Cuéntame un cuento...

...o una historia, o una anécdota... Simplemente algo que me haga reir, pensar, soñar o todo a la vez, si cabe ..Si quereis mandarme alguna de estas, hacedlo a pues80@hotmail.com..

domingo, junio 29

A sillazos en Buenos Aires: la Guerra Civil de los inmigrantes españoles en Argentina

(Un texto de Javier Padilla y Mariano Schuster en El Confidencial del 26 de julio de 2019)

En 1936, cuando comenzó la contienda, los cientos de miles de inmigrantes españoles que vivían en el país sudamericano la vivieron con particular intensidad.

Si Pedro Sánchez o Pablo Casado pasearan por Buenos Aires sin escolta probablemente pasarían desapercibidos, más que nada porque en Argentina los asuntos españoles ya no se siguen tanto como antes. En los últimos años, más allá de los éxitos en el fútbol y la crisis territorial en Cataluña, las noticias españolas no han tenido demasiada repercusión en un país que vive en una perpetua crisis.

Entre otros motivos, esto se debe a que el porcentaje de inmigrantes españoles sobre la población total es mucho más bajo de lo que un día fue. Cuando en 1914 se realizó un censo en Argentina, el porcentaje de nacidos en España era del 30% en provincias como Santa Cruz, y entre el 20 y el 25% en Buenos Aires. Apodados como “gallegos”, centenares de miles de españoles se embarcaron hacia Argentina buscando un futuro mejor en la primera mitad del siglo XX.

Esta situación hizo que, cuando comenzó la Guerra Civil Española, en Argentina se viviera con particular intensidad. Los españoles peleaban en su país, pero también más allá. Republicanos y falangistas se enfrentaban en trincheras mucho más lejanas que las de su patria. El inicio de la Guerra Civil fue un acontecimiento en Argentina. Buenos Aires, con sus cafés, sus teatros y sus grandes avenidas céntricas, vivió una peculiar versión de la Guerra Civil. La Guerra Civil de los inmigrantes.

Tan pronto como estalló la guerra, los diarios comenzaron a posicionarse: La Nación y La Prensa, dos de los de mayor tirada, prefirieron la posición neutral, aunque con cierto apoyo al alzamiento. La Nación, por ejemplo, condenaba las posturas revolucionarias que había adoptado la República y mostraba algunas simpatías por los sublevados. La Razón manifestó más claramente su apoyo a los nacionales. Otros periódicos de menor tirada como Bandera Argentina o Crisol, vinculados al mundo católico y nacionalista, consideraban que la sublevación contra el comunismo era lo mejor que podía pasarle a España.

Mientras tanto, los diarios Crítica y Noticias Gráficas mantuvieron, desde distintas posiciones ideológicas, su apoyo a la República. Los anarquistas lo hicieron desde las páginas de El Obrero. Los socialistas llenaron las páginas de su periódico, La Vanguardia, y los comunistas, las de sus órganos de prensa La Internacional y Hoy. Una buena parte del radicalismo argentino apoyó la república, si bien en ocasiones no muy explícitamente. También la revista Sur, dirigida por Victoria Ocampo, sostuvo la defensa de las instituciones españolas. En una carta publicada en su revista, escritores como Jorge Luis Borges, Alfonsina Storni, Conrado Nalé Roxlo, y Alberto Gerchunoff dijeron “no” al golpe de Franco. Los españoles, definidos en uno u otro lado de la trinchera política, pronto supieron qué diarios comprar en Argentina.

La mayoría de los inmigrantes españoles que se encontraban en Argentina habían dejado a sus familias, pero no abandonaron los bares. En el centro de la capital porteña, exactamente en la esquina de Salta y Avenida de Mayo, los españoles se dividían en dos: el Iberia y El Español. Mientras los republicanos se reunían en el primero, los falangistas lo hacían en el segundo. En ocasiones volaban sillas y mesas entre los dos bares. Cuando una vez los Republicanos pusieron en un camión con altavoces el Himno de la República Española (Himno de Riego), los franquistas lanzaron los utensilios que disponían contra el camión.

Aún se conserva el bar Iberia, que fue declarado sitio de interés cultural; no así El Español, que hoy es un banco. Mientras tanto, en el bar llamado Imparcial se reunían unos y otros. En un ambiente muy politizado, se prohibieron las discusiones políticas. Una placa anunciaba que “Son prohibidos en este lugar, los debates de mesa a mesa y las discusiones de política y religión”.

A pesar de sus diferencias políticas, la mayoría de los casi 300.000 españoles que deambulaban por las calles porteñas tenían en común el deseo de mantener su identidad. Las asociaciones y centros sociales se crearon con la idea de crear comunidad. El Centro Gallego, fundado en 1907, desarrollaba tareas de alfabetización y tenía su propio centro de salud. El Centro Asturiano, creado en 1913, se estableció como una asociación de Socorros Mutuos. Y el Centro Salmantino, creado en 1922, se centraba en las actividades culturales a través de la biblioteca 'Gabriel y Galán'. La Guerra Civil hizo que todas estas asociaciones se dividieran o agudizaran las diferencias ya existentes.

Por ejemplo, la comunidad de inmigrantes catalanes acabó dividida en dos grupos: los que optaron por el Casal de Cataluña (claramente republicano y con toques independentistas) y los que se quedaron en el Centre Catalá (que tenía a miembros franquistas). Los andaluces también se dividieron. En 1938, ya con Andalucía casi totalmente dominada por el bando franquista, varios miembros del Hogar Andaluz de Buenos Aires crearon el Rincón Familiar Andaluz, uno de los centros sociales españoles de mayor actividad en defensa de la II República. Hoy día, el Rincón Familiar Andaluz es uno de los mejores sitios en Buenos Aires para aprender a bailar flamenco.

Los actos públicos fueron masivos. Y, como ocurrió en el Teatro Coliseo, republicanos y falangistas llegaron a compartir espacios. De hecho, el 21 de noviembre de 1936, cientos de falangistas argentinos se reunieron para lamentar el fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera en lo que se dio en llamar como 'Acto por la afirmación, por la Patria, por España y por Cristo Rey'. Hubo, además de vítores y gritos en favor de Franco, dos presencias destacadas: la de Enrique Pedro Oses, escritor nacionalista admirador confeso de Hitler y Mussolini, y la de Nimio de Anquín, un seguidor argentino del antisemita francés Charles Maurras que participaba en la Unión Nacional Fascista. Al día siguiente, el mismo teatro se llenó de comunistas, liberales antimonárquicos y socialistas en uno de los más imponentes actos en defensa de la República. Al parecer, todavía quedaba algún panfleto falangista en el suelo. A los propietarios del teatro no les importó demasiado ya que su único objetivo era llenar las instalaciones.

Los mítines republicanos estuvieron tan divididos como la propia izquierda. Anarquistas, socialistas y comunistas organizaron sus propios actos e, incluso, sus propias organizaciones de solidaridad. Los socialistas participaron activamente en la agrupación Amigos de la República Española, los comunistas de la Federación de Organismos de Ayuda a España Republicana y los anarquistas de la Comisión Coordinadora de Ayuda a España en Argentina. Mientras tanto, Argentina dio a España Brigadistas Internacionales y miembros para el llamado Socorro Rojo Internacional.

Las mujeres argentinas tuvieron un papel apreciable en la defensa de la República. Fanny Edelman, una destacada comunista, partió a las Brigadas y realizó tareas de alfabetización a soldados en Valencia. Tras conocer a Miguel Hernández y Antonio Machado, a su regreso en Argentina participó en el Comité Argentino de Mujeres Pro Huérfanos Españoles. Anita Piacenza, militante anarquista de la Agrupación de Mujeres Libres, y Berta Baumkoler, de la Agrupación de Mujeres Antifascistas, fueron a España a luchar por la República. Mika Feldman de Etchebehere, nacida en la provincia de Santa Fe en 1902, es quizás la activista argentina más famosa. Mika llegó a liderar una milicia del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), y sufrió la persecución de sus propios “compañeros de bando”: los comunistas la interrogaron en una cheka en 1937 acusándola de “trotskista enemiga de la República”. Su historia de lucha fue narrada por ella misma en su libro 'Mi guerra de España'.

El fin de la guerra supuso un cambio importante para los inmigrantes españoles. El triunfo de Franco hizo que muchos ciudadanos argentinos regresaran a su país tras haber combatido por la República. Junto a ellos, numerosos españoles fueron a Argentina buscando una tierra donde vivir sin miedo a las represalias de la dictadura incipiente. Entre ellos estaba Niceto Alcalá-Zamora, presidente de la República Española entre 1931 y 1936. A otros, como a Indalecio Prieto, el fin de la guerra los encontró ya en estas tierras. Aunque exiliado finalmente en México, Prieto, el socialista moderado que defendía con tanto ahínco las reformas republicanas como la esfera pública liberal, hizo un mitin en el famoso Estadio Luna Park de Buenos Aires tres meses antes que terminara la guerra, cuando sabía que todo estaba perdido.

Numerosos intelectuales y artistas, como Rafael Alberti y María Teresa León, se exiliaron en Argentina. Muchos se quedaron e iniciaron una nueva vida, pero la reclamación de que acabara la dictadura en España se mantuvo en la mayoría de los casos. Pocos podían imaginarse que tendrían que esperar a la muerte de Franco, que acabaría viviendo tantos años. Hoy, a ochenta años del final de la Guerra Civil, inmigrantes españoles siguen reuniéndose en Buenos Aires para evocar a los suyos. Hubo españoles que nunca quisieron perder su nacionalidad a pesar de que esto les pudiera causar problemas económicos. En algunos centros y asociaciones culturales subsiste la memoria, aunque cada vez es menor. La guerra es una herida imposible de olvidar para muchos, ya que supuso un punto de inflexión en una vida que a partir de entonces quedó enraizada en otro país. En un momento en que hay tantos argentinos en España, muchos que vinieron por motivos económicos, no está de más recordar cómo tantos españoles encontraron en Argentina un lugar donde establecerse. 

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sábado, junio 28

La casada infiel

Estos 55 versos de Federico García Lorca —incluidos en el 'Romancero gitano'— son un alegato contra los cánones sociales y las imposiciones morales. Nota: leer la parte intermedia ("desde 'pasadas las zarzamoras' hasta 'las espadas de los lirios') con la música de "Tu Calorro" de Estopa es otra forma de disfrutarlos.

Y que yo me la llevé al río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.
Fue la noche de Santiago
y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua
me sonaba en el oído,
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.
Sin luz de plata en sus copas
los árboles han crecido,
y un horizonte de perros
ladra muy lejos del río.

Pasadas las zarzamoras,
los juncos y los espinos,
bajo su mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.
Yo me quite la corbata.
Ella se quitó el vestido.
Yo el cinturón con revólver.
Ella sus cuatro corpiños.
Ni nardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.
Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.
Aquella noche corrí
el mejor de los caminos,
montando en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.
No quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.
Sucia de besos y arena,
yo me la llevé del río.
Con el aire se batían
las espadas de los lirios.

Me porté como quien soy.
Como un gitano legítimo.
Le regalé un costurero
grande, de raso pajizo,
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río.

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viernes, junio 27

Los caballos que nos salvaron de la difteria, el “ángel estrangulador”

(Un texto de Javier Yanes en bbvaopenmind.com leído el 11 de marzo de 2020)

En tiempos se la conocía con el macabro nombre de “el ángel estrangulador de los niños”. Por entonces, la difteria se cobraba cientos de miles de vidas al año, sin que existiera tratamiento contra esta enfermedad bacteriana que cerraba las vías respiratorias con una masa de tejido muerto; hasta que el médico alemán Emil von Behring y sus colaboradores dieron con una cura. Pero en esta historia hubo otros protagonistas no humanos: los caballos. E incluso hoy, junto con los antibióticos, la antitoxina producida en estos animales continúa siendo el tratamiento estándar de la difteria, un método tradicional que quizá pronto pueda abandonarse gracias al progreso de la biotecnología.

Emil von Behring (15 de marzo de 1854 – 31 de marzo de 1917) llegó a la difteria siguiendo el camino abierto por el pionero de la medicina antiséptica, Joseph Lister. El alemán comenzó su carrera experimentando con sustancias antisépticas, pero en el instituto del famoso bacteriólogo Robert Koch le surgió la oportunidad de dedicarse a la que entonces parecía la vía más prometedora en la lucha contra las infecciones: neutralizar las toxinas bacterianas.

En 1888 el francés Émile Roux y su ayudante, el suizo Alexandre Yersin, aislaban en el Instituto Pasteur de París la toxina del bacilo de la difteria (Corynebacterium diphtheriae), responsable en parte de los efectos letales de la enfermedad. El hallazgo llevó a la creencia de que las toxinas estaban involucradas en todas las infecciones bacterianas. No era cierto, pero sí ocurría en el caso de la difteria y el tétanos. Y para estos casos, Behring y el japonés Shibasaburo Kitasato lograron en 1890 inyectar la toxina a animales de laboratorio y obtener de ellos un suero que prevenía y curaba la enfermedad en otros animales.

Antitoxinas para el tétanos

Behring llamó a este suero curativo “antitoxina”, y propuso correctamente que era un producto de la inmunización activa del animal por la toxina, que al inyectarse en otro animal lo protegía de la enfermedad por inmunidad pasiva. En 1891, el colaborador y después rival de Behring, Paul Ehrlich, utilizó por primera vez el nombre por el que hoy conocemos a los elementos presentes en esos antisueros: anticuerpos. 

Según explica a OpenMind el historiador de la bacteriología y la inmunología Derek Linton, autor de la premiada biografía Emil von Behring: Infectious Disease, Immunology, Serum Therapy (APS, 2005), “Behring y Kitasato descubrieron antitoxinas para la difteria y el tétanos simultáneamente, trabajando en laboratorios contiguos”. Sin embargo, el japonés pronto derivó al estudio de la tuberculosis, y “quedó para Behring y sus ayudantes, sobre todo Erich Wernicke, progresar en este importante descubrimiento y ofrecer una prueba de concepto de que las antitoxinas del tétanos y la difteria podían usarse para curar a los humanos”.

Empleando cobayas, conejos y ovejas para producir el suero, a mediados de 1892 Behring obtuvo los primeros éxitos con el tétanos en humanos. La difteria tardaría algo más; aunque circula una historia según la cual Behring habría curado por primera vez a una niña con su suero el día de Navidad de 1891, según Linton esto nunca sucedió. En realidad, los primeros ensayos clínicos con la antitoxina de la difteria comenzaron con unos pocos niños a finales de 1892, pero no fue hasta dos años después cuando se obtuvieron resultados positivos en un grupo mayor, utilizando un suero producido por Ehrlich en cabras. 

Durante estos ensayos, se curaron 168 de los 220 niños tratados; el 23,6% de mortalidad resultante era menos de la mitad de lo habitual en los casos de difteria. En especial, el suero prometía una salvación casi segura si se administraba en los dos primeros días de la enfermedad. En agosto de 1894, la compañía Hoechst, a través de un contrato con Behring y Ehrlich, lanzó la comercialización del nuevo remedio, de eficacia tan espectacular que en 1901 le valdría a Behring el primer Premio Nobel de Fisiología o Medicina. “Behring fue también el primero en detectar y describir reacciones inmunes negativas a las antitoxinas generadas en animales, sobre todo la hipersensibilidad, un término que él acuñó”, añade Linton.

Los salvadores contra la lacra de la difteria

Tanto el grupo de los alemanes como sus competidores en el Instituto Pasteur y otros lugares comenzaron a producir sus sueros en caballos, animales que permitían obtener fácilmente mayores cantidades de antitoxina que las ovejas o las cabras. Los establos para la fabricación de antisueros comenzaron a extenderse rápidamente, y no solo en el viejo continente: ya en el verano de 1894 el bacteriólogo jefe del Departamento de Salud de la ciudad de Nueva York, Hermann Biggs, pudo observar por sí mismo cómo estos laboratorios proliferaban por Europa, y de inmediato importó la técnica. Antes de que terminara el año, 13 caballos ya producían antitoxina diftérica en el Colegio de Cirujanos Veterinarios, en pleno Manhattan.

En los años posteriores, los caballos de la antitoxina se volvieron enormemente populares entre el público como los salvadores contra la lacra de la difteria. En Nueva York, Biggs enseñaba los limpios establos de los animales, explicando que se les trataba como a pacientes de un hospital, que generalmente no sufrían el menor daño con la inoculación, y que se les mantenía bien cuidados y alimentados. 

No faltaron los fracasos: en 1901, 13 niños fallecieron en San Luis (Misuri) al recibir suero de un caballo llamado Jim que estaba enfermo de tétanos. La tragedia motivó en EEUU la primera regulación de productos biológicos que llevaría después a la creación de la Food and Drug Administration (FDA).

El pasado enero, un estudio describía la obtención por tecnologías genéticas de anticuerpos capaces de neutralizar la toxina diftérica, un proyecto financiado por un consorcio de la organización de bienestar animal PETA. Y hay al menos otro grupo de investigación que persigue el mismo objetivo, producir antitoxina sin caballos. Por fortuna y gracias a la vacunación, hoy la difteria ya no suele ser una amenaza. Pero este avance tiene también una contrapartida: las perspectivas de que se financien los ensayos clínicos necesarios y de que una compañía apueste por estos productos no son demasiado halagüeñas, tratándose de una enfermedad ya casi olvidada. Y sin embargo, cerrar por fin este capítulo de la historia de la medicina parece una obligación hacia los héroes cuadrúpedos que durante más de un siglo nos mantuvieron a salvo del “ángel estrangulador”.

 

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jueves, junio 26

Descubrir el orden oculto en el caos

(Un texto de Makrina Agaoglou y Ágata Timón en bbvaopenmind.com del 30 de octubre de 2018)

La vida es impredecible: cada día se suceden billones de factores que pasan desapercibidos pero que pueden tener un gran impacto en nosotros y en el resto del mundo. Si miramos con atención, podemos ver patrones que los determinan. Muchos fenómenos de la naturaleza se rigen ​​por leyes físicas que permiten predecir su evolución. Y a lo largo de la historia, los científicos han tratado de identificar las reglas que describen, por ejemplo, el movimiento de los péndulos, de los planetas en órbita… y hasta de las naves espaciales que han mandado a la Luna.

Sin embargo, la explicación de otros hechos, como la evolución del clima o el flujo de la sangre a través del corazón, parecía imposible. Durante siglos, se ha considerado que estos sistemas complejos eran aleatorios. Lo cierto es que no lo eran, pero no se disponía de las matemáticas necesarias para entender sus patrones, hasta que surgió la teoría del caos.

Uno de los principales artífices de esta nueva teoría fue Henri Poincaré (29 de abril de 1854–17 de julio de 1912), un matemático francés que hizo importantes contribuciones en diversos campos, entre ellos los sistemas dinámicos y la topología.

En 1887, Poincaré se inscribió a un concurso de problemas convocado con motivo del cumpleaños del rey Oscar II de Noruega y Suecia —que había estudiado matemáticas y estaba especialmente interesado en el tema. Una de las cuestiones consistía en describir la posición de los planetas en el sistema solar en cada momento pasado y futuro del tiempo, siguiendo el modelo de las ecuaciones de Newton. Poincaré identificó la impredecibilidad del sistema y escribió: “Puede suceder que pequeñas diferencias en las condiciones iniciales produzcan cambios grandes en los fenómenos finales. Un pequeño error producirá un fallo enorme. La predicción se vuelve imposible.” El francés solo dio una solución parcial del problema, pero aun así recibió el premio.

Lorenz y el “efecto mariposa”

Sin embargo, el estudio de los sistemas dinámicos fue olvidado durante casi un siglo, hasta la década de 1960. Entonces, el matemático y meteorólogo Edward Norton Lorenz (23 de mayo de 1917–16 de abril de 2008) se topó con este fenómeno mientras estudiaba el clima mediante un modelo matemático de corrientes de aire en la atmósfera. Un día, quiso repetir una de las simulaciones, pero escogió los datos intermedios del resultado de la primera computación como condiciones iniciales de la segunda.

La computadora empleaba seis decimales durante los cálculos, pero redondeaba a tres el resultado que ofrecía impreso, que fue el que usó Lorenz. La diferencia entre el dato con tres o seis decimales es menor a 0,0001, por lo que los resultados de la segunda ejecución deberían haber sido muy parecidos a los de la primera. En cambio, las dos evoluciones climáticas predichas por el modelo tomaron caminos completamente separados. Después de descartar fallos mecánicos en el ordenador, Lorenz llegó a la misma conclusión que Poincaré: las propiedades del sistema hacían que pequeños cambios en las condiciones iniciales provocaran resultados significativamente diferentes. Estas observaciones fueron el origen de su famosa charla “Predecibilidad: ¿Puede un aleteo de una mariposa en Brasil desencadenar un tornado en Texas?“. Con motivo de esta conferencia Lorenz acuñó el término “efecto mariposa”.

Pocos años después Stephen Smale —catedrático de la Universidad de California (Berkeley) y reconocido con la medalla Fields en 1966,—ideó la llamada herradura de Smale, que trata de reducir el caos a su expresión fundamental. Es una transformación geométrica que actúa sobre un cuadrado contrayéndolo, dilatándolo y doblándolo hasta convertirlo en una herradura. Pese a su sencillez, cuando se aplica de manera sucesiva acaba llevando a situaciones caóticas, que son de cierta manera universales.

La transición del orden al caos

Pero, ¿cómo ocurre la transición del orden al caos? Durante la década de 1970, Mitchell Feigenbaum, un físico matemático, descubrió una manera fundamental. Usando la potencia de la computación, demostró la existencia de una constante que aparece en una clase amplia de funciones matemáticas, antes del inicio del caos. Este número, alrededor de 4,6692, se conoce como la constante de Feigenbaum.

A mediados de la década de 1980, el caos era un tema en auge. Muchas universidades y centros de investigación crearon grupos dedicados al estudio de dinámicas no lineales y sistemas complejos. Términos como bifurcación (cuando un pequeño cambio sobre los valores de los parámetros de un sistema provoca un cambio ‘cualitativo’ o topológico repentino en su comportamiento), fractal (imagen del caos) o efecto mariposa, se extendieron rápidamente.

Matemáticos, y también meteorólogos, antropólogos, sociólogos, físicos, filósofos, informáticos, ingenieros o economistas empezaron a ver más allá del aparente desorden aleatorio de la naturaleza, encontrando conexiones en el comportamiento de los mercados financieros, los fenómenos meteorológicos, el movimiento de ciertos cuerpos celestes, la evolución de un ecosistema…

La teoría del caos se convirtió en la herramienta matemática perfecta para extraer estructuras ordenadas de un mar de caos. Se basa en dos ideas principales: 1) incluso los sistemas complejos contienen un orden subyacente y 2) en esos sistemas, las pequeñas diferencias en las condiciones iniciales (por ejemplo, pequeñas variaciones de temperatura) producen resultados muy divergentes, lo que hace que, en general, la predicción de su comportamiento a largo plazo sea imposible (matemáticamente decimos que el sistema tiene una fuerte dependencia de las condiciones iniciales).

Esto sucede aunque el comportamiento de estos fenómenos esté completamente determinado por sus condiciones iniciales, sin involucrar ningún tipo de elementos aleatorios. En otras palabras, la naturaleza determinista de estos sistemas no los hace predecibles, aunque, por lo menos, gracias a la teoría del caos es posible analizar su imprevisibilidad desde un punto de vista estratégico.

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miércoles, junio 25

Fractales: el código geométrico de la naturaleza

(Un texto de Dory Gascueña en bbvaopenmind.com leído el 30 de julio de 2020)

El teorema de Pitágoras, las fórmulas para calcular superficie y volumen de las distintas figuras geométricas, el número Pi…Todos estos son conceptos propios de la geometría clásica o euclidiana, que se enseña en los colegios junto a la geometría analítica (que traduce estas figuras a expresiones algebraicas como funciones o ecuaciones) y que se adaptan perfectamente al mundo que los seres humanos hemos creado. 

Pero, ¿y si hubiera una geometría “sin procesar” detrás de los patrones de comportamiento de los diferentes elementos de la naturaleza? Una geometría no adaptada al mundo que los humanos han creado, sino a todo lo que estaba aquí antes de que llegaran, e incluso, al funcionamiento de sus propios cuerpos. Una nueva perspectiva con la que analizar y descifrar los procesos naturales que ocurren a nuestro alrededor: la geometría fractal llegó (para quedarse) a finales del siglo pasado.

El descubrimiento de la geometría fractal hace escasamente 50 años ha permitido explorar matemáticamente las “irregularidades” de la naturaleza en muchas de sus formas.¿Qué lógica siguen las ramas de un árbol cuando crecen? O los picos de las montañas, e incluso la trayectoria de los rayos en una tormenta, el ciclo de crecimiento de los microbios o la formación de las estrellas en la galaxia. Todos estos fenómenos naturales se pueden desencriptar gracias a la geometría fractal.

Según el principio matemático de autosimilitud una misma forma se repite a escala gradualmente más pequeña de manera indefinida, es decir: una forma idéntica dentro de la anterior y así sucesivamente. Hasta el infinito. Formas, ritmos, sonidos o trayectorias, porque todos estos fenómenos pueden descomponerse en estructuras autorreplicables, la principal característica de los fractales.

“Las nubes no son esferas, las montañas no son conos, las costas no son círculos y la corteza de los árboles no es lisa, ni los rayos viajan en línea recta”, dijo a finales de los 70 Benoit Mandelbrot, el matemático responsable de acuñar en 1975 el término fractal (del latín fractus, quebrado o fracturado). Por aquel entonces Mandelbrot trabajaba para IBM en el Thomas Watson Research Institute de Nueva York tras su etapa como profesor en varias universidades americanas. Su cometido era identificar por qué se producía una interferencia de ruido blanco en el sistema de telecomunicaciones en el que trabajaba. Benoit Mandelbrot (1924-2010), nacido polaco y nacionalizado francés y estadounidense en el contexto de la II Guerra Mundial, tenía una mente excepcionalmente visual que le permitió encontrar la base matemática de los fractales, a pesar de que estas figuras parecían irregulares al ojo humano. 

Matemáticas: una lente más potente que el microscopio

Siguiendo su instinto de interpretar los problemas en términos visuales, Mandelbrot analizó el gráfico que representaba la turbulencia generada por el ruido blanco y descubrió que, al margen de la escala del gráfico, los datos de un día, una hora o un segundo, tenían siempre el mismo patrón. Fue entonces cuando recurrió a los trabajos de los matemáticos Pierre Fatou (1878-1929) y Gaston Maurice Julia (1893-1978), que habían estudiado la iteración de funciones (la base del principio de autosimilitud en matemáticas). Gracias al potencial de los ordenadores con los que trabajaba, Mandelbrot pudo replicar esta ecuación infinitamente para obtener una de las imágenes más icónicas de la ciencia, el conjunto de Mandelbrot. Esta curiosa imagen, de aspecto orgánico e irregular, responde al principio matemático de autosimilitud de los fractales y es infinitamente ampliable: el patrón de los bordes se repite una y otra vez al profundizar en la imagen.

Gracias al potencial de los ordenadores con los que trabajaba, Mandelbrot pudo replicar esta ecuación infinitamente para obtener una de las imágenes más icónicas de la ciencia, el conjunto de Mandelbrot. Esta curiosa imagen, de aspecto orgánico e irregular, responde al principio matemático de autosimilitud de los fractales y es infinitamente ampliable: el patrón de los bordes se repite una y otra vez al profundizar en la imagen.

Años después, Mandelbrot publicó Fractal Geometry of Nature (1982), una obra con la que recibió la atención y legitimidad propias del creador de un nuevo campo de conocimiento. Este peculiar matemático (poco ortodoxo para los estándares académicos previos a su descubrimiento), defendía que los fractales son más naturales e intuitivos que los objetos basados en la Geometría Euclídea, generados y regularizados artificialmente por el hombre.  Mandelbrot no fue el único responsable intelectual del nacimiento de la geometría fractal, pero sí el encargado de darle forma (literalmente) al conocimiento previo gracias al potencial de los ordenadores. En ciencia, como en los fractales, siempre hay una forma intelectual dentro de otra más grande, aunque en este caso no se cumpla el principio de autosimilitud. Gracias al descubrimiento de los fractales, por primera vez una ecuación sencilla puede explicar formas de gran complejidad que, además, con el tiempo se ha demostrado que están presentes en los grandes procesos de la naturaleza.

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martes, junio 24

Hedy Lamarr: la actriz que inventó el “wireless”

(Un texto de Javier Yanes en bbvaopenmind.com leído el 13 de noviembre de 2014)

Fue una estrella de Hollywood, que dedicaba las noches a desarrollar un sistema de salto de frecuencias de comunicación. Fue la inventora de un precursor del WiFi, que de día interpretaba a Dalila bajo la dirección de Cecil B. DeMille. Fue la esposa de un judío que vendía armas a Hitler y Mussolini. Fue la emigrante que contó a las autoridades de EE.UU. todo lo que sabía sobre el armamento de las potencias del Eje. Todo eso fue Hedy Lamarr (9  de septiembre 1914 – 19 de enero 2000), un personaje digno de una novela de John Le Carré y de cuyo nacimiento ahora se cumplen 100 años.

En 1933, año de la película Ecstasy, en la que se desnudaba por completo y que la lanzó a la fama de la mano del escándalo, la actriz austríaca Hedy Kiesler se casó con su primer marido, el magnate Fritz Mandl, “que suministraba armamento ilegal a los gobiernos fascistas de Europa”, explica a OpenMind Stephen Michael Shearer, biógrafo de la actriz y autor de Beautiful: The Life of Hedy Lamarr. La relación no fue ideal. “Era una esposa trofeo a la que se le negaba la vida social sin su marido; su carrera se estancó”, señala el biógrafo.

Hedy escapó de su marido y emigró a EEUU, reanudando su carrera en Hollywood en 1937. Con su nuevo nombre, Hedy Lamarr, la actriz de deslumbrante belleza se convirtió en una gran estrella. Pero tras su imagen pública rutilante, Lamarr escondía algo más. En Viena había escuchado las conversaciones sobre armas y sistemas de comunicaciones que su marido mantenía con los líderes de la Europa fascista. Y cuando se fue, se llevó lo que sabía para ponerlo a disposición del país que la acogió.

Un día Lamarr conoció al compositor y pianista George Antheil, un pionero de la música mecanizada y la sincronización automática de instrumentos. Juntos pensaron en aplicar el principio de la pianola a los torpedos dirigidos por radio; es decir, emplear rollos de papel perforado para que la frecuencia de la comunicación fuera saltando entre 88 valores distintos (el número de teclas del piano) según una secuencia que solo podrían conocer quienes poseyeran una clave. Eso impediría que el sistema fuera interceptado. La patente se publicó el 11 de agosto de 1942 con el número 2.292.387, bajo el título Sistema de comunicación secreta.

Sin embargo, el sistema de Antheil y Lamarr no fue explotado de inmediato. Para Shearer, esto se debió a dos razones: “Primero y más importante, el gobierno no entendió o no conceptualizó entonces la comunicación inalámbrica”. Pero según el autor, el segundo motivo obedecía al perfil inusual de la inventora. “Posiblemente el invento fue aparcado porque se consideraba a Lamarr la chica más guapa del mundo y debemos tener en cuenta que en esa época nadie tomaba en serio a una mujer bella en cuestiones intelectuales”. Anthony Loder, hijo de su tercer matrimonio, apunta a OpenMind que ella nunca pretendió ganar dinero con su invención, que entregó a la marina estadounidense. “Hedy se adelantó a su tiempo en 20 años”, añade el hijo de la actriz.

Por fin, la invención de Antheil y Lamarr sería aprovechada dos decenios más tarde, después de que en 1959 Antheil falleciera y la patente expirara sin llegar a producir un solo dólar. “En los 60, la patente se utilizó para desarrollar comunicaciones militares inalámbricas para misiles guiados. Y esto llevaría, juntamente con la invención de los teléfonos móviles, al fundamento de todas las comunicaciones inalámbricas que conocemos hoy, como el WiFi”, detalla Shearer.

Para la inventora y actriz, en cambio, el futuro no sería tan prometedor. Después de la guerra, su carrera cinematográfica entró en declive. Sus años más oscuros llegaron a partir de la década de 1960, cuando llegó a ser acusada de robo en tiendas. Tampoco su labor como inventora fue reconocida hasta después de su muerte, en el año 2000. Desde 2005 su cumpleaños, el 9 de noviembre, está señalado como el Día del Inventor en los países de habla germana (Austria, Suiza y Alemania). Y en mayo de 2014, Lamarr y Antheil fueron incorporados al Inventors Hall of Fame de EE UU. La reivindicación de su figura ha dado lugar a nuevas obras sobre su apasionante vida, como la novela gráfica de Trina Robbins Hedy Lamarr and a Secret Communication System o el libro Hedy’s Folly: The Life and Breakthrough Inventions of Hedy Lamarr, del ganador del Pulitzer Richard Rhodes. Por su parte, Loder adelanta que prepara un libro sobre su madre y que colabora en una película biográfica destinada a ver la luz en 2015.

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lunes, junio 23

Caos y orden matemático en la nieve

(Un texto de Pedro J. Miana en el Tercer Milenio -Heraldo de Aragón- del 21 de febrero de 2021. Ideal para pensar en algo fresquito con el calor que hace...)

La belleza y fragilidad del copo de nieve esconde un universo matemático donde caos y orden conviven en perfecta armonía. 

Y  Filomena llegó –pensaba ausente mientras veía caer la nieve tras la ventana de la cocina. Esta vez los meteorólogos lo habían avisado y habían acertado de pleno. Y no era una empresa fácil. Una manera de estudiar matemáticamente un fenómeno es diseñar tu propio fenómeno ‘de juguete’, llamado modelo, y que puedas controlar. Si cambia con el tiempo, como en la meteorología, utilizaremos ecuaciones diferenciales. Son como las ecuaciones del colegio, pero las incógnitas, las famosas x, y, z, ya no son números, sino funciones del tiempo, como la posición, la temperatura o la humedad. Las soluciones de
las ecuaciones diferenciales dependen de las llamadas condiciones iniciales, valores iniciales de las funciones que puedo medir en un momento dado. 

Durante la Segunda Guerra Mundial, el matemático estadounidense Edward Lorenz (1917-2008) sirvió a su país como meteorólogo, y al finalizar, siguió en este campo doctorándose en el Massachusetts Institute of Technology, MIT. Lorenz se preguntaba por qué, si se conocían las ecuaciones y las condiciones iniciales, no se conseguía predecir el tiempo atmosférico que iba a hacer dentro de tres días con una fiabilidad aceptable.

En 1963, decidió simplificar al máximo las ecuaciones y planteó su ‘modelo de juguete’, hoy llamado modelo de Lorentz y que conservaba las propiedades más importantes del real, en particular la no linealidad de las ecuaciones. No podía resolverlo analíticamente, así que buscó soluciones numéricas con ayuda de uno de los primeros ordenadores personales.

Casi por casualidad, un día decidió confirmar algunos de los cálculos realizados. Esta vez introdujo las condiciones iniciales con un levísimo redondeo, tomando solo tres cifras decimales en vez de las cinco que inicialmente utilizó. Al volver de tomar una taza de café, encontró cambios drásticos en los resultados finales. Evidentemente pensó que la computadora se había estropeado, pero antes de llamar a los técnicos, decidió darle una segunda oportunidad. Al volver a introducir las condiciones iniciales, se dio cuenta que el levísimo redondeo realizado, unido a la especial naturaleza de las ecuaciones, era el causante de la nueva situación descrita. Dos estados iniciales muy similares podían evolucionar de modo radicalmente distinto, como dos hermanos gemelos. 

Había sido descubierto el comportamiento caótico de las matemáticas y de la realidad que se sintetizó en el llamado ‘efecto mariposa’. En un congreso celebrado en 1972 pronunció su famosa metáfora: "El aleteo de una mariposa en Brasil puede ocasionar un tornado en Texas".

[...]

Varios grupos de niños y padres, ocultos tras gorros, mascarillas y guantes, poblaban ya el parque. Reconocimos a nuestros vecinos rodando una gran bola por el suelo. Al empujar la bola desde su parte superior, la fuerza de rozamiento produce rotación que, unida al propio peso de la bola, consigue trasladar y adherir más nieve a la bola, aumenta de tamaño y adquiere una forma cilíndrica. Cualquier niño sabe que para que la bola sea esférica hay que variar la dirección de traslación, así las bases del cilindro se redondean y acaba pareciéndose más o menos a una esfera. Como curioso resultado se trazan caminos erráticos libres de nieve.

Al acercarnos a ellos, nos invitaron a hacer el muñeco de nieve juntos. Uno de los niños preguntó sobre las dimensiones de cada una de las tres bolas para hacer el muñeco. En este caso, no hay proporciones escritas sobre los tamaños de cada una de las bolas para conseguir el muñeco de nieve perfecto. Aquí el diseño e incluso la forma es libre: la cabeza del famosísimo Olaf no es esférica. Pero lo que sin duda no puede faltar son una zanahoria de nariz, unas piedras de ojos y las ramas de brazos.

[...]

La nieve sabe hacer hexágonos 

[...] Había enormes mantos blancos, tan puros que te tentaban a lanzarte sobre ellos. [...] 

No fuimos los primeros en llegar a esa ladera del parque. Sin saber cálculo diferencial en varias variables, Pablo y Laura eligieron la dirección en la que el gradiente proporcionaba la mayor velocidad a su trineo. Tras varios descensos, optaron por abandonar el trineo y bajar rodando por la ladera. Al pararse, Laura miró fijamente a un cristal sobre la nieve.

–Mira, papá: la nieve sabe hacer hexágonos –dijo Laura señalando copos de nieve sobre el cristal.

–Sí, así es. Has visto lo mismo que el matemático Johannes Kepler (1571-1630). Un día del invierno de 1611, y mientras caía una nevada como esta en Praga, se le ocurrió que el mejor regalo para su protector era dedicarle un ensayo sobre matemáticas y nieve, ‘Strena Seu De Nive Sexangula’ (‘Un regalo de Año Nuevo de nieve hexagonal’). No fue el único genio que se asombró con la nieve. René Descartes (1596-1650) en su obra ‘Meteoros’, de 1637, escribe: "Eran pequeñas placas de hielo, muy planas, muy pulidas, muy transparentes, con un espesor como el de una hoja de papel algo gruesa, [...] pero tan perfectamente talladas en hexágonos, con los seis lados tan rectos y los seis ángulos tan iguales, que para el hombre sería imposible hacer algo tan exacto". Con ayuda de un microscopio, el fotógrafo Wilson Bentley, conocido como el Hombre Copo de Nieve, llegó a fotografiar, desde 1885 y durante 45 años, más de 5.000 copos de nieve, sin que entre ellos no hubiera dos idénticos y donde reinaba la simetría hexagonal.

Déjame tu móvil para que pueda hacerles fotos –me pidió Laura mientras extendía el brazo.

Con cara de asombro y temiendo que mi móvil nuevo acabara en la nieve, les propuse.

–Os puedo enseñar a dibujar un copo de nieve mágico, el copo de nieve de Koch. Por mucho que dibujemos, nunca lo terminaremos. Medio confundidos, medio intrigados, y antes que se revelaran, iniciamos la retirada hacia el calor del hogar. 

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domingo, junio 22

La palabra ‘periódico’

 (Un texto de Martín Caparrós en El País Semanal del 18 de abril de 2021)

Las noticias ya no son periódicas, irrumpen en cualquier momento. El mundo está en cambio constante. Quizás deberíamos llamar a los diarios continuos.

¿Y entonces qué habría que hacer con esas palabras que ya no son lo que eran, no significan lo que significaban? ¿Vale la pena señalarlas, agregarles algún tipo de advertencia, un asterisco que anuncie "atención, palabra confundida"? La palabra "periódico", digamos. Ningún sudaca la diría, pero para eso están las diferencias: ustedes dicen periódico, nosotros decimos diario; nosotros decimos ustedes, ustedes dicen vosotros —y vosotros quién sabe. En cualquier caso, diario y periódico pueden ser lo mismo: un hato de papeles entintados que envolverán los restos del mañana. Y son lo mismo: dos adjetivos hechos sustantivos que definen algo que sucede con una regularidad determinada. "Periódico" es otro ejemplo de la parte por el todo: aparecer a intervalos fijos era solo una de las características de esos hatos llenos de avisos y de anuncios, pero acabó siendo su nombre.

El primero en castellano fue obra de un tal Francisco Fabro Bremundán, secretario de un bastardo del rey Felipe IV y una actriz, que, hace justo 360 años, publicó el primer número de la Relación o Gaceta de algunos casos particulares, así políticos como militares, sucedidos en la mayor parte del mundo; el pionero se imprimía cada mes y sobrevivió; tanto que, tras llamarse Gaceta de Madrid durante un par de siglos, a principios del XX terminó por convertirse en el Boletín Oficial del Estado —español— y allí sigue. Pero ya en 1758 le había surgido, entre otros, un competidor particular: el Diario de Madrid aparecía, como su nombre lo indica, todos los días, y empezó a crear esa costumbre.

La esencia de lo periódico es que establece un ritmo: durante los últimos 200 años el tiempo de muchos fue marcado por aquellos impresos. Leer el periódico no era solo una forma de asomarse y echar una mirada; era, sobre todo, un modo de organizar la vida. Me despierto, hago el café, abro el periódico; el mundo se desplegaba una vez al día.

Y lo mismo pasaba con su producción: sus artesanos iban cociendo todo lo que tenían para reunirlo en una "edición" que se imprimía a horarios fijos. Era un imperativo técnico, pero a veces lo que aparece como imposición se mantiene como costumbre: durante décadas los noticieros —de la radio primero, de la tele después—, que no tenían por qué, también reunían sus noticias para ofrecerlas en horarios fijos, como si algo los obligara más allá del hábito. Eran tiempos en que las informaciones llegaban a sus horas, como un buen jarabe.

Eran periódicas y había que ir a buscarlas: comprar el diario, sintonizar las noticias. El gran cambio es que ahora las noticias aparecen sin que las busques. La tarea, si acaso, ya no es verlas, sino no verlas. Porque los medios actuales —corriente continua, shock tras shock tras otro shock— se creen que tienen que lanzar piedritas todo el tiempo, requerir todo el tiempo tu atención.

—¿Qué tienes para las 16.42?

—El invento de unos zapatos para perros trifásicos, fascinante, viene con un buen vídeo de gatitos.

—¿Y para las 16.48?

—Uy, las 16.48.

Las dizque noticias ya no son periódicas; irrumpen en cualquier momento. El mundo no se renueva cada día: está en cambio constante —y nada cambia. Por esa furia de darte siempre algo han conseguido que casi todo nos importe poco: en mi barrio lo llaman escupir para arriba —y lo hacemos espléndido. Los medios quieren mandarte un flujo constante incontenible porque su negocio consiste en mantenerte pinchado non stop y han creado ese sentido de urgencia en que vivimos, esa atención dispersa pero permanente para la cual no enterarse de la separación de Pinchafifis 12 minutos después de que suceda es un fracaso, la evidencia de que todo se te escapa —y te enteras y no importa nada.

Así que la palabra "periódico" ya no tiene sentido. Deberíamos llamarlos "continuos", un flujo sin mojones, un espacio sin tiempos que lo marquen. Como la vida ahora, cuando la peste la ha revuelto tanto.

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jueves, junio 12

Nietzsche y su hermana: la leyenda del incesto más famoso de la filosofía

 (Un texto de Daniel Arjona en El Confidencial del 29 de febrero de 2020. A raíz de nn libro de Sue Prideaux sobre el emperador de los intempestivos que desmonta algunos de los más persistentes mitos sobre su figura).

"El chico que se crió en una casa llena de mujeres sin hombre. La extraña relación entre Nietzsche y su hermana, acallada durante cincuenta años y revelada por fin en la confesión del propio filósofo. La historia de un hermano famoso y una hermana pequeña aterradoramente ambiciosa que crecieron amándose físicamente desde niños y siguieron amándose de adultos, excluyendo a todos los demás hombres y mujeres. Basta con leer unos fragmentos de este libro apasionante para darse cuenta de por qué ha sido silenciado todos estos años. Llanamente y con pavorosa seriedad, el mayor filósofo del siglo XIX relata cómo cayó poco a poco en esa trampa amorosa extremadamente arriesgada que le impidió casarse y que llevó al suicidio al marido de su hermana. MI HERMANA Y YO fue escrito en un manicomio en Jena. Sin duda era su venganza deliberada contra su familia por haberle impedido publicar una confesión anterior y mucho más moderada titulada 'Ecce homo', que no apareció hasta diez años después de su muerte. MI HERMANA Y YO tuvo que aguardar más de cincuenta años porque no podía hacerse público hasta que todos los actores de este Gran Drama hubieran fallecido". 

Así rezaba la muy seductora publicidad editorial de un libro escandaloso publicado con tremendo éxito en 1951 y que aún hoy pueden encontrar en distintos idiomas, también en español, con la firma del gran intempestivo, del filósofo del eterno retorno, del confesor de Zaratustra y asesino de Dios, Friedrich Wilhelm Nietzsche. Así figura también en numerosos sites de internet. De hecho, la historia es hoy moneda común y todo el mundo cree saber que el desventurado autor de 'El Anticristo' se acostaba con su hermana en lo que sería el incesto más célebre de la historia de la filosofía. Lástima que todo sea falso, como explica la novelista y biógrafa inglesa Sue Prideaux (1946) en la ultimísima y soberbia biografía del pensador que acaba de publicarse en España: 'Soy dinamita: una vida de Nietzsche' (Ariel, 2019). 

Hay tantas biografías de Nietzsche como utilizaciones bastardas de su filosofía, desde las apologías de su potencial liberador hasta las virulentas diatribas acerca de su utilidad como argamasa del nazismo. Y lo que mejor hace en estas páginas Prideaux es disolver todos esos mitos y leyendas sin contemplaciones con una narración tan adictiva como divertida que danza en torno a la relación de amor y odio del filósofo y el compositor Richard Wagner. Una de esas fabulaciones desarboladas es la de la supuesta relación erótica con su hermana menor Elisabeth Förster-Nietzsche. ¿Cómo surgió el bulo y cuáles son las razones de su longevidad?

Advierte Prideaux que el librito atribuido a Nietzsche es "abominable, desde el mismo principio, con Elisabeth metiéndose en su cama y procediendo a la 'aplicación de sus pequeños y regordetes dedos', hecho que habría ocurrido por primera vez la noche de la muerte de su hermano pequeño Joseph. Dado que Elisabeth tenía dos años en aquel momento, y Nietzsche cuatro, la lógica y la razón quedan excluidas desde el principio. Pero el sentido común a menudo se ve desbordado por el sensacionalismo una vez que el escándalo se dispara". Ya antes de que pudiera refutarse con pruebas de peso y adjudicarse la falsificación a su verdadero perpetrador, el erudito Walter Kaufmann había desmontado con un exigente y hábil análisis filológico la autoría del libro. ¿Y quién era el embustero tras la cortina? Se presenta Samuel Roth

Roth parece un personaje de ficción. Judío nacido en Ucrania en 1893 cuya familia emigró al Lower East Side Manhattan. Editor, escritor, librero y pornógrafo. Paladín de la libertad de expresión por su papel como demandante en el célebre 'Roth contra Estados Unidos' (1957) y estafador reincidente. Entre sus publicaciones, ya fueran anónimas o bajo pseudónimo, encontramos 'Lady Chatterley's Husbands' (1931), 'The Private Life of Frank Harris' (1931), 'I Was Hitler's Doctor' (1951) y 'The Violation of the Child Marilyn Monroe' por "su amigo psiquiatra" (1962). Por lo demás, Roth se especializó en reproducir fragmentos sexualmente explícitos de montones de autores sin su permiso en revistas eróticas de su propiedad. Hasta el punto de que nada menos que 167 de ellos -como Einstein, Eliot, Gide, Hamsun, Hemingway o Thomas Mann- llegaron a firmar una carta colectiva de protesta.

La invención sobre la relación incestuosa de los hermanos Nietzsche no fue más que otro de sus múltiples fraudes, aunque sin duda el que más huella dejó. Por cierto que Elizabeth no necesitaba de nada semejante para llamar la atención. Su historia real ya es tan fascinante como inquietante.

Es cierto que Friedrich y Elisabeth, 'la Llama', como él la llamaba, fueron dos hermanos amantísimos e inseparables. Vivieron intermitentemente juntos durante la mayor parte de sus vidas y ella cuidó primorosamente de él durante las numerosas crisis desencadenadas por su catastrófica salud. Tan inteligente como abandonada al papel vicario al que la sociedad de su tiempo abocaba a las mujeres, nunca quiso ser tomada por una de esas "nuevas feministas que luchaban por el derecho a llevar los pantalones y los derechos políticos de votar como borregos". Cuando finalmente se casó en 1885 lo hizo con un maestro de escuela llamado Bernhard Förster que pronto se transformó en un virulento antisemita fundador de un asentamiento ario puro junto a otras catorce familias en Paraguay bautizado como Nueva Germania que todavía existe hoy. Aquello fue un desastre y Förster se suicidó con veneno en 1889. Ese mismo año, Elisabeth Förster-Nietzsche recibía otra mala noticia: su hermano había abrazado a un caballo maltratado en la piazza Carlo Alberto de Turín en el mismo instante en que se volvía completamente loco.

Al regreso de Elisabeth al viejo continente comenzó la etapa más siniestra de aquella relación fraternal. Durante los diez años de demencia que aún vivió Friedrich la fama de sus escritos explotó y Elisabeth impuso un control férreo sobre su legado mediante el expurgo del Archivo Nietzsche que ella mismo fundó. Más adelante haría cosas peores, cosas, como diría Peter Griffin, "nazis". En los años 30 se afilió al partido nacionalsocialista alemán y puso el Archivo de su hermano al servicio del III Reich emborronando injustamente su memoria. Escribe Sue Prideaux que ella y su primo Max Oehler "llenarían el Archivo de nacionalsocialistas que redactarían la filosofía de su partido escudándose en el nombre de Nietzsche. Villa Silberblick se convirtió en la guarida de las tarántulas vengativas que Nietzsche había previsto y contra las que había advertido".

La 'profecía' quedó registrada en 'Ecce homo' y aún hoy su lectura trenza un nudo en la garganta: "Conozco mi suerte. Alguna vez irá unido mi nombre al recuerdo de algo gigantesco: de una crisis como jamás la ha habido en la tierra, de la más profunda colisión de conciencia, de una decisión tomada, mediante un conjuro, contra todo lo que hasta ese momento se había creído, exigido, santificado. Yo no soy un hombre, soy dinamita". ¿Cómo no evocar en estas palabras la chimenea del horno crematorio? Y, sin embargo, la biógrafa advierte: "Sólo en nuestra imaginación, oscurecida por la larga sombra de la mirada retrospectiva, es ése el grito de un hombre que quería desencadenar el mal sobre el mundo".

Elisabeth Förster-Nietzsche murió en 1935. A su funeral acudió a rendir respetos Adolf Hitler.


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miércoles, junio 11

El héroe que evitó la III GM

(Un texto de Héctor G. Barnés en El Confidencial del 27 de abril de 2018) 

Durante más de 40 años, muy pocas personas supieron qué había pasado dentro del submarino ruso B-59 que estuvo a punto de desencadenar la guerra nuclear.

El 19 de agosto de 1998 fallecía el oficial del ejército ruso Vasili Arjipov, a la edad de 72 años. Poco podían sospechar su hija, Yelena Andriukova, y su nieto Sergei, que en apenas un par de años el nombre de su familiar iba a aparecer en los medios de comunicación de todo el mundo como “el hombre que salvó al mundo” o “el hombre más importante de la historia moderna”, como se refirió a él Max Tegmark, presidente del Instituto Future of Life. Es casi imposible saber con exactitud qué consecuencias pueden
tener nuestras acciones, pero es posible pensar que sin la providencial participación del subcomandante Arjipov durante la crisis de los misiles, habríamos estado muy cerca de que la Tercera Guerra Mundial diese comienzo.

La historia y peripecias del ruso acaban de ser recogidas en la novela 'The Last Saturday of October. The Declassified Secrets of Black Saturday', en la que el ingeniero especialista en submarinos David Gilbert ficcionaliza lo ocurrido en el B-59 en octubre de 1962 utilizando documentos que hasta ahora no habían visto la luz, tanto del bando americano como del ruso (incluidos los planes operativos de Nikita Kruschev), así como testimonios de testigos y una pequeña aportación del autor sobre la tecnología submarina. Todo para intentar descubrir qué pasó aquel domingo de octubre y por qué la historia no se conoció hasta 40 años más tarde, cuando el anónimo héroe ya había fallecido. 

En la novela, los dos principales protagonistas son Arjipov y Valentin Savitsky, el comandante del B-59 que estuvo a punto de presionar el botón rojo nuclear. “Con el destino de sus países y del mundo en juego, dos hombres lucharon el uno con el otro para encontrar la solución menos violenta”, escribe Gilbert en la introducción del libro. “Decidieron salvar el mundo, evitar su inminente devastación bajo el fuego de las armas. Desafiaron a la muerte y a sus superiores al no iniciar el acto que destruiría miles de millones de vidas y amenazaría a todos los que vivirían después de ese momento”. Pero ¿qué es lo que pasó exactamente a bordo del submarino soviético de clase Foxtrot el 27 de octubre de 1962? 

Apenas cinco jornadas antes, el 22 de octubre, el presidente John Fitzgerald Kennedy lanzó su última advertencia ante la consternación de la población mundial, que veía cómo se deslizaba poco a poco hacia la confrontación nuclear: cualquier misil lanzado desde Cuba a cualquier aliado occidental sería considerado como un ataque de la Unión Soviética a EEUU, que tomaría las represalias necesarias. Un misil nuclear T-5, con una capacidad semejante a la bomba que fue arrojada sobre Hiroshima, era precisamente lo que se encontraba a bordo del B-59, totalmente listo para ser disparado en caso de que
estallase la guerra.

Eso era lo que sopesaron los altos mandos del submarino cuando el día 27 comenzaron a ser atacados por el USS Randolph y otros 11 destructores, después de ser detectados cerca de la bahía de Mariel, en Cuba. Las cargas de profundidad y bombas subacuáticas comenzaron a golpear los casos de la flota soviética, y tres de los submarinos se vieron obligados a emerger ante la falta de oxígeno. No ocurrió lo mismo con el B-59, que durante unos breves y determinantes instantes –cuatro horas que cambiaron el destino de
la humanidad– valoró contestar el ataque estadounidense con su arma especial, lo que muy probablemente habría supuesto el final de la Guerra Fría… y el comienzo de un enfrentamiento bélico de imprevisibles consecuencias. Si no ocurrió fue, sobre todo, gracias a la intervención de Arjipov, que tenía 34 años en aquel momento.

No se conocen exactamente los detalles exactos de lo que ocurrió durante esos 240 minutos –y Gilbert ha intentado rellenar los huecos a partir de la información que ha conseguido reunir–, pero lo que parece más o menos claro es que el capitán Valentin Savitsky parecía determinado a hacer uso de la fuerza, convencido de que la guerra ya se había desatado. Ese fue, probablemente, el gran error de comunicación que pudo conducir al planeta a la guerra: Moscú había dado órdenes más o menos generales a la flota que envió al Caribe, entre las que se encontraba atacar si lo consideraban necesario, pero las comunicaciones con sus superiores se habían cortado, por lo que estaban incomunicados. Para más inri, el ejército americano tampoco sabía que el submarino iba armado con una bomba nuclear; de haber sido así, quizá se lo habría pensado dos veces antes de atacar.

“¡Vamos a dispararles ahora!”, gritó Savitsky en ese momento, según contó décadas más tarde el oficial de inteligencia Vadim Orlov. Todos pensaban que era el final, así que el comandante ordenó montar el torpedo: era cuestión de rendirse o morir matando. “¡Moriremos, pero los hundiremos a todos!”, razonaba ante la tripulación, atemorizada por lo que estaba ocurriendo. “¡No dejaremos en ridículo a nuestra armada!” Fue entonces cuando Arkjov dio un paso adelante, un acto que más de medio siglo más tarde es
recordado por historiadores soviéticos y estadounidenses como de una proverbial valentía.

Savitsky, en pleno subidón de adrenalina, parecía tener claro que debían hacer algo. De una opinión semejante era el oficial político Ivan Semonovich Maslennikov. Quien no lo veía tan claro fue el propio Arjipov, el segundo en la cadena de mando pero sin cuya aprobación no se podía disparar el misil: los tres miembros de la jerarquía debían ponerse de acuerdo antes de tomar dicha decisión. El autor matiza que, por sorprendente que pueda parecer, la jerarquía de mando en un submarino es diferente a otras del ejército, ya que por sus propias características, se basa mucho más en el trabajo en equipo.

Finalmente, tras horas de deliberación, consiguió convencer a Savitsky de que en lugar de lanzar una bomba nuclear contra la armada americana, quizá sería suficiente con una señal de sónar que comprobase si realmente planeaban hundirlos. Finalmente, el submarino terminó emergiendo, como ocurrió con sus compañeros. Como recuerda Gilbert, “si el capitán de segundo grado Vasili Aleksandrovich Arjipov no hubiese intervenido, una explosión nuclear habría tenido lugar en el mar de los Sargazos. Todas las naciones habrían percibido que estaban siendo atacados: los soviéticos, los americanos, la Habana, Moscú y Washington D.C.”. Y, ante la advertencia ya lanzada por JFK unos días antes, era muy probable que la respuesta hubiese sido contundente. No fue así, y el incidente durmió en el olvido de los archivos clasificados, esperando que las décadas dejasen que lo pasado se enfriase y alguien decidiese recordar a aquel héroe anónimo.

Fue en 2002 cuando finalmente salió a la luz la historia de Arjipov. Fue Thomas Blanton, director de los Archivos de Seguridad Nacional estadounidenses, quien de pasada, en una entrevista para 'The Boston Globe', desveló que “un tipo llamado Vassili Arjipov salvó el mundo”. Había llegado a dicha conclusión tras comparar los informes que habían sido desclasificados después de 1992, el último de los cuales, un informe de la inteligencia soviética, reivindicaba el rol jugado por el ruso. Este fue reconocido en una ceremonia celebrada el pasado 27 de octubre, en el 55 aniversario de su enfrentamiento con su superior en el B-59. Allí, su hija y su nieto recordaron que no tenían la más mínima idea del rol que había jugado el 'pater familias' en el destino del mundo. Al fin y al cabo, era una información altamente secreta; el oficial se llevó su hazaña a la tumba, pero las mareas de la historia la volvieron a sacar a la superficie.

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martes, junio 10

'El Gatopardo' y Lampedusa: historia triste de un éxito que no conoció su autor

(Un texto de Daniel Arjona en El Confidencial de 12 de abril de 2019. A raíz de la publicación de una nueva edición revisada de la que según el escritor británico L. P. Hartley "tal vez sea la mejor novela del del siglo XX")

A finales de mayo de 1957, ya con la salud desahuciada a causa de un cáncer de pulmón, Giuseppe Tomasi de Lampedusa viaja a Roma para morir y allí redacta un testamento al que adjunta una carta en sobre aparte titulada 'Última voluntad de carácter privado': "Deseo, mejor dicho quiero, que de mi muerte no se haga ningún tipo de participación, ni a través de la prensa ni de otro modo. Los funerales han de ser los más sencillos posibles, y han de celebrarse a una hora incómoda. No deseo flores, y que nadie me acompañe, salvo mi esposa, mi hijo adoptivo y su novia. (...) Deseo que se haga cuanto sea posible para que se publique 'El Gatopardo' (el manuscrito válido es el que figura en un solo sobre escrito a mano); por supuesto, ello no significa que deba publicarse a expensas de mis herederos; lo consideraría como una gran humillación". 

Lampedusa falleció el 23 de julio después de un penoso peregrinaje por las editoriales italianas sin conseguir que le publicaran 'El Gatopardo'. No la quiso el gigante Mondadori y, poco antes de morir, recibió una nueva carta de rechazo de Einaudi. 

Convencido del valor de la que consideraba la obra de su vida, lo primero que escribía después de un silencio que había durado casi tres décadas, incrédulo ante la falta de comprensión que, como un muro, se alzaba entre él y sus lectores, Lampedusa se dispuso a escribir una serie de cartas a escritores, amigos y familiares en un último intento desesperado por lograr la edición de su novela. Esas cartas, perdidas hasta el año 2000 y ahora rescatadas por su ahijado Gioacchino Lanza Tomasi para la prolija introducción de la nueva edición revisada de 'El gatopardo' que acaba de editar Anagrama, cuentan una historia de éxito y también de tristeza, la del triunfo póstumo de una de las más grandes novelas del siglo XX. 

"Querido Enrico: en la carpeta de piel encontrarás el texto mecanografiado de 'El gatopardo'. Te ruego que lo cuides porque es la única copia que tengo. Te ruego también que lo leas con cuidado porque cada palabra ha sido pensada y muchas cosas no están dichas claramente, sino solo sugeridas. Me parece que tiene cierto interés porque muestra a un noble italiano en un momento de crisis (que no está dicho que sea solo la de 1860), cuál es su reacción y cómo se va acentuando la decadencia de la familia hasta su desintegración casi total; pero todo esto visto desde dentro, con una cierta identificación y sin ningún rencor. (...) No es preciso que te diga que el 'príncipe de Salina' es el príncipe de Lampedusa, mi bisabuelo Giulio Fabrizio; todos los detalles son reales: la estatura, las matemáticas, la falsa violencia, el escepticismo, la mujer, la madre alemana, la negativa a ser nombrado senador". 

Escrita el 30 de mayo de 1957, fue una de las últimas cartas de Lampedusa a Enrico Merlo, barón de Tagliavia, consejero del Tribunal de Cuentas de Sicilia y uno de los más cultos amigos del escritor. Según explica Lanza Tomasi en la citada introducción, esta carta tan detallada sobre 'El Gatopardo' junto con otra dirigida a él mismo -primo lejano de Lampedusa adoptado por él en 1956, historiador y organizador de esta nueva edición revisada- aparecieron sorprendentemente medio siglo después olvidadas dentro de un volumen de 'Los viajes del capitán Cook' que había guardado la viuda de Lampedusa, la princesa Wolf Stomersee. "La princesa había tomado del marido la costumbre de utilizar libros para esconder cartas secretas. A veces perdían el documento y en ocasiones hasta billetes de banco: olvidarse del libro era como olvidar la contraseña del ordenador".

Tras la muerte de Lampedusa, sólo el empeño de otro extraordinario escritor italiano, el autor de las 'Novelas de Ferrara' Giorgio Bassani, logró al fin la publicación de 'El gatopardo' en el otoño de 1958 en Einaudi, un sello izquierdista que acababa de publicar un año antes un bombazo titulado 'Doctor Zhivago'. El éxito mundial de 'El gatopardo', una novela que se alejaba de los cánones estilísticos de la época fue inmediato aunque polémico. Atacado ferozmente por escritores como Alberto Moravia, alabada por el ortodoxo comunista francés Louis Aragon, vivió una espectacular adaptación cinematográfica de Luchino Visconti en 1963 y hoy es un clásico indiscutible del que el novelista británico L.P. Harley escribió que "Tal vez es la mejor novela del siglo XX". Nada de esto conoció su autor que falleció sintiéndose un fracasado y sin ver su novela publicada.

La historia de Don Fabrizio, príncipe de Salina, que se ve sorprendido en la Sicilia de 1860 por la inesperada aceleración temporal de un orden social que parecía inamovible cuando su propio sobrino Tancredi desembarca en la isla con los garibaldinos en plena revolución italiana, es hoy algo más que una historia. 'Gatopardiano' ha pasado al acervo de la cultura universal, al igual que 'kafkiano', como adjetivo que señala al advenedizo social, a la sustitución de una élite por otra distinta sin que las sustanciales relaciones de poder se vean afectadas o, en cita literal de la novela de Lampedusa: "Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie".

Y sin embargo, como advierte en su introducción Lanza Tomasi, el poso de tristeza que deja la peripecia editorial de 'El Gatopardo' tiene algo del mito romántico siempre sospechoso del genio incomprendido. En realidad Mondadori e Einaudi reconocieron las virtudes de la novela pero prefirieron aguardar. La tragedia fue que, en el caso del primer sello, "el burócrata de turno, en lugar de enviar al autor una respuesta dilatoria, le devolvió el texto manuscrito junto con la nota habitual en estos casos. Los dieciocho meses transcurridos entre el envío del texto a Elena Croce, por cuyo conducto le llegó a Giorgio Bassani, entonces editor de la editorial Feltrinelli, y su publicación en la colección 'I Contemporanei' de esa editorial tampoco habrían resultado excesivos si la muerte no hubiera llevado tanta prisa. De hecho, se trata de una tragedia humana, no literaria".

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lunes, junio 9

El club de los libidinosos

(Un artículo de Fátima Uribarri en el XLSemanal del 9 de agosto de 2020)

Ninfas, magas, Cleopatras, envenenadoras, mujeres “peligrosas” protagonizan la pintura victoriana, que escandalizó una época: obras de los grandes maestros de un tiempo marcado por la rígida moralidad, los nuevos ricos de la Revolución Industrial y la longevidad de la reina Victoria.

Elizabeth Siddal, una humilde dependienta, se convirtió en uno de los iconos de la Inglaterra victoriana. Pelirroja, pálida, dueña de una belleza lánguida, Lizzie provocó desaforadas pasiones entre los pintores de la Hermandad Prerrafaelista, un grupo de jóvenes creadores que adoraban a Dante, Grecia, Roma y la Antigüedad. John Everett Millais descubrió a Lizzie en un comercio y la hizo su musa: Elizabeth es la etérea Ofelia de su célebre cuadro.

Otro prerrafaelista, Dante Gabriel Rossetti, se enamoró perdidamente de ella. La cortejó, se la robó a su amigo Millais y la convirtió en su esposa. Poseído por los celos, le prohibió posar para otros y la enclaustró: la dejaba encerrada mientras él se iba de farra y se acostaba con otras. Obsesionado con ella, la pintaba sin descanso (se puede ver el cuadro Venus Verticordia), pero la atormentaba con el aislamiento y la infidelidad.

Elizabeth perdió la alegría; después, la cordura (mecía la cuna vacía de un bebé que no llegó a nacer); y, finalmente, la vida: se suicidó con una sobredosis de láudano. Rossetti, martirizado por la pena y la culpa, metió bajo la roja cabellera de Lizzie un cuaderno repleto de poemas inéditos antes de que se cerrara el ataúd.

Cinco años después autorizó la exhumación del cadáver para recuperar sus versos. Se publicaron en 1870. Hablaban de damas élficas, alados valles, manantiales, sueños, éxtasis, vigilia y «visiones esquivas que hacer gemir». Otro poeta, Robert Buchanan, publicó, bajo seudónimo, un furibundo artículo contra esos versos y tachó a Rossetti y a su grupo de «escuela poética de la carne», de «afeminados» y de «obscenos».

«Desnudez vergonzosa» “gritaba”, indignado, Buchanan. Muy victoriana esta apreciación. Durante el largo reinado (1837-1901) de la longeva reina Victoria, Inglaterra vivió una importante transformación: el humo de las fábricas, la maquinaria textil y los grandes puertos comerciales ganaron terreno sobre los latifundios del tipo Dowtown Abbey. El proceso continuó durante el breve reinado de Eduardo VII (1901-1910), el hijo de Victoria, y culminó con la Primera Guerra Mundial y la absoluta convulsión social que supuso.

Avanzaban las fábricas, pero no las mentalidades. Moralidad, disciplina, severidad, puritanismo o rigidez se asocian a la idea de victoriano. Las mujeres, bien tapadas; las clases sociales, bien separadas; las normas, firmes. Y en este contexto de pacatería nacen la pasión romántica y la devoción por lo antiguo de un grupo de pintores.

Sir Lawrence Alma-Tadema, Edward Coley Burne-Jones, Sir Frederic Leighton, Albert J. Moore o el mencionado Rossetti pintaron lienzos que la recatada sociedad de la época recibió con estupor. Además de dioses griegos, preciosos capiteles, emperadores y guerreros romanos o Lancelots y otros personajes medievales, este grupo de pintores herederos de los prerrafaelistas mostraban a magas, diosas, ninfas, Cleopatras, Pasífaes, hadas, seductoras envenenadoras… Mujeres pasionales y peligrosas y, a menudo, además, ¡desnudas! Imposible cuantificar los vahídos de las damas de la época ante tamaña desvergüenza. ¡Qué escándalo!

Pese a que durante muchos años no se percibiera su osadía y a que fueran ninguneados frente al torrente de las vanguardias, los pintores victorianos fueron modernos. Cultivaron valores que ofrecían un fuerte contraste con las actitudes moralizantes de la época. Uno de sus capitanes era Sir Lawrence Alma-Tadema, un neerlandés nacionalizado británico de bigote atusado, barba poblada, serias levitas y gusto exquisito. Alma-Tadema era un esteta apasionado de la decoración que convirtió su suntuosa mansión de Grove End Road en el londinense barrio de St John”s Wood en un punto de encuentro de los buscadores de la belleza pura.

A los artistas victorianos les inspiraba la prosa de Théophile Gautier, la música de Mendelssohn y Wagner o los versos de Alfred Tennysson. Algunos de ellos también fueron poetas: el pintor James Whistler aconsejó incluso a Rossetti que, en vez de sus cuadros, enmarcara sus versos…

El parnasiano afán del arte por el arte y la hermosura femenina eran sus obsesiones. En sus lienzos reinan las mujeres de miradas perdidas, las damas voluptuosas que recuerdan a las odaliscas de los harenes pintados por Ingres, las posturas de refinada sensualidad, las que imaginamos en los divanes de los banquetes romanos.

Un banquete romano protagoniza la obra cumbre de Alma-Tadema, Las rosas de Heliogábalo. Con él deslumbró a John Aird, el prototipo del nuevo rico aupado por la incipiente industrialización. Los hombres como él estaban desbancando a los lores de antiguos apellidos y se convirtieron en coleccionistas de arte. Gracias a ellos, Alma-Tadema y otros gozaron de vidas holgadas. Aird vio el cuadro en la Royal Academy en 1888 y lo compró.

Las rosas de Heliogábalo es un alud de color. Evoca la lluvia de flores con la que el pérfido emperador Heliogábalo asfixió a sus invitados. En el cuadro hay mujeres hermosas, mármoles, Antigüedad, refinamiento, crueldad y placer. Enseguida se convirtió en un ejemplo del gusto por la decadencia y el aburrimiento.

John Aird se entusiasmó con su faceta de mecenas. Cuando en 1902 viajó a Asuán (era uno de los constructores de la presa), invitó a Alma-Tadema a acompañarlo a Egipto, una experiencia de la que nace el lienzo Moisés salvado de las aguas. Primero fueron los nuevos ricos de finales del XIX los que apoyaron a los pintores victorianos. Después vinieron los años de olvido: sus escenas medievales resultaban de pronto cursis y folletinescas frente a la ruptura vanguardista de Renoir, Picasso, Braque y la catarata de innovaciones artísticas del siglo XX.

La pintura victoriana sufrió una larga travesía del desierto: algunos cuadros pasaron de los salones a los trasteros. Muchos herederos de mecenas y coleccionistas la mayoría de ellos, industriales tipo John Aird malvendieron los cuadros. Hubo que esperar casi un siglo hasta que llegaran los nuevos rescatadores de la pintura victoriana: los productores de Hollywood de péplums (cine de aventuras ambientado en la Antigüedad).

El pionero de este rescate fue el productor de televisión Allen Funt. Atesoró una soberbia colección de obras de Alma-Tadema que más tarde tuvo que vender, entre otros a Juan Antonio Pérez-Simón, un apasionado del arte victoriano. Regresa así el interés por la pintura victoriana (otro gran coleccionista del arte de aquella época es el compositor Andrew Lloyd Weber). «La gente empieza a entender que para disfrutar de una obra de arte no es necesario que sea revolucionaria.  Y aunque ahora los temas de la Antigüedad griega o romana están totalmente pasados de moda en el arte, sí forman parte del cine. La escultura antigua está, además, viviendo un importante revival en el mercado».

Foto apertura: Edward John Poynter, Pasión por los mitos. Es famoso por sus cuadros de temática mitológica e histórica con una sensual presencia de mujeres. Poynter visita Roma en su juventud y se queda maravillado con Miguel Ángel. Pese a estar hoy enmarcado en el prerrafaelismo, Poynter (1836-1919) no fue rechazado por la sociedad de su tiempo, como sus colegas, a los que tachaban de afeminados y obscenos. Llegó a incluso a ser elegido como presidente de la Royal Academy en 1896. Andrómeda, 1869.

Sir Lawrence Alma-Tadema, neerlandés nacionalizado británico, es el líder de los prerrafaelistas.En 1863 se casó con la escritora francesa Marie Pauline Gressin de Boisgirard, quien fue su modelo y con la que tuvo dos hijos. Viudo desde 1869, se casó en 1871 con la inglesa Laura Epps, que también aparece en sus cuadros.

Muy celoso, Rossetti enclaustró a su mujer y musa, Elizabeth, en un piso siniestro mientras él se iba de farra y se acostaba con otras mujeres. Elizabeth se suicidó.

Frederic Leighton. De buena familia, fue primer barón Leighton y se formó en Florencia y París. Era también escultor. Sus obras representaron a Inglaterra en la Expo de París de 1900. Nunca se casó.

William Clarke Wontner, el retratista por excelencia. Fue principalmente un pintor de retratos: todas, mujeres lánguidas y seductoras posando contra telones de fondo clásicos u orientales. Se casó con Jessie Keene, con quien no tuvo hijos.

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domingo, junio 8

Cuando Londres planeó atacar Canarias como 'castigo' por ayudar a los nazis en 1941

(Un texto de la agencia EFE publicado en El Confidencial del 30 de octubre de 2019) 

Todo estaba cuidadosamente planeado: los explosivos, el entrenamiento intensivo de los comandos polacos que iban a ejecutar el sabotaje y los puntos de acceso al puerto de La Luz.

Hartos de que los nazis abastecieran sus submarinos en Gran Canaria durante la II Guerra Mundial con la complicidad del régimen de Franco, los servicios secretos británicos estuvieron a punto de desatar en 1941 sobre el puerto de La Luz una operación de sabotaje de proporciones sin precedentes hasta esa fecha, cuyos detalles salen ahora a la luz.

En julio de 1941, siete marineros del Este esperan en Escocia para enrolarse en el mercante Empire Simba con rumbo a Freetown, la capital de Sierra Leona, por entonces colonia británica. En realidad, se trata de agentes polacos del SOE (el Mando británico de Operaciones Especiales) instruidos en el manejo de los
explosivos más avanzados de la época y su misión es hundir el misterioso Culebra y, a ser posible, media docena de buques más.

Deben simular que se ven obligados a hacer escala en Las Palmas de Gran Canaria para reparar una avería en las máquinas, aprovechar su estancia para colocar disimuladamente las recién inventadas bombas lapa en el casco de siete cargueros (tres alemanes, tres italianos y uno danés) y secuestrar otro buque para salir de allí huyendo hacia Inglaterra tan rápido como sea posible.

Entre los siete buques que deben hundir en los muelles ha de estar el Culebra, el nombre en código que recibe el barco que lleva meses abasteciendo de combustible, víveres y posiblemente torpedos a las máquinas de guerra más temidas por las armadas aliadas que libran en ese momento la Batalla del Atlántico: los U-Boote.

Los espías de Londres llevan tiempo tras su pista, pero es ahora cuando han interceptado unos mensajes cifrados que corroboran que el barco que abastece a los submarinos en el puerto de La Luz con la complicidad de los gerifaltes del régimen del general Franco es el Corrientes, un vapor convertido en secreto en una gasolinera flotante para la flota de U-Boote. Gracias a una importante familia de comerciantes británicos asentada en Las Palmas, los Miller, tienen ya todos los detalles clave de sus movimientos.

Se trata de una operación real, un golpe de mano concebido por los servicios secretos del Reino Unido bajo el nombre en clave de Warden cuyos detalles revela ahora al completo en la revista 'Intelligence and National Security' la investigadora de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC) Marta García-Cabrera, a través de expedientes conservados en los archivos nacionales del Reino Unido. Warden, subraya esta investigadora, no es una operación más.

Tiene muchos detalles que lo convierten en un plan especialmente relevante, en un momento en que Londres teme que la España franquista entre en la guerra como aliada de las potencias del Eje (que en aquel momento han ocupado casi toda Europa), le arrebate Gibraltar (con lo que ello implicaría para su superioridad naval) y decante los acontecimientos a favor —aún más— de Berlín.

Warden es el primer sabotaje que el SOE planea contra objetivos en España (aunque antes se ejecutará otro golpe en el puerto de Santa Isabel, en Fernando Poo, Guinea Ecuatorial). Todo estaba cuidadosamente planeado: los explosivos (cargas de profundidad Mark VII de 135 kilos, con detonadores retardados de hasta 36 horas), el entrenamiento intensivo de los comandos polacos que iban a ejecutar el sabotaje, el oficial al mando del grupo (el teniente Jan Buckowski), los puntos de la costa de Las Palmas desde los que se podía llegar fácilmente a nado hasta el Corrientes, e incluso el barco danés a secuestrar, el Slesvig. 

Era "una de mayores y más espectaculares operaciones de sabotaje jamás perpetradas", como la definen sus propios responsables en el expediente que se conserva en los archivos nacionales de Londres. Pero nunca se llevó a cabo y García-Cabrera apunta dos explicaciones: la primera consiste en que el curso de los acontecimientos superó a Warden y, ante el temor a perder Gibraltar, los británicos planearon la invasión completa de Gran Canaria para utilizar el puerto de La Luz como su base en el Atlántico. 

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