afirma Kozhogeldieva, que advierte que tras el "cuento romántico" se
esconden abusos muy graves. Las novias pueden sufrir palizas,
violaciones y acabar convertidas en mano de obra esclava. Además, se
corta su ciclo vital. La gran mayoría deja los estudios y pasa a formar
parte de la familia de su marido que, al encargarse de su manutención,
la tiene atrapada. Porque lo más terrible es la negación que sufren del
derecho más fundamental: la libertad. "Me gustaría que los chicos se dieran cuentan de que no somos cosas, que no pueden robarnos como si fuéramos una silla o una mesa", dice una de las mujeres en el documental.
El caso que más conmovió a Roser Corella fue el de Denara,
a la que conoció en un Centro de Mujeres. "Acababa de sufrir una paliza
de su marido alcohólico y estaba en estado de shock, pero tenía ganas
de contar su historia". Denara trabajaba en una cafetería. Allí la vio
su futuro marido, que la raptó una noche cuando ella salió a tirar la
basura. Sus padres la rescataron, pero él volvió a llevársela y la
violó. "Acepté casarme para no deshonrar a mi familia",
cuenta Denara y explica que, cuando intentó denunciar su caso en
comisaría, solo encontró incomprensión. Esperó hasta que sus hijas
fueron mayores y, tras 20 años de matrimonio, se divorció. Su sueño
ahora es emigrar a Moscú y ser libre.
Pese a las prohibiciones del Gobierno y las tímidas campañas, el rapto de novias es tan habitual que hasta la instagramer más famosa del país,
Eldana Foureyes, se ha visto envuelta en una polémica tras protagonizar
una publicidad para una empresa constructora. En el anuncio era
secuestrada por un pretendiente que la llevaba a un piso de lujo. Al ver
las maravillas de la vivienda, ella aceptaba casarse, feliz. A todo el
mundo le pareció divertido hasta que a un periodista local se le ocurrió
cuestionar el uso de un acto ilegal para publicitar viviendas y se incendiaron las redes sociales.
Sin embargo, esta costumbre sigue siendo usada por el nacionalismo para
exacerbar el sentimiento kirguís. Algunas razones más prosaicas
sugieren que para muchos hombres, por timidez o falta de habilidades
sociales, el rapto es la forma más sencilla de buscar pareja. Además,
abarata el coste de la boda, al evitar la dote.
Para romper este círculo y con el apoyo de Naciones Unidas, NFFCK desarrolla programas para promover los
derechos de la mujer.
"Gracias al proyecto, mi hermana mayor se salvó -explica una de las
beneficiarias-. Cuando un grupo de chicos la intentó secuestrar, ella
mantuvo la calma. Les explicó que lo que estaban haciendo era ilegal,
por lo que recurriría a la ley. Ellos le pidieron perdón y la dejaron
ir".
Sin embargo, Kozhogeldieva no es optimista. Según NFFCK, los secuestros han bajado de manera insignificante y,
además, si antes el rapto de la novia era practicado por jóvenes, ahora
no es raro que las niñas sean secuestradas por adultos e incluso
ancianos. "El secuestro de novias no debe ser visto como una tradición,
sino como una violación flagrante del derecho de las mujeres a contraer matrimonio voluntariamente, a ser libres" asegura.
Cuando secuestran a una mujer en Kirguistán, ella hace lo imposible para impedir que le pongan el pañuelo en la cabeza.
Una vez puesto, no hay marcha atrás: está casada. Sin embargo, para
eludir el "matrimonio", debe pasar tres pruebas, tras tirar el pañuelo.
La primera es salir de la casa y pasar sobre trozos de pan que tiran al
suelo y que los kirguisos consideran casi sagrado. Si lo pisa, tendrá
que pasar después sobre la mujer de más edad de la casa, que estará
tirada bajo el umbral de la puerta, lo que supone una brutal falta de
respeto a la anciana. En la última prueba, el hombre más anciano pone un
pañuelo en la cabeza a un animal, una cabra, como diciendo: "Tengo que
cogerlo, porque me rechaza mi nuera". Si ella logra salir a la calle,
nadie le impedirá irse. Pero quedará estigmatizada.
Una práctica extendida
- Kazajistán. Se realiza mediante engaños o a la fuerza, de forma parecida a Kirguistán.
- Uzbekistán.
En la región de Karakalpakstan, casi una quinta parte de los
matrimonios se lleva a cabo mediante rapto. Los hombres poco deseables,
con estudios inferiores o problemas de drogas o alcohol son los más
propensos a hacerlo.
- Azerbaiyán. Es una
práctica común. Además, haya habido o no violación, a la mujer se la
considera impura tras el secuestro. Algunas acaban convertidas en
esclavas de la familia del "novio".
- Daguestán, Chechenia e Ingusetia.
En esta zona del Cáucaso Norte, han visto el aumento de esta práctica
desde la caída de la Unión Soviética. Según la ley rusa, aún vigente, el
secuestrador no será procesado si libera a la víctima o se casa con
ella con su consentimiento. Si no, irá a la cárcel hasta 10 años.
- Georgia.
Human Rights Watch advierte que, debido a la estigmatización, la propia
policía anima a las mujeres a reconciliarse con sus secuestradores.
- Ruanda. Sobre todo en las zonas rurales. Suele ir acompañado de violación, para asegurar la sumisión de la mujer.
- Etiopía.
Se secuestra incluso a niñas en edad escolar. Luego las esconden hasta
que quedan embarazadas. Entonces el secuestrador negocia la dote con la
familia de ella.
- Kenya. Hasta los años 60, el matrimonio por secuestro solía ser habitual en la etnia Gusii.
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