(Un texto de Simone Salden en el XLSemanal del 24 de marzo de 2019)
La lana de merino es un producto natural confortable y exquisito.
Pero pocos consumidores saben lo que millones de ovejas sufren por culpa
de sus jerséis y ropa deportiva ultraligera. Y las marcas tampoco hacen
mucho por poner fin a los padecimientos de estos animales.
Hay materiales que la naturaleza ha hecho tan perfectos que el ser
humano no es capaz de diseñar nada mejor. La lana es uno de ellos.
Calienta y refrigera, no coge mucha suciedad, disipa el sudor y no arde
con facilidad. Y si se trata de
lana de merino es, además, confortablemente suave.
La lana de merino disfruta, por así decirlo, del rizo perfecto. Sus
fibras tienen un grosor de entre 16,5 y 24 micrómetros, es decir, son
extremadamente finas.
Este material de lujo se encuentra en trajes
caros de caballero, en jerséis para el invierno y en ropa térmica,
ultraligera y transpirable, para deportes y actividades al aire libre.
El precio de tan codiciada materia prima se ha doblado durante los
últimos cinco años, ya que la demanda supera con mucho a la oferta.
Pero, para que la gente pueda vestirse con la ropa más cómoda
posible, muchos animales tienen que sufrir. El sector de la moda
prefiere guardar silencio sobre este tema. Y prácticamente ningún
consumidor conoce el sufrimiento al que están expuestas las ovejas.
Además,
los pocos que se interesan por el origen de sus jerséis lo tienen
complicado a la hora de asegurarse de que ningún animal haya sufrido a
cambio de su confort personal. Las empresas que conocen al detalle su
cadena de suministro se pueden contar con los dedos de una mano. Y la
mayoría solo se preocupa por el problema de una forma superficial, eso
si no se desentienden por completo.
El sufrimiento de las ovejas empieza en Australia, de donde procede
el 88 por ciento de la lana fina de alta calidad. La isla continente es
el hogar de 74 millones de ovejas merinas, una raza que, gracias a
siglos de cría selectiva, presenta una cantidad especialmente elevada de
pliegues en su piel y, por lo tanto, cuenta con una mayor superficie
cubierta de lana. Pero la misma peculiaridad que las hace tan rentables
para la industria a la vez las vuelve más vulnerables a los parásitos.
Uno de ellos es la mosca
Lucilia cuprina, que utiliza estos
húmedos pliegues cutáneos para depositar sus huevos. Una vez eclosionan,
las larvas prácticamente devoran vivos a los animales afectados.
Por ello, el 90 por ciento de las ovejas merinas australianas son sometidas a un procedimiento llamado
mulesing,
que consiste en cortarles a los corderos jóvenes grandes porciones de
piel en la zona que rodea al ano, para eliminar los pliegues donde se
acumulan restos de heces que atraen a las moscas. Esta mutilación se
realiza sin anestesia. Y es un proceso muy sangriento.
A los animales se los fija a un armazón de metal, tendidos sobre la
espalda y con la parte inferior del cuerpo expuesta al aire. A menudo se
aprovecha la ocasión para cortarles la cola, y a los ejemplares macho
se los castra. Por lo general, también sin anestesia. El que escucha los
gritos de los corderos no los olvida nunca.
Para unos animales
que solo tienen unas pocas semanas de vida y que pasan todo el año
pastando en praderas generalmente apartadas, este momento suele ser el
primer contacto con el ser humano. «Los corderos sufren terribles
dolores y un estrés enorme -dice Hanna Zedlacher, de Vier Pfoten,
organización animalista alemana-. Es una lana manchada de sangre». La
activista, que lleva años luchando contra el
mulesing, añade:
«En la ganadería ovina australiana nos enfrentamos a flagrantes
problemas de protección de los derechos de los animales».
En muchos países, el
mulesing,
llamado así por su inventor, John W. H. Mules (1876-1946), lleva años
prohibido, pero los ganaderos australianos siguen aferrándose a él. «En
España, esta técnica no se practica. Si aparece la miasis (la enfermedad
provocada por la infestación de larvas de mosca) se trata con
Ivermectina, un antiparasitario», explica Antonio Granero, secretario
técnico de la Asociación Nacional de Criadores de Ganado Merino.
También hay disponibles métodos alternativos desde hace cierto
tiempo, como el uso de anestesia local, que al menos les ahorra a los
corderos parte del dolor y, además, acelera la curación de las heridas.
Sobre todo hay variantes de la raza merina resistentes a estos
peligrosos insectos. Sin embargo, muchos ganaderos se niegan a sustituir
sus rebaños enteros, que a veces alcanzan las diez mil cabezas. El
mulesing se justifica apelando a la tradición y a criterios económicos, algo similar a lo que ocurre con la castración de los lechones.
Pero muchas tradiciones cambian con los tiempos. De hecho, la historia de la propia oveja merina ha sido accidentada.
La
merina es una raza española. Procede del cruce entre las ovejas
autóctonas de la Península Ibérica y las del norte de África. Durante
siglos, a través del Concejo de la Mesta, España tuvo, con sus ovejas
merinas, el monopolio mundial de la lana fina. Incluso se penaba con la
muerte el sacarlas del país. Solo podían saltarse esa norma los reyes.
Así, las merinas llegaron a tener rango de regalo de Estado. Felipe V
las regaló a sus parientes franceses.
Las cosas cambiaron a partir
del siglo XVIII. Tras participar en la guerra de sucesión española, los
ingleses se llevaron ovejas de nuestro país. También Napoleón se
apropió de rebaños y los condujo a Francia.
Luego, en el siglo XIX
los británicos transportaron las ovejas merinas a sus colonias, entre
ellas, a Australia. Y hoy, en pleno siglo XXI, el país de Oceanía ha
llegado a convertirse en el mayor hábitat de estos ovinos y -a un precio
muy alto para estos animales- en el más potente productor de lana fina
de alta calidad a nivel mundial.
En
unos tiempos en los que los consumidores le prestan una atención
creciente a la procedencia de los productos que compran, el hecho de que
las ovejas tengan que sufrir a cambio de jerséis cómodos y suaves
resulta cada vez menos aceptable. «La gente ya está sensibilizada en el
tema del llamado ‘bienestar animal’, como demuestra el debate generado
en torno a las gallinas enjauladas o a los abrigos de piel», dice Wencke
Gwozdz, especialista en hábitos de consumo de la Universidad de Giessen
en Alemania. En su opinión, las empresas tendrán que ir adaptándose a
las demandas de los clientes concienciados, sobre todo de los jóvenes,
que son especialmente críticos con estos temas.
Pero el problema
es que a los consumidores no les resulta nada fácil averiguar cuáles son
las empresas y marcas que renuncian a usar lana manchada de sangre. Así
lo ha desvelado una investigación conjunta de
Spiegel y
Spiegel TV, durante la cual una periodista se hizo pasar por cliente y
preguntó a 34 conocidas empresas de moda, desde Adidas a Zara, si
ofrecían textiles libres de
mulesing. Dos de ellas contestaron que no usaban lana procedente de Australia. Otras seis tenían intención de utilizar lana libre de
mulesing en el futuro. Y diez confiaban en sus proveedores, que les aseguran no recurrir a este procedimiento.
Varias empresas se resistieron a dar información: cinco de ellas
eludieron el fondo de la pregunta, cuatro ni siquiera contestaron. Tras
una consulta formal, la explicación desde Adidas fue: «Exigimos a
nuestros proveedores confirmación sobre su renuncia a las prácticas de
mulesing». Otras empresas citaron sellos y certificados que demostrarían que, en el tema del
mulesing,
están en el bando de los buenos. Lidl, por ejemplo, explica que
etiqueta «las prendas individuales conforme al Global Organic Textile
Standard (GOTS), una norma que descarta el
mulesing en la cría
de ovejas merinas». Desde Esprit, por su parte, respondieron que desde
2017 compran exclusivamente a proveedores que cuenten con el certificado
Responsible Wool Standard (RWS), sello que también prohíbe el empleo
del
mulesing.
Muchos consumidores quieren saber si la
prenda de lana que van a comprar está ‘manchada’ con la sangre de los
corderos. No es fácil averiguarlo. La industria no lo pone fácil.
Al
igual que ocurre en todos los ámbitos de la industria textil global, en
el caso de la lana de merino las cadenas de suministro están
extremadamente ramificadas y, de forma en ocasiones consciente, son poco
o nada transparentes. Por ese motivo, los consumidores suelen saber más
bien poco sobre la ‘huella’ que su ropa deja en los países de
procedencia:
trabajo infantil, salarios de miseria, ríos contaminados y fábricas ruinosas rara vez salen en los telediarios.
El
camino que sigue la lana australiana lleva desde las granjas de
Tasmania hasta la Bolsa de la lana en Sídney. Desde allí, solo en torno
al 11 por ciento viaja rumbo a Europa en forma de materia prima. Tres
cuartas partes de la lana se procesan en China. Los números de
cargamento, con los que en teoría se podría comprobar si la lana de
merino procede de explotaciones que usan el
mulesing, se
mantienen en cada transacción, pero en muchas de las fábricas se mezclan
fardos de lana cruda de distinto origen en unos lotes de producción de
varias toneladas, con lo que al final el rastro se pierde.
La mayor parte de la producción mundial de lana se procesa en las
hilanderías de Shanghái. Desde allí, las enormes bobinas de lana hilada
van a unas plantas textiles que pueden estar, por ejemplo, en Italia o
en la República Checa; a continuación, el tejido terminado se corta y
cose, por lo general en Asia, y el jersey resultante, a su vez, acabará
metido en un contenedor de vuelta para ser vendido en Europa.
Entre
unas cosas y otras, puede haber 40 o 50 empresas diferentes implicadas
en la producción de una prenda. Algunos de los proveedores se pueden
permitir firmar acuerdos exclusivos de suministro con pequeños ganaderos
australianos, y varios fabricantes recurren únicamente a lana de merino
procedente de Nueva Zelanda o Sudamérica, donde no se practica el
mulesing.
«Sin embargo -reconoce Heike Hess, directora de la Asociación
Internacional de Industrial Textil-, las grandes cadenas de moda tienen
un problema muy serio» a la hora de adquirir lana libre de
mulesing: en el mercado hay poca oferta disponible.
PRODUCCIÓN MUNDIAL DE LANA FINA MERINO EN PORCENTAJES
Australia: 88% De ella, 90% procedente de
mulesing
Argentina: 4%
Sudáfrica: 4%
Nueva Zelanda: 4%
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