(Un artículo de Fernando Goitia y Víctor de Azebedo en el XLSemanal del 15 de abril)
Un día decidieron grabar sus
clases en vídeo, colgarlas en la red y, de pronto, se convirtieron en
un fenómeno capaz de revolucionar la enseñanza. el éxito de estos
profesores, con sus clases gratuitas, de calidad y `adictivas´, calienta
el debate sobre cómo adaptar el sistema educativo al mundo del siglo
XXI.
«La escuela es aburrida». «El mundo entero se está transformando,
pero el sistema educativo no ha cambiado desde el siglo XIX». «El
modelo del profesor que suelta la lección a sus alumnos y luego los
examina bajo un patrón estándar ha caducado». Bajo estas premisas,
expertos de medio mundo llevan años pensando en cómo adaptar las aulas
al siglo XXI.
Un debate que, hasta hoy, no parecía estar aportando
grandes cambios al modo en que aprenden nuestros hijos. El éxito de la
Academia Khan –un proyecto que ofrece clases gratis en Internet, que
acumula casi 140 millones de visitas y cuyos vídeos ya se utilizan en el
programa escolar en varias escuelas de California–, sin embargo, parece
haber agitado la discusión en el seno de la comunidad educativa.
El gran eje del debate es cómo hacer atractivos el
aprendizaje y la enseñanza. Una misión en la cual las nuevas tecnologías
están llamadas a jugar un papel decisivo. Proyectos como la Academia
Khan o el del valenciano Juan Medina, cuyos
vídeos(www.lasmatematicas.es) cuentan ya con más de 20 millones de
visitas, así parecen demostrarlo.
Ni Khan ni Medina, en todo caso, cuyas iniciativas
arrancaron en 2006, son pioneros en este campo. Tres años antes, el
astrofísico Walter Lewin convulsionó la enseñanza de la física con
demostraciones prácticas que colgaba en la web. En sus clases, Lewin
dejaba que una bola de acero colgada de un péndulo se acercara a su
mentón o que la corriente eléctrica fluyera por su cuerpo. Hoy, sus más
de cien vídeos acumulan dos millones de descargas cada año.
La idea detrás de esta enseñanza abierta y compartida es sencilla:
se graban las lecciones y se cuelgan al alcance de cualquiera en
cualquier momento y en cualquier lugar. Las de Khan, por ejemplo,
comenzaron a ser utilizadas en 15 escuelas de California al inicio del
presente curso escolar. «Los alumnos –explica Khan–ven los vídeos en sus
casas, pueden rebobinar, detenerse, ir hacia adelante, verlo las veces
que deseen; la lección está así siempre a su disposición». Al día
siguiente, en clase, comparten lo aprendido, resuelven dudas y se
desarrolla la interacción entre el profesor y sus alumnos. «Todos
aprovechan mejor el tiempo que pasan juntos –añade Khan– con ejercicios
prácticos y actividades en grupo».
Este nuevo concepto se ha dado en llamar flip teaching
(`darle la vuelta a la enseñanza´) y lo que propone en última instancia
es invertir el método donde el profesor habla y los alumnos escuchan.
Los mayores críticos del flip teaching, curiosamente, acusan a gente
como Khan o Medina de ser demasiado tradicionales en su forma de
enseñar. Los constructivistas, defensores del aprendizaje por
descubrimiento, donde el alumno aprende las cosas por sí mismo para que
así desarrolle su destreza para resolver problemas, no ven nada
significativo en esta tendencia. Para este grupo, que promueve una
revolución para que en las aulas domine la experimentación, lo que hacen
Khan o Medina sigue siendo transmisión de conocimiento, no construcción
del mismo.
Discrepancias aparte, la idea de que el modelo tradicional ha
perdido validez despierta amplio consenso. Así lo cree Juan Freire,
experto en cultura digital [...]: «La educación
se ha basado siempre en la transferencia de conocimientos del profesor
al alumno –subraya–. Ahora, esta transferencia puede producirse de otras
maneras».
Richard Baraniuk, fundador de Connexions, una pionera web
de código abierto donde compartir, reutilizar, recombinar,
interconectar y enriquecer libros de texto, conmocida ya como el
`Napster de la educación´ asegura que, de hecho, en un aúla, a partir de
la tercera fila el grado de atención decrece exponencialmente. «Si lo
que quieres es contarle algo a alguien –argumenta Baraniuk– una
clase-conferencia puede ser útil, pero si quieres que aprenda de verdad,
su eficacia es relativa».
«Los niños de hoy –abunda el británico Ken Robinson, autor del Informe Robinson,
texto clave sobre los retos de la educación en el siglo XXI– se están
criando en el periodo de estímulos más intenso de la historia: Internet,
móviles, publicidad, televisión… y son penalizados en la escuela cuando
se distraen. Pero ¿de qué se distraen? Pues de cosas aburridas, casi
todo lo que se les enseña en el colegio». Por eso, para Robinson, una de
las premisas básicas que debe plantearse cualquier reforma educativa es
no aburrir.
Khan es de los que han tomado nota de este principio. Así lo
entienden, al menos, los millones de personas que han dejado sus
comentarios de agradecimiento en su web. «Recuerdo –cuenta Khan– uno de
los primeros que recibí: `Por primera vez en mi vida me he reído
haciendo derivadas´. Poco después recibí otro: ''Mi
hijo de 12 años es autista y las matemáticas eran para él una
pesadilla. Nos tropezamos con sus vídeos sobre decimales y lo entendió
enseguida. No nos lo podíamos
creer''.
Imagínese –subraya Khan–, yo era analista de riesgos; no estaba
acostumbrado a esto [se ríe]. Me hizo sentirme muy bien y decidí
seguir». Ahora, seis años después, arropado por los grandes popes del
negocio tecnológico, Khan piensa a lo grande: «Quiero ofrecer
conocimiento de calidad sobre cualquier tema. Y gratis. Me gustaría
hacer de la escuela un lugar divertido y eficaz, características que hoy
no reúne».
Los vídeos que Khan realiza no son visualmente arrebatadores:
su voz suena sobre un fondo negro a modo de pizarra en el cual sus
explicaciones van traduciéndose en imágenes. Su estilo entusiasta y
ameno, así como la entrega que pone en cada lección, es el factor que ha
seducido a sus millones de seguidores. Es decir, la tecnología, para
Khan, no es más que un vehículo bien aprovechado; sin talento
comunicador, nadie le habría prestado tanta atención.
Internet aporta, en este sentido, un elemento de juicio
inapelable. De entre toda la maraña de profesores y divulgadores que
pueblan la Red, solo triunfan aquellos que enganchan con el alumno. «Hay
mucha gente que, más que contenidos, ofrece un show –subraya Khan–.
Otros saben mucho, pero aburren a las piedras. Supongo que conseguí
aunar contenido y ritmo adecuados».
Esta criba, digamos, natural que se produce en la Red
refuerza una de esas premisas educativas sobre las que cabe poca
discusión: la clave de la buena enseñanza pasa por contar con buenos
profesores. Este es, precisamente, uno de los puntos que a Ken Robinson
le gusta subrayar. «Ya sea por Internet, a distancia o en persona,
cualquier estudiante puede seguir un programa de estudios inadecuado
–apunta–. Lo importante es que tus esfuerzos se enfoquen en la dirección
correcta para sacar lo mejor de ti mismo, lo cual se consigue con una
buena orientación. La tecnología es muy útil, pero sin buenos profesores
que animen e impliquen a los alumnos seguimos igual».
«Implicar a los alumnos» es, para Robinson, otro de los
conceptos que debe regir toda reforma educativa que se precie. Según él,
nuestro sistema anula la individualidad al definir la inteligencia en
función de las aptitudes académicas. «Deberíamos pasar –sugiere– de este
sistema `industrial´ a uno 'agrícola' donde el colegio ponga las condiciones para que nuestras capacidades
puedan florecer».
Son ideas que enlazan con la teoría de las inteligencias
múltiples elaborada por el premio Príncipe de Asturias de Ciencias
Sociales Howard Gardner. Este psicólogo, investigador y profesor
estadounidense entiende que cada persona posee talentos específicos y
que estos determinan nuestro aprendizaje. «Puedes ser sobresaliente en
matemáticas, de la media en idiomas y mediocre en dibujo –sustenta
Gardner–. Todos poseemos fuerzas relativas en potencia, pero para
desarrollarlas se necesita motivación, modelos, apoyos…». En opinión de
Gardner, Robinson y un gran número de expertos, el sistema que trata a
todos los alumnos igual no facilita el desarrollo de ese potencial.
«Debemos despertar en los niños todo eso que está dentro de ellos»,
concluye Gardner.