(Un texto de Fátima Uribarri en el XLSemanal del 24 de enero de 2016)
De pequeña fue la niña de sus ojos. Pero en la adolescencia se
rebeló al descubrir las atrocidades de su padre Huyó a Estados Unidos
en plena Guerra Fría, ingresó en una comuna, vivió en un convento.. La
azarosa vida de esta eterna fugitiva que nunca pudo librarse de la
sombra de Stalin.
Se ahogaba de nervios y angustia. Esperaba en una
caótica calle de Nueva Delhi la llegada del taxi que la llevaría a la
Embajada de Estados Unidos. Cuando por fin llegó a la legación
americana, un policía le dijo que estaba cerrada, entonces ella enarboló
su pasaporte soviético y le abrieron la puerta. Los funcionarios se
quedaron perplejos cuando les dijo su nombre: era la hija de Stalin.
Así huyó de la URSS el 6 de marzo de 1967 Svetlana Iosifovna Stálina, una mujer con una vida zarandeada por bruscos bandazos, que vivió una infancia elitista, una juventud tormentosa y una madurez de huidas y paradojas. “Fue como un personaje de la gran literatura rusa” , afirma Monika Zgustova, autora de
Las rosas de Stalin (Galaxia Gutenberg), biografía novelada de Svetlana.
No fue fácil ser la hija de uno de los peores tiranos de la Historia. Su madre se pegó un tiro en 1932. La versión oficial soviética aseguraba que había fallecido de apendicitis. En sus primeros años de vida, la
pequeña Svetlana no se percató de que aquel hombre que la llamaba
‘pequeño ruiseñor’ y ‘mi princesita’ era el demonio que decidió la
muerte de millones de personas, entre ellas varios miembros de
su propia familia. Svetlana se enteró de ello cuando se transformó en
adolescente y se convirtió, también ella, en el blanco de un tirano que
también era un dictador en casa. Stalin quiso controlar a su hija en
todo: en la manera de vestir, en sus amigos y en los novios, por
supuesto. Y cuando ella empezó a enterarse de los crímenes de su padre y
sobre todo cuando supo que su adorada madre, Nadezhda
Allilúyeva, no había muerto de forma natural como le habían contado,
sino que se había suicidado desesperada ante el maltrato de Stalin,
entonces Svetlana quiso borrar a su padre de su vida. Pero nunca lo
logró. “No pudo desprenderse del estigma de ser la hija de Stalin. Ella
era un símbolo del poder soviético, le negaron una vida personal” ,
explica Zgustova.
Del suicidio de su madre se enteró por la revista
Life. Más
tarde supo también que su hermano Yakov (hijo de Stalin y su primera
mujer) había sido fusilado por los nazis después de que su padre se
negara a canjearlo por otros prisioneros alemanes. Cuando se
enteró de que además su padre había enviado al terrible campo de
concentración de Vorkutá, en el Círculo Polar Ártico, a su primer novio,
Aleksei Kapler, quiso alejarse del monstruo incluso en el
nombre.: se cambió el apellido. Lo hizo tras la muerte del tirano.
“Probablemente no le habrían permitido hacerlo antes” , cree Zgustova.
Era maestra y traductora. Tenía acceso a la prensa extranjera y a los locales reservados a la élite soviética. Svetlana tomó el apellido de su madre y buscó un hombro masculino donde refugiarse y formar una familia que la reconfortara.
Pero tampoco fue fácil, en parte porque ella misma estaba anegada en
tristeza, furia y poderosas contradicciones. A lo largo de su vida tuvo tres nombres; cuatro maridos, tres hijos de padres diferentes y protagonizó tres huidas difíciles.
Además, ella, que estaba rota por sentir que su madre la dejó sola,
abandonó a sus hijos. Cuando se fue a Nueva Delhi para llevar las
cenizas del que fue el gran amor de su vida, el comunista indio Brayesh
Singh, con el que las autoridades soviéticas no le habían permitido
casarse, Svetlana se despidió de su hijo Josif, de 22 años, y de su hija
Katia, de 17. Con el chico se reencontró 17 años después, a Katia no la
volvió a ver en la vida.
De la Embajada de Nueva Delhi, a Svetlana la enviaron a Suiza. Allí
pasó unos meses de intermedio hasta que aceptaron su entrada en Estados
Unidos. Se había convertido en un problema diplomático y en una pieza
más de la confrontación de la Guerra Fría. En la rueda de prensa de su
llegada a Estados Unidos fue muy dura con su padre, al que muchas veces definió como un “monstruo moral” y denunció atrocidades en la URSS.
Su denuncia se difundió también en su libro de memorias
Veinte cartas a un amigo,
con cuyas ventas ganó tres millones de dólares. La Universidad de
Princeton le ofreció un puesto de profesora de Lengua Rusa (Svetlana era
maestra y traductora) y parecía que la adaptación iba viento en popa.
Pero su vida dio otro giro sorprendente y paradójico. Respondió
a la insistente invitación de Olgivanna Wright, tercera mujer y viuda
del arquitecto Frank Lloyd Wright, para que la visitara en la Hermandad
Taliesin, una comunidad creada por el arquitecto en el desierto
de Arizona y en Wisconsin. Olgivanna, líder de esta extravagante
agrupación intelectual, creía que Svetlana era el alma gemela de su
hija, también llamada Svetlana y que había fallecido en un accidente de
coche. Olgivanna quería que la rusa se casara con William Wesley Peters,
viudo de su hija, para así lograr una especie de regreso de la mujer
muerta.
Lo llamativo es que la hija de Stalin accedió a vivir en una 'comuna'. Asumió la pérdida de esa libertad que tanto había ansiado.
Se casó con Peters solo tres semanas después de haberlo conocido y le entregó las
ganancias de su libro. El matrimonio duró tres años.
Una de las contradicciones de la vida de Svetlana Allilúyeva es que se
trasladó a vivir a la Hermandad Taliesin, una comunidad creada por Frank
Lloyd Wright para formar a futuros arquitectos. Cuando Svetlana fue a
vivir al complejo Taliesin del desierto de Arizona, estaba regido con
mano de hierro por la viuda de Wright, la excéntrica Olgivanna. En Taliesin se hacía vida comunal, se acudía a cenar vestido de gala y había que pedir permiso para todo,
según el relato de Zgustova. Esta extravagante cofradía intelectual
vivía en un modernísimo complejo arquitectónico que tenía dos sedes. La
primera estaba en Wisconsin. La creó Wright tras abandonar a su primera
mujer y sus seis hijos para irse a vivir con Mamah Borthwick, su segunda
mujer. A Mamah y a otros seis residentes de Taliesin los asesinó a
hachazos un carpintero paranoico que había sido expulsado del grupo.En
la sede de Taliesin en Arizona, la hija de Stalin se casó con William
Wesley Peters, viudo de la hijastra de Frank Lloyd Wright. Tuvieron una
hija, Olga. Svetlana se escapó, asfixiada por el ambiente opresivo y
dictatorial de la comunidad.
De Taliesin también huyó Svetlana; a escondidas, con su nueva hija, Olga, de 3 años, y con otro nombre, Lana Peters. Regresó a Princeton y se dedicó unos años al cuidado de su hija. Con ella se trasladó luego a Gran Bretaña. Hasta que en 1984 dio otro bandazo y ¡regresó a la URSS! Quería ver a sus hijos.
El remordimiento por haberlos abandonado le atormentaba. En Moscú se
encontró con Josif envejecido y ampoco contestó jamás a sus cartas. “El
regreso a la URSS fue otro de sus muchos errores” , dice Monika
Zgustova. Además, le costó adaptarse a la vida gris de Moscú y de Tiflis
(Georgia), donde se instaló. Tampoco fue fácil salir de la URSS en esta
ocasión: las autoridades no querían permitírselo. Fue fundamental la
actuación de la diplomacia estadounidense.
Svetlana continuó errando. Pasó una larga temporada en un convento en Inglaterra: se había convertido en una católica devota.
Pero más tarde perdió la devoción. Su larga huida vital culminó en una
residencia de ancianos en Richland Center, en el estado de Wisconsin,
curiosamente la ciudad de nacimiento del arquitecto Frank Lloyd Wright. Murió allí, en 2011, con 85 años.
Según el libro de Monika Zgustova, solo fue feliz en dos ocasiones.:
de niña, cuando vivía su madre y su padre la quería; y sus años de
convivencia con el indio Brayesh Singh, un hombre mucho mayor que ella,
un segundo padre.
Notas
Cuando era pequeña, Svetlana la menor de los tres
hijos de Josif Stalin fue la niña mimada del dictador. La llamaba mi
pequeño ruiseñor y mi princesita y jugaban a que la niña mandaba sobre
el padre. Más tarde, Stalin envió a un gulag a su primer novio.
Los otros hijos de Stalin
Despreciado por débil. Más que un privilegio, ser
hijo del dictador fue una condena. A Yakov, nacido de su matrimonio con
Katia Svanidze, Stalin no lo quiso nunca. El niño se crio con la familia
de su madre, que murió cuando Yakov era un bebé. Para Stalin, Yakov era
débil. Siempre lo despreció. El chico se enroló en el Ejército; lo
apresaron los alemanes en 1941 y lo encerraron en el campo de
Sachsenhausen. En 1943, una delación destapó su identidad. Los alemanes
le obligaron a posar con uniforme de las SS y ofrecieron intercambiarlo
por el mariscal Friedrich Paulus, pero Stalin se negó. Lo mataron.
Condenado al gulag. A Vasili, hijo de la segunda mujer
del dictador, Nadezhda Allilúyeva, también lo ninguneó su padre.
Siempre. Vasili, que había sido juerguista y mal estudiante, luchó en la
Segunda Guerra Mundial y llegó a ser general, pero era alcohólico y
emocionalmente inestable. Tras la muerte de su padre, lo acusaron de
traición y lo condenaron a ocho años de trabajos forzados. Murió en
1962, machacado por el alcohol y los años en el gulag. Su hermana,
Svetlana, estaba convencida de que a Vasili lo envenenaron.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia