Los ácidos más peligrosos del mundo
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...o una historia, o una anécdota... Simplemente algo que me haga reir, pensar, soñar o todo a la vez, si cabe ..Si quereis mandarme alguna de estas, hacedlo a pues80@hotmail.com..
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(Un artículo de Izabela Pecherska en El Mundo del 10 de diciembre de 2017)
Más de una noche de fin de semana habrás sentido las ganas de no salir de casa, y quedarte en la intimidad de tu hogar, acompañado sólo por una copa de vino. Y oye, para disfrutarlo aún más, ¿qué mejor que quedarse en ropa interior? Si no has encontrado un término para definir este estado aunque te reconozcas perfectamente es, sencillamente, porque no existe en nuestro diccionario. Una vez más, los nórdicos se nos han adlelantado: toma nota, si te da pereza salir todos los fines de semana, con el frío que hace en invierno, la mejor alternativa es practicar el kalsarikännit.
Es una palabra difícil de traducir pero define sentimientos universales. Kalsarikännit es una combinación de dos palabras finesas: kalsari que significa "ropa interior" y kännit que significa "emborracharse". No se trata de una borrachera descontrolada, sino de un momento de introspección y relajación total. Más que una actividad, la nueva tendencia del momento es un estado mental que busca reclamar esas noches en las que no tienes ganas de marcha.
Pese a su complicada pronunciación, ha volado por Internet, se utiliza con frecuencia en redes sociales y es la palabra definitiva para hacer feliz a una persona. Si practicabas el Kalsarikännit ya antes de saber que existía, no estás solo. Su práctica es más común de lo que imaginas, tanto que el Ministerio de Asuntos Exteriores de Finlandia la ha incluido en un diccionario de emojis. Kalsarikännit forma parte de una lista de 56 emojis que sirven para explicar algunas emociones finesas difíciles de explicar, o palabras y costumbres típicas del país nórdico.
Finlandia es la primera nación en publicar su propio conjunto de emoticonos temáticos nacionales. De esta recopilación forman también parte palabras como kaamos , el concepto que define la sensación de vivir largos periodos sin sol, un factor al que están acostumbrados los norteños en un país en el que los rayos solares escasean en diciembre y enero. O suomi mainittu, que se traduce como lo que sienten los curiosos fineses cuando alguien menciona Finlandia en el extranjero, ya que les interesa la opinión de lo que el resto piensa sobre su país y su gente.
Así que recuerda, la próxima vez que no tengas planes y decidas quedarte sólo en casa bebiendo y medio desnudo, estas practicando el kalsarikännit y si se te olvida como se escribe, existen dos emojis para expresar esta situación. Si quieres contárselo a tus amigos, lo entenderán. Aunque no sepan pronunciarlo.
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Y esto lo he encontrado en la red:
Es el acto de disfrutar de la soledad, de la comodidad del hogar, lejos de las miradas ajenas. Se trata de una forma de autocuidado que se ha convertido en una especie de estereotipo nacional. No implica invitar a amigos ni vestirse para impresionar. Kalsarikännit es un momento para desconectar de la ajetreada vida social y conectar contigo mismo. Es un reconocimiento de que, a veces, la mejor compañía es uno mismo y el mejor lugar para una velada agradable es el propio sofá.
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(Leído en el muro de Facebook de "Divulgación Científica con Humor" a principios de noviembre)
En la retina de los pollos se descubrió un estado de la materia único llamado “hiperuniformidad desordenada”. Este patrón se refiere a cómo están distribuidos los conos de colores, responsables de captar la luz.
A diferencia de una distribución completamente aleatoria o perfectamente ordenada, los conos se organizan en un equilibrio intermedio, con propiedades tanto de líquidos como de cristales. Este tipo de estructura permite una cobertura eficiente del espacio sin generar interferencias visuales.
Físicos y biólogos creen que este hallazgo podría inspirar nuevas tecnologías para manipular luz y sonido, como materiales fotónicos, sensores avanzados o sistemas de comunicación más precisos.
Etiquetas: Sobre plantas y bichos
(Leído en un texto de la revista Renfe de octubre de 2024)
"Propagar las bellezas de nuestra patria y los medios más cómodos de visitarla". Con esta intención nació en 1939, poco después de concluir la Guerra Civil española, la revista ‘Trenes'. La iniciativa surgió de las dos compañías más importantes del sector ferroviario español (Norte y MZA), y su edición, solo dos años después, fue asumida por Renfe cuando se fundó. Una publicación trimestral en papel couché —"el mejor papel de que actualmente se dispone", indicaban entonces los responsables de la compañía—, cubiertas a color, gran formato y excelente material gráfico. "Una crónica amable del ferrocarril y la España de posguerra" —como así escribían Ana Gabanes y Gema Toribio, del servicio de documentación de la Fundación de los Ferrocarriles Españoles, en la revista 'Vía Libre'— en la que aparecían firmas corno Alfredo de Marqueríe, Francisco de Cossio o Viera Esparza.
'Trenes' se ofrecía a los usuarios del tren […]. En 1958, dejó de publicarse la revista aunque todos los ejemplares se pueden consultar en la Biblioteca de la Fundación de los Ferrocarriles de España, donde se conservan 3.000 títulos de revistas especializadas.
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(Es un artículo de Javier Blanquez en El Mundo del 4 de abril de 2021, así que más que 200 años, hablamos de 205, pero tampoco cambia nada...)
En 1821 nació el autor de 'Los paraísos artificiales', que exploró las drogas, el deterioro moral y el sexo.
La existencia de las drogas en la literatura es antigua y puede rastrearse hasta en la 'Odisea', donde Homero cuenta que Helena, regresando de Troya, descubrió la nepenta, aquella especie de ansiolítico de los tiempos heroicos. Pero, salvando precedentes anecdóticos -Daniel Defoe, por ejemplo, sabía del opio, y describió a Robinson Crusoe en posesión de unos gramos de esa sustancia-, cuando las letras se vuelven verdaderamente 'yonquis' es con el giro anti-romántico del siglo XIX.
El año clave sería 1821, que es cuando Thomas de Quincey publicó sus 'Confesiones de un comedor de opio' y también cuando nació Charles Baudelaire, el autor que mayor influencia recibió, décadas después, de aquella elocuente descripción del dulce cuelgue y la terrible abstinencia causados por el abuso del láudano.
Antes de Baudelaire, la gloria se conquistaba por elevación: en la guerra o aspirando a fundirse con Dios, glorificando el potencial del hombre y sus virtudes; todo estaba empañado de una moral virtuosa. Pero el poeta del París tumultuoso decidió mirar abajo ("la animalidad es la alegría del descenso", dejó escrito), y descubrió un espacio sin explorar en las miserias del alma, las pulsiones del cuerpo, la suciedad física y de pensamiento, y de ahí su rebeldía contra todas las autoridades -la divina, la del Estado, la familiar y la militar-, sus escarceos con prostitutas y sus experimentos con drogas.
Le llamaron satánico, pues escribía por igual de vampiros y adictos -que son la misma cosa-, y rechazó el ideal romántico de buscar la plenitud en la naturaleza. El triunfo de Baudelaire ante la eternidad no fue absoluto, porque no ha evitado el auge del 'wellness', la filosofía 'new age' y la meditación en parajes nemorosos, pero al menos sí levantó una barricada de contención contra el futuro 'hippismo' cuando rechazó, en 1855, participar en un libro colectivo de poesías que planeaba celebrar el bosque de Fontainebleau: "Lo siento, pero soy incapaz de enternecerme ante los vegetales [...]. Nunca creeré que el alma de Dios habite en las plantas, y aunque allí habitara, me importaría más bien poco". Baudelaire consideraba la naturaleza como un conjunto de "hortalizas sacralizadas", y prefería hablar con los gatos, frecuentar los burdeles y embriagarse con el vino.
El pequeño Baudelaire fue un joven díscolo. Su padre falleció en 1827, cuando tenía seis años, y le dejó un enorme vacío de autoridad paterna. De hecho, su madre se volvió a casar un año después con un militar, Jacques Aupick, a quien Baudelaire odiaba. Cuando participó en la revolución burguesa de 1848, lo más que hizo fue instigar a la masa a que fusilara -sin éxito- a su padrastro, que en agradecimiento le dejó sin herencia.
Baudelaire consiguió regresar a París tras pisar el Caribe, y lo hizo convertido en mayor de edad y poseedor de una renta de 75.000 francos que comenzó a derrochar tan pronto como pisó los ambientes sórdidos que tanto le atraían.
Entonces proyectó su imagen atildada, extravagante y distintiva de la masa sucia: desarrolló la incipiente moda del dandi, y de ahí vino no sólo una literatura reactiva contra el realismo, sino sobre todo el desarrollo de la idea del 'spleen', ese tedio insoportable del urbanita para el que toda novedad nunca es suficiente. El hastío llega porque el hambre de modernidad va más rápido que la modernidad misma, y de ahí la exploración de las drogas, el deterioro moral y el sexo.
De lo primero extrajo su pertenencia al Club de los Hashischins -un fumadero privado donde consumía porros y opio en compañía de Gérard de Nerval y Theóphile Gautier- y la redacción de 'Los paraísos artificiales', inspirado por De Quincey; de lo segundo obtuvo inspiración para Las flores del mal, y de lo tercero una sífilis que nunca curó, y que supuestamente le transmitió su amante mulata Jeanne Duval.
A partir de 1861, cumplidos los 40, Baudelaire ya estaba para el desguace: además del mal venéreo, padeció todo tipo de golpes económicos, morales -el juicio contra 'Las flores del mal' por su contenido inmoral- y físicos, incluido un ictus y, casi al final de su vida, la hemiplejía que le paralizó medio cuerpo. Tal como vivió, murió, explorando las simas del dolor, la degradación y eso que Lou Reed -epígono tardío- llamó "el lado salvaje de la vida".
A partir de Baudelaire se puede explicar buena parte del presente occidental: el escapismo, la atracción por lo sórdido, el tedio absoluto en un mar de abundancia, la rebeldía juvenil, el rock y el reguetón, el arte contemporáneo, el nihilismo, el culto a las estrellas y el anarco-capitalismo; del empacho de series a los 'after hours', pasando por el aislamiento individualista. Hace dos siglos cambió el mundo para siempre por su culpa, y cuando nos dimos cuenta, ya era demasiado tarde. Y lo peor es que nos gusta.
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(Leído en el boletín de Madri+d)
En 1997, los micrófonos submarinos de la NOAA, la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica estadounidense, registraron un sonido de baja frecuencia tan intenso que fue detectado a más de 5.000 kilómetros. Lo bautizaron el bloop. Su firma acústica era inusual: corta, potente y con un espectrograma que recordaba vagamente a vocalizaciones de grandes animales.
Durante un tiempo, se especuló con que el sonido podría venir de algún enorme animal desconocido. Pero catorce años después, un análisis de la propia NOAA resolvió el misterio. Los científicos observaron que el bloop coincidía con los patrones acústicos producidos por el desprendimiento y fractura de enormes masas de hielo en la Antártida.
Podéis saber más (y escuchar el misterioso sonido) en esta página de la NOAA.
Etiquetas: Culturilla general
(Leído en el muro de "Fragmentos de la historia" de Facebook hace poco)
Etiquetas: libros y escritores
(Leído en el muro de "La librería imperfecta" en Facebook, hace unas semanas)
Etiquetas: Citas y frases más o menos inspiradas, libros y escritores
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(Un texto de Javier Yanes en Bbvaopenmind.com leído el 9 de marzo de 2021)
Existe un solo continente en la Tierra nombrado en honor a una persona real: respectivamente, América y el explorador y cosmógrafo florentino-castellano Américo Vespucio. También puede decirse que es el primer continente nacido para el conocimiento europeo y nombrado en fechas bien definidas. La versión corta de la historia cuenta que fue Vespucio quien primero se percató, el 17 de agosto de 1501, de que el actual Brasil no era parte de Asia, sino un Nuevo Mundo, y que el cartógrafo alemán Martin Waldseemüller instauró en su honor el nombre de América para este nuevo continente en un mapa publicado el 25 de abril de 1507. Sin embargo, la versión larga es más complicada, y nos cuenta que el nombre de América es en realidad el producto de algún error, algún desconocimiento y bastantes dosis de fantasía.
En 1492, el año en que Cristóbal Colón arribó a lo que por entonces se llamarían las Indias Occidentales, el tratante florentino Amerigo Vespucci (9 de marzo de 1454 – 22 de febrero de 1512) se había instalado en Sevilla por asuntos relacionados con los negocios de sus patronos, los Medici. No traía estudios universitarios, pero sí una buena formación que incluía la geografía y la astronomía. Cada vez más involucrado en las actividades de su superior Gianotto Berardi, inversor y contratista en las expediciones de Colón, pronto Vespucio daría personalmente el salto a la exploración: en 1497 se convirtió en el primer europeo en pisar la tierra continental de la futura América; un año antes que Colón, quien hasta entonces solo había visitado islas.
Aquí surge la primera objeción: el único testimonio de aquel viaje es la Carta a Soderini, un documento presuntamente firmado por Vespucio en el cual daba cuenta de cómo aquel 17 de agosto habría tocado tierra en lo que reconoció como un nuevo continente. Sin embargo, los expertos no solo han cuestionado ampliamente la autoría y la autenticidad del relato, sino incluso la existencia de aquella expedición. No parece haber disputas, en cambio, sobre otros dos viajes sucesivos de Vespucio, aunque ya posteriores a la llegada de Colón al continente.
Fue en 1503 cuando otro documento firmado por Vespucio empleaba en su título la expresión Mundus Novus, lo que le otorgaría la primacía en el reconocimiento del nuevo continente, si bien la expresión “nuevo mundo” ya se había utilizado antes; de hecho, se dice que Vespucio pudo inspirarse en la referencia de Colón a “otro mundo”. Así, narraba: “Pues en aquellas partes del sur he encontrado un continente más densamente poblado y abundante en animales que nuestras Europa o Asia o África”. El 7 de agosto de 1501, escribía, su flotilla de tres naves portuguesas tocaba tierra: “Supimos que esa tierra era un continente y no una isla porque se extiende lejos como una costa muy larga y recta y porque está repleta de infinitos habitantes”.
Aunque Mundus Novus aparece como una carta dirigida a su antiguo patrono, Lorenzo di Pierfrancesco de Medici, se cree que en realidad no es una epístola original, sino obra de otros como una refundición embellecida de cartas auténticas de Vespucio. En el documento el explorador presumía de cómo sus conocimientos de cosmografía habían salvado la expedición: “Si mis compañeros no me hubiesen hecho caso a mí, que tengo conocimientos de cosmografía, no habría habido capitán o ni siquiera el líder de la expedición que hubiese sabido dónde estábamos”. Vespucio alardeaba de su uso del cuadrante y el astrolabio. “Por esta razón después me hicieron objeto de gran honor, ya que les mostré que, a pesar de ser un hombre sin experiencia práctica, a través del aprendizaje de las cartas marinas para navegantes yo estaba más cualificado que todos los capitanes del mundo entero”.
Sin embargo, los expertos señalan que las descripciones astronómicas de Vespucio son confusas, que no hizo observaciones notables o novedosas y que sus técnicas eran poco fiables. No dejó ningún mapa con su firma. Pero poco importaba cuando su relato era una lectura tan apasionante: indígenas que vivían 150 años y que cometían incesto y canibalismo a discreción —uno había comido 300 cadáveres—, mujeres voluptuosas y “urgidas por un exceso de lujuria” que yacían con los cristianos a la menor oportunidad, y hombres que usaban “un cierto recurso suyo, la mordedura de ciertos animales venenosos” para aumentar sus genitales “a un tamaño tan gigantesco que aparecen deformados y repugnantes”. No es de extrañar que Mundus Novus se convirtiera en un best seller de su época, traducido a varios idiomas.
Las obras de Vespucio llegaron al Gymnasium Vosagense, una institución académica religiosa en Saint-Dié-des-Vosges (Francia). El grupo de geógrafos allí reunido, que incluía a Martin Waldseemüller y Matthias Ringmann, publicó en 1507 una Cosmographiae Introductio, anónima pero probablemente escrita por Ringmann, junto con un mapa del mundo firmado por Waldseemüller y una traducción de la Carta a Soderini. Tanto el mapa como el texto asignaban el nombre de América a un nuevo continente separado de Asia. “No veo qué derecho tendría nadie a objetar a que se llame a esta parte, por Americus que la descubrió y que es un hombre de inteligencia, Amerigen, esto es, la Tierra de Americus, o America: ya que tanto Europa como Asia obtuvieron sus nombres de mujeres”, decía la Introductio.
Algunos expertos sugieren que realmente fue Ringmann y no Waldseemüller quien bautizó a América y que el segundo se limitó a permitirlo, ya que en sus posteriores mapas no aparece esta denominación. Pero se da una curiosa circunstancia. Aunque cueste imaginarlo en los tiempos de internet, las redes sociales y las noticias al minuto, en el siglo XVI la información circulaba con extrema lentitud: en 1507 aún no había llegado a oídos de Ringmann que un tal Colón, fallecido el año anterior, había llegado al Nuevo Mundo antes que Vespucio.
Tras la muerte de Ringmann, Waldseemüller dejó de utilizar el nombre de América en sus mapas, anotando simplemente que aquella tierra había sido descubierta por “Cristóbal Colón de Génova”. Pero ya era tarde. La obra de 1507 fue tan influyente que el nombre de América fue copiado por otros cartógrafos en trabajos sucesivos. En 1538 el célebre geógrafo Gerardus Mercator lo imprimió en su Orbis Imago, su primer mapamundi. Y el resto es historia. Por su parte, Vespucio falleció en Sevilla en 1512 sin saber que su nombre designaría todo un continente, un privilegio jamás alcanzado por otro ser humano.
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(Leído en facebook, en el muro de Borji)
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(Leído hace unas semanas en el muro de Daniel Balmaceda en Facebook)
La iota era la letra más pequeña del alfabeto griego (de allí surgieron la i y la jota). En 1630, los alemanes tenían la expresión “Nicht ein jota” que equivalía a “Ni la más mínima”. El que no sabe ni jota sobre determinado tema no conoce ni lo más mínimo sobre ese asunto.
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(Un texto de Guillermo Fatás en la revista de crítica cultural "Crisis" de junio de 2016 centrado en un dibujo de Goya con el texto "Aun aprendo").
1. El genio trabajador
No estoy muy seguro de que Goya quisiera decir con su Aun aprendo (sin tilde) lo que se le suele atribuir: que, a pesar de su edad, todavía desea seguir conociendo cosas para él incógnitas; que no se ha cansado de aprender, no obstante su ancianidad. Hizo el dibujo en edad premortuoria (los sabios lo fechan entre 1826 y 1828, según). En cambio, dado su modo de ser, me parece más probable que, sí bien dijo sin duda lo que parece, no quiso decirnos solo eso. Como otras veces, a Goya hay que interpretarlo por encima y por debajo de lo que muestra.
Se asume a menudo que el Goya anciano, ya decrépito, sordo, con serios impedimentos físicos y afincado en Burdeos sin hablar bien francés, superaba tan graves obstáculos refugiado en su fuerza de voluntad, que era muy grande. La interpretación usual es que su ánimo enterizo le hizo superar el dolor y el aislamiento. Una prueba contundente sería este dibujo perturbador que está en el Museo del Prado: valetudinario y casi sin hálito, aprendo todavía.
Goya fue, en efecto, dueño de una voluntad mayúscula. La puso al servicio no solo de su genio portentoso, sino de su admirable laboriosidad, sin la que no hubiera sido lo que fue. La vocación y las aptitudes no bastan: hace falta trabajar. A Goya le gustaba trabajar, necesitaba crear de forma continuada. Cultivó con maestría innovadora un número altísimo de registros, plásticos, morales y técnicos, de forma que la obra de don Francisco más parece la de media docena de artistas. Están en situación antípoda la Condesa de Chinchón y los Viejos de las sopas, los Fusilamientos, los cartones isidriles, los Desastres y el amoroso Maríaníto, y así todo.
2. Un tópico clásico
Octogenario, eligió un tópico clásico para condensar el significado (oneroso) de la vejez, edad temible en la que el hombre se enfrenta a pesares crecientes e ineludibles. Goya, que había soñado con una placentera vida burguesa —"Campicos y a vivir", escribía a su más que amigo Zapater, en los años en que le gustaba montar enloquecidamente en un carricoche—, se veía lejos de su patria y de su casa, sospechoso de poco entusiasmo por el régimen fernandino (pero ni opositor ni perseguido, hay quien gusta de exagerar) y muy afectado por sus dolencias físicas.
El 'Aún aprendo' era ya veterano en Europa. Tiene antecedentes griegos y romanos, claramente en Plutarco (hablando de Solón) y en Séneca (hablando de sí propio) y tomó forma italiana. En la forma 'Ancora imparo', fue puesto en boca de personajes alegóricos (así, el Viejo, arquetipo de la senectud) y en la de genios esclarecidos (como Miguel Ángel, compendio de talentos artísticos).
Soy viejo, viene a decirse, pero quiero aprender, deseo saber más, anhelo conocimiento(s). Y esa intención es la que, dibujo mediante, hemos venido atribuyendo a nuestro don Francisco en sus años bordeleses.
El viejo de Goya es un viejo viejísimo, mucho más dramático que sus antecedentes, casi trágico. Anciano decrépito, encorvado, con barbas largas y descuidadas, gran pelambrera y sin apenas fuerzas para caminar. Se apoya, con manos deformadas por la enfermedad, en dos bastones y anda, apenas, bajo el "Aun aprendo" (sin tilde). Es el dibujo 54 del Cuaderno G (o Burdeos I) que llegó al Prado en 1872.
Los viejos aprendices tienen como referencia notoria el que grabó Girolamo Fagiuoli en 1538 (British Museum): camina con esfuerzo, encorvado y apoyado en un carrito con asideros, en cuya parte delantera hay un inexorable reloj de arena. Además de 'Anchora ínparo' (sic), hay una sentencia de Séneca: Bís puerí senes (sic, por senex), Tamdiu díscendum est quamdiu vivas: "El viejo es niño otra vez. Aprenderás mientras vivas". (Esto último era un proverbio romano). Casi cinco siglos antes, el viejo Sócrates (por pluma de Platón) también aparecía deseoso de aprender (música).
Otro venero del 'Aún aprendo' está en la catequesis cristiana, que Goya conoció bien. El aprendizaje del camino hacía la santidad no concluye hasta la muerte y es el único determinante: Scientia destruetur, dice Pablo a los corintios. En el colegio donde pasé varios años infantiles, nos lo gritaba a diario una pared: "La ciencia calificada / es que el hombre en gracia acabe, / porque, al fin de la jornada, / aquel que se salva, sabe; / y el que no, no sabe nada". El letrero frailuno presidía, paradójicamente, la sala llamada Estudio. Luego supe que esos versos eran de fray José de Cádiz, enemigo jurado de la Ilustración. (En Zaragoza montó un poyo regular acusando a los ilustrados de decir lo que jamás habían dicho).
3. Goya encolerizado
Mirando los ojíllos tremendos del anciano goyesco se siente uno intimidado. No sucede eso con los
otros grabados que conozco del viejo que aún aprende, solo con este pasa. Creo ver en esa figura el alma misma de Goya tal como él podía imaginarla a la altura de 1826 o 1827. Me baso en algo muy sencillo, nada rebuscado, teorético ni psiquiátrico. El primer biógrafo de Goya fue el francés Laurent Matheron, que escribió sobre el gran sordo y su peripecia vital un librito publicado en (1858). Y allí se lee esto, una vez traducido:
"Retomó sus costumbres plácidas y burguesas; pero las fuerzas se le iban, sus paseos se hacían raros, sus pinceles menos activos; su humor se ensombrecía. Enseguida ya no pudo salir sin el subsidio de su joven compatriota el Sr. de Brugada, en cuyo brazo se apoyaba. Y, en sitios retirados, probaba a andar solo. Pero, ¡esfuerzos inútiles!, ya no tenía piernas. Incurría entonces en grandes encolerizamientos: '¡Qué humillación! ¡A los ochenta años –gritaba- me pasean como a un niño! ¡Y tengo que aprender a andar!..."
Avergonzado de su impotencia, que comprobaba en lugares apartados para eludir el ridículo y la compasión ajena, maldice con fiereza haberse convertido en una criatura desvalida que, como un niño pequeño, aún tiene que aprender... ¡a andar! Il faut –confiesa, derrotado- que j'aprenne à marcher El viejo de Goya mira con una turbia mezcla de fatiga y odio.
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